Authors: Antonio Salas
Inmediatamente después del 11-M, muchos institutos y universidades organizaron cursos sobre terrorismo islamista, y creo que yo me matriculé en casi todos. Lo de volver a la universidad, después de tanto tiempo, no entraba en mis planes. Al principio me resultaba un poco complicado compatibilizar mi trabajo como periodista con la asistencia a todos esos cursos, y también a las clases de árabe en las que me matriculé ese mismo año. Pero no era el único. La rabia y la frustración generadas por el 11-M no solo hicieron que los presupuestos del Ministerio del Interior y el Ministerio de Defensa cambiasen. Los recursos que el CESID, actual CNI, la Guardia Civil y la Policía destinaban anteriormente a la lucha contra ETA se derivaron, en gran medida, a la lucha contra el terrorismo yihadista. Y muchos, muchísimos funcionarios de policía, o del CNI, decidieron motu proprio estudiar árabe y matricularse en los cursos de terrorismo organizados por Defensa, Interior o diferentes universidades españolas. Así que no era extraño que viejos conocidos volviésemos a encontrarnos.
Mientras esperaba mi turno para matricularme en uno de esos cursos y de forma absolutamente casual, volví a encontrarme con mi viejo «maestro», el agente Juan, con quien no había vuelto a hablar del tema desde que, en marzo, aún creía que ETA estaba detrás del atentado de Atocha. Juan es una auténtica anomalía en la plantilla de los servicios de información españoles. Creativo técnico informático y veterano profesional de la información, no solo había creado una red de «antenas» en el África subsahariana por encargo del Ministerio del Interior, y más concretamente de la Comisaría General de Extranjería y Documentación, sino que otras agencias de información habían llegado a contratar sus servicios de «espionaje», tal y como describí en
El año que trafiqué con mujeres
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En cualquier caso y a pesar de que su especialidad son las mafias del tráfico de seres humanos, tras el 11-M habían decidido que sus informaciones también podrían ser muy útiles en el campo antiterrorista. Al fin y al cabo, África era su especialidad, y el norte del continente negro se estaba convirtiendo ya entonces en uno de los principales campos de cultivo de Al Qaida (La Base). Así que no debería haberme sorprendido encontrarlos a él y a su mejor colaboradora en la misma fila que yo.
Elegante, corpulento, siempre pegado a sus teléfonos móviles o a su agenda electrónica, nada podría hacer sospechar que aquel tipo, para quien se inventó la descripción de «absolutamente normal», era un agente de información. Nada salvo, quizás, sus vivaces ojos azules, que reconocí al segundo por encima de sus gafas de sol, de último modelo. Y su exótica acompañante era la más brillante de sus colaboradoras, Benedicta, una joven africana de belleza solo comparable a su inteligencia. Experta analista, terminó siendo la mejor alumna de nuestra clase; trabajaba como traductora en una comisaría de policía analizando grabaciones de intervenciones telefónicas a traficantes subsaharianos, y nos aventajaría a todos en su fluidez con el árabe. Pero Benedicta nunca podría ser una agente de campo. Demasiado atractiva para pasar de sapercibida. A pesar de que la presencia de Juan y su mejor agente en aquella cola solo podía significar una cosa, me mostré sorprendido.
—¿Juan? ¿Eres tú?
—¡Hombre, Toni! ¿Qué haces aquí? —respondió, quitándose las gafas de sol.
—Vengo a matricularme en unos cursos. ¿Y tú?
—Yo también. ¿En qué cursos te matriculas?
—Los de terrorismo islámico. ¿Y tú?
—Yo también.
Y así fue como volví a reencontrarme con el agente Juan. Desde entonces, y hasta el momento de redactar estas líneas, coincidiríamos en varios episodios de nuestras respectivas investigaciones sobre el terrorismo internacional. Él, para el gobierno español. Yo, para mis lectores.
Lo mismo me ocurrió con el agente David Madrid. Con mi amigo, el policía autor de
Insider
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llegué a compartir pupitre en la misma universidad madrileña durante alguno de esos cursos sobre terrorismo islamista en los que ambos nos habíamos matriculado. En aquel entonces, David estaba preparando un doctorado sobre análisis y prevención del terrorismo.
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Y durante 2004, 2005 y 2006 coincidiría con él, y con varios de sus compañeros del Cuerpo Nacional de Policía (CNP), en diferentes cursos de lengua árabe y de terrorismo islamista. Incluido Juanma, otro agente del CNP con quien viviría una increíble anécdota unos meses más tarde. En ese mismo curso, por cierto, Juanma, David y yo tuvimos como compañeras de clase a un grupo de abogadas, opositoras a juezas, que durante alguna tertulia se confesaron admiradoras del periodista Antonio Salas y que nunca supieron que lo tenían sentado en el pupitre de atrás. Y también al juez Abdelkader Chentouf, amigo y compañero de Baltasar Garzón, y juez de la Corte de Apelación de Rabat e instructor de la investigación de los atentados de Casablanca, en mayo de 2003. Con el juez Abdelkader retomaría ese contacto, un tiempo después, cuando yo mismo viajase a Marruecos para hacer mis primeros estudios del Corán, y para seguir la pista de los atentados en Casablanca, Meknes y Marrakech personalmente...
Resultó casi conmovedor ver cómo muchos funcionarios de policía o del antiguo CESID habían decidido por su cuenta aprender árabe o formarse en materia de terrorismo islamista después del 11-M. Como yo, tenían que robar horas al sueño para poder estudiar, se pagaban por su cuenta los libros y los cursos, y todos los gastos añadidos que generaban. Lo que habían visto en las estaciones de Madrid, el día del atentado, había sido la mejor motivación para aquellos jóvenes idealistas que todavía se creían que la función de la policía es luchar contra los «malos», y proteger y servir a los ciudadanos. Los años y los políticos, y los mandos policiales, aún más politizados que los políticos, acabarían por asesinar todas aquellas ilusiones. Y casi todos terminarían abandonando los estudios del árabe y la formación antiterrorista en menos de tres años. Juan y David incluidos.
A pesar de los sabios consejos de mi amigo el inspector Delgado, mi intención de infiltrarme en las redes del terrorismo internacional era absolutamente inquebrantable. Tenía buenas razones, pero poca información. Así que mis primeros intentos de crearme una identidad ficticia como terrorista islámico resultaron una sucesión de errores y fracasos. Partía de prejuicios absurdos sobre el Islam, los mismos que tal vez tenía la mayoría de los norteamericanos tras el 11-S, y la mayoría de los europeos tras el 11-M o el 7-J.
Pretendía hacerme pasar por un terrorista árabe que además hablaba perfectamente español, y mi primera intención fue la de convertirme en un musulmán saharaui radicalizado por la ocupación marroquí. Esta antigua colonia española, situada en el desierto del Sahara, entre Marruecos y Mauritania, fue abandonada a su suerte en 1976. Desde entonces más de un cuarto de millón de seres humanos malviven de la caridad internacional en miserables campos de refugiados, mayoritariamente en Tinduf.
No era una mala opción.
(el Frente Polisario), acrónimo de Frente Popular de Liberación de Saguia Al Hamra y Río de Oro, probablemente sea una de las organizaciones armadas que despiertan más simpatías en Occidente. Sucesor del Movimiento para la Liberación del Sahara, el Polisario lucha desde los años setenta por la independencia del Sahara Occidental, de los colonizadores españoles primero y de los marroquíes después. Además, como comprobé personalmente, en el Sahara Occidental una buena parte de la población habla español, con bastantes modismos y acento canario, y eso explicaría mi acento y conocimiento del castellano cuando intentase infiltrarme en las organizaciones terroristas árabes. Por otro lado, un amplio porcentaje de la población europea expresa su solidaridad con los saharauis de diferentes maneras. Desde el apadrinamiento de niños, que todos los veranos visitan a sus familias adoptivas en España, Francia, Italia, etcétera, hasta la celebración anual del famoso Festival Internacional de Cine del Sahara. Un festival en el que se implican activamente un gran número de actores, directores o productores, tan famosos como solidarios, encabezados por el oscarizado Javier Bardem.
Como es evidente y por razones logísticas, me resultaría mucho más accesible, seguro y barato construir mi nueva identidad en el Sahara Occidental, mucho más cercano a España en distancia, lengua y cultura, que en ningún país de Oriente Medio. Pero aquella opción tenía dos pegas; la primera, que tras el 11-M los terroristas islamistas sin duda sospecharían intensamente de todo lo que pudiese sonar a España; todos los servicios de información españoles se concentraron en «cazar terroristas» islámicos al precio que fuese necesario. Y, por otro lado, el mayor enemigo de los rebeldes saharauis es Marruecos, y yo intuía que Marruecos era una de las principales canteras de muyahidín (
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o «guerreros» del Islam. Y es evidente que en Marruecos no existe una simpatía especial por los saharauis, considerados una suerte de «gitanos» del desierto. Al final, decidí que arrancar esta investigación con la identidad de un saharaui iba a complicarme las cosas en Marruecos primero y tal vez en el resto del mundo árabe después. Así que opté por la segunda opción. Más lejana, más cara y mucho más distante culturalmente: Palestina.
Como le ha ocurrido a la mayoría de mis amigos, tan ignorantes y desinteresados por el mundo árabe como yo, siempre supuse que todos los musulmanes eran unos terroristas potenciales, pero los palestinos aún más. Nunca me había preocupado por conocer en profundidad el conflicto palestino-israelí y solo recordaba vagamente titulares de prensa o cabeceras de informativos, dando cuenta de tal o cual atentado terrorista contra los sufridos israelíes, a manos de algún fanático palestino suicida. Así que esa era una opción, de entrada, tan buena como la del radical saharaui. Aún tardaría un poco en descubrir que mi prejuicio sobre los palestinos terroristas musulmanes era una falacia, como la mayoría de las cosas que había escuchado tras el 11-M. La mayor parte de la resistencia palestina no es terrorista y ni siquiera es musulmana.
Como en todas mis investigaciones anteriores, soy
freelance
, empecé a buscar aliados en todos lados. No iba a contar con ningún apoyo económico, oficial ni humano en esta infiltración, así que tampoco le debía fidelidad ni obediencia a ninguna línea de investigación. De modo que llamé a todas las puertas para buscar información. En el año 2000, cuando intentaba acercarme al movimiento neonazi, había hecho lo mismo, acudiendo entre otras posibles fuentes al agregado de prensa de la embajada de Israel en Madrid. Y ahora volvía a retomar una fuente que ya había tocado entonces, solo que esta vez buscando información sobre terrorismo y no sobre los skin. Y fue un error. Uno de los muchos que he cometido en esta aventura. Pero pudo haber sido de los más graves. Con lo que hoy sé, quizás no habría rescatado de mi agenda el teléfono de Abraham A., un antiguo alto oficial del MOSSAD israelí a quien había conocido cuando intentaba reunir información sobre los movimientos neonazis internacionales.
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A pesar de haber conocido a infinidad de neonazis, traficantes, proxenetas y terroristas durante mis infiltraciones, Abraham es el primer hombre que he conocido en mi vida cuya sola mirada me ha infundido temor. El segundo sería un jefe de inteligencia de Hizbullah con quien confraternizaría años después en Caracas. Los dos muy altos y fuertes, más allá de la cincuentena y del metro noventa, y con un número indeterminado de muertes a sus espaldas. Muy parecidos física y moralmente, ambos poseen unos ojos grises, fríos como el hielo. Por su apariencia exterior, el israelí Abraham y el libanés Issan S. podrían muy bien haber sido hermanos; sin embargo, son enemigos irreconciliables. A muerte. A un extremo y otro del conflicto árabe-israelí.
Supongo que, cuando le dije a Abraham que pensaba infiltrarme en los skinheads NS allá por 2002, le parecí un «chico simpático pero un poco chalado». Es evidente, o eso creía yo, que los judíos como Abraham son los principales interesados en la lucha contra el antisemitismo nazi. De hecho, desde aquel entonces nos reunimos en unas ocho o diez ocasiones, y compartimos comidas y tertulias cordiales en Barcelona, la ciudad donde reside a día de hoy, supuestamente retirado del espionaje israelí. Pero creo que no me tomó muy en serio.