Authors: Antonio Salas
Haciendo gala de una entusiasta fe en sus propias capacidades, que sin embargo yo comprendo, Badía pretendía aprender árabe y mandingo en pocos meses, para poder moverse con soltura entre los nativos. Y planteaba al primer ministro la posibilidad de urdir un plan para conspirar contra el sultán de Marruecos, aliando a sus enemigos con objeto de arrebatarle el trono. Dispuesto a meterse en el papel de viajero árabe, elaboró su coartada. Sería Alí Bey, heredero de una rica familia siria. Su imaginario padre, Othman Bey, sería un noble de Alepo que gozaba de una buena fortuna pero que, amenazado de persecución, se refugió en Italia con su familia. Solo sobrevivió uno de los hijos, Alí, que se habría formado en Italia, Francia e Inglaterra, pero sin olvidar su origen árabe ni la obediencia al Corán. Tras la muerte de su padre, en la floreciente Al Andalus, Alí Bey habría decidido viajar a los países árabes para recuperar sus raíces. La coartada que inventó Badía para su álter ego árabe a mí me daría ideas para el mío.
Con esta tapadera, Badía se sometió a una circuncisión —una mutilación sexual ritual practicada por los semitas (árabes, hebreos, arameos, etcétera) por la que debe pasar todo musulmán en su más tierna infancia, y que en un recién nacido no suele encerrar riesgos, aunque a la edad de Badía resultaba mucho más delicada y dolorosa, doy fe—. Además aprendió unas nociones de árabe y de cultura islámica y se dejó una larga barba. Así, oculto bajo el alias de
Alí Bey
, el espía de Godoy atravesó el estrecho de Gibraltar, entró en Tánger y comenzó una aventura sin precedentes en la historia de los exploradores, aventureros y espías europeos. Un viaje que le llevaría a Marruecos, Trípoli, Grecia, Egipto, Arabia, Palestina, Siria, Turquía y Rumanía, y que convertiría a Alí Bey en el primer espía europeo que visita y cartografía, bajo su disfraz musulmán, la sagrada Meca. A Badía debemos los primeros planos y descripciones de la Ciudad Santa del Islam.
Devoré su libro,
Voyages d’Ali Bey el Abbassi en Afrique et en Asie pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806 et 1807
, que vio la luz en julio de 1814, junto con un atlas que incluía 83 láminas y 5 mapas, como si hubiese sido escrito para mí. Me sentía absolutamente identificado con los miedos, las angustias y las emociones que describía el primer infiltrado occidental en el mundo musulmán. Pero Domingo Badía no mencionó el nombre de Alí Bey al publicar su obra, ya que tenía previsto retomar su infiltración. Como hice yo.
En enero de 1818 inicia un segundo viaje a Oriente, de nuevo bajo la falsa identidad de Alí Bey, del que jamás regresaría con vida. En Damasco contrae diarrea y disentería, pero intenta seguir su aventura. A finales de agosto, y encontrándose muy cerca de Zarqa, a pocos kilómetros de la capital jordana, su salud empeora. Da órdenes a sus sirvientes Yasin e Ibrahim de quemar sus notas y de entregar al cónsul todos sus efectos personales. El 31 de agosto fallece en su tienda. Según la versión oficial, envenenado por agentes enemigos que habían descubierto que era un infiltrado europeo...
Creo que cualquier lector que conozca mis trabajos anteriores podrá comprender mi total empatía con Domingo Badía. Con toda humildad, posiblemente pocos lectores de su obra habrán percibido, de la misma manera, los matices sutiles de ese libro. Ya cuando lo leí por primera vez, podía ponerme sin ningún esfuerzo en el pellejo de Alí Bey e imaginar su soledad, su miedo a ser desenmascarado, su sorpresa al descubrir dos nuevos mundos —el árabe y el del Islam— tan ajenos antes para él como para mí. Pero más tarde, cuando me convertí en musulmán, cuando empecé a frecuentar las mezquitas, a estudiar el Corán, una y otra vez recordaba la aventura de Domingo Badía y me preguntaba: ¿qué haría Alí Bey en esta situación?, ¿cómo saldría él de este problema?
Además, en los años sucesivos y como si tuviese que rendir un homenaje al primer infiltrado de la historia en el mundo árabe, mi propia investigación terminó por hacerme seguir sus pasos en Marruecos, Túnez, Egipto, Siria, Líbano, Palestina, etcétera, hasta el mismo pequeño pueblo jordano donde murió: Zarqa, hoy una próspera ciudad comercial muy cercana a Ammán. Solo que mi viaje a Zarqa al año siguiente no sería para visitar el lugar donde falleció el sorprendente Alí Bey, sino para intentar localizar a la familia y vecinos de Abu Musab Al Zarqaui, que en ese momento lideraba la resistencia iraquí y que había nacido a pocos kilómetros del lugar donde, dos siglos antes, la muerte consiguió dar caza a Alí Bey.
La lengua árabe es muy difícil. Al menos para mi torpe y limitada capacidad como alumno. Y la necesidad de mantener mis tres vidas paralelas a la vez me dejaba mucho menos tiempo para estudiar del que requiere el aprendizaje de una lengua tan compleja. Así que siempre fui el más torpe de la clase. Tanto en los cursos intensivos en África como en los cursos oficiales en España. Estaba claro que los espías italianos y mis demás compañeros tenían más tiempo o más inteligencia o ambas cosas. Pero en cuanto aprendí a leer y escribir en árabe, aunque solo fuesen unas pocas palabras, un mundo nuevo se abrió para mí.
Una antigua máxima sufí dice que «Libros, caminos y días dan al hombre sabiduría», pero los antiguos sufíes no conocían las nuevas tecnologías. Puedo asegurar que algo tan sencillo como introducir las palabras
Ben Laden
,
Al Qaida
, o
terrorista
en un buscador de Internet como Google o Yahoo cambia totalmente si esa búsqueda se hace en inglés, francés o español, a si se realiza en árabe. Y qué decir si la pesquisa se hace en buscadores íntegramente árabes como Ayna. Aunque no entendiese nada de aquellos primeros textos, simplemente las fotografías y sobre todo los vídeos que aparecían ante mis ojos me dibujaban una interpretación del yihadismo muy distinta a la que tenemos en Occidente. De pronto los vídeos de los abusos cometidos por las tropas norteamericanas, británicas, italianas o españolas en Iraq o Afganistán; las torturas en Abu Ghraib o Guantánamo; o las enérgicas represalias israelíes en Palestina, relatadas por las mismas víctimas, me obligaban a reconsiderar mis prejuicios sobre la innata condición terrorista de todos los musulmanes. Había algo en esta historia que no me habían contado o no me había tomado la molestia de aprender. Y ahora, a través de aquellas primeras páginas web árabes llenas de fotos y vídeos que testimoniaban el otro punto de vista, empezaba a intuirlo. Sin embargo, aquellas reflexiones, en mis primeras incursiones por el ciberyihadismo de Internet, se vieron truncadas por el mundo real, que siempre es más cruel y letal que la pantalla de un ordenador.
El 7 de julio de ese año 2005 se iniciaba en Londres la 31a Cumbre del G-8, solo un día después de que la capital británica hubiese arrebatado a Madrid la sede de los Juegos Olímpicos de 2012, dos días después del comienzo del juicio al imam Abu Hanza, el ideólogo yihadista más importante de Inglaterra.
3
Y, justo esa mañana, tres bombas en tres vagones del metro londinense explotaron a las 8:50 am, y una cuarta bomba lo haría 57 minutos después en un autobús situado en la plaza Tavistock: 56 personas perdieron la vida en los ataques, incluidos los cuatro terroristas; 700 más resultaron heridas. Y solo la providencia quiso que una de ellas no fuese mi amiga Marina Linares Noguerol, una hermosa y brillante granadina que algún día, estoy seguro, se convertirá en una gran actriz y/o una eficiente periodista. Marina era una de las lectoras que me escribió tras leer
Diario de un skin
y diseñar la primera web no oficial de Antonio Salas que apareció en la red. Días antes me había dicho que se marchaba a Londres a estudiar inglés, e imaginar por un instante que alguna de aquellas bombas hubiese podido...
Se trataba de la primera operación de martirio, es decir, utilizando terroristas suicidas, que se producía en Europa occidental. Y del atentado terrorista más mortífero del Reino Unido desde 1988, en que 270 personas fallecieron en Lockerbie cuando agentes libios hicieron saltar en pedazos un avión en vuelo. Fue por tanto inevitable que aquella matanza nos afectase especialmente a españoles y norteamericanos, al recordar nuestros 11-M y 11-S respectivos.
Me costó mucho contactar con Marina. Las líneas en Londres estaban saturadas, aunque sus padres me tranquilizaron un poco cuando pude hablar con ellos: mi amiga les había llamado justo después de la cuarta explosión. La bomba en el tercer tren no la había pillado de milagro. Esa bomba explotó en el vagón número 311 de la línea de Piccadilly que se dirigía hacia el sur, entre King’s Cross St. Pancras y Russell Square, y ella se encontraba justo en el ascensor de esa estación, bajando hacia los andenes del metro. Marina vio también el amasijo de hierros de la bomba del autobús, que explotó a escasos treinta metros de la puerta de su hostal, así que esa mañana fue doblemente afortunada. El efecto mariposa se volvió a dejar sentir con feroz brutalidad en Europa. Los lejanos conflictos de Oriente volvían a llamar a nuestra puerta.
Por si no bastase, el 21 de ese mismo mes una segunda serie de explosiones en el metro y en un autobús de nuevo sembraban el terror en Londres. Por gracia de Allah solo explotaron los detonadores, y no hubo víctimas mortales. Todos los terroristas fueron detenidos. Pero aquel nuevo golpe del terrorismo yihadista en Europa me hizo volver a la realidad y recuperar de pronto todos mis prejuicios y mi animadversión contra los musulmanes. ¿Qué clase de religión podía justificar aquella masacre?, me preguntaba. Como si todas las religiones del mundo no hubiesen justificado las peores masacres de la historia antes y después del Islam.
De nuevo, protestas contra las mezquitas. Tensión, manifestaciones y nazis infiltrados entre los ciudadanos que expresaban su repulsa contra el terrorismo, la muerte y la injusticia. Muchos cometiendo el mismo error de percepción que yo mismo, al creer que todos los musulmanes eran iguales a los jóvenes terroristas de Londres, tan británicos como sus víctimas. Y los árabes y musulmanes, que con frecuencia también creen que todos los occidentales somos iguales, respondieron ante todo el desprecio, el rencor y el odio que les transmitíamos desde Occidente. Sobre todo cuando, sintiéndose más audaces, progresistas y liberales que nadie, los responsables del diario de mayor tirada de Dinamarca,
Jyllands-Posten
, con una evidente tendencia centro-derechista, deciden convocar un concurso de caricaturas del profeta Muhammad, siendo conscientes del tabú que existe en el mundo árabe para con la imagen del fundador del Islam. Y la tensión, acumulada desde el 11 de septiembre de 2001, explotó.
En realidad, la crisis de las caricaturas del profeta Muhammad se gestó el 17 de septiembre de ese año 2005, cuando otro diario danés,
Politiken
, comentaba las dificultades del escritor Kåre Bluitgen para encontrar ilustradores que colaborasen en un libro sobre la vida del fundador del Islam que estaba escribiendo. A rebufo de ese comentario tan lícito de Bluitgen, el 30 de septiembre
Jyllands-Posten
abre la caja de Pandora. Los responsables del diario habían consultado a expertos en historia de las religiones que les advirtieron de las consecuencias que podía tener ese concurso, en un momento de tanta tensión entre Occidente y el Islam. Aun así, decididos a anteponer su derecho a la libertad de expresión a la crispada sensibilidad de los musulmanes, el
JyllandsPosten
publicó doce caricaturas del profeta Muhammad que habían sido enviadas por los concursantes. Algunas de ellas a todas luces irreverentes, en las que se relacionaba directamente al fundador del Islam con el terrorismo. Tal vez la imagen más reproducida en diferentes medios occidentales fuese la de Muhammad con un turbante que disimulaba una bomba.
Los responsables del
Jyllands-Posten
ejercieron el mismo derecho a la libertad de expresión que Nikos Kazantzakis cuando escribió su novela
La última tentación de Cristo
en 1951, o que Martin Scorsese cuando la llevó al cine en 1988. La película de Scorsese desató una polémica internacional, violenta y encarnizada. Tanto Martin Scorsese como William Dafoe, el actor que interpretaba a Jesús de Nazaret en la película, recibieron serias amenazas de muerte, y los insultos y ofensas más soeces que una mente exaltada pueda pronunciar. Pero es que en muchos países las amenazas y los insultos eran dirigidos a todo aquel espectador que se atreviese a comprar una entrada para la película.
En muchos países cristianos, demócratas y tolerantes de Europa, América o Asia, los brotes de violencia fueron tan feroces que se incendiaron las salas de cine en las que se pretendía proyectar la película. Y al menos una mujer falleció en esos atentados. Desde Sudáfrica hasta Argentina, pasando por Israel, la película fue censurada oficialmente en muchos países, prohibiéndose su exhibición en salas de cine o canales de televisión ese año 1988. En Italia se presentó en los juzgados de Roma una denuncia contra la cinta por blasfema y por «vilipendio de la religión», intentando evitar su proyección en el Festival de Cine de Venecia. En Francia, el 22 de octubre un artefacto explosivo incendió el cine de St. Michael en el Quartier Latin e hirió a varias personas, una de ellas grave.
En un país tan moderno, cosmopolita y aconfesional como Chile,
La última tentación de Cristo
ha permanecido quince años censurada, prohibida por el Consejo de Calificación Cinematográfica en 1988, y hasta 2003 los chilenos no pudieron ver en sus cines a Jesucristo según Scorsese. La argumentación del Consejo de Calificación Cinematográfica de Chile para prohibir su proyección era «que la película “presenta la figura de Jesucristo... de tal modo deformada y humillada, que su honra aparece vulnerada gravemente” (c.11); que “el agravio a su honra repercute o trasciende en la honra de los propios recurrentes” (c.13), y que “al ofender, debilitar o deformar a la persona de Cristo, la película cuestionada ofende y agravia a quienes basan su fe en la persona de Cristo, Dios y hombre, y a partir de esa convicción y realidad asumen y dirigen sus propias vidas”. La película, pues, está prohibida para proteger el derecho a la honra de los cristianos, fundamento del todo ajeno a la censura...».
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Estoy seguro de que, si en ese mismo texto jurídico de los censores chilenos sustituimos a Jesús por Muhammad y cristianos por musulmanes, podría aplicarse perfectamente al sentimiento de indignación que tuvieron los devotos del Islam ante el concurso de caricaturas convocado por el periódico danés.