Authors: Antonio Salas
Aquel hombre alto, muy delgado y de hablar pausado podría pasar fácilmente por un árabe. Muy moreno de piel, era de linaje indígena, quizás descendiente del mismo Guaicaipuro. No me costaba ningún esfuerzo imaginármelo con una túnica blanca y con el gorro de
salat
, rezando a mi lado en la mezquita de Caracas. Me costaba más imaginármelo empuñando un fusil. Sin embargo, Sidi tenía una dilatada experiencia en la lucha armada. Y esa misma noche lo acompañaría en algunos de los preparativos para la inminente guerra civil que, según él, podía estallar en Venezuela el día 3 de diciembre, cuando Chávez ganase de nuevo las elecciones y los yanquis invadiesen el país, como habían hecho antes en Panamá, El Salvador o Granada...
Recuerdo que a Sidi también le impresionó mi álbum de fotos y la historia sobre el asesinato de mi esposa, embarazada de mi primer hijo, por una bala judía. Pero le impresionó aún más aquel ejemplar del Corán, escrito a mano, que yo llevaba copiando del árabe durante meses. Y supongo que aquel Corán terminó de convencerle de mi radical compromiso con el Islam... lo que pudo haberme costado un serio disgusto.
Yo creía que la disposición de Sidi a responder a todas mis preguntas, a concederme una entrevista y a permitirme que le acompañase en los preparativos para el posible enfrentamiento armado obedecía a una simpatía mutua. Pero me equivoqué. En realidad, Sidi estaba intentando investigarme a mí, como yo lo estaba investigando a él. Las fotos que me había tomado en Yinín, armado como un fedai; mis viajes por diferentes países árabes y mi ideología antisionista y antiimperialista él los interpretó de una forma que jamás me hubiese imaginado. Carlos Alberto Ríos
Musulmán
y las personas a las que informó de mi presencia en Caracas sospecharon que yo podía ser un agente de Al Qaida que buscaba en Venezuela nuevos aspirantes a la banda terrorista... Sidi, en el fondo, se había creído también los rumores extendidos por la oposición y por las agencias de inteligencia norteamericanas de que los seguidores de Ben Laden se encontraban en Venezuela, y cuando le hablé de mis amistades en la comunidad islámica de Isla Margarita, y mi inmejorable relación con Teodoro Darnott,
Abdullah
, terminé por ponerme yo mismo la soga al cuello.
Con el mismo cinismo con el que yo asentía cuando Sidi me hablaba de sus experiencias revolucionarias, mientras intentaba memorizar todos los datos que mencionaba, el tupamaro-musulmán memorizaba todas las informaciones que yo le daba sobre mi experiencia en Palestina, Jordania, Egipto, Líbano o el norte de África, para luego informar sobre mí. Era la paradoja del espía espiado. Pero aun así Sidi no tuvo problema en concederme una entrevista. Mis contactos previos con el Canal 8 (VTV) y con Al Jazeera, y con todos los periódicos alternativos, justificaban perfectamente mi cobertura como colaborador de los medios árabes en Venezuela. Por eso hoy puedo transcribir literalmente sus respuestas a mis preguntas, tal y como fueron grabadas.
Sidi resultó ser un ferviente devoto del proceso revolucionario. Había vivido y sufrido todos los gobiernos anteriores a Chávez, directamente vinculados a los intereses norteamericanos en Venezuela. Y hablaba de Hugo Chávez como si se tratase del Madhi anunciado en las profecías mesiánicas del Corán: «Este es el fruto de un trabajo de conciencia —me explicaba refiriéndose al presidente—, con gran admiración a un hombre que es igual a nosotros, que nos indicó cómo aprender a conocernos a nosotros mismos, al que está al lado. Saber que esa otra persona es un igual a nosotros, un ser humano. Y cómo este pueblo viene del hambre, de la miseria. Con relación al pasado, este pueblo tiende a entender mejor la condición social que vivimos ahorita en función de la revolución».
—Sidi, ¿cómo llegaste a los Tupamaros?
—Yo llego a los Tupamaros en la calle Juan XXIII de Catia. Venía del Partido Comunista, de llevar periódicos del Partido Comunista a los nueve años. Estaba el Partido Comunista y Bandera Roja. Vengo ahí porque a nosotros la DISIP en ese entonces nos mata a unos muchachitos. Solo nos salvamos dos. Nos llamábamos en aquel entonces «Los 14». De ahí me esconden en la calle Juan XXIII, y empiezo a conocer personas vinculadas con el movimiento Bandera Roja, el PCV, y se empieza a formar un grupo que denominan Tupamaro. Eran personas mayores que en ese entonces pensaban, y siguen pensando, en la realización de un país, soñar un país que ellos nunca tuvieron. De ahí nace Tupamaro. Tupamaro tampoco es un partido político, aunque hoy lo es, pero no nace con esa idea. Nace con la idea de ayudar a desarrollar el país y defenderlo de todo lo que depredaba el país y aún sigue depredándolo. Ayudar al prójimo en la cultura, con el desarrollo del país, ayudar a que tomaran conciencia con relación a su propio país...
—¿Y cómo un tupamaro descendiente de indígenas decide convertirse al Islam?
—Es una historia muy larga. Yo estuve con los cristianos, visité las iglesias pentecostales... visité tantos cultos. Pero vi que la gente se vestía trajes caros, con zapatos caros. Que oraban una cosa y hacían otra. No hacían lo que predicaban. Y, aparte de eso, yo no sentía esa cosa que sientes siendo musulmán. Eso que no es dinero ni ropa. Eso es muy importante para mí. Eso me llevó a no quedarme en ninguno de esos centros, que para mí son sectas, el engaño más vil que se le puede hacer a un pueblo. Pero yo no me dejé engañar, aunque siempre estuve buscando. Y estaba buscando porque yo sabía que yo no estaba solo. Aunque rodeado de personas me sentía solo. Pero un día conocí a mi hermano Ashir, y él me habla del Islam. Y me habló de los valores, de la igualdad de los derechos. Nunca me habló del dinero... Me dijo: «Examínate. Piensa en lo que te estoy diciendo». Y lo hice. Estuve pensándolo seis meses. Volviendo atrás y adelante. Me extrañaba y me admiraba su vestimenta, aunque yo no me veía vestido así, esa no era mi cultura. Pero fui saliendo con él. Nos hicimos muy amigos y cuando fui a la mezquita sentí algo tan grande. Sentí que mi desesperación desaparecía, y quería quedarme allí. Hicieron una oración, e intervine por primera vez, porque no tenía por qué intervenir. No sé qué me obligó a intervenir, no sé qué palabras dije, yo no era musulmán todavía, no tenía por qué intervenir. Le dije: «Consígueme un libro para poder orar». Y me lo consiguió. Lo estudié en casa. Aprendí las oraciones, las posiciones y todo lo que implica ser musulmán, y entonces le dije: «Consígueme el Corán». Y aprendí que el Corán no se puede leer por leer. Hay que estar aseado. No solo de cuerpo sino también de mente. Y empecé a ponerlo en práctica. Para mí ha sido fantástico haber cambiado.
Como tupamaro, y ya converso, Sidi había vivido el golpe de Estado de 2002 como el resto de mis amigos tupamaros... dispuesto a morir matando, y continuaba dispuesto a defender la Constitución bolivariana y al presidente Hugo Chávez a través de las armas. Como todos los tupamaros.
—¿Cómo vivisteis el 11 de abril?
—Nos agarró de sorpresa, porque hubo un retardo en la población, porque estábamos esperando que el Estado actuara. Nunca pensamos que el Estado estaba tan neutralizado. Por eso el retardo en la población, confiando en el propio Estado político, el pueblo esperó hasta que se anunció que el presidente estaba secuestrado. Y como el Estado político no dio respuesta, y como este proceso tampoco es del Estado político, sino que es del pueblo, el pueblo se echó a la calle. Porque al pueblo no le van a quitar lo que es suyo. Y el presidente, Hugo Chávez Frías, es del pueblo.
—¿Y si fuera necesario volver a usar las armas?
—Mira, hermano, cuantas veces sea necesario usar las armas para defender a mi pueblo y para defenderme a mí, se sacarán. Yo muero, pero acuérdate que nacerán miles detrás de mí.
Sidi, un superviviente de las calles de Petare, había vivido en sus carnes los momentos más críticos de la historia de Venezuela. Una historia llena de cicatrices. Heridas mal suturadas, que podrían volver a desgarrarse a poco que se tensase demasiado la piel. Y una de esas heridas, de las más sangrantes, fue la que rajó la piel de la historia en Venezuela el 27 de febrero de 1989. Bajo el mandato de Carlos Andrés Pérez, el hambre, las carencias y las miserias llegaron a tal extremo, que el pueblo se echó a las calles para asaltar las tiendas y los supermercados. Las imágenes de los caraqueños de los cerros llevándose trozos de carne, pan o galletas bajo el fuego del ejército de Pérez dieron la vuelta al mundo. Y Sidi estaba allí, fusil en mano, con los Tupamaros, enfrentándose a la policía y al ejército venezolano de la IV República.
—Tú has vivido casi todos los enfrentamientos armados de los últimos años en Venezuela, como el Caracazo... ¿Cómo fue?
—Nosotros, cuando se arma la tanda, nos bajamos. Acuérdate de que no había celulares. Así que nos bajamos y nos encontramos en un sitio, en pleno proceso de violencia, y nos montamos en varios puntos estratégicos. Y la policía metropolitana matando a la gente a quemarropa. La comisaría de El Llanito involucrada. Bueno, tomamos posición y empezamos a disparar también. Hasta que llegó el ejército. Llegaron dos convoyes del ejército. Nos enfrentamos a uno, y tuvimos comunicación. Nosotros queríamos que abriesen los negocios y que la gente bajase a tomar comida y que se fuera a su casa. No queríamos que los matasen solo por no tener comida. Y no tenían comida porque la gente gana muy poco para almacenar comida. Y no se sabía hasta cuándo iba a durar esa situación. Les dijimos: «No queremos enfrentarnos con ustedes». Bueno, y se pactó. Se empezaron a abrir los supermercados y los locales comerciales. Y la gente empezó a entrar. Pero de pronto empezaron a matar a la gente nuevamente, dentro de los supermercados... Eso fue horrible.
En este momento ocurrió algo que no esperaba. Sidi, el aguerrido tupamaro, con experiencia de combate, se rompió. Al recordar a los camaradas caídos en los enfrentamientos entre los grupos tupamaros y la policía de Carlos Andrés Pérez, se le quebró la voz y se le humedecieron los ojos... Me pidió que dejara de grabar un segundo para recuperarse. Es con testimonios así cuando un periodista occidental puede empezar a imaginar lo que supone para los venezolanos de los sectores más humildes la llegada de Hugo Chávez al poder. Para ellos, como ocurre con los indígenas en la Bolivia de Evo Morales, o con los afroamericanos en los Estados Unidos de Obama, es como si «uno de los nuestros» hubiese conseguido materializar los sueños desgarrados de todo un pueblo. Para venezolanos como Sidi, que llevaban toda la vida defendiendo con las armas sus ideas ante los sucesivos gobiernos de derechas, la llegada de Chávez supuso la única esperanza posible de un futuro mejor. Sin injerencias norteamericanas. Por eso defendían con tanta pasión, casi fanática, a su presidente. Y estaban dispuestos a matar y a morir por él.
Creo que aquellas lágrimas de Sidi, alias
Musulmán
, me hicieron empezar a comprender un poco por qué la tensión entre chavistas y opositores es mucho más que un simple enfrentamiento político. La oposición, para los bolivarianos, significa volver atrás, a los tiempos de Carlos Andrés Pérez, de Caldera, de Lusinche. A los tiempos del monopolio de PDVSA, de la injerencia norteamericana, de los pocos ricos muy ricos y de los muchos pobres muy pobres, del Caracazo... Cuando se recuperó, Sidi continuó su relato ante mi cámara.
—Tú sabes qué pasa. Son cosas que, aunque no se quieran olvidar, tampoco se pueden recordar. Porque es que, tantos amigos tuyos muertos... Amigos. Amigos de años. De escuela. De liceo. Que entonces sus caras te empiezan a pasar así, en tu mente... Empiezas como a volver a ver lo que está sucediendo en ese momento... a vivirlo... Afecta mucho. Bueno. Cuando ya perdimos esa batalla, pero no la guerra, estamos replegados, nos interceptan. Hay unos disparos, caen unos compañeros y nos salvamos algunos. Unos iban hacia el Cubonegro, otros hacia la Carlota. Tú sabes qué indignación... que me dispares a mí porque yo te estoy disparando está bien, es justo, pero que le disparasen a los jóvenes, dentro de la Carlota, con el fusil en el suelo y las manos en alto... Con una tanqueta. Eso no se me olvida, y eso lo hicieron los que comandaban entonces, que fueron los mismos que montaron el golpe del 11 de abril.
Y Sidi no estaba dispuesto a olvidar. No iba a permitir que nada ni nadie atentase contra el gobierno bolivariano que tantos años y tanto plomo les había costado. Ni los yanquis, ni la oposición, ni tampoco Al Qaida... Esa misma noche, y la siguiente, me permitió acompañarle para reunir información sobre las supuestas conspiraciones que los opositores leales a Manuel Rosales estaban preparando contra Chávez. En varios puntos de Caracas nos reunimos con informadores que espiaban a los grupos leales a Rosales, y recogimos denuncias de supuestos puntos de almacenamiento de armas por parte de los opositores. «En El Hatillo han visto unas camionetas de los adecos cargando unas cajas alargadas...», «Me han dicho que los copellanos del Cafetal se están concentrando en unas quintas de El Ávila para armarse», «Los de Chacao y Baruta están escondiendo armas en unos contenedores...». De todos lados llegaban rumores, que yo no pude confirmar, sobre la presencia de grupos armados de la oposición dispuestos a tomar el poder como lo hicieron el 11 de abril de 2002. Secuestrando a Chávez a punta de pistola y poniendo a un nuevo presidente, Carmona el Breve, en su lugar. Por cierto, con la connivencia del Partido Popular español.
Es un secreto a voces que diferentes intereses internacionales estaban al corriente del golpe de Estado contra Chávez en 2002. En diciembre de 2004, el mismo año en que el PSOE ganó las elecciones gracias al 11-M, y con las tensiones entre el PP y el PSOE en su mejor momento, Miguel Ángel Moratinos rompió el pacto de silencio, sacando el tema del «apoyo» popular al golpe de Estado contra Chávez en una entrevista que había concedido a un programa de televisión. Estalló el escándalo y Moratinos tuvo que responder en el Congreso de los Diputados, disculpándose con el PP por «sus malas formas» al sacar este tema. Sin embargo, nadie en la izquierda española o venezolana duda de que la pretendida relación del gobierno Aznar con ese golpe de Estado de 2002 va más allá de la banda presidencial «made in Madrid» que lucía Carmona cuando juraba su nuevo cargo en Miraflores, mientras Chávez era trasladado a punta de pistola a la isla de La Orchila. El partido Izquierda Unida, tercera fuerza política española, hizo entonces las acusaciones más graves al gobierno popular por haber apoyado a los golpistas.
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Una relación esta entre populares y antichavistas que explica muchas reacciones políticas actuales... Carmona huyó a Miami junto con muchos de los golpistas del 11 de abril, y desde allí coordinan la feroz guerra mediática contra el gobierno de Hugo Chávez.