El Palestino (23 page)

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Authors: Antonio Salas

Realmente Mohamed Bakri me ofreció un punto de vista renovador y diferente. Su llamada desesperada a la lucha pacífica —«Todos los palestinos debemos ser Gandhis»— me conmovió. Bakri estaba más cerca del espíritu heroico de la cooperante norteamericana Rachel Corrie, aplastada por una excavadora israelí mientras defendía unas viviendas palestinas en Gaza, o del cámara galés James Miller, tiroteado por una patrulla hebrea mientras grababa su imprescindible documental
Death in Gaza
. Y su lúcida reflexión sobre la no intervención de Ben Laden en Palestina me intrigó. Antes y después de Bakri, encontré otras muchas voces escépticas en torno a Ben Laden durante esta investigación. Voces que criticaban al líder de Al Qaida la instrumentalización constante que hacía del drama palestino en su propaganda terrorista, sin que nunca hubiese participado de forma activa en el conflicto árabe-israelí. Para un sorprendente número de mis entrevistados árabes y/o musulmanes, eso significaba simplemente que Al Qaida o no existía, o trabajaba al servicio de los intereses imperialistas...

Aiman Abu Aita: encuentros con la resistencia en la ciudad de Jesús

El rabioso pacifismo de Bakri, que yo comparto, lo ven con cierto escepticismo la mayoría de sus paisanos. Incluyendo relevantes cargos políticos que, como todos los palestinos, han sufrido en sus carnes la ocupación. En Belén, a solo 20 kilómetros de la casa de Bakri en Jerusalén, me esperaban las últimas entrevistas con miembros de la resistencia palestina que iba a mantener en ese viaje. Un viaje que quería aprovechar hasta el último segundo, reuniendo el mayor número de voces contra Israel y sus aliados europeos y norteamericanos, que después me ayudasen a justificar mi identidad como aspirante a mártir palestino. Y fueron muchas. Tantas que es imposible reproducirlas todas en un solo libro: desde el ministro de Turismo y Antigüedades palestino, Judeh George Morkus, a cooperantes europeos en Palestina, pasando por el ex alcalde de Belén.

De hecho, en mi primera noche en Belén tuve la suerte de que me invitasen a cenar con el conocido parlamentario de Al Fatah, Fayez Saqqa, el ex alcalde de Belén, un periodista español y gran amigo de visita en Palestina, y los directores de una oficina de turismo en la ciudad. Una tertulia fascinante que ofrecía diferentes puntos de vista sobre el drama palestino. Pero Allah me reservaba la mejor sorpresa para el día siguiente. El encuentro con uno de los líderes de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, el brazo armado de Al Fatah, que me pondría en la pista del «terrorista palestino más peligroso del mundo...».

Las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa es otra de las guerrillas palestinas, herederas de la tradición guerrera del Tanzim. Las Brigadas de Al Aqsa nacieron en la segunda intifada, tras los enfrentamientos en la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén, donde se erige precisamente la que quizás sea la mezquita más emblemática del mundo árabe, después de las de La Meca y Medina en Arabia Saudí: la mezquita de Al Aqsa. Para mi sorpresa y a pesar de ese simbolismo, oficialmente las Brigadas son un movimiento laico, como Al Fatah.

Las Brigadas son un movimiento de guerrilleros voluntarios, desperdigados por Cisjordania y la Franja de Gaza, sin vinculación directa con la policía o las milicias regulares de la Fuerza 17, la guardia de élite que protegía al presidente Arafat. El grupo está constituido por células independientes para proteger a los miembros de ser descubiertos por la inteligencia israelí, que los tiene permanentemente en su punto de mira. Se les considera autores de numerosos atentados y enfrentamientos armados tanto en los territorios ocupados como en diferentes ciudades israelíes. Y yo estaba a punto de conocer a uno de sus líderes más famosos.

Algunas veces la providencia se pone de tu lado y conspira a tu favor. Pero incluso aunque la providencia se empeñe en ayudarte a ganar la lotería, tú tienes que comprar el boleto, y la verdad es que yo había comprado toda la serie. Después de tantas entrevistas en tantas ciudades palestinas, con tantos personajes fascinantes, tenía una visión bastante amplia del conflicto palestino, que me obligaba a replantearme seriamente todos mis tópicos y prejuicios al respecto. Es evidente que, como casi siempre, una cosa era percibir el problema del terrorismo palestino a través de los medios de comunicación occidentales y otra muy distinta conocerlo sobre el terreno. Pero lo mejor estaba por llegar. Me iba a tocar el premio gordo, y todavía no lo sabía. Y el boleto premiado, indirectamente, me lo consiguió el parlamentario de Al Fatah, Fayez Saqqa, que supo orientarme en la dirección adecuada. Esa dirección era el noroeste de Belén. En concreto una casa grande, de dos plantas, en la que vivía Aiman Abu Aita, uno de los líderes de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa. Así que me encomendé a Allah cuando, al empezar a subir las escaleras hacia su vivienda, activé la cámara oculta para grabar desde el primer momento mi encuentro con tan «peligroso terrorista». Pero las cosas no iban a ser como yo esperaba.

Aiman Abu Aita resultó un hombre tan cordial y amable como el miembro de Hamas Anwer M. Zboun, aunque sonreía menos.
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De hecho, solo le vi sonreír una vez, y recuerdo que eso me sorprendió. A pesar de la exquisita hospitalidad con la que me abrió las puertas de su casa, era imposible no detectar un permanente asomo de tristeza en su mirada. El mismo asomo de tristeza que el destino reservaba a Anwer M. Zboun, porque en esos momentos la inteligencia israelí le seguía la pista. Anwer sería detenido unos meses después y sometido a severos interrogatorios en una cárcel israelí donde borrarían de su rostro aquella abierta sonrisa que tanto me fascinó...

Aiman ya había pasado por eso. Y varias veces. Quizás por esa razón le costaba sonreír. Pero esa tristeza no le impedía ser tan amable con el extranjero, como manda la tradición. Le interrumpí justo antes de iniciar la comida con su esposa y cuatro hijos. Y siguiendo las estrictas normas de hospitalidad árabes, como no podía ser de otra manera, me ofreció compartir su comida y su techo. A pesar de haber visitado tantos países de Oriente Medio y del norte de África durante esta infiltración, todavía no me acostumbro a su generosidad para con los extranjeros. Una generosidad a la que no solemos corresponder los occidentales.

La casa en la que nos encontrábamos, me explicó Aiman, había sido bombardeada por los israelíes, para transmitir un mensaje al entonces miliciano de las Brigadas de Al Aqsa y a su familia. Y después el propio Aiman, con la ayuda de sus amigos y vecinos, la había reconstruido piedra a piedra, como había hecho mi amigo el policía Mahmoud en Burqyn.

—La primera vez que entré en la cárcel —me explicó Aiman— fue en 1981. Estábamos trabajando contra la ocupación de Palestina y fuimos detenidos, el 14 de agosto de 1981. Después de dos días de estar detenido destruyeron mi casa, en la que estamos ahora, y yo la reconstruí. En aquella época Ariel Sharon era ministro de Defensa y decidió que yo me quedara en la cárcel tres años y medio, hasta 1985. Después de salir de la cárcel todo el mundo sabía cómo era yo, pero los israelíes ya me tenían fichado en su lista negra. Cuando llegó la primera intifada volvieron a detenerme otra vez, a principios de marzo de 1988. Esa fue una detención administrativa. Yo llevaba una vida normal, pero me detuvieron así para evitarme en la intifada. Después de 1988 han vuelto a detenerme, administrativamente, dos veces más.

—¿Cómo era la resistencia en esa primera intifada? ¿Qué tipo de armas teníais?

—No, no, no. No había ninguna arma, utilizábamos piedras.

—Y, ahora, ¿están las Brigadas a favor del martirio?

—A partir de 1967, todo tipo de resistencia es admisible.

—¿Incluso los suicidas?

—Sí. Igual que en el 67 decíamos que la resistencia tenía que ser contra los soldados, ahora decimos que ni los soldados ni los colonos tienen que estar en suelo palestino.

—En Occidente, muchas personas dicen que los palestinos son terroristas por naturaleza, y que no quieren la paz...

—Los palestinos queremos la paz, pero los israelíes no. Porque yo pienso que Arafat fue el único líder palestino que pudo haber conseguido la paz con los israelíes, pero los israelíes han trabajado para asesinarlo.

—¿Arafat fue asesinado?

—Eso es lo que opina todo el mundo. Sí, fue asesinado. Todo el mundo sabe que Sharon dijo que iba a asesinarlo. Lo que queremos los palestinos no es algo increíble o imposible, no pedimos la luna o el sol. Solo queremos vivir en paz. No queremos nada, solo los derechos normales. No queremos ocupar países, ni nada, solo tener derechos y paz.

—¿Volvería a coger las armas?

—La resistencia no ha parado. Sigue. Cada día sigue la resistencia en Nablus, Ramallah, Yinín... El problema es que los israelíes han atacado mucho a los resistentes, han asesinado a muchos, por eso no es como antes. Pero la resistencia sigue. Ahora hay un alto el fuego.

—¿Son fanáticos religiosos?

—No, no tiene nada que ver con la religión. Muchos suicidas tenían problemas con la ocupación, o su familia fue asesinada, o su casa destruida, o fueron afectados directamente por la ocupación.

—¿Hay tortura?

—Ahora tortura física no. Ahora las torturas son psicológicas. Los palestinos aguantan mucho la tortura física, pero las torturas psicológicas afectan mucho el cerebro. Trabajamos mucho con los israelíes por la paz, y seremos los primeros en tender la mano, pero por una paz justa.

Sé que, una vez más, probablemente parecerá increíble lo que ocurrió entonces, pero el Corán dice: «No flaqueéis, pues, invitando a la paz, ya que seréis vosotros los que ganéis. ¡Allah está con vosotros y no dejará de premiar vuestras obras!» (Corán 47, 35), y a mí desde luego me premió más generosamente de lo que podía imaginar. Y por fortuna mi cámara de vídeo también grabó mi premio, en forma de la fotografía que había sobre una mesa, en el salón de Aiman Abu Aita. En ella se reconocía a Aiman, empuñando un fusil de asalto, rodeado de dos compañeros tan terroristas como él, pertenecientes a las Brigadas de Al Aqsa. Señalé la foto y le pregunté quiénes eran, y me respondió que sus camaradas Jamal Nawaureh y Atef Abayat, ambos ejecutados por la inteligencia israelí, en los llamados «asesinatos selectivos». Aquella foto iba a obligarme a pegar un volantazo en mi investigación.

Los GAL de Palestina... con licencia para matar

Aiman tomó la fotografía y señaló a Atef.

—Su tío Hussein fue el primero —dijo, más emocionado de lo que yo esperaría en un terrorista islámico—, y a partir de ahí se abrió la veda y fuimos cayendo como moscas...

Aiman se refería a la política de ejecuciones selectivas iniciada por el MOSSAD, el Shabak, y otras agencias de inteligencia israelíes en 2000. Al igual que los GAL en España,
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las autoridades israelíes, hastiadas por los atentados de la resistencia, habían decidido dar otra vuelta de tuerca a la lucha antiterrorista, autorizando operaciones clandestinas para ejecutar a sospechosos de terrorismo sin necesidad de una detención ni un juicio previos. Pero en el caso israelí, sus «gales» contaban con la más sofisticada tecnología, y la cobertura de todos los medios y recursos del gobierno del país, para ejecutar los asesinatos selectivos, y aun así resultaban inevitables las bajas de civiles inocentes. Así que los GAL españoles pueden sentirse consolados por los ciudadanos inocentes que asesinaron creyéndolos etarras. No fueron los únicos.

En realidad los asesinatos selectivos de terroristas palestinos por parte del MOSSAD vienen de antiguo. No hace mucho que Steven Spielberg llevó al cine la Operación Cólera de Dios: con la autorización de la primera ministra Golda Meir, el servicio de inteligencia de Israel buscaba eliminar a todos los sospechosos de haber participado en el atentado contra los atletas israelíes en las olimpiadas de Múnich. A pesar de que, según mi «mentor» Ilich Ramírez, solo uno de los asesinados por el MOSSAD en aquella operación tenía relación directa con la operación de Septiembre Negro en Múnich. «Y al que lo mató, lo maté yo», me confesó en una ocasión... Pero hasta el 9 de noviembre de 2000 esas ejecuciones del MOSSAD eran clandestinas.

El jueves 9 de noviembre de 2000 es una fecha importante. Ese día, en los Estados Unidos, el presidente Bill Clinton volvía a recibir a Yasser Arafat, en un nuevo intento de conseguir la histórica paz entre israelíes y palestinos durante su mandato, algo que han ambicionado todos los presidentes norteamericanos, incluyendo a Obama. Al mismo tiempo, en las afueras de la ciudad donde nació Jesús-Isa, Belén, los temibles helicópteros Apache israelíes buscaban a su objetivo en el barrio de Beit Sahour. Hussein Muhammad Salem Abayat era el comandante regional de la milicia Tanzim, perteneciente a Al Fatah, y un activo miembro de la resistencia palestina. De treinta y cuatro años de edad y panadero de profesión, Hussein era padre de siete hijos y miembro de uno de los clanes más respetados por los palestinos y más odiados por los israelíes; los Abayat. Los Abayat son un linaje de mártires, de origen beduino, constituido por unos diez mil miembros repartidos en diez familias, enraizadas desde hace mil quinientos años en el sur de Cisjordania, en torno a Belén. Desde la primera intifada, los Abayat habían tenido un protagonismo importante en la resistencia. Primero con piedras y después con armas automáticas. De hecho, Hussein había pasado cinco años en una prisión israelí, entre 1982 y 1987, acusado de venta de armas.

Según el MOSSAD y otros servicios de inteligencia, Hussein Abayat estaba involucrado en diferentes ataques de francotiradores a los asentamientos judíos en la zona, y concretamente con las muertes, mediante armas de fuego, de Max Hazan el 2 de octubre de 2000, el teniente David Khen Cohen y el sargento Shlomo Adishina el 1 de noviembre de 2000, y el disparo que recibió un policía de Gilo el 17 de octubre de 2000, que no lo mató pero le produjo daños cerebrales graves. Apenas una semana después del atentado contra Cohen y Adishina, un nigeriano converso al judaísmo y llegado poco antes al país, Israel decidió devolver a los palestinos las mismas balas que habían atacado a sus hombres, u otras de mayor calibre y en mayor cantidad. Los israelíes nunca han sido avaros a la hora de ofrecer sus balas a sus enemigos. Por esa razón los temibles Apache sobrevolaban Belén en busca de su objetivo. Y lo encontraron.

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