Authors: Antonio Salas
Una vez que terminó el saqueo de mi casa y mientras me conducían al coche que me transportaría hasta Madrid estas personas que insisto no se identificaron (pero que actuaron como “policía” abusiva) dejaron las puertas de mi casa abierta y evidentemente cuando pude regresar 2 años después en ella no había nada, estaba totalmente desvalijada ya que si lo hicieron delante de mi, cuanto más cuando yo no estuviera, inmediatamente denuncié este hecho y la respuesta por parte de la policía fue que no era el trabajo de ellos y que me dirigiera a la Audiencia Nacional, y sin ninguna educación ni respeto hacia mi persona me pidieron salir ya que como ya me habían dicho ese no era asunto de ellos (...)
Lo más extraño de la situación y lo más «peligroso» dentro de dicho vehículo voy a relatar lo a continuación me presentan al «Oficial» (Israelí), la mujer que conducía el vehículo (que decía ser también Oficial) Británica, exactamente Escocesa, además de estas personas se encontraba un hombre Español que no pronunció palabra alguna.
Durante dicho trayecto el «Oficial» se dirigió a mi de forma violenta insultando mis creencias, mi familia, mi nacionalidad, no podía responder a dichos ataques verbales ya que era abofeteado y obligado a responder lo que quería oír, me insultaba en lengua árabe (un árabe perfecto), esto no formaba parte de una investigación (hago referencia a la violencia verbal dentro del vehículo) ya que no existe ningún documento al respecto. Además esta persona disfrutaba y se divertía mucho humillándome, le faltaba únicamente saltar, se reía mientras todo esto sucedía. Ninguna de las «preguntas» que se me hacían fueron hechas delante de un abogado de-negándome así parte de mis derechos, ya que como las respuestas eran obligadas era de eso de lo que se aprovechaban para tomar algún tipo de nota. En ningún momento del trayecto esta persona paro de insultarme y agredir mi integridad como persona llegando incluso a amenazarme de muerte mostrándome un arma...
El documento completo describe todas las penalidades que Abu Sufian asegura haber sufrido antes, durante y después de su detención y sus dos años de prisión preventiva. Y creo que como mínimo tengo la obligación de dar a conocer su punto de vista, aunque solo sea porque es el que no suele trascender a los grandes medios de comunicación. En ese momento me llamaba mucho la atención su alusión a un oficial agente del MOSSAD y otra del MI6 en el coche que lo traslada de Málaga a Madrid tras su detención. Pero durante nuestro primer encuentro personal no conseguí que me hablase sobre ello.
Cuando me presenté ante Abu Sufian bajo la tapadera de activista palestino-venezolano, el iraquí se mostró comprensiblemente desconfiado y reticente. Aunque le enseñé mis libros sobre temas árabes y un montón de periódicos árabe-venezolanos con mis artículos, no solo no le impresioné, sino que estaba tan asustado que se negó a llevarse los ejemplares que intenté regalarle.
—No deberías ir con eso. Si te coge la policía española con eso, puedes tener problemas...
En otro de sus cuentos, el Mullah Nasruddin relata cómo, trabajando de barquero, en cierta ocasión contrató sus servicios un erudito para que lo trasladase a la otra orilla de un lago en su barca. Mientras navegaban, el erudito le preguntó: «¿Conoce usted la gramática, la filosofía?», y el Mullah le respondió: «En absoluto». A lo que el erudito replicó: «Pues sepa que ha perdido usted la mitad de su vida...». Mediada la travesía cuando se levantó un temporal que hizo zozobrar la barca y, mientras se hundía, Nasruddin preguntó al erudito: «Y usted, ¿sabe nadar?». A lo que el aterrado sabio respondió: «En absoluto». «Pues sepa —concluyó Nasruddin— que va a perder usted su vida entera...»
En algunas circunstancias, como en esta, mis años de formación coránica, mis estudios de árabe y mi tapadera como activista palestino-venezolano, refrendada por aquellos periódicos y libros que intentaba obsequiar al iraquí, no sirvieron para nada. Porque lo único que en ese momento necesitaba Abu Sufian era un gesto amable...
Su única obsesión era conseguir que un médico pudiese tratarle de los dolores de espalda, que atribuía a su estancia en prisión. Se lamentaba de que en su situación no disponía de tarjeta sanitaria, ni de documentación —imprescindible para conseguir un empleo—, y de que los servicios sociales hacían caso omiso a sus demandas. Me inspiró lástima, y me ofrecí para intentar conseguir algún consejo médico para él, basándome en los análisis clínicos, redactados en el Hospital Universitario 12 de Octubre, que me entregó. Según dichos análisis, Abu Sufian sufría un cuadro «depresivo mayor».
En realidad, lo único que hice fue enviarle los análisis a un médico amigo y pedirle su opinión. Me recomendó que tomase ciertos fármacos y me indicó cómo podía solicitar una receta. Eso fue suficiente para ganarme, poco a poco, la amistad de Abu Sufian, «el hombre de Al Zarqaui en España».
Puedo dar fe de que los servicios de información seguían los pasos de Abu Sufian muy de cerca, porque tras nuestro primer encuentro yo mismo fui seguido por tres personas. Por supuesto, los agentes no podían imaginar que en mi primera reunión con Abu Sufian yo llevaba la cámara oculta, que no solo grabó al presunto terrorista, sino a los tres tipos que me siguieron después.
Durante mis conversaciones con Ilich Ramírez, de vez en cuando surgía el nombre de Eduardo Rózsa, con quien yo ya mantenía una fluida relación cibernética. De hecho, fue Rózsa Flores quien me demostró el enorme potencial de las redes sociales en la difusión del mensaje yihadista y/o revolucionario. El vicepresidente de la Comunidad Islámica en Hungría era el
webmaster
de varias páginas web y blogs, además del suyo personal:
http://eduardorozsaflores.blogspot. com
. Pero también disponía de perfil en prácticamente todas las redes sociales, a través de las cuales se comunicaba con personas afines a su ideología de todo el planeta. Eduardo fue quien me invitó a construir mi perfil personal en redes sociales muy conocidas, como la comunidad de MSG, y otras menos habituales, como WAYN, en las que acepté su invitación para ser agregado.
Cuando Ilich Ramírez deseaba transmitir algún mensaje a Eduardo Rózsa, simplemente me lo comunicaba en cualquiera de nuestras conversaciones telefónicas, y yo me ocupaba de hacérselo llegar a él a través del Messenger o por correo electrónico. Pero también por correo epistolar. Envié a Rózsa tanto algún ejemplar de
El Islam revolucionario
de Ilich, como mis propios libros sobre temas islámicos, autoeditados como parte de mi tapadera. Y Rózsa, como ya he dicho, tuvo la amabilidad de enviarme dedicados de su puño y letra algunos de los libros que él había publicado en Hungría o/y España. Aquellas dedicatorias manuscritas, junto con otras muestras caligráficas de Rózsa, me serían útiles más adelante para solicitar un informe psicografológico a una de las principales organizaciones de pericia caligráfica de Madrid...
Su biografía realmente era impresionante. Nacido en 1960 en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), huyó con su familia de las guerras en la América Latina de los setenta y terminó en Hungría, donde se dedicó al periodismo. Trabajó en la guerra de los Balcanes como corresponsal de la BBC británica o el diario español
La Vanguardia
, en cuya hemeroteca pude rescatar las crónicas que redactó Rózsa en la época, compartiendo corresponsalía con nombres tan emblemáticos del periodismo como Manu Leguineche, Arturo Pérez-Reverte o mi compañero Julio César Alonso. Quería buscar en esos reportajes periodísticos la raíz ideológica de quien se convertiría en camarada del Chacal, porque, como Ulrike Meinhof o Ibn Al Jattab, un día el periodista decidió que la pluma no era suficiente para luchar por sus «ideales», y tomó el fusil. Rózsa terminó comandando la Brigada Internacional en la guerra de los Balcanes, con más de 380 soldados, venidos de más de veinte países para luchar por la independencia de Croacia. Como el Che Guevara, Patrick Argüello, Ilich Ramírez y otros internacionalistas famosos, Eduardo Rózsa acabó empuñando las armas en un país lejano, para luchar, supuestamente, por un pueblo que no era el suyo.
Eduardo Rózsa había sido activista en misiones humanitarias en Sudán o Iraq, actor y productor de documentales, agente secreto y dirigente de la Comunidad Islámica en Hungría. Y en 2001 la directora húngara Ibolya Fekete había llevado al cine su sorprendente vida. Ibolya, que ya tenía una larga experiencia en cine documental, no encontró un actor capaz de expresarse en inglés, húngaro, español, francés, etcétera, como el políglota personaje de su película, así que finalmente fue el mismo Eduardo Rózsa quien se interpretó a sí mismo en la película sobre su vida:
Chico
.
Esa fascinante biografía, unida a la estrecha relación que habían mantenido en el pasado Ilich Ramírez y Eduardo Rózsa, convertían al boliviano en objeto de mi interés. Así que, una vez más, utilicé su vanidad y la excusa de mi gaceta revolucionaria para proponerle a Rózsa la posibilidad de protagonizar un número monográfico de
Los Papeles de Bolívar
. Después de mis pesquisas en la hemeroteca del diario
La Vanguardia
y de leer los libros que me había mandado Rózsa, tenía claro que el tipo bien merecía un número de mi humilde boletín. Rózsa, im presionado por la apariencia del mismo, con textos en inglés, francés, euskera, árabe y español, y por su distribución en mezquitas, locales revolucionarios, etcétera, aceptó. La humildad y la discreción no eran sus mayores virtudes.
Así que convencí a la directora de
ICR
, uno de los periódicos bolivarianos para los que trabajaba como corresponsal en el mundo árabe, del interés de aquel personaje al que intencionadamente califiqué como «una especie Che Guevara boliviano en Hungría». Después, a lo largo de varios días y a través de Internet, realicé esa larga entrevista a Eduardo Rózsa, sin saber que iba a terminar incluida en un sumario judicial por intento de magnicidio, y que sería comentada y reproducida en todo el mundo...
Rózsa se entusiasmó con el trabajo que me había tomado para preparar la entrevista y en lo documentadas que estaban mis preguntas, y parece que le gustaron demasiado, porque, como había hecho Jorge Verstrynge, no esperó a que el periódico venezolano ni mi boletín publicasen la entrevista. En cuanto redactó las respuestas, publicó la entrevista en su propio blog. Es más, incluso la tradujo al húngaro para poder publicarla en revistas culturales y páginas web de su país,
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sin darme tiempo a reaccionar. Por lo menos tuvo la amabilidad de mandarme un montón de fotografías suyas, exclusivas, para ilustrar la entrevista. Fotos de su época de combatiente, de su juventud, de sus viajes a Iraq, de eventos que presidía en las mezquitas, etcétera. Un material periodístico que seis meses más tarde tendría un valor incalculable.
Rózsa se presentaba como un idealista romántico, un poeta sensible, un devoto musulmán y un idealista de la lucha armada. Más o menos la misma imagen que intentan transmitir todos los asesinos que pretenden justificar la violencia con cualquier tipo de causa noble y altruista. Esto es solo un resumen de la larga y detallada entrevista que le hice a Eduardo Rózsa, la última que concedió a un medio internacional, y que se publicó en el número 6 de
Los Papeles de Bolívar
.
—Tu padre, Jorge Rózsa, era húngaro de ascendencia judía y un comunista convencido, sin embargo tu madre, Nelly Flores, una boliviana de profundas creencias religiosas... ¿Cómo influyó ese contraste en tu infancia?
—Yo creo que los contrastes siempre ayudan. El comprometido quehacer tanto en lo político, en lo social, como en lo artístico de mi padre me influenció tremendamente. Un ejemplo, tendría yo unos ocho o nueve años cuando mi padre me llevaba a las acciones de difusión cultural en las barriadas más pobres de Santa Cruz, iba él, yo, sus alumnos de la Escuela de Bellas Artes a dar clases de dibujo, pintura, historia del arte a jóvenes humildes que no tenían la posibilidad de acceder a esos conocimientos. En esas oportunidades yo trababa amistades con los chicos de esas barriadas, y aprendí a valorar a la gente, por su conducta y valores generales y no por su procedencia social. Mi madre, por su parte, me transmitió la moralidad clásica cristiana, que me dio munición, me alimentó en lo moral, hasta bien entrada mi juventud, cuando fui tomando ya mis decisiones propias... Creo que tengo y puedo decir que he tenido una gran suerte de haber nacido en esa familia. De ahí proviene todo lo que soy hoy en día...
—Cuando llegaste a Hungría escapando de la dictadura chilena, ingresaste en una escuela militar. Y en alguna ocasión has dicho que tu intención era regresar a América Latina con experiencia militar para seguir los pasos del Che en Cuba. ¿Cómo te influyó la imagen del Che Guevara? ¿Podías imaginar entonces que terminarías emulándolo, pero años después y en la mismísima Europa?
—Pues, para ser sincero y claro: la figura de Che Guevara, estoy convencido, marcó (de uno u otro modo) a todas las generaciones que tuvieron algún contacto con esa historia, allá por los años sesenta... Mi padre fue expulsado del PC boliviano a raíz de la guerrilla y de su quehacer, como uno de los que habían asumido la tarea de ayudar en cuanto a la logística, en cuanto a lo que se refiere al apoyo logístico a la guerrilla en Bolivia. Cuando Monje, entonces primer secretario del PC, se retracta y niega la ayuda acordada, acatando órdenes llegadas de Moscú, y deja a la guerrilla a la deriva y sin ningún apoyo organizado en la retaguardia, algunos, como mi padre, no acatan esta indignante y asquerosa decisión, y entre otras cosas, ellos serán quienes se encargarán de la evacuación de los pocos sobrevivientes de la empresa guerrillera hacia Chile. Yo crecí con la imagen grabada en mi cerebro de un Che abandonado a su suerte, por un lado, y la de los caciques del partido por el otro, que con el pasar del tiempo se convirtieron en algo así como bichos feos y asquerosos para mí, conociendo bien (primero en Chile, luego en el exilio en Suecia, más tarde en el otrora «campo socialista») sus deplorantes actividades, la inmoralidad, la autosuficiencia de quienes se suponía eran la vanguardia de los movimientos revolucionarios en ese entonces, y para ir más allá [se suponía que] ellos iban a salvar el mundo. Siendo ya un adolescente, me doy cuenta de que eso no era así, que se trataba de gente egoísta, más preocupada de cuidar su «carrera» en los niveles burocráticos del partido, que de la verdadera causa, la revolución latinoamericana. El Che, para mí, entre otras cosas, fue una víctima más del estalinismo. Y como militar, un ejemplo. Ejemplo como pensador militar, y ejemplo en lo moral también. Es otra cosa que con el pasar del tiempo y los cambios que hemos vivido en los últimos decenios, algunas de sus postulaciones teórico-militares no «funcionen» ya, pero la esencia, el valor del ejemplo dado con su actitud y su sacrificio permanecen inalterables.
—Me sorprende haberte leído que, después de algún tiempo en las escuelas militares húngaras, fuiste enviado a completar tu formación a la academia F. E. Dzerzhinsky, en la antigua Unión Soviética, donde te sentiste decepcionado del «socialismo real», del que tu padre y tu tío Jorge te habían hablado. ¿Por qué?
—En parte ya he respondido a tu pregunta, querido amigo. Una cosa son los discursos, las palabras... los libros de teoría. Otra cosa es la realidad. Puede ser que exista una realidad, en la que el socialismo sea una cosa verdadera, correcta y justa. Que esa no fue la realidad del experimento bolchevique-comunista, es una cosa clara y obvia para mí. La inmoralidad, la mentira, los crímenes cometidos en nombre del «socialismo real» son imperdonables. Habrá que usar mucho detergente para lavar esa ignominia. Te hablo de la realidad. No de las ideas. No de la necesidad, que sí existe, de construir una sociedad más justa. Pero esto pasa por tomar, en primera instancia, en cuenta los verdaderos deseos del pueblo. No nos olvidemos que lo que se hace no se hace contra, sino por los pueblos, en interés de nuestras naciones. Aprendí a detestar a las famosas «élites» político-ideológicas del campo socialista, por un muy simple motivo: estos deplorables seres estaban más interesados, ¡no!, estaban
solamente
interesados en mantenerse en el poder, con sus privilegios, con sus ventajas. Para ellos, el «socialismo» era solo una cobertura, que nada tenía que ver con lo que los de abajo, el pueblo, sentían y anhelaban. He llegado a la conclusión de que no se puede hablar de socialismo, ni
hacer
socialismo, si no se respetan plenamente la libertad y el derecho a la autodeterminación, sea esto de los individuos que componen la sociedad, o de los pueblos o naciones en general. Si no, entonces ¿qué nos diferencia de lo y de quienes decimos odiar?... Si cometemos los mismos errores o crímenes que aquellos. Esto es intolerable.
»Una cosa es tomar el poder. Con las armas o sin ellas. Imponer una dirección, encausar un proceso. Pero ulteriormente no se pueden tomar todas las decisiones (sean necesarias o no) en lugar del pueblo, que es por y para quien hemos
hecho
la revolución, tomado el poder, ganado una guerra de independencia, lo que sea. Por esto para mí uno de los ejemplos más valiosos es el de la revolución sandinista en todo su desarrollo. Y creo que no tengo que explayarme en el porqué de esta mi afirmación. Nadie tiene el derecho de suplantar al pueblo. Nosotros somos sirvientes, empleados, esclavos (si se quiere) de una causa, y no tenemos más derechos que nadie. Lo que tenemos sobre nuestras espaldas son las obligaciones, las tareas a cumplir. Ni un gramo, ni una pizca de derecho más que otros. Esta es la esencia del porqué de mi “desilusión” en cuanto a la experiencia socialista en Europa Central y en la ex URSS.
—Más tarde estudiaste literatura comparada, lingüística y politología en la Universidad de Budapest, y empezaste a trabajar para la agencia cubana de noticias Prensa Latina, y después para el diario español
La Vanguardia
... ¿Cómo fueron tus inicios como periodista?
—Pues, siendo lo suertudo que soy, di con mis huesos (en sentido figurado, claro) en el ojo del huracán. Es como si alguien, con el diploma fresquito de biólogo digamos, en el primer día de trabajo en un laboratorio, con el ojo en el microscopio, encontrase una nueva especie, algo que tendrá influencia en toda su ulterior carrera profesional. Como novato en el periodismo, con las partículas de la cáscara del huevo todavía pegadas a mi piel, me tocó vivir y cubrir algunos acontecimientos claves en la otrora Centroeuropa «socialista». Rumanía, entrevistas con intelectuales disidentes de la minoría húngara oprimida por ese demente dictadorzuelo que se llamaba Ceaucescu, manifestaciones en Praga, más bien desfiles de carnaval, organizadas por ultraliberales, pacifistas y otros bichos raros, o sea nada serio. La caída del Muro de Berlín. Algo que sabíamos que se iba a producir, por algo fuimos llamados allí, para estar presentes a la puesta en escena de esa comedia, que algunos todavía se obstinan en llamar «los cambios democráticos» de Europa del Este. ¿De qué cambios hablan? Que de democráticos ni un pelo. Lo único que pasó fue el cambio de ropaje y caretas de la oligarquía «comunista», de la nomenklatura, que de muy «socialista» pasó a ser muy capitalista. Basta dar un vistazo a los nombres de los directores-propietarios de las empresas (otrora estatales) privatizadas con los primeros albores del supuesto cambio democrático. Aquí no pasó nada. ¿El pueblo? Recibió dos cáscaras de banana y un pasaporte para viajar «libremente». Eso fue todo. Aparentemente la clase dirigente comunista dejó el poder político, pero adquirió un poder económico tal, que hasta el día de hoy les hace inevitables y en realidad siguen siendo los mismos bandidos quienes mandan en estos pobres países. De Berlín y Praga, pasé a Albania, donde me tocó encontrarme con un país sumido en la miseria, y todavía bajo el terror de la dictadura estalinista. Ni hablar allí de «democracia socialista», allí no existían ni esos mínimos derechos y libertades de las que se podían hasta vanagloriar algunas de las democracias populares de ese entonces. Todas estas experiencias (siendo solo espectador de lo que pasaba) me fueron haciendo hervir el agua en la cabeza... demasiada mentira, demasiadas injusticias, y todo eso en medio de Europa, con toda esa tradición, cultura y civilización... y mi América Latina estaba lejos, tan lejos...