El Palestino (10 page)

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Authors: Antonio Salas

Claro está, me di de alta en dichos foros utilizando una identidad falsa, para empezar a preparar mi infiltración en las organizaciones yihadistas venezolanas. Lo de Hizbullah-Venezuela no podía sonar más prometedor. Antes de Al Qaida, las milicias del Partido de Dios libanés Hizbullah estaban consideradas como la organización islamista más letal del mundo. El hecho de que desde marzo de 2005 una supuesta «sucursal» venezolana de Hizbullah operase desde el país de Hugo Chávez parecía ser la última prueba que faltaba para considerar a la República Bolivariana como el mejor lugar del mundo para que mi álter ego Muhammad Abdallah se acercase a los terroristas. En todo caso, mi primer viaje a Venezuela se iba a retrasar unos meses, por causas de fuerza mayor.

El 30 de octubre de 2005, el canal de televisión español Antena 3 estrenaba la película
El año que trafiqué con mujeres
, basada en mi infiltración en las mafias de la trata de blancas, y aquello me obligó a atender algunos compromisos con la productora y los compañeros de la prensa. Pero el 3 de noviembre, un teletipo reclamaba mi atención. Según todas las agencias de prensa internacionales, Mustafá Setmarian Nasar acababa de ser detenido. Aunque no en Venezuela, como sugería el ex comisario de la DISIP Johann Peña, sino en Pakistán. Trasladado a una de las cárceles secretas de la CIA para ser «interrogado» en profundidad, Setmarian jamás había pisado Isla Margarita, ni Venezuela, ni siquiera América Latina. ¿Cómo era posible esta contradicción entre la información del ex comisario de la DISIP y las agencias de prensa internacionales?

A pesar de haber huido de Venezuela, acusado de estar involucrado en el caso Danilo Anderson, Johann Peña era considerado, y sigue siéndolo, una fuente de información fiable para los medios antichavistas y anticastristas de Miami. De hecho, me consta que a finales de 2008 continuaba participando en el programa
A mano limpia
del Canal 41. Lejos de desanimarme, aquello me impulsaba aún más en mi intención de viajar a Venezuela para averiguar el porqué de aquella contradicción, pero un nuevo atentado terrorista, brutal y despiadado, me obligó a dar un nuevo volantazo a la dirección de esta investigación. Venezuela tendría que esperar. Al Qaida acababa de golpear de nuevo, atrozmente, en Jordania, el 9 de noviembre, menos de una semana después de la detención de Setmarian en Pakistán, así que mi siguiente objetivo sería regresar a Ammán. Si el ataque a las Torres Gemelas se produjo el 11 del 9, los atentados de Ammán se habían producido el 9 del 11. Y esa semejanza entre las fechas, 9/11 y 11/9, tampoco parecía casual.

El 9 de noviembre de 2005 casi sesenta personas murieron y más de un centenar resultaron heridas en un triple atentado suicida contra sendos hoteles de lujo de la capital jordana. La operación llevaba el sello de Al Qaida, e inmediatamente todas las opiniones de los expertos en terrorismo apuntaron a Abu Musab Al Zarqaui, líder de la resistencia iraquí, como el probable responsable de la masacre.

La primera explosión, y la más demoledora, se produjo en el hotel Radisson, un cinco estrellas ubicado en el oeste de Ammán, en plena celebración de una boda. Casi al mismo tiempo, otra bomba explotaba en el conocido hotel Grand Hyatt, donde casualmente yo mismo, como otros miles de turistas, me había alojado en un viaje anterior a Ammán por su estratégica situación en el centro de la capital. La tercera explosión se produjo en el hotel Days Inn.

En este hotel, situado en la calle Al Rabyeh OmarBin Abdulaziz, el atacante entró en el restaurante de la planta baja y allí trató de detonar su cinturón de explosivos, pero tuvo problemas con el detonador y un camarero se dio cuenta de sus intenciones, y alertó a la seguridad. El atacante salió corriendo y, ya en el exterior, consiguió activar el explosivo, que causó la muerte a tres miembros de una delegación militar china que se encontraban en la puerta del Days Inn en ese momento. Ni Al Qaida, ni Zarqaui ni el yihad tenían nada contra China, pero para los ignorantes terroristas lo importante era matar a alguien.

En el rotundo Grand Hyatt, en la calle Hussein Bin Alí, la explosión destruyó la entrada del hotel y derribó varias columnas y el techo de tejas, además de dañar gravemente las zonas de la recepción y del bar. Según los testigos, el mártir, de veintitrés años, había pedido un zumo de naranja en la cafetería mientras hablaba con otro hombre de acento iraquí. Después fue al baño, y cuando regresó «parecía más gordo, y que caminaba con torpeza». Se había colocado el chaleco explosivo que hizo detonar la bomba. Siete empleados del hotel, que también eran musulmanes, fueron asesinados en este atentado. Pero lo más paradójico, y todo un mensaje para quienes creen en la violencia como una forma de glorificación de Allah, es que a causa de la bomba en el Grand Hyatt también murió el productor de cine sirio-estadounidense Moustapha Akkad y su hija Rima. El destino a veces es cruelmente caprichoso.

Moustapha Akkad había sido el productor y director de, entre otras, la magnífica película
Mahoma, el mensajero de Dios
, protagonizada por Anthony Quinn e Irene Papas en 1976. Quizás la mejor y más respetuosa película realizada sobre la vida del Profeta del Islam, aplaudida por todas las autoridades islámicas y nominada a un Oscar. En el momento de su asesinato, en el atentado del Grand Hyatt, Akkad estaba trabajando en una película sobre Saladino, el líder musulmán que expulsó a los cruzados de Palestina, y cuya tumba, en Damasco, yo visitaría más tarde como auténtico lugar de peregrinación para todos los yihadistas. La película sobre el mayor caudillo árabe, referente histórico por sus victorias sobre judíos y cristianos, fue abortada por los explosivos de un mártir yihadista. Imposible representar más gráficamente el daño que hizo a la expansión del mensaje histórico del Islam la violencia yihadista. De no haberlo asesinado, la película sobre Saladino sin duda la habrían visto millones de personas en todo el mundo, que conocerían así otro punto de vista, el de los árabes, sobre las cruzadas.

Pero la mayor carnicería se produjo en el Radisson. Ammán no había vivido un atentado terrorista tan demoledor en toda su historia. Los objetivos del ataque probablemente fueron escogidos porque los tres hoteles, como muchos otros de la ciudad, recibían abundantes turistas occidentales. Sin embargo, la inmensa mayoría de las víctimas de los tres atentados, como ha ocurrido casi siempre, eran buenos musulmanes e incluso aliados afines a la resistencia iraquí y palestina. De hecho, entre las víctimas había seis iraquíes y cinco palestinos, además de dos ciudadanos de Bahrein y un indonesio. Entre los palestinos asesinados, para más colmo, estaban el general Bashir Nafeh, jefe de la inteligencia militar en la Ribera Occidental; el coronel Abed Alun, alto funcionario de las Fuerzas de Seguridad Preventivas y el agregado comercial de la embajada palestina en El Cairo. Es probable que los israelíes agradeciesen a Al Zarqaui, en silencio, la eliminación de aquellos objetivos. Difícil encontrar un argumento mejor de lo estúpido, inútil y contraproducente de la violencia terrorista. La metralla de una bomba nunca discierne a quién mata. El plomo de una bala, tampoco. Como dice un viejo proverbio árabe: «La crueldad es la fuerza de los cobardes».

Aun así, pocas horas después del atentado Al Zarqaui emitía un comunicado en Internet congratulándose de los excelentes resultados de la operación llevada a cabo en Ammán por cuatro de sus mártires. Un matrimonio y dos varones más. Sus nombres en la resistencia iraquí eran Abu Khabib, Abu Muaz, Abu Omaira y Omm Omaira. Sin embargo, en el lugar de los atentados solo fueron identificados los cuerpos destrozados de tres terroristas suicidas. Y los tres eran varones. ¿Mentía Zarqaui, o la mujer del comando no se había inmolado?

El viceprimer ministro jordano Marwan Al Muasher anunció inmediatamente en rueda de prensa un saldo de 67 muertos y 300 heridos en los atentados, que más adelante se quedaron en 59 muertos y 115 heridos. Aunque la prensa jordana publicó un auténtico baile de cifras.

Yo tuve muy buena suerte en mi nuevo viaje a Ammán, como la he tenido en toda esta aventura. A través de amigos comunes, compañeros en los cursos antiterroristas, conocí a quien resultó ser el contacto de los siete agentes del CNI español asesinados en Bagdad dos años antes. Wassin, como su propio nombre indica, es un hombre refinado y elegante, y con un exquisito sentido del humor. De origen palestino, lleva viviendo toda su vida en Ammán, donde ha terminado por convertirse en un respetado empresario. Estudió lengua española en Valencia, y la verdad es que habla un castellano perfecto. Sus contactos con el Ministerio de Defensa español terminaron por convertirlo en un enlace de confianza para los servicios secretos de mi país. Y entre nosotros surgió una amistad espontánea que conservo todavía. Wassin se convertiría en uno de mis contactos más valiosos en Jordania, y un apoyo impagable en mis siguientes viajes a Palestina, Siria o Líbano.

Solo mucho tiempo después, mientras compartíamos un delicioso
mansaf
, una botella de
arak
, y una
shisha
en un lujoso restaurante del centro de Ammán, me confesaría su relación con los agentes del CNI:

—Yo los recibía aquí, y los preparaba antes de pasar a Iraq. Todos hablaban muy bien árabe, y eran muy amables y muy simpáticos. Les enseñaba la ciudad y bromeábamos con casi todo... Me afectó mucho cuando supe que habían caído en Bagdad.

Gracias a Wassin conseguí reunir mucha información sobre los recientes atentados en Ammán. E incluso un material gráfico exclusivo, de un valor periodístico evidente. El director de uno de los hoteles que habían sufrido el ataque de Al Qaida, amigo íntimo de Wassin, había tomado varias fotografías de los efectos de las explosiones en su edificio, inmediatamente después de producirse. Antes incluso de que llegasen las ambulancias para evacuar a los heridos. Las fotos habían sido entregadas a los servicios de información jordanos, para ayudarles a analizar la escena del crimen, pero Wassin consiguió que el director del hotel me facilitase un CD con todas aquellas imágenes del horror. Los cadáveres de las víctimas, los miembros amputados, la cabeza del terrorista arrancada de cuajo de su cuerpo tras la detonación del cinturón explosivo, con la cara desgajada como la máscara de un payaso... Esas fotos eran la mejor evidencia gráfica, sin comentarios añadidos, de las brutales masacres originadas por el fanatismo islamista. Y a mí me reafirmaban en mi desprecio hacia la religión que justificaba esa crueldad. Claro que yo todavía no sabía que la religión no tenía nada que ver con todo aquello.

Además de aquellas fotografías exclusivas, pude reunir suficiente información como para reconstruir fielmente los sucesos del 9 de noviembre, que en realidad se iniciaron unos días antes, cuando Al Zarqaui, que ya había anunciado de manera reiterada su intención de llevar la lucha de la resistencia fuera de Iraq, organizó un comando para una operación de martirio en su Jordania natal. El comando estaba compuesto por Rawad Jassem Muhammad Adel, que se inmoló en el Grand Hyatt; Safaa Muhammad Alí, que detonó su chaleco-bomba en el Days Inn; y Alí Hussein Alí Al Shamari, y su esposa Sajida Mubarak Atrous Rishawi, hermana de uno de los hombres de confianza de Al Zarqaui.

Los mártires, todos iraquíes, entraron en Jordania con documentación falsa dos días antes del atentado. Por propia experiencia puedo afirmar que, en aquellos momentos, la frontera iraquí era un auténtico coladero y no suponía ningún problema atravesarla, por lo menos desde Jordania o Siria. De hecho, ante el cataclismo económico que supuso la invasión norteamericana, muchas mujeres iraquíes se vieron obligadas a cruzar la frontera para prostituirse en Jordania u otros países vecinos, cinco días por semana.

Ya en Ammán, el comando se alojó en un apartamento situado en un sótano del distrito de Tlaa Alí. Al alquilar el apartamento y cerrar el precio con el marido de la casera, llamado Umm Mahmoud Al Fayoumi, el comandante del grupo, Alí Hussein, argumentó que el objeto de su visita a Ammán era que su esposa, Sajida Al Rishawi, se sometiese a un tratamiento de fertilidad. Aunque no explicó qué pintaban Rawad y Safaa acompañando a la pareja.

El día del atentado, Alí Hussein y su esposa Sajida tomaron un taxi y se dirigieron al hotel Radisson SAS, que ya había sido objetivo de atentados terroristas anteriormente, dado lo habitual que resulta encontrar entre sus clientes a comerciantes o contratistas occidentales o israelíes. Por fortuna, los otros atentados pudieron ser abortados a tiempo. Sin embargo, en esta ocasión no fue así.

Cuando Alí Hussein y Sajida llegaron al Radisson, vistiendo chalecos cargados con entre cinco y diez kilos de explosivos, probablemente sonrieron y exclamaron:
(«¡Dios es el más grande!»). Habían tenido suerte: en el salón Filadelfia del hotel se celebraba una boda, y eso significaba que su martirio alcanzaría a más víctimas de las que suponían. Y que Ashraf Akhras y su novia Nadia, que se casaban ese día, no tendrían un matrimonio duradero.

Con una cierta dosis de cinismo y sangre fría, los terroristas abordaron a un dependiente del hotel, presentándose como un matrimonio iraquí que nunca había visto una celebración nupcial jordana y pidiendo permiso para mirar. Una cámara de vídeo de la boda registró ese momento. Autorizados a participar en la fiesta y siguiendo la tradición musulmana, la pareja se separó, uniéndose Alí Hussein a los invitados varones, y su esposa a las mujeres. Al parecer, en los minutos siguientes, según relataron luego los supervivientes, Alí Hussein hablaba sin cesar por teléfono. Tal vez con el mismísimo Al Zarqaui, esperando la confirmación del líder de la resistencia para ejecutar el martirio. Los propios supervivientes relataron también que justo después vieron a Alí Hussein gesticulando, visiblemente contrariado, diciéndole a su esposa que saliera del salón, cuando esta le dijo que su detonador no funcionaba. Acto seguido, Alí Hussein saltó sobre una mesa y detonó sus explosivos. Su bomba sí funcionó y, al desplomarse el techo del salón Filadelfia sobre los invitados, murieron 38 personas en el acto.

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