El Palestino (95 page)

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Authors: Antonio Salas

Yo también lo sentía, pero era la opción más razonable. Así que decidí seguir el consejo del agente Juan, y en la siguiente conversación telefónica con Chino le comenté alguna de mis anécdotas reales con la policía española, como aquella cinematográfica detención e identificación en pleno centro de Tenerife, al salir de la mezquita. Y, en base a esa información real, le hice creer que, ante tal presión policial, me había visto obligado a comprar un DNI español falso en el mercado negro para moverme por Europa.

—Así que dile a los suecos que no hagan ninguna reserva a nombre de Muhammad Abdallah, y que tampoco intenten averiguar en qué vuelo llego ni con qué compañía voy... porque tendré que usar otro nombre, por seguridad. Diles que ya me ocupo yo del viaje por mi cuenta...

En teoría, con esta argucia perdía un billete de avión gratis, pero ganaba en seguridad. Al menos en una ficticia sensación de seguridad, porque no tenía ni la menor idea del lío en que estaba a punto de meterme, y de lo cerca que iba a estar de que se descubriese mi infiltración. Porque mi anfitrión en Suecia iba a ser un veterano y desconfiado guerrillero, que había combatido en Palestina y en Líbano... Me iba a costar mucho esfuerzo y todo mi encanto convencerle de mi identidad palestina.

Mi anfitrión en Suecia: la desconfianza del Negro

En cuanto mi avión hizo la aproximación al Aeropuerto Internacional de Estocolmo-Arlanda, preparé mi equipo de cámara oculta. Veinticuatro horas atrás, justo un instante antes de embarcar en su vuelo Caracas-Estocolmo con escala en Fráncfort (Alemania), Carías me dijo que él llegaría antes a Suecia. Pero como otros participantes en el encuentro llegaban casi a la misma hora que yo, nos estarían esperando en el aeropuerto. Y así fue.

Una vez más, en cuanto recogí mi equipaje activé la cámara oculta. Gracias a eso está grabado mi encuentro con la nutrida recepción que nos aguardaba al otro lado del control policial sueco.

En cuanto me asomé a la sala de llegadas reconocí al Chino Carías, que se encontraba en la cafetería rodeado de un grupo de personas. Nada más verme, se acercó rápidamente para darme un abrazo y, tomándome por el codo, me apartó discretamente del grupo para preguntarme si había tenido algún problema con la policía en el viaje. Negué con la cabeza y le pregunté qué había ocurrido para que me preguntase eso...

—Me detuvieron en Fránc fort, dos horas (ininteligible) porque yo era terrorista. Me sacaron en la computadora, me pusieron la cara en la computadora, me estaban esperando. Me desnudaron y todo. Me decían: «Asesino, matón, vete de aquí, vete para tu país. Aquí no te queremos». «Pero yo no vengo para aquí, voy para Suecia.» «No vuelvas a agarrar este país como...»

—¿Escala? —completé yo.

—Escala. El tipo hablaba castellano y era alemán. «Tú has matado mucha gente», me decía. Coño, estaba más cagado...

Yo también me «cagué» con la confidencia que me estaba haciendo Comandante Chino nada más tomar tierra en Estocolmo. Tampoco hace falta ser un experto en contraterrorismo para saber que si la policía alemana había interceptado a Comandante Chino en su escala en Fránc fort, identificándolo como terrorista, era más que probable que en esos mismos momentos los servicios de inteligencia suecos nos estuviesen vigilando.

—Qué aventura, Chino. Ya empiezas la aventura antes de llegar...

le dije, intentando quitar hierro al asunto y mirando a nuestro alrededor con la esperanza de poder identificar a algún funcionario del espionaje sueco que estuviese fotografiando o grabando nuestro encuentro. Pero, claro, no vi a ningún tipo con gabardina y sombrero vigilándonos mientras hacía que leía el periódico... ¿Cómo si no identificar a un espía?

—¿Sí, verdad? —continuó el Chino—. Pero me calmé. No caí en la provocación... Ah, porque él me dice: «¿Qué hace él, qué hace José Sánchez Cheo, qué hace?». Le digo: «Terrorista igual que yo...», y el tipo me miraba con rechera... A mí me estaban esperando. Y me enseñaban fotos: «¿Quién es este tipo?», estaba arrecho... «¿Quién es este tipo?», me decía el policía...

Justo después de decir esto, se nos acercó un hombre de aspecto bonachón y sonriente, de tez muy oscura, casi mulato, y Chino me presentó a José Sánchez, alias
Negro Cheo
. Se trataba de un tipo bajito, rechoncho y de aspecto cordial, que debía su alias, obviamente, al oscuro color de su piel. Pero en cuanto me di cuenta de cómo me miraba el Negro, a pesar de sus bromas y cordialidad, intuí que algo iba mal.

Permanecimos un rato en la cafetería del aeropuerto con un grupo de salvadoreños pertenecientes al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). A principios de los ochenta, el Frente Farabundo Martí había aglutinado a diferentes movimientos guerrilleros durante la terrible guerra de El Salvador, alzados en armas desde diez años antes contra el gobierno derechista y sus aliados norteamericanos. Pero en un ejemplar ejercicio de madurez, en la década de los noventa el Frente Farabundo Martí evolucionó de la lucha armada a la lucha política, y en noviembre de 2008, a solo cuatro meses de las elecciones generales en El Salvador, el FMLN buscaba en el Foro Socialista de Estocolmo alianzas y apoyos para su candidato presidencial, Carlos Mauricio Funes Cartagena, quien por cierto ganaría las elecciones convirtiéndose en presidente de El Salvador el 15 de marzo siguiente.

Los camaradas salvadoreños tuvieron la oportunidad de relatarme algunas anécdotas de la feroz guerra de guerrillas que azotó El Salvador durante dos décadas y la enésima injerencia norteamericana en América Latina, que se produjo en su país. Pero sus explicaciones se interrumpieron cuando una atractiva mujer morena atravesó la puerta de la sala de llegadas. Se trataba de María Mirtala López, parlamentaria del Frente Farabundo Martí y una de las conferenciantes invitadas al Foro Socialista de Estocolmo. Casualmente, habíamos coincidido en el aeropuerto de Madrid, unas horas antes, sin que ninguno de los dos supiésemos que nos esperaba el mismo destino en Estocolmo.

Según me explicaron, además de los salvadoreños, se esperaba la presencia en Estocolmo de guerrilleros chilenos, colombianos, peruanos y de otros puntos de América Latina. Herederos de la filosofía del Che Guevara.

Por fin, tras los saludos de rigor y acordando reunirnos en el foro, nos despedimos en el aparcamiento del aeropuerto de Arlanda. Los salvadoreños del Farabundo Martí salieron hacia Estocolmo directamente, los venezolanos nos fuimos en dirección contraria, aún más al norte, a Uppsala. Allí tiene su casa el Negro y en ella nos íbamos a quedar los venezolanos aquellos días por varias razones. Entre otras, porque teníamos pendiente una visita a la sede del Partido Comunista de Uppsala y a la mezquita de la misma ciudad, que es la mezquita más septentrional del planeta.

Uppsala está a casi 80 kilómetros al noroeste de Estocolmo y, a juzgar por el frío, creo que no demasiado lejos de la residencia oficial de Santa Claus. Siendo la cuarta ciudad más importante del país, alberga la universidad más antigua de Suecia y una notable vida cultural. Allí nacieron el director Ingmar Bergman, el cantante Andreas Lundstedt, y algunas de las situaciones que Stieg Larsson imaginó para su trilogía
Millenium
. Y allí es donde yo iba a pasar esa semana, rodeado de ex guerrilleros latinoamericanos.

Hacía rato que había anochecido. La carretera estaba nevada y Negro conducía con mucha prudencia, así que tuvimos tiempo de charlar durante el trayecto. Se me acabó la batería de la cámara y la cinta. Pero, en cuanto la charla dentro del coche empezó a ponerse peligrosa, me di cuenta de que iba a tener que apañármelas para grabar como fuese aquella conversación:

—Mira, Negro, este es el camarada palestino del que te hablé. Un carajo bien arrecho...

—¿Tú eres palestino? —me dijo el mulato, mirándome desde el retrovisor con desconfianza.

—Sí, nací en Venezuela, por casualidad, pero mi mamá y mis abuelos eran palestinos.

—¿Dónde naciste?

—En Egido, ¿conoces? Cerca de Mérida.

—¿O sea, que eres gocho? Pues no tienes acento...

—Nací gocho, pero después de morir mi mamá las cosas no iban bien y siendo yo muy chico nos fuimos para España. Mi papá tenía familia en las Canarias, y viví muchos años en España, por eso el acento. Pero antes de nacer ya era palestino...

—Pues acá los camaradas palestinos no te conocen... Les pregunté a camaradas de la OLP y de Hamas acá y no saben quién eres...

Al escuchar aquello, todos mis músculos se tensionaron y todas mis alarmas se dispararon. Aquel tipo había estado investigándome antes incluso de mi llegada a Suecia, y eso no era buena señal. Instintivamente, coloqué la mano en la palanca de la puerta y miré por la ventanilla. Pero incluso aunque hubiese pensado en tirarme del coche, ¿adónde iba a ir? Fuera solo se veía oscuridad y nieve. Estábamos en algún punto de la autopista de Estocolmo a Uppsala y no tenía donde esconderme. No tenía ni un solo contacto en toda Suecia al que acudir. Así que intenté tranquilizarme y averiguar de dónde venían las sospechas del Negro...

—¿La OLP? ¿Por qué me iban a conocer en la OLP? —le pregunté muy inquieto.

—Chino nos dijo que tú eras el representante de la OLP en Europa, y los camaradas palestinos de la OLP dicen que no te conocen... —insistió el Negro Cheo con remarcada desconfianza.

—¡Verga, pana, qué dices! Yo no estoy en la OLP —repliqué mirando a Chino con reproche—. Pero ¿tú qué le has dicho al camarada?

—Sí, hombre, lo de Ilich, que tú eres el que lleva el tema de Comandante Carlos en Europa, ¿eso no es la OLP? —respondió Carías, restando importancia a la confusión. Y a mí me dieron ganas de estrangularlo en ese mismo momento.

—Joder, Chino, serás huevón, no te enteras. La OLP es la Organización para la Liberación de Palestina, lo de Arafat, y lo del comandante es el Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez, el CRIR.

—Verga, chico, qué más da la vaina. Pues eso, el CRIR...

Chino Carías, poco familiarizado con el conflicto palestino, me había colocado en la primera organización de resistencia palestina que le resultó familiar, y se quedó tan ancho. Y lo que en otras circunstancias no pasaría de una confusión absurda, de una anécdota inocente, en este caso había predispuesto la desconfianza del Negro, antes incluso de que yo pusiese un pie en Suecia. Y esa desconfianza se iba a mantener durante casi toda mi estancia en el país, obligándome a utilizar todos mis recursos.

En realidad, el Negro Cheo es un tipo fantástico. Muy amable, extremadamente cordial, periodista colaborador en diferentes medios suecos y latinoamericanos y un estupendo anfitrión. Sin embargo, también era capaz de fulminarte con la mirada. Esa misma mirada fría que descubrí en docenas de miembros de diferentes grupos armados que había conocido durante la investigación, y que en el aquel momento ya se había prolongado durante cuatro años y medio. Personas que saben lo que es empuñar un arma para dirigirla contra otro ser humano.

Unos kilómetros más adelante se me ocurrió intentar reconducir la conversación, después de sacar mi teléfono móvil para grabar lo que ocurriese a continuación, confirmando lo que me había dicho el Chino antes de volar hacia Suecia:

—Al final, ¿vienen los camaradas de Hizbullah? —pregunté.

—No —respondió el Negro muy cortante—. Pero yo tengo contacto permanente con ellos. Pero ellos quieren saber quién eres tú...

El corazón volvió a golpearme como un loco en el pecho intentando abrirse camino hacia la boca. Y, por enésima vez en esta infiltración, sentí que el tema me quedaba grande. Yo no estaba capacitado para enfrentarme a situaciones como esta y tenía la sensación de que, incluso dentro del coche, a oscuras, todos se iban a dar cuenta de mi sudor frío y mi agitada respiración... Y la cosa iba de mal en peor. Porque aunque yo decidí que era mejor estar calladito, concentrándome en no sufrir un ataque de pánico, los venezolanos seguían charlando, recordando sus tiempos de lucha armada en América, Europa y Oriente Medio... Y en un momento determinado también grabé nueva información sobre la relación del Negro con Hizbullah. Y parecía que no exageraba al afirmar que tenía un contacto directo con los terroristas más peligrosos del mundo, según los expertos israelíes:

—(Cuando estábamos en Líbano...) la misión era aprender a poner bombas en los barcos... bombas abajo. Tienes que saber bucear... Por ejemplo en Beirut, donde está la embajada americana, que tiene una salida por el mar. No sé ahora, por ese entonces tenía una salida por el mar...

Por increíble que me sonase la historia, tiempo después encontraría una fotografía del Negro durante su entrenamiento submarino en Beirut, que me obligaría a conceder más credibilidad a su testimonio, y que incluí en mi álbum de fotos...

Cada kilómetro que me alejaba del aeropuerto de Arlanda me sentía más y más desbordado por la situación. Me limitaba a concentrarme en que no descubriesen la cámara, y a valorar cómo podía ganarme la confianza de mi anfitrión, que me miraba de reojo por el retrovisor del coche. Los venezolanos, sin embargo, no dejaban de charlar de los viejos tiempos, y así fue como me enteré de que el Negro había sido compañero de armas —o eso decía— del Viejo Bravo, tanto en Venezuela como en Oriente Medio. De ahí venía su relación con el Chino Carías y los demás tupamaros. Según aquella conversación, el Negro había participado en el primer secuestro de un avión en la historia de Venezuela, muchos años atrás, y también en algunos atracos a bancos. Siempre, eso sí, para subvencionar la lucha revolucionaria... o esa era la excusa. A raíz de su situación de perseguido por la justicia venezolana prechavista había terminado por refugiarse en Suecia, donde se había casado, tenido hijos y rehecho su vida, desestimando la idea de regresar a su país. Así que el Negro se había convertido en el «hombre en Suecia» de mis camaradas tupamaros. Igual que más tarde conocería a los supuestos «hombres en Suecia» de las FARC, los sandinistas, etcétera.

No sé si fue por el frío polar, por la oscuridad o por el subidón que me había producido el primer interrogatorio del desconfiado Negro Cheo, pero cuando llegamos a Uppsala no conseguía tranquilizar mi sistema de alarma. Tenía la sensación de que en cualquier momento me iba a tocar salir corriendo para salvar la vida. Pero ¿adónde iba a ir si realmente descubrían mi tapadera? Así que solo me quedaba poner mi destino en manos de Allah y estar muy alerta a todo lo que ocurriese a partir de entonces. Y no tuve que esperar ni cinco minutos para que el Negro me demostrase que mi inquietud estaba justificada, como siempre, al advertirme que el venezolano no se fiaba ni un pelo de mí.

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