Authors: Antonio Salas
Así que abrí la mochila y extraje un montón de ejemplares de los periódicos venezolanos con mis artículos, y del último número de
Los Papeles de Bolívar
, tanto una edición en árabe como otra en castellano que intencionadamente había dedicado a la biografía de Ilich Ramírez, para colocarlos en uno de los puestos con otras publicaciones de las FARC, los sandinistas, los tupamaros y otras organizaciones revolucionarias latinoamericanas. De hecho, el Negro se ocupó de repartir mis periódicos y fanzines por varios
stands
colaborando, sin quererlo, con la integración de mi personaje en la comunidad revolucionaria reunida en Estocolmo. Más tarde me iba a ser útil que muchos latinoamericanos refugiados en Suecia, que habían pertenecido a la lucha armada, conociesen mis artículos en aquellos periódicos y mi identidad como
webmaster
y representante en Europa del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez.
Y por si esa tapadera no fuese suficiente, de repente Comandante Chino me llamó desde un extremo del vestíbulo pidiéndome que me uniese a un grupo de personas que estaban visionando unos vídeos de comunicados revolucionarios en una pantalla.
—Vente
p’acá
, Palestino, que te voy a presentar al camarada peruano Antonio Romo. Mírate a ver si reconoces a alguien ahí... —me dijo el Chino, sonriendo cómplice mientras me presentaba al tipo de perilla, de unos treinta años, que estaba proyectando en ese momento el vídeo con el comunicado que habíamos grabado en Venezuela, en abril de ese año.
—Un honor conocerle, señor Muhammad —me dijo el peruano, sin que yo pudiese salir de mi asombro.
No tengo ni idea de qué relación tenía el Chino con el peruano, ni cómo llegó nuestro vídeo a visionarse en Estocolmo. Pero, desde luego, el hecho de aparecer encapuchado y armado al lado de los hombres del Chino en aquel comunicado terrorista me había hecho ganar muchos puntos.
No es posible resumir la descomunal actividad que se producía en el foro. Más de 75 conferencias, mesas redondas y coloquios simultáneos trataban cuestiones como la independencia de Kosovo, el Sahara o Euskal Herria; la invasión de Iraq, Afganistán o Palestina; la injerencia norteamericana; el Fondo Monetario Internacional; el movimiento antiglobalización, etcétera. Yo estaba desbordado. En cada una de las plantas del edificio existían diferentes aulas donde de manera simultánea se impartían diferentes conferencias y mesas redondas, con miembros de las organizaciones revolucionarias y de resistencia más emblemáticas del mundo. Y aunque yo formaba parte de la comisión venezolana, y por tanto estaba asignado a un aula de la cuarta planta, tuve la oportunidad de hacer muchos contactos interesantes en aquellas jornadas.
Los puestos de libros de la planta baja, donde se repartía mi humilde fanzine y los periódicos venezolanos con mis artículos sobre el mundo árabe, fueron el reclamo y tapadera perfectos para atraer a conferenciantes participantes en las jornadas como el ultracatólico irlandés y ex IRA John O’Brian, nombre sin duda falso, interesado en la posibilidad de comprar o vender munición a las guerrillas latinas o de Oriente Medio a través de mí; o el iraquí doctor Azizi Filu (no estoy seguro del apellido porque me lo escribió en árabe y su grafía no era muy clara), que asistía con su hija y era capaz de mantener la sonrisa a pesar de las atrocidades que los ejércitos norteamericano y europeos, incluido el español, habían cometido en su país. Cada uno de ellos con toda una apasionante historia vital a sus espaldas, imposible de resumir en tan poco espacio.
También tuve la oportunidad de conocer a muchos miembros de la lucha armada en América Latina, así como a políticos de izquierdas desplazados a Suecia para participar en el foro. Desde su prisión en París, el comandante Ilich Ramírez,
Carlos
, no dejaba de telefonearme, entusiasmado por lo que le iba describiendo y esperando impaciente su momento de dirigirse a los asistentes a la mesa sobre América Latina a través de mi teléfono móvil.
Pasaron muchas cosas interesantes, que quizás puedan ser útiles a analistas más cualificados que yo. Por ejemplo, en una de las llamadas le comenté a Ilich que también se encontraba en la sala Francisco Chavarría, el encargado de Negocios de la embajada de Nicaragua en Suecia, y me pidió que lo pusiese al teléfono. Pero Chavarría, aunque me facilitó su tarjeta y fue muy amable conmigo, no quiso hablar con el Chacal. Fue el único de todos los políticos, empresarios y militantes con los que Ilich me pidió hablar en Estocolmo que no quiso ponerse al teléfono. Quien sí se puso y estuvo unos minutos charlando con Ilich fue Zulima Rojas Mavares, la equivalente de Chavarría pero en la embajada venezolana en Suecia. Tras la conversación, Chacal me ordenó que consiguiera su tarjeta, y eso hice.
Mi primera impresión fue que en aquel foro socialista, desbordado por internacionalistas de izquierdas llenos de buenas intenciones y convencidos de que podían cambiar el mundo, había también otros infiltrados. Personas muy alejadas de las utópicas pretensiones comunistas, y más movidos por intereses económicos o de venganza. Si yo hubiese sido un terrorista auténtico, en Estocolmo habría hecho los contactos pertinentes para establecer un puente de colaboración entre mis camaradas latinos, palestinos, libaneses o vascos. Y por primera vez comprendí por qué Ilich Ramírez podía relacionarse, durante los años setenta y ochenta, con todas las organizaciones terroristas del mundo. No es tan difícil. Basta con estar en el lugar apropiado en el momento oportuno. Y encontrar el punto en común de todas las organizaciones armadas cristianas, islámicas, judías o incluso ateas: la necesidad de matar, más y mejor, como una forma de propaganda ideológica.
En cuanto la organización nos notificó el aula donde se celebraría la Mesa Latinoamericana, organizada por RESOCAL, la Red de Solidaridad con América Latina, salí disparado para preparar las cámaras. No quería que la intervención de Ilich Ramírez me pillase desprevenido. En cuanto entré en el aula ya había dos tipos más preparando cámaras de vídeo. Así que procedí a buscar dos lugares estratégicos para situar las mías. Coloqué los trípodes, conecté los micrófonos y enchufé las tomas de tensión, mientras el aula, con apenas 35 sillas, se llenaba absolutamente de público. En cinco minutos la sala ya triplicaba su aforo. Miembros de diferentes organizaciones de izquierdas, y con toda probabilidad uno o dos agentes del servicio secreto sueco, entre otros, se apiñaban como hormigas en un local del todo insuficiente para un evento de estas características, y, siguiendo el estilo informal y espontáneo que nos caracteriza a los latinos, una voz con acento colombiano se alzó entre la masa: «Compañeros, acá no se cabe, vámonos para el pasillo...».
¡Ea!, dicho y hecho. Un centenar de revolucionarios componentes de la Mesa Latinoamericana, número que continuaba creciendo, arramblaron con las sillas de esa y de otras aulas vecinas y tomaron el amplio pasillo, improvisando una sala de conferencias al más puro estilo okupa, mientras los cámaras nos quedamos con cara de gilipollas y con nuestros equipos enfocando a una sala ahora vacía. Así que había que reaccionar rápidamente. Agarré mis cámaras y trípodes y me arrojé en medio de la masa humana, que buscaba un lugar donde acomodarse, con la misma febril ansiedad con la que mi abuela buscaba las mejores ofertas el primer día de las rebajas de enero.
Entre codazos y empujones improvisé como pude en la nueva ubicación, para tener dos tiros de cámara en el pasillo. Solo surgía un nuevo problema: al cambiarnos de lugar nos habíamos quedado sin el sistema de megafonía que tenía que ampliar la voz de Carlos el Chacal, desde mi teléfono móvil, para hacerla audible a todos los asistentes. Pero Allah es compasivo. De repente se me acercó el técnico peruano que había estado proyectando los vídeos de nuestro comunicado terrorista, y debo agradecer a Antonio Romo, con quien seguí en contacto por Internet posteriormente, el milagro. De alguna manera, el camarada peruano consiguió hacerse con unos altavoces, un amplificador y un micrófono en la sede de la ABF, y gracias a él, y solo a él, pudo hacerse audible la mesa redonda de América Latina en la improvisada sala de conferencias, en aquel pasillo de la ABF.
A partir de ese momento todo fue una previsible sucesión de incompetencia e improvisación... Mi teléfono móvil no hacía más que sonar una y otra vez. Desde París, Carlos el Chacal empezaba a impacientarse esperando el momento de su intervención en el foro. Yo trataba de explicarle que aquello era un caos y que ahora estábamos montando las conferencias en el pasillo, pero a Ilich Ramírez no le gusta esperar.
Comandante Chino, que había sido invitado junto con el ex concejal Carlos Herrera y David Arraez en la representación venezolana, abrió el caótico acto con la primera conferencia de la mesa. Y lo primero que hizo fue «denunciar el secuestro del comandante Ilich Ramírez». Pero cuando llegó el momento de leer el comunicado enviado por el Chacal, cayó en la cuenta de que se lo había olvidado en Uppsala. Así que miró al Negro buscando una solución. El Negro me miró a mí y yo volví a mirar al Chino para que se enrollase un poco y me diese tiempo para conseguir un ordenador e imprimirlo de nuevo en una de las aulas de la ABF.
Ahorraré los detalles. Mi ángel de la guarda se había empeñado en que, pese a la conspiración de los incompetentes, todo saliese bien, y finalmente Comandante Chino leyó el comunicado de Ilich y nos las apañamos para que Carlos entrase por teléfono, soltando su discurso en castellano y en inglés. Supongo que hacía la llamada desde algún tipo de locutorio público en la prisión de París, porque desde su lado de la línea se colaban risas, gritos y murmullos de otros presos o de sus visitantes, lo que no dejaba de restar dramatismo al mensaje del terrorista más peligroso del mundo, dándole a la llamada una aureola ridícula y chapucera. Pese a ello, su improvisada intervención arrancó entusiastas aplausos del público. Aunque sospecho que la mitad no tenía ni idea de quién era el tipo al que acababan de escuchar.
Tras la intervención de Comandante Chino y el Chacal, siguieron las demás conferencias y comunicados a cargo de los otros participantes en la mesa de América Latina que estaba siendo emitida en directo por FMLN-Suecia a través de Internet.
María Mirtala, la atractiva parlamentaria del Frente Farabundo Martí que había conocido en el aeropuerto, se lamentó de que había preparado una conferencia completa, que incluso se había tomado la molestia de traducir para los suecos no hispanoparlantes, y que ahora tenía que resumirla a un breve comunicado debido al tiempo perdido en el cambio de ubicación. Su aportación estaba muy polarizada por las inminentes elecciones en El Salvador que terminarían por llevarlos al poder unos meses más tarde. Valentín Pacho, representante de los trabajadores peruanos en la Federación Sindical Mundial, fue interrumpido en varias ocasiones por los aplausos, al recordar las invasiones de los europeos y los americanos en América Latina. Sus reflexiones sobre la destrucción de los imperios maya, azteca e inca por parte de los europeos, y cómo ahora los inmigrantes latinos en Europa son tratados como invasores cuando vienen a buscar trabajo —y no el oro o las mujeres de los nativos como hicimos los españoles— entusiasmaron a los presentes. Igual que las aportaciones de José Robayo Zapata, del Partido Socialista de Ecuador, que pidió un minuto de silencio por una camarada caída, Alba, fallecida pocos días antes.
Aunque a mí me despertó especial interés la conferencia de Alberto Pinzón, médico, investigador y antropólogo colombiano, que hizo una previsible reivindicación de la guerrilla de las FARC o del ELN. Pinzón, que se definía como un «luchador por la paz», participó —y esto es lo realmente interesante— en los diálogos del Caguán, en 2002, entre el presidente Pastrana y las FARC. Así que sabía de lo que hablaba. En su intervención, Pinzón aportó unas cifras aterradoras sobre la ignorada masacre que está generando en Colombia el conflicto armado, lejos de la atención de la prensa europea: «Ochenta mil asesinados políticos, quince mil fusilados o ejecutados, treinta mil desaparecidos, quince mil sindicalistas asesinados, en 2007 treinta y nueve directivos sindicales ejecutados. Quinientas autoridades indígenas (caciques) ejecutadas durante el mandato de Uribe hasta ahora... En el último año 2007, cien mil torturados detenidos políticos, cuarenta y cinco de ellos murieron. Estas son cifras sacadas del informe de Amnistía Internacional del octubre anterior, camaradas, corroboradas en Bruselas».
Aunque mis cámaras estaban grabando todas las conferencias para después poder visionarlas con más calma, no pude prestar a Pinzón toda la atención que merecía, porque Ilich Ramírez continuaba llamándome desde París para averiguar qué tal había salido su intervención. Tuve que hacer auténticos trucos de magia para conseguir grabar también esas llamadas, prácticamente todas, con el sistema que había inventado ex profeso para este fin. Pero como es lógico me resultaba mucho más complicado utilizarlo allí, con tanta gente alrededor. Así que tenía que meterme en alguna aula, en algún lavabo, o buscar algún rincón discreto donde activar el grabador y el micrófono para registrar estas llamadas. Salvo dos o tres, que me fue imposible grabar, todas han quedado registradas en mi archivo.
Y fue justo allí, en Suecia, después de su intervención en el foro de la ABF, donde Ilich por primera vez me preguntó directamente por mi estado civil.
—Aprovecha la visita,
mihijo
, que las suecas están bien lindas —me dijo con evidente picardía—. Yo conocí alguna muchacha ahí, oye, qué pedazo de hembras... ¿Tú estás casado?
—No, Ilich, soy viudo. Mi esposa era palestina —respondí, intentando encajar en mi mente y en mi voz la imagen de mi amiga Fátima, superpuesta con la triste historia real de Dalal Majahad, la joven palestina asesinada en Yinín un día después de la publicación de mi libro
El año que trafiqué con mujeres
y dos días antes del 11-M.
—Coño, pana... ¿Una mártir?
—Sí.
No hizo falta decir nada más.
Además de las actividades en la ABF, la comisión venezolana tenía una apretada agenda de contactos y actividades en Suecia. De hecho, durante esos días acompañé a mis camaradas a varias reuniones con miembros de tal o cual organización revolucionaria. Asistimos a locales sociales, clubs latinos e incluso medios de comunicación bolivarianos establecidos en Europa hace años. Uno de los más importantes y controvertidos, sin duda, Radio Café Stereo.