El Palestino (49 page)

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Authors: Antonio Salas

El día anterior, al recoger la contribución de Raimundo Kabchi para los «medios logísticos» de las redes de inteligencia social, le había comentado que pasaría la noche con Comandante Chino, coordinando a los grupos que vigilaban Caracas y siguiendo el recuento de votos desde el mismo CNE, y entonces Kabchi me pidió un favor. Dima Khatib había acordado entrevistarlo en directo para Al Jazeera la noche del 3 de diciembre, y me rogó que, en cuanto el CNE ofreciese alguna cifra del recuento, lo llamase inmediatamente para que pudiese adelantar algún dato durante su conexión. Y así lo hice.

Poco antes de que la presidenta del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena, anunciase oficialmente en un boletín informativo emitido en cadena nacional los primeros resultados, el Chino recibió también esa información. Con un 78,31 por ciento de los votos escrutados, Hugo Chávez llevaba 5 936 141 votos. Muchos menos de los diez millones a los que aspiraba, pero casi doblaba los 3 715 292 votos que llevaba Manuel Rosales. Así que inmediatamente llamé a Kabchi, que ya estaba a punto de entrar con Dima Khatib en conexión internacional para Al Jazeera, y le di las primeras cifras. Me resultó extraño pensar que millones de musulmanes y árabes en todo el mundo iban a conocer las primeras cifras de las elecciones venezolanas porque yo se las estaba soplando a Raimundo Kabchi un minuto antes de su conexión en directo. Es evidente que todo el mundo árabe seguía con profundo interés la posible reelección de Hugo Chávez.

Finalmente, Chávez no llegó a los diez millones de votos. Pero sus 7 309 080 de votantes finales continuaban aventajando generosamente a los 4 292 466 votos de Rosales. La coalición chavista del MVR, PODEMOS, PPT, PCV, MEP y otros aplastó las aspiraciones de la coalición opositora Un Nuevo Tiempo, Primero Justicia, COPEI y otros. Y Chávez, para desgracia de muchos, se convertía en el primer presidente de la historia de Venezuela reelegido en dos mandatos consecutivos. De nada habían servido las campañas de propaganda occidental, acusándolo de aliado de terroristas, tirano, dictador, entre otras muchas cosas.

Un binladen en el CNE de Caracas

A medianoche, y mientras seguíamos recibiendo las novedades de las redes de informadores, Henry, que ya estaba tan henchido de gozo revolucionario como de alcohol, se empeñó en celebrarlo. Y para ello se sacó uno de los explosivos que casualmente tenía a mano:

—¡Palestino, vamos a explotar un binladen!

Los «binladen» son unos cartuchos explosivos, carentes de metralla aunque con una gran concentración de pólvora, que producen una explosión muy ruidosa y con una gran onda expansiva, pero que no resultan letales. Era parte del arsenal que teníamos a mano por si estallaban las garimbas con la oposición tras perder las elecciones. Y Henry, como la acción no llegaba, decidió utilizar uno de los cartuchos a manera de fuegos de artificio. Tuve el tiempo justo para conectar mi cámara y grabar el momento en que mis amigos tupamaros encendían el binladen y lo arrojaban a la entrada del parking cercano. La explosión fue brutal, y el efecto de la onda expansiva arrancó de cuajo un mosaico que se encontraba en la pared del parking.

Henry y Javier se desternillaban, pero estaba claro que no puedes detonar un cartucho explosivo en plena noche a unos metros del CNE, donde se está decidiendo el futuro de Venezuela, sin que haya consecuencias. En menos de dos minutos apareció una patrulla de militares, alertados por la explosión. Yo me había adelantado hacia el parking para intentar grabar el efecto del binladen, y me encontré de frente con la patrulla, que rápidamente me rodeó mientras me ordenaba que entregase inmediatamente mi cédula de identidad. Me quise morir. Yo no tenía ninguna cédula, sino un pasaporte español, con mis datos reales. Si entregaba ese documento se habría acabado mi cobertura en Venezuela y mi tapadera como Muhammad Abdallah. Y cuando varios militares me estaban rodeando para detenerme, el Chino apareció como caído del cielo reprendiéndolos.

—¡Oigan, que ustedes son soldados de la Quinta República! Ustedes ya no son militares de la cuarta. Deben tratar con respeto a los ciudadanos. Este pana no tiene nada que ver, llévenme a mí con su superior.

Confieso avergonzado que me quedé de piedra. La situación era ridícula, absurda y onírica. De hecho, todo lo que había vivido las últimas cuarenta y ocho horas era absurdo.

Mi acceso al edificio central del servicio secreto venezolano, la recogida de fondos para pagar las tarjetas de teléfono de los
cutrespías
voluntarios que debían garantizar la estabilidad de los barrios, mi aportación —vía Kabchi— a Al Jazeera de los primeros sondeos... Y ahora me encontraba a unos metros de los observadores internacionales que controlaban el recuento de los votos que debían decidir el futuro de una nación, con un grupo de ex guerrilleros parapoliciales que acababan de detonar un explosivo con nombre de terrorista en plena madrugada, solo para divertirse. A mí casi me detenían intentando grabar los efectos de la explosión, y ahora el Chino se ofrecía a ser detenido en mi lugar mientras Henry, escondido en los soportales, se tronchaba de la risa totalmente borracho... De no ser por las grabaciones que hice esa noche, supongo que ni yo mismo me lo creería.

—Comandante Candela, llame al coronel Zárraga —dijo el Chino mientras subía calle arriba rodeado de soldados, que se habían olvidado totalmente de mí en cuanto se presentó él... Y yo no entendía nada.

Afortunadamente, la cosa no fue a más y el Chino no tardó en regresar, para reprender severamente a Henry quien, en su ausencia, casi se lía a puñetazos con dos fornidos escoltas que esperaban fuera del CNE, y a los que intentaba obligar a que gritasen con él «¡Que viva Chávez!».

Para entonces, miles de caraqueños chavistas se habían echado ya a las calles. Ahora sí se escuchaban detonaciones de fuegos de artificio, o quizás de más binladen, por toda la ciudad. Los carros tocaban corneta, la gente cantaba y bailaba, a pesar de que había empezado a llover. Y, como una marea humana llevada por la corriente, todos nos movíamos en una misma dirección: hacia el palacio de Miraflores, aunque aún deberían pasar unas horas para que el CNE ratificase los primeros sondeos, dando a Hugo Chávez por presidente reelegido de Venezuela. Y bajo el palco presidencial de Miraflores y la lluvia, una legión de chavistas coreaba al presidente: «¡Uh, ah, Chávez no se va!».

Las imágenes de aquella multitud bajo el palco de Miraflores, ondeando banderas venezolanas y gritando consignas chavistas, dieron la vuelta al mundo. Entre esas banderas había, al menos, una del Líbano y una de Palestina...

Jerónimo Carrera y Ligia Rojas: el Chacal cada vez más cerca

Al día siguiente retomé la pista de la familia del Chacal. Los muchachos de la Joven Guardia habían intercedido para que Jerónimo Carrera, el histórico fundador del Partido Comunista de Venezuela, me recibiese en su domicilio. Un pisito sobrio y austero, como uno se imaginaría la casa de un comunista consecuente. Y absolutamente desbordado de libros, como uno se imaginaría la casa de un intelectual.

Jerónimo Carrera Damas resultó ser un octogenario entrañable y con una sorprendente memoria, que supo facilitarme nueva información, de primera mano, sobre Carlos el Chacal.

—Ilich Ramírez Sánchez llega al comunismo a través de su padre, ¿verdad?

—Exacto. El padre de Ilich, Altagracia Ramírez, era un abogado que se hizo comunista en Colombia siendo muy joven. Era muy amigo de Gustavo Machado, también abogado y uno de los fundadores del comunismo colombiano y que a su vez se había hecho comunista en Francia por el año 1923. Por ser comunista, justamente, es que Altagracia Ramírez llamara a sus tres hijos, Ilich, Lenin y Vladimir. Ilich fue a estudiar a Moscú y allí entra en contacto y en estrecha comunión ideológica con los muchachos árabes compañeros de estudios. De allí viene también una medida muy lamentable, pero que se comprende por las circunstancias de la época: Ilich tiene que salir de Moscú pero, en vez de regresar a Venezuela, se va con sus amigos árabes y se adhiere a su causa. Desde ahí, durante toda su vida, él se pone al servicio de la causa de liberación de los pueblos árabes.

Y con toda naturalidad, mientras decía esto, Carrera sacó de su nutrida biblioteca un libro, de cuya existencia yo no tenía ningún conocimiento, y sospecho que los biógrafos de Ilich Ramírez tampoco. Se trataba de un volumen titulado
Formación moral, social y cívica
, y su autor es José Altagracia Ramírez Navas, el padre del Chacal. Creo que nunca antes se había publicado que el padre de Ilich Ramírez estaba implicado en la causa, hasta el punto de escribir libros doctrinales. Pero lo más extraordinario es que ese ejemplar incluía una cariñosa dedicatoria manuscrita, en su primera página, que decía así:

Caracas: 08/09/2006

Para el amigo y camarada Jerónimo. Sé que mi padre estaría muy de acuerdo y además contento con la entrega de este ejemplar a quien ha sido consecuente amigo y colaborador de nuestra familia.

En lo personal me satisface regalarte este testimonio de la manera como mi padre visualizó y vivió su vida. De hecho veo en ti la continuación viva de sus principios y sabiduría, los cuales has tenido la generosidad y gentileza de compartir conmigo. Larga vida para ti, amigo...

Vladimir

Di un bote en el sofá. Aquel libro del padre de Ilich Ramírez estaba dedicado por su hermano pequeño, Vladimir. Y lo mejor es que la dedicatoria estaba fechada en Caracas solo tres meses antes. Lo que significaba que me hallaba más cerca que nunca de mi objetivo prioritario en Venezuela: la familia del Chacal. Sin embargo, continué con la entrevista, intentando contener mi entusiasmo.

—¿Ilich mantiene contacto con el PCV?

—Desde cualquiera de los sitios donde ha estado en todos estos años, siempre ha mantenido nexos con nosotros. Él se considera un camarada nuestro y eso es muy importante. Y por eso nosotros, los comunistas venezolanos, le hemos dado plena solidaridad y estamos en la lucha por su liberación, considerando que su caso es un escándalo desde el punto de vista del derecho internacional y político.

—Todos pudimos escuchar su mensaje al Congreso de las Juventudes Comunistas, donde se definía simplemente como un comunista venezolano. ¿No es incompatible eso con ser musulmán? —expuse, recordando la grabación que había oído en la sede del PCV unos día antes.

—La gente cree que ser comunista implica necesariamente una total ortodoxia. Eso pudo ser así hace años, cuando el número de comunistas era relativamente muy pequeño, no solo aquí en Venezuela, sino mundialmente. Pero al igual como sucedió con todos los movimientos de este tipo, cuando se van convirtiendo ya en partidos de masas, tiene partidarios de diverso tipo. Por ejemplo, yo conozco comunistas que son creyentes católicos, o evangélicos, o musulmanes, de toda clase... Lo principal es la ética revolucionaria, estar al servicio del proletariado y la liberación de la humanidad. Las creencias religiosas son de otro orden. Por ejemplo, cuando Ilich me manda el libro
El Islam revolucionario
, yo entiendo que él está en el mundo islámico... Yo personalmente no soy creyente, pero admito esa posibilidad...

En ese momento, de nuevo el histórico fundador del comunismo venezolano tomó de su biblioteca un libro, que esta vez resultó ser un ejemplar del original
L’Islam révolutionnaire
que le había hecho llegar el Chacal. Carrera me permitió ojearlo, e incluso fotografiar las páginas que desease. Por fin tenía entre mis manos el único libro escrito por Ilich Ramírez, y que al parecer había inspirado una obra casi homónima del ex secretario general de los populares españoles, entre 1979 y 1986, Jorge Verstrynge. El libro venía acompañado de una carta personal del Chacal a Jerónimo Carrera, fechada en la prisión de máxima seguridad donde cumplía condena, el 14 de junio de 2002. Y de una nota, también manuscrita y posterior, en la que Ilich Ramírez dedicaba al fundador del PCV su libro. Me llamó la atención que, aunque la carta estaba redactada en español, la nota iba escrita en francés:

Pour Jerónimo Carrera, ce recueil de mes écrits choisis sur «L’Islam révolutionnaire», ma contribution à la compréhension du Jihadisme comme avant-garde armée du combat contre l’impérialisme.

Carlos

24/VII/2003

Me sentía emocionado, excitado y también ligeramente inquieto. Aquella nota, y aquella carta que tenía en mis manos, habían sido escritas de puño y letra por el terrorista más peligroso de la historia. No solo un teórico del terrorismo, un ideólogo que delegase en otros la acción de matar, como hace Ben Laden. Según las sentencias firmes de la justicia francesa, y la historia «oficial» del comandante Ilich Ramírez Sánchez, alias
Carlos
, aceptada por todos sus seguidores, las manos que habían escrito aquellos mensajes que tenía en las mías eran las mismas que habían apretado el gatillo, arrojado la granada o detonado las bombas, llevándose la vida de otros seres humanos, en defensa de la causa palestina. Sin intermediarios. Chacal era un hombre de acción, no un teórico. Y rozando aquellas letras de caligrafía cuidada con mis dedos, casi podía sentir el tacto de las manos asesinas al otro lado del papel. Esta vez me costó más trabajo contener las emociones y continuar preguntando:

—¿Qué le cuenta Ilich en sus cartas?

—Son cartas muy escuetas... Reconocimiento al Partido Comunista y sobre todo a las juventudes del PC que han tomado esta causa con mucho entusiasmo revolucionario. Él siempre ha expresado reconocimiento en este sentido, pero igualmente ha manifestado apoyo para las luchas nuestras y por los cambios del país. Ilich no ha dejado nunca de ser venezolano. No es como algunas personas que por equis circunstancias se alejan del país donde han nacido y pierden el contacto o adquieren otra nacionalidad. Ilich se ha mantenido siempre ligado a Venezuela. Aquí están su mamá y sus hermanos, estaba su papá. Él es un venezolano. Yo considero que el Estado como tal, no me refiero a ningún presidente o momento político, no ha cumplido con sus deberes hacia Ilich Ramírez. ¿Por qué? Porque Ilich está preso ilegalmente en Francia. Ha sido víctima de un secuestro, que es una violación del derecho internacional, pero el Estado prácticamente no ha hecho nada a favor de ese ciudadano venezolano que está encarcelado injustamente, en Francia... Hubo un gesto muy hermoso del presidente Chávez recién llegado a la presidencia, cuando le escribe una carta de solidaridad a Ilich. Todos creíamos que, en consecuencia, se iba a actuar en ese sentido, sin embargo no se ha hecho, hasta ahora, nada más.

A pesar de su amable cordialidad, y de que la dedicatoria firmada por Vladimir Ramírez delataba su contacto solo tres meses antes, Carrera no quiso o no pudo darme un teléfono de comunicación con el hermano pequeño del Chacal. Pero me sugirió que lo intentase a través de Ligia Rojas, y ese contacto sí me lo facilitó. Lo cual me permitió conocer el punto de vista de la mujer que más influyó en la educación del terrorista más peligroso de la historia.

La profesora Ligia Elena Rojas Millán es autora de obras como
Patrióticos respiros de Puerto Rico
,
Manuela, mujer republicana
,
Caminos y rostros del ayer
o
Cerca del ayer
, entre otros ensayos, relatos y poemarios. Nació en el estado Monagas y su implicación en la lucha social la ha llevado a muchos países del mundo. Ha recibido diferentes homenajes del Instituto Nacional de la Mujer, la alcaldía de Caracas, etcétera, por su trayectoria literaria y social, y es ganadora de diferentes premios y condecoraciones, como el Josefa Camejo
.
Es decir, que cuando Altagracia Ramírez la escogió para educar a sus dos hijos mayores, sabía lo que se hacía...

Ligia Rojas tuvo un vínculo muy especial con su alumno favorito, Ilich. Intuyo que algo más que la simple relación alumno-maestra, ya que, según me confesó casi susurrando, Ligia llegó a visitar a Ilich, ya convertido en Carlos el Chacal, en varios países árabes cuando todos los servicios secretos del mundo lo buscaban. Y España era el punto donde la profesora, llegada de Venezuela, hacía escala para cambiar de identidad y seguir su viaje hacia Oriente Medio... Todavía hay muchas cosas de Carlos el Chacal que no se han contado.

La verdad es que prácticamente asalté a la profesora Ligia Rojas en el aparcamiento subterráneo de su domicilio. De hecho, las imágenes de mi primera entrevista con ella delatan, sin lugar a dudas, que la conversación está improvisada en un parking. Pero es que yo no quería esperar ni un segundo más. Estaba ansioso por conocer al Ilich niño, a través de los ojos de su profesora. Y sobre todo ansiaba que la maestra me pusiese en contacto con su familia. Así que cuando me sugirió que retrasásemos unos días nuestro encuentro, insistí en que para mí era importante poder verla cuanto antes. Y de esta forma, en un contexto tan poco elegante, grabé mi primera entrevista con la mujer que enseñó a leer y escribir a Ilich Ramírez.

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