El Palestino (11 page)

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Authors: Antonio Salas

Tras la explosión, y aprovechando la estampida de los supervivientes, Sajida consiguió escapar del hotel y tomó un taxi hacia su escondite. Aunque con los nervios dio mal la dirección y tuvo que dar un largo rodeo antes de poder esconderse en el sótano alquilado como piso franco. Sin embargo, la vio su casero, que se percató de su nerviosismo, y sobre todo de las manchas de sangre en su vestido. Y cuando todas las emisoras jordanas dieron la noticia de los atentados, avisó a la policía.

Las unidades antiterroristas jordanas no sabían si la sospechosa estaba sola o si podía recibir ayuda de otros cómplices tras el atentado, así que durante varios días se limitaron a vigilar la casa sin actuar. A esas alturas ya sabían que se trataba de la cuarta integrante del comando anunciado por Zarqaui en su comunicado, entre otras razones porque Sajida, presa del pánico, se había puesto en contacto con la familia del esposo jordano de su hermana, Nidal Arabiyat, pidiéndole ayuda para regresar a Iraq. En lugar de eso, el suegro de su hermana avisó a la policía. La temible Muhabarat
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jordana, el servicio secreto nacional, sin embargo, decidió esperar tres días antes de intervenir.

A petición del gobierno jordano y gracias a las excelentes relaciones del gobierno alauita con la Casa Blanca, el 12 de noviembre un equipo de criminalistas del FBI, compuesto por expertos en recuperación y análisis de restos explosivos, químicos o de ADN en la escena del crimen, llegó a Ammán. Asistidos por sus colegas jordanos, los CSI del FBI examinaron los efectos de las tres explosiones, y concluyeron que los tres sistemas explosivos, ideados para la proyección de la letal metralla —compuesta por bolas de acero—, habían sido construidos por las mismas manos terroristas, usando un sistema de detonación mecánico de espoleta.

Ese mismo día 12 se produjo el asalto al piso donde permanecía escondida Sajida Al Rishawi, que todavía portaba el cinturón explosivo que no había detonado en el hotel Radisson y que fue entregado posteriormente a los peritos del FBI para su análisis. Se trataba de un chaleco realizado con tela de muselina y sujeto al cuerpo con correas de nilón, que incluía una bolsa con explosivos plásticos, iguales a los restos encontrados en las tres escenas del crimen, así como las bolas de acero que deberían haber funcionado como metralla, despedazando su cuerpo y el de las víctimas inocentes.

Al día siguiente, la televisión estatal jordana emitía las imágenes de Sajida Al Rishawi, nacida en Faluya, ciudad icono de la resistencia iraquí, mostrando el chaleco explosivo que portaba en el hotel Radisson SAS, una retransmisión que dio la vuelta al mundo.

Meses después, el 24 de abril de 2006, al iniciarse el juicio contra Sajida Al Rishawi, la televisión jordana emitió nuevas imágenes de la fallida mártir de los hoteles de Ammán, que desataron una nueva polémica.
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En los foros yihadistas de Internet, las mujeres simpatizantes de Al Qaida expresaban su frustración con el número dos de La Base, por no permitirles un mayor protagonismo en la lucha armada. A pesar de los interminables tópicos sobre la mujer en el Islam que han echado raíces en Occidente, las musulmanas viven su propio proceso de evolución hacia la igualdad entre los sexos, y la posibilidad de matar en el nombre de Dios, tanto o más que los varones, es una de las aspiraciones de algunas de ellas. Incluso a pesar de que, el 21 de septiembre de 2006, el tribunal jordano condenase a Sajida Al Rishawi a morir en la horca.

Durante el juicio, su abogado argumentó que la confesión de Sajida se había obtenido bajo presión y tortura, y que su cliente era inocente. Afirmó que había sido obligada a hacer el viaje a Ammán por su esposo, con el que se había casado solo unos días antes de partir hacia Jordania, sin tan siquiera haber consumado el matrimonio. Y dijo también que fue forzada a colocarse el cinturón explosivo que en ningún momento había pensado detonar. Sin embargo, la pericia forense de un experto en explosivos, aportada por la acusación, era concluyente: el mecanismo de activación del cinturón explosivo que Sajida aún llevaba puesto cuando fue detenida se había atascado. Así que, ya es casualidad, incluso aunque hubiese querido inmolarse no habría funcionado...

Ahora, cada vez que los turistas nos alojamos en un hotel jordano y tenemos que soportar los controles de seguridad, los detectores de metales y los tediosos interrogatorios de los agentes, ya sabemos cuál es la razón. Tras el 9 de noviembre de 2005, el turismo, una de las principales fuentes de ingresos de la economía jordana, se vio terriblemente resentido por los ataques terroristas. De hecho, el hotel Radisson cambiaría su nombre por el de Landmark Hotel para intentar paliar el temor de los turistas a alojarse allí donde se había producido la masacre. Durante meses, todos los jordanos vinculados de una forma u otra al sector turístico sufrieron la mayor crisis de su historia reciente. Todos perdieron. No hubo en aquel ataque nada que glorificase a Allah, ni que mejorase la calidad de vida de nuestros hermanos musulmanes en Jordania, ni en Iraq, ni en ninguna parte del mundo. Los musulmanes jordanos tuvieron que sufrir en su economía las consecuencias de la operación de martirio ordenada por Zarqaui. Y, desde entonces, los turistas occidentales el incordio de las nuevas medidas de seguridad que se implantaron en el país tras aquel ataque.

Al Zarqaui, biografía de un «héroe» de la resistencia

No faltaría a la verdad si dijese que, hasta los ataques a los hoteles de Ammán, Abu Musab Al Zarqaui era considerado un héroe para su familia y vecinos. Con frecuencia los occidentales asistíamos con estupor al baile de nombres y apellidos exóticos de los terroristas árabes que aparecían en los informativos. En el caso del famoso «Decapitador de Bagdad», su nombre no significa otra cosa que Padre de Musab, el de Zarqa. Probablemente, en aquellos días, solo otro miembro de la resistencia podía competir con él en fama y admiración, a causa de su lucha contra los invasores occidentales: Yuba, el francotirador de Bagdad. A él me referiré más adelante.

Cuando mis prejuicios occidentales y yo llegamos a Zarqa, a unos 21 kilómetros al noroeste de la capital, esperaba hallar un pequeño pueblo lleno de beduinos y camelleros, y me encontré con la tercera ciudad más grande de Jordania, solo superada por Ammán e Irbid. Con sus casi 450 000 habitantes, Zarqa es el centro industrial de Jordania y posee el 50 por ciento de las fábricas del país. Pese a ello mantiene uno de los mayores índices de criminalidad. Y aunque su nombre, Zarqa, hace alusión al color azul, la «Ciudad Azul» también es conocida como «el Chicago de Jordania» y «la Ciudad del Polvo». Lo que puede dar una idea de la marginalidad de algunos de sus barrios.

Un amplio porcentaje de la población zarqauita es de origen palestino, así que en ese sentido podía sentirme como en casa. Sin embargo, cuando llegué nadie que hiciese preguntas sobre el Decapitador era bien recibido. De hecho, casi salí de la ciudad con los pies por delante, después de interesarme por la familia del líder de la resistencia iraquí en su barrio. Tras los atentados de Ammán y en dos ocasiones ese mismo mes de noviembre, la familia y la tribu de Al Zarqaui emitieron sendos comunicados renegando totalmente del antes admirado héroe de la resistencia. «Al principio nos sentíamos orgullosos de él porque era un muyahid que luchaba contra los que agreden a los musulmanes, pero eso fue antes de que empezara a matar civiles. Ahora nos avergüenza», declararía públicamente su propio primo Ahmad Al Jalailé.

A pesar de que un dependiente, en una tienda del barrio Hai Kasarat, me aseguraba que la familia de Al Zarqaui se había ido a Europa, el conductor del taxi que cogí en Zarqa insistía en que en aquellos días todavía vivía en la ciudad Omm Muhammad, primera esposa de Al Zarqaui, con los cuatro hijos que había tenido con el líder de la resistencia iraquí. Entre ellos el mayor, Musab, que en aquel momento tenía siete años de edad. Omm Muhammad, según mi nuevo amigo, era ligeramente mayor que su esposo, apenas tenía cuarenta años. Pero la vergüenza, la angustia o quizás la culpabilidad por los crímenes de su marido la llevaron a la muerte en junio del año siguiente, poco después de conceder una jugosa entrevista a un periódico europeo. Aunque en aquel momento era obvio que ni su esposa ni ningún otro miembro de su familia mostraba interés en conceder una entrevista a un extraño, por muy palestino que fuese... Yo todavía ignoraba la mala prensa que tienen los palestinos, entre muchos grupos yihadistas, a causa de la gran cantidad de ellos que, víctimas de todo tipo de chantajes o sobornos maquiavélicamente ideados por el MOSSAD, se han visto obligados a colaborar con la inteligencia israelí, y por extensión con la norteamericana.

Cuando empecé esta investigación, siendo aún más ignorante en cuanto a la cultura árabe de lo que soy ahora, me llamaba la atención que muchos nombres de terroristas yihadistas famosos fuesen tan parecidos: Abu Musab al Suri, Abu Musab Al Zarqaui, Aiman Abu Muhammad Al Zawahiri... ¿Acaso todos los terroristas árabes se llamaban igual? ¿Eran todos de la misma familia?

No. La explicación ha de buscarse en la particular onomástica árabe, en la que el nombre y apellido de una persona varía a lo largo de su vida. Al igual que ocurre en Occidente con los cristianos más consecuentes con su religión, la familia es un valor social importantísimo. Entre las infinitas cosas en común que tienen cristianos y musulmanes están los idénticos puntos de vista sobre el aborto, la homosexualidad, el matrimonio, etcétera. Pero en el caso del respeto a la familia, los árabes nos aventajan mucho a los occidentales. En los países árabes, por ejemplo, existen muy pocos asilos de ancianos. Para los musulmanes resulta inconcebible que un hijo pueda encerrar a sus padres o abuelos, a los que debe su vida, en una residencia. Y ese amor y respeto a los mayores se refleja en su onomástica. Una persona llamada, por ejemplo, Muhammad Abdallah, durante su infancia puede añadir a su nombre el patronímico «hijo de»
(Ibn)
, e incluir el nombre de su padre; Muhammad Abdallah ibn Alí. Pero con los años, y al convertirse en padre, cambiará ese patronímico por «padre de»
(Abu)
, asumiendo el nombre del hijo. En mi caso, Abu Aiman. En el caso de las esposas, se sustituye
Ibna,
«hija de», por
Omm
, que significa «madre de». Es solo un ejemplo de la intensa unidad familiar de la cultura árabe, que tanto proclaman religiones cristianas como el catolicismo.

Por otro lado, también es muy frecuente, sobre todo en este contexto, utilizar en el nombre una referencia geográfica relacionada con el lugar de procedencia y/o el linaje de esa persona. En mi caso se trataba de Al Falistini (
) que significa «el palestino», o «el de Palestina». De esa forma, en casos como Mustafá Setmarian, alias
Abu Musab al Suri
(
), sabemos que es de origen sirio.
Al Suri
(
) solo significa eso: «el sirio», o «el de Siria». Con esto quiero señalar que el nombre del terrorista más temido y buscado de Iraq, inspirador de los muyahidín de todo el planeta y admirado por ellos, no era un nombre real.

Abu Musab Al Zarqaui (
) nació el 30 de octubre de 1966 en Zarqa, con el nombre de Ahmad Fadeel al-Nazal al-Khalayleh. Miembro del clan Khalaylah, que forma parte de la tribu beduina Beni Hassan, había crecido en la calle Hamzá bin Abdulmutalé, jugando al fútbol con sus tres hermanos, sus seis hermanas y sus primos, en una zona particularmente austera de la ciudad. Cerca del cementerio y de una cantera abandonada.

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