Authors: Antonio Salas
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En nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Alabado sea Dios, Señor del Universo. El Clemente, el Misericordioso. Soberano en el día del Juicio. A ti adoramos, de ti imploramos socorro. Dirígenos por el camino recto...
El Sagrado Corán 1, 1
Tu lengua es como tu caballo: si le eres fiel te será fiel, si le fallas te fallará
.
Proverbio árabe
Mi nombre es Muhammad Alí Tovar Abdallah, Abu Aiman,
Al Falistini
. Soy gocho. Nací en Egido, estado de Mérida, en la «Venezuela Saudita» de Carlos Andrés Pérez. Aunque mi mamá y mis abuelos eran palestinos. Y como miles de palestinos huyeron de las fuerzas sionistas de ocupación israelíes, dejando atrás, en un pequeño pueblo cercano a Yinín, casa, tierras y olivos regados con la sangre derramada de los mártires. Pero no la memoria.
Mis abuelos maternos se encontraron con la Venezuela guerrillera y comunista de los años sesenta, adelantándose a la ingente inmigración atraída por la bonanza petrolera de los setenta y la naciente PDVSA. Y allí conocieron a la familia de mi papá, comunista y agnóstico, pero que terminó convirtiéndose al Islam para poder casarse con mi mamá.
Hasta que conoció la palabra del profeta Muhammad (SAAS), mi padre, marxista de convicción, se codeaba con la guerrilla venezolana, luchando contra los adecos de la cuarta república del presidente Betancourt y de su entonces ministro de Relaciones Interiores, y futuro presidente, Carlos Andrés Pérez. Días de plomo y selva. Compartiendo escaramuzas, o eso me contaba de niño, con el ya entonces legendario guerrillero Douglas Bravo... El destino querría que muchos años después fuese yo quien entablase amistad y colaboración con este último, en la Caracas chavista del siglo
XXI
. De ahí mi relación con las guerrillas latinoamericanas.
Mi papá se enamoró de mi mamá al primer vistazo. Y dejó las armas para abrazar el Corán, porque un buen musulmán no tiene sitio entre sus brazos para ambas cosas, o eso creía. Aunque le costó convencer a mi abuelo para poder desposarse con ella. Y entonces llegué yo.
Nunca conocí a mi madre. La maté al nacer. Murió en el parto, y supongo que mi papá jamás me lo perdonó. De ahí que siempre haya sido un niño rebelde y conflictivo.
Solo conocí a mi mamá a través de la memoria y los recuerdos de mi abuelo palestino, un incondicional de Yasser Arafat, superviviente de la resistencia en Yinín y Nablus, que me hablaba siempre de ella y de nuestra tierra, Palestina, ocupada y saqueada por los israelíes desde 1948, con frustración y añoranza. Fue mi abuelo, el elegante Wassin, quien me inculcó el Islam desde niño, y quien se empeñó en que aprendiese la lengua del Sagrado Corán. Aunque tras su muerte olvidé durante muchos años todo lo que me había enseñado... y también la lengua del Corán. De ahí mi torpeza con el árabe.
A finales de los setenta, Luis Herrera Campins, de la mano de los conservadores católicos de COPEI, releva a Carlos Andrés Pérez en el poder, mientras busca «los reales», desaparecidos en las arcas del Estado, que tanto empobrecieron al pueblo de Venezuela. Y los sueños de la izquierda venezolana se desvanecen durante treinta años, manteniendo a los camaradas de mi papá como guerrilleros clandestinos hasta la llegada de Hugo Chávez. Así que mi familia, como otras familias comunistas, decide dejar Venezuela antes de 1979 y establecerse en España, donde estudié y viví casi veinte años. De ahí que apenas quede acento latino en mi español.
Fui un estudiante rebelde. Con un marcado conflicto de personalidad entre la herencia comunista de mi padre y la educación musulmana de mis abuelos. Y como buen musulmán y como buen comunista, sentí desde muy joven la vocación de servicio. Por eso, con solo dieciocho años comencé a trabajar como cooperante en diferentes organizaciones humanitarias en África y Oriente Medio. De ahí mis útiles contactos para el yihad en los países árabes.
Siendo voluntario del TRC en Yinín, Palestina, que dirige mi admirado amigo el doctor Mahmud Sehwail desde Ramallah, conocí a mi primera esposa: Dalal Majahad S., la mujer más hermosa de todo el mundo árabe, o infiel. Y la historia de mis padres se repitió en nosotros. Nos enamoramos nada más vernos. Pero su papá, miembro activo de Hamas, no aprobaba nuestra relación. Y menos aún mi formación comunista y mi vinculación familiar con Al Fatah. Así que nuestra relación fue clandestina. Y breve.
El 9 de marzo de 2004, mi amada esposa, embarazada del que sería nuestro primer hijo, se encontraba en Yinín durante una de las habituales incursiones de una patrulla israelí en suelo palestino. En el curso del enfrentamiento con la resistencia, una bala judía perdida entró por la ventana de la casa y acabó con la vida de mi esposa y de mi hijo Aiman, y también con mis sueños de futuro. Ahí surge mi deseo de convertirme en un muyahid y luchar en cualquier parte del mundo, contra los sionistas y sus aliados norteamericanos y europeos, hasta alcanzar el martirio.
Abandoné la cooperación, radicalicé mi formación islámica y recibí entrenamiento paramilitar en Venezuela. Y decidí que la solidaridad no protegía a los inocentes de las balas imperialistas. Solo otras balas, de mayor calibre, pueden hacerlo. Desde entonces mi intención es vivir y morir por el yihad, llevándome por delante a todos los infieles posibles.
Evidentemente, todo lo que acabas de leer es falso. Sin embargo, esta es la identidad ficticia con la que he vivido los últimos seis años, infiltrado en organizaciones terroristas internacionales, desde el 12 de marzo de 2004.
En verdad, las buenas acciones arrojan a las malas.
El Sagrado Corán 11, 114
El hombre es enemigo de lo que ignora
.
Proverbio árabe
—¡Salas, no digas estupideces! ¿Cómo que te quieres infiltrar en el terrorismo islámico? Pero ¿tú eres imbécil o te crees Superman? ¿O las dos cosas?
El inspector Delgado siempre era muy elocuente cuando le planteaba mis proyectos y acostumbraba a escandalizarse por igual. Tuvo la amabilidad de presentar mi libro
Diario de un skin
, junto a Esteban Ibarra,
1
y me ayudó cada vez que necesité consejo. Y aunque hacía más de un año que había roto relaciones con él por razones que no vienen al caso, cuando volví a llamar a su puerta no la mantuvo cerrada. Yo no sabía nada sobre terrorismo, y menos aún sobre terrorismo islámico, así que le pedí ayuda para iniciar la investigación. Aunque aquel día de marzo de 2004, poco tiempo después de que la pista islámica saltase a los medios tras los atentados del 11-M, su reacción no fue la que esperaba.
—Definitivamente, estás loco. O borracho. O las dos cosas. Pero ¿tú te has visto? ¿Cómo vas a pasar tú por un terrorista árabe?
—Esto... yo... Bueno, si pude hacer lo de los skin y lo de las mafias, no creo que esto sea mucho más complicado —intenté replicarle. Y fracasé.
—No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo. Pero ¿adónde vas con esa pinta de chuloputas? ¿Cómo vas a pasar tú por un musulmán radical? ¿Tú quieres que te maten?
—Hombre, puedo dejarme la barba, cambiar el vestuario... no sé...
—No sabes, claro que no sabes. Pero si pareces un copito de nieve. ¿Cómo vas a aparentar que eres árabe?
—Puedo ir al solárium... Hay tratamientos para oscurecerte la piel, autobronceadores... no sé.
—Ya, ya sé que no sabes. No tienes ni idea. Pero ¿tú sabes algo del Islam?, ¿sabes algo de Al Qaida?
—Puedo aprender.
—¿Y también vas a aprender árabe? Listo, que eres un listo.
—Te prometo que estoy dispuesto a hacer todo lo que sea necesario. Y si hay que aprender árabe, pues aprenderé árabe.
—¡Los cojones! Vas a aprender árabe por los cojones. ¿Y con la polla...?
—No, hombre, aprenderé estudiando. Para eso está la facultad, hay cursos...
—¡No, idiota! Digo la polla, tu polla. ¿Te la vas a cortar?
Ahí me pilló. Me quedé con la boca abierta un momento y solo pude repetir:
—¿Cortar?
—¡Sí, sí, cortar! ¡Los musulmanes, como los judíos, se circuncidan! ¿Tú eres judío?
—Pues no.
—¿Te has circuncidado?
—Pues no.
Reconozco que los argumentos del inspector eran convincentes, pero lo de la circuncisión me parecía exagerado. No tenía ninguna intención de ir mostrando mi pene por las mezquitas, así que me tomé el comentario de Delgado más como un exabrupto espontáneo que como un inconveniente a la infiltración.
—Estás dispuesto a dejar el alcohol, el tabaco... y, lo que es peor, ¿vas a dejar de comer jamón, chorizo, morcillas, beicon...?
Después de un año conviviendo con traficantes rusos, rumanos, latinos o africanos, reconozco que me había acostumbrado a tener una copa de vodka y un cigarrillo en las manos a cualquier hora del día. «Un cigarrillo encendido con la colilla del anterior y un vodka a media mañana son testigos de su confesión», escribían M. Pampón y S. Barriocanal, en el diario
Qué
,
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tras entrevistarme para su periódico. En aquellos días el alcohol y el tabaco, por mal que suene esto, me ayudaban a anestesiar mi memoria tras todo lo vivido en las mafias del tráfico de mujeres. Por lo tanto, aquello de dejar de fumar y beber me sonaba utópico. Pero también innecesario. Tan innecesario como esa tontería de no comer cerdo, o circuncidarme. Bastaría con que los «moros» no me viesen fumar, beber, comer... u orinar. Está claro que en aquella época sabía tanto sobre el Islam como sobre el terrorismo. O sea, nada, pero estaba dispuesto a aprender.
A mí el 11-M me había pillado en Madrid, no muy lejos del piso, propiedad de su cuñado, desde el que la cantante colombiano-libanesa Shakira presenciaría las brutales escenas del atentado que conmocionó a España. Tres días antes, el 8 de marzo, se había presentado mi libro
El año que trafiqué con mujeres
en medio de una despiadada e injusta polémica. A pesar de que en él relataba mi infiltración en las redes internacionales de tráfico de niñas y mujeres para su explotación sexual, los medios de comunicación habían puesto el acento en la prostitución de famosas, y durante los días anteriores y posteriores a la publicación del libro, en todos los programas de todos los canales de televisión, no se hablaba de otra cosa.
Entre el 8 y el 11 de ese mes creo que quizás me convertí en el personaje más buscado por todos mis compañeros de la prensa, y la pregunta se repetía una y otra vez en todas las entrevistas: «¿Cuál será la próxima investigación de Antonio Salas?». Pero yo no tenía respuesta. La infiltración en las mafias de trata de blancas me había dejado emocional y psicológicamente tocado. Aún lo estoy. Así que me limitaba a permitir que mis compañeros especulasen sobre mi próxima investigación, con idéntico tino que en sus conjeturas sobre mi identidad real: ¿narcotráfico, tráfico de armas, corrupción política, prostitución infantil...? Así fue durante tres días. Luego vinieron el ruido y el silencio, el miedo y la solidaridad de todos los ciudadanos, la rabia y también la determinación de salir adelante. Con el caos de las bombas llegaron muchas lágrimas, pero también hubo milagros...
La mañana del 11 de marzo se produjeron muchos milagros en Madrid: el retraso de alguno de los trenes, la explosión de dos de las bombas más tarde de lo previsto, viajeros perezosos que perdieron el tren... Algunos de esos milagros son tan sorprendentes como el protagonizado por Sebastián Alburquerque, que esa mañana ingresó de urgencia tras la explosión en su vagón. Pasó una semana casi en coma, pero los análisis que le hicieron entonces detectaron un cáncer de riñón, que habría sido fatal de no haberlo descubierto a tiempo. Sebastián dice que sigue vivo gracias al 11-M. Quizás yo pueda decir lo mismo. Para todos los que, de una forma u otra, fuimos señalados por la providencia el 11 de marzo, las cosas no volverían a ser iguales; nuestras vidas, como las de cientos de familias, cambiaron. Y yo decidí que tenía que ayudar haciendo lo único que sé hacer.
Abandoné Madrid esa misma mañana, aún en estado de
shock
por lo que acababa de ocurrir y por mi particular milagro, pero teniendo muy claro que no dispondría de tiempo para desconectar de la cámara oculta, como había planeado tras el infierno en las mafias de la trata de blancas. Mis planes de un descanso en un hospital psiquiátrico, no exagero, se vieron indefinidamente pospuestos tras el 11-M. En su lugar, aún con el eco de las sirenas y los gritos en mis oídos, comenzó a gestarse
El Palestino
... aunque tardaría varios días en dirigir mis pasos hacia el terrorismo islamista. Primero vino la pista de ETA, y con ella llegaron las prisas. El gobierno del PP atribuyó a la banda terrorista el atentado, y yo no tenía por qué dudar de la versión oficial. Así que tendría que aprender euskera, mudarme a algún piso en Bilbao o San Sebastián y recuperar todos mis antiguos contactos en la izquierda antisistema, para empezar a acercarme a los abertzales.
Casualmente, tras la publicación de mi anterior libro, se había puesto en contacto conmigo desde la prisión donde cumplía condena Juan Manuel Crespo, líder ultraderechista valenciano y ex empleado de Levantina de Seguridad.
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Crespo no solo escribiría desde la cárcel
Memorias de un ultra
para la Colección Serie Confidencial,
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sino que además había hecho en prisión muy buenas migas con miembros históricos de ETA como Urrusolo Sistiaga o Idoia López Riaño,
la Tigresa
. Aún no sabía cómo, pero Crespo podría ayudarme a acercarme a la banda. Ni siquiera tuve tiempo de formalizar mi matrícula en los cursos de euskera, en la escuela de idiomas de la plaza San Pablo de Bilbao.
El mismo 11 de marzo me había llamado mi amigo David Madrid, el miembro del Cuerpo Nacional de Policía que quizás me salvó la vida al alertarme de que un oficial superior me había delatado a los skinheads, cuando yo estaba infiltrado en el movimiento neonazi. Movilizado al lugar de las explosiones, como todos los policías de Madrid, me describió una escena atroz y ya entonces me habló de un coche abandonado y supuestamente relacionado con los terroristas, y una casete con algo en árabe, pero en aquel momento el gobierno del PP insistía en la autoría de ETA, y les creí. Y continué haciéndolo un par de días, hasta el 13 de marzo de 2004.
El escándalo estalló justo antes de las elecciones nacionales. Cada vez más indicios apuntaban a que los autores del atentado eran terroristas árabes y no vascos, y yo decidí dos cosas: que no acudiría a las urnas ese 14 de marzo, en vista de cómo los políticos se empeñaban en instrumentalizar el 11-M desde todos los partidos; y que aquel día empezaría mi diario de ruta a las entrañas de la internacional terrorista. Un viaje que se realizó con poco equipaje. Apenas una cámara de vídeo y un ejemplar del Sagrado Corán.
¿Cómo puede un europeo normal y corriente, no demasiado listo, sin formación ni experiencia en el mundo árabe, sin entrenamiento ni cobertura de ninguna agencia de inteligencia, sin más presupuesto económico que el derivado de la venta de sus libros anteriores, y sin más contactos que los de un periodista normal, infiltrarse en el terrorismo internacional? Era obvio que quien esto escribe tendría tantas posibilidades de acercarse a grupos terroristas árabes como un camarero, un informático o un obrero cualquiera. O menos. Así que lo mejor era empezar por el principio: la teoría.
Me propuse seriamente aprenderlo todo. Utilicé a todos mis contactos en los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para matricularme en todos los cursos que se organizasen en España sobre terrorismo. Especialmente sobre el terrorismo yihadista. También tendría que aprender la lengua árabe. Y debería acceder a todos los informes, dossieres y bibliografía posibles sobre islamismo.
Y así, poco a poco, semana a semana, me fui haciendo con una voluminosa biblioteca. Y leí, leí muchísimos libros. Me pasaba las noches robándole horas al sueño, empollándome docenas y docenas de volúmenes. Todo lo que encontré sobre el terrorismo islamista, desde el punto de vista político, histórico, teológico, económico, policial... Sin embargo, en ninguno de aquellos libros conseguía encontrar la información psicológica que necesitaba para comprender qué pensaba, qué sentía un terrorista islamista. Algo imprescindible para poder convertirme en uno de ellos.
Casi todos los libros que leí estaban escritos por analistas occidentales, no musulmanes, que ofrecían una información fascinante, erudita, académica. Útil pero distante. Incluyendo a los expertos españoles más prestigiosos: Reinares, Irujo, Arístegui, etcétera. Todos terminarían siendo mis «profesores» en los cursos de terrorismo a los que asistí durante los siguientes tres años. Y, además, devoré sus libros, subrayando párrafos, tomando notas. Pero sin llegar a encontrar en aquellas páginas lo que necesitaba. Mi objetivo no era luchar frontalmente contra los islamistas, sino comprenderlos para poder convertirme en uno de ellos.
Y recuerdo a la perfección que el primer libro que leí, y en el que encontré un enfoque más cercano a mis objetivos, fue
Confesiones de un loco de Alá
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de Khaled Al Berry. Publicado tras la tragedia del 11-S, y traducido al español en 2002, describe la evolución emocional y religiosa de un joven miembro de Yamma Al Islamiyya, organización radical egipcia. Khaled Al Berry desnuda su alma, relatando su adolescente descubrimiento de la sexualidad, sus dudas espirituales, su participación en la comunidad religiosa. Al Berry dibuja perfectamente el entramado radical islámico en el sur de Egipto, la competencia entre organizaciones como la Yamma Al Islamiyya y otras, como los Hermanos Musulmanes, y las rivalidades entre sus miembros. Sus reflexiones, sus esperanzas, sus miedos... Todo sorprendentemente similar a lo que podría describir el adepto de una secta judeocristiana radical. Y ese es el tipo de información que yo necesitaba, pero que me resultaba muy difícil encontrar.
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Por supuesto también leí a los grandes teóricos del yihad,
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como Sayyib Qutb, imprescindible para comprender el pensamiento islamista. Y por supuesto tiré mi maquinilla a la basura... no iba a necesitar volver a afeitarme en mucho tiempo. Seis años, para ser exacto...