El Palestino (15 page)

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Authors: Antonio Salas

Por otro lado, me impresionó el escepticismo generalizado de los musulmanes en torno a Ben Laden y Al Qaida. Para la inmensa mayoría de los musulmanes que conocí, Al Qaida era un invento de la CIA y del MOSSAD, Ben Laden su asalariado, y el atentado al World Trade Center una operación interna de los Estados Unidos para justificar el robo del petróleo iraquí. Más tarde descubriría que los miembros de los grupos terroristas latinos opinaban lo mismo. Excepto los que de verdad tenían criterio y experiencia para emitir un juicio de valor, como Ilich Ramírez, que me confesó haber conocido personalmente a los ideólogos de esa masacre. Sin embargo, mis compañeros en Marruecos, jóvenes devotos sin la menor relación con el terrorismo, suscribían las teorías escépticas del francés Thierry Meyssan, el norteamericano Morgan Reynolds, el español Bruno Cardeñosa o el italiano Giulietto Chiesa, entre otros.

Un día, cuando nuestra camaradería estaba consolidada, mis hermanos me invitaron a que los acompañase a su habitual visita al
hamman
, el baño árabe, y en ese momento se dispararon todas mis alarmas y recordé las palabras del inspector Delgado: «¿Te la vas a cortar?... Los musulmanes, como los judíos, se circuncidan... ¿Te has circuncidado?». Tuve que buscar una buena excusa, y no fue nada fácil, para evitar acompañar a mis hermanos al
hamman
, de lo contrario, en cuanto nos desnudásemos, toda mi tapadera como musulmán se habría ido al traste, porque evidentemente mi pene no estaba circuncidado, pero todos los de mis hermanos sí. Resulta paradójico que al final tuviese que interrumpir mi formación coránica por una cuestión genital. Pero estaba claro que si pretendía convivir con musulmanes veinticuatro horas al día, tarde o temprano tendría que someterme a la misma operación a la que tuvo que prestarse Domingo Badía, para convertirse en Alí Bey... aunque la descripción que hizo en su libro de aquella dolorosa operación no resultase nada alentadora. Él prefirió hacerlo en Europa (en Londres), en lugar de en ningún país árabe. Y yo haría lo mismo, pero en España y cuando ya no hubiese más remedio.

Busqué una excusa para abandonar a mis hermanos musulmanes y, tras comprobar que nadie me seguía, aproveché aquella estancia en Marruecos para contactar con un viejo compañero de estudios en uno de los primeros cursos de terrorismo que recibí en España, al inicio de esta investigación. Un curso en el cual David Madrid y yo habíamos compartido pupitre, y notas, con aquel hombre menudo, risueño y cordial, en la Universidad de Madrid. Solo hacia el final de las clases, en los últimos días, nos había confiado su estrecha relación con el juez Baltasar Garzón. «Siempre que vengo a España lo visito, y cuando él viene a Marruecos también me visita. De hecho, ayer estuvimos cenando juntos», nos confesaría, el mismo día en que Baltasar Garzón vino a la facultad para impartirnos una clase magistral sobre terrorismo y derecho. Y es que aquel hombre simpático y extrovertido, que hablaba perfectamente español, era el mismísimo juez antiterrorista de Marruecos Abdelkader Chentouf, juez de la Corte de Apelación de Rabat e instructor de la investigación de los atentados de Casablanca, en mayo de 2003. Tengo que reconocer que, gracias a Allah, soy un tipo con mucha suerte. Mientras marcaba el número de teléfono móvil de Abdelkader, mi antiguo compañero de pupitre, me preguntaba qué probabilidades estadísticas había de que una coincidencia tan generosa se produjese por puro azar. Realmente Dios es compasivo y misericordioso.

Llamé al juez Chentouf en cuanto llegué a Rabat y antes de continuar mi viaje hacia Casablanca, escenario del mayor atentado terrorista en la historia de Marruecos. Meses más tarde volvería al país para visitar Marrakech y Meknes, donde se ejecutaron otros atentados terroristas. Quería visitar, ver y sentir personalmente los lugares donde se habían desarrollado las operaciones de martirio.

A Abdelkader no le hicieron mucha gracia mis preguntas. Es normal. El atentado que aterrorizó Casablanca el 16 de mayo de 2003, y que oficialmente se atribuyó a mi viejo amigo Abu Musab Al Zarqaui, es uno de los episodios más extraños y anómalos del terrorismo internacional. Tras realizar varias entrevistas y visitar los lugares donde tuvieron lugar las explosiones, empezaba a hacerme una idea de lo que ocurrió aquella noche absurda de 2003.

Casablanca: el peor atentado islamista desde el 11-S

En la rutina del terror, 2003 fue un año de gran actividad asesina. Durante todo el año se produjeron atentados terroristas, yihadistas o no, en todo el mundo. Aunque la inmensa mayoría de aquellos crímenes a los occidentales no nos preocupasen demasiado. En realidad, solo prestamos atención al terrorismo cuando nos golpea en casa. Pero durante todo 2003, el terror llamó a otras puertas en los cinco continentes. El atentado más notable se produjo en Marruecos. Un ejemplo paradigmático de instrumentalización política del terrorismo y de sus consecuencias.

El viernes 16 de mayo de 2003 parecía un día normal en Marruecos. Casualmente, ese mismo día el ministro de Asuntos Exteriores marroquí Mohammed Benaisa recibe a Dick Cheney, Condoleezza Rice, Paul Wolfowitz, Richard Armitage y el subsecretario de Estado para el Cercano Oriente, William Burns, para debatir temas de interés común como los fosfatos, el hierro y el petróleo del Sahara Occidental ocupado por Marruecos desde que España abandonó a su suerte a los saharauis, treinta años antes.

Esa noche, una elaborada operación de martirio, que sincronizaba a varios suicidas en varios escenarios diferentes de la ciudad, dio comienzo a las 21:40. Un terrorista suicida se inmola cerca del Cementerio Judío de Casablanca y causa varias víctimas. Cinco minutos después, un comando de mártires detona dos bombas más en el Círculo de la Alianza Judía. A las 22:50, dos mártires se inmolan en el restaurante Le Positano. Cinco minutos más tarde, tres muyahidín atacan la Casa de España y se llevan por delante a diecinueve paisanos marroquíes, un italiano y dos españoles, Manuel Albiac y Francisco Abad, que mueren al momento —otros cuatro españoles fueron heridos graves y alguno falleció más adelante—. Casualmente, ese mismo 16 de mayo de 2003 la administración Aznar había considerado que el riesgo de ataques yihadistas a objetivos españoles en Marruecos había terminado, y retiró la vigilancia policial de la Casa de España...

Justo después de esta masacre, varios muyahidín llegan al hotel Farah y detonan en la recepción sus mochilas cargadas de explosivos. Uno de los mártires, Mohamed El-Omari, sobrevivió al ataque porque su mochila no explotó. Pero cuarenta y cinco personas murieron esa noche y más de cien resultaron heridas.

Como ocurre casi siempre, la inutilidad de aquella absurda e irracional masacre se evidencia en que todas las víctimas eran musulmanes marroquíes, menos dos españoles, un italiano y tres franceses. Es decir, el 90 por ciento de las víctimas mortales del ataque combinado a cinco objetivos simultáneos en Casablanca eran parte de esa misma Umma, la comunidad de musulmanes por la que los muyahidín dicen luchar. Al igual que en los ataques a los hoteles de Ammán. Es evidente que el terrorismo siempre se vuelve contra las mismas causas que lo utilizan y justifican. Matar por la implantación del Islam es una blasfemia. Pero matar a tus propios vecinos, hermanos musulmanes, por la implantación del Islam es una blasfemia estúpida.

El mayor perdedor tras un presunto atentado yihadista como el de Casablanca fue el Islam. Solo unas horas después de las explosiones, la policía marroquí procedía a realizar cientos de detenciones, siendo los principales damnificados los personajes más relevantes de la política islamista marroquí, en especial Abdelbari Zemzmi, Mohamed Fizazik y numerosos miembros del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), tercera agrupación política en el Parlamento de Marruecos. Y tengamos en cuenta que los atentados se produjeron cuatro meses antes de unas elecciones municipales en las que los partidos islamistas tenían todas las ventajas en los últimos pronósticos de voto. Hasta que las bombas de Casablanca se las quitaron.

Oficialmente, como siempre, el atentado era obra de Al Qaida. Sin embargo, como siempre también, voces críticas se alzaron contra la versión oficial para expresar su teoría de la conspiración. Y dicha teoría se apoya en hechos reales, como por ejemplo:

1. El muyahid que oficialmente atentó contra el Cementerio Judío en realidad se inmoló en la plaza Sahat Al Arsa, en la que no hay absolutamente nada. A 150 metros hay una fuente, esta vez sí, cercana a un cementerio judío, pero que está abandonado desde hace cincuenta años. ¿Es lógico atentar contra un cementerio abandonado? ¿Puede un terrorista nativo equivocarse de plaza y suicidarse en el lugar equivocado?

2. Los muyahidín que atacan en el Círculo de la Alianza Judía lo hacen en sabbat, cuando el local está cerrado y no hay nadie en su interior. El día anterior se había celebrado una boda con ciento cincuenta comensales, pero ellos atacaron cuando no había nadie, y además detonaron la bomba antes incluso de entrar en el local.

3. Los dos mártires que atacaron el restaurante Le Positano, en la calle Farabi, eligieron el mismo día festivo judío en que el restaurante estaba vacío. Y también se mataron en la puerta, ni siquiera entraron.

4. El comando que atacó la Casa de España tuvo más éxito... relativamente. De las veintidós víctimas mortales, diecinueve eran marroquíes musulmanes. Un precio muy alto, en mi opinión, a menos que esos mismos «guerreros de Allah» consideren que la vida de un cristiano vale tanto como la de seis musulmanes y pico. De no ser así, la operación no podría considerarse un éxito.

5. En cuanto a los atacantes al hotel Farah, de nuevo detonan sus explosivos, los que funcionan, en la entrada, sin llegar a penetrar a fondo en el hotel.

En una ocasión, dice Nasruddin en uno de sus cuentos satíricos, un vecino llamó a su puerta para pedirle prestado su burro, mas el Mullah no quería prestárselo y se excusó diciendo: «Lo siento pero ya se lo he dejado a otro vecino». En ese momento el burro comenzó a rebuznar desde el patio de la casa, y lógicamente el vecino exclamó: «¡Pero si lo estoy escuchando ahora mismo!». A lo que Nasruddin respondió indignado: «¿A quién vas a creer, al Mullah Nasruddin o a su burro?». Lo cierto es que a veces resulta complicado creer las versiones oficiales sobre algunos atentados terroristas, y por eso muchos marroquíes no las creían.

—Fueron los del MOSSAD —me explicaba Rashid, el taxista que se empeñó en enseñarme «pruebas» de la conspiración en Casablanca—. Ellos mismos montaron todo ese circo para luego poder deshacerse de su competencia política en las elecciones, y para dañar aún más la imagen del Islam.

Mientras decía esto, el taxista me llevaba al que pretende ser el único museo judío del mundo islámico. Una auténtica anomalía, situada en el barrio Oasis de Casablanca, a quince minutos del centro de la ciudad. El museo, que conserva valiosos tesoros artísticos, religiosos y documentales, tiene un valor cultural innegable. Según Rashid, si de verdad alguien quisiese atentar contra un objetivo de alto valor simbólico para el pueblo judío, buscaría objetivos tan valiosos como este y no se inmolaría inútilmente en la fuente de una plaza, en la puerta de un restaurante vacío, o en los aledaños de un centro judío en el que no había nadie...
4
Y, sobre todo, programar una serie de atentados conjuntos, en nombre del Islam, en los que el 90 por ciento de las víctimas resultan musulmanes locales inocentes es una chapuza comparable al atentado, no resuelto, cometido en el restaurante El Descanso, de Madrid, el 12 de abril de 1985. Aunque los autores en teoría querían atacar a los militares norteamericanos destinados en la cercana base militar de Torrejón, las dieciocho víctimas mortales de la explosión eran españolas. El atentado se atribuye a Mustafá Setmarian...

El primer atentado de Casablanca tuvo lugar cuatro meses antes de las elecciones, pero sus repercusiones políticas fueron similares a las del 11-M en España. Tras las explosiones, la policía y la inteligencia marroquíes iniciaron la caza del yihadista. Y la oposición islamista del Partido Justicia y Desarrollo fue literalmente barrida del mapa político. Entre sus miembros y simpatizantes se produjeron miles de detenciones. Detenidos que eran trasladados a oscuros calabozos, donde se veían sometidos a crueles interrogatorios. Y todos confesaban lo que los interrogadores quisiesen oír. Es lo que tiene la tortura. Puede que algunos de los detenidos y torturados tras los atentados de 2003, como Abdelfettah Raydi, fuesen ya unos terroristas con vocación de suicidas antes. Pero lo que está claro es que después de salir de aquellos calabozos marroquíes, Abdelfettah sí lo era. Antes de 2003 sus vecinos, hermanos y amigos decían que era un musulmán moderado, vendedor de profesión y un hombre siempre sonriente. Después de su paso por los calabozos dejó de ser moderado, dejó su profesión y dejó de sonreír.

Líbano: los destructores de la historia

Aquel viaje a Marruecos fue especialmente intenso. Más tarde volvería para seguir la pista de otros atentados en Casablanca, Meknes, Marrakech, etcétera, pero cuando regresé a Europa tras aquella estancia en concreto, me llevaba sentimientos contradictorios conmigo.

Por un lado me sentía confuso por aquellas intensas jornadas de estudio del Sagrado Corán, y por la convivencia, veinticuatro horas al día, con musulmanes y musulmanas que me abrieron los brazos y las puertas de su casa y de su vida. Que me acogieron como a un hermano. Con los que compartí cama, comida y plegarias. Lo que me hizo replantearme algunos de mis prejuicios sobre el Islam. En aquellas personas no encontré fanatismo, ni intolerancia, ni por supuesto la barbarie asesina que esperaba, aunque sí una fe estricta y consecuente. Cuando nos despedimos, mi familia de acogida me hizo varios regalos que habían traído de su reciente peregrinación a La Meca, y que tienen el valor intrínseco de haber llegado desde la ciudad santa del Islam, como un rosario árabe (conocido como
tasbith
,
subha
o
masbaha
dependiendo del país), un gorro de
salat
y una pequeña alfombra para rezar. Una preciosa alfombra verde, el color del Islam, con la piedra sagrada de Kaaba bordada en ella. Esa alfombra me acompañaría a partir de entonces en mis viajes por muchos países árabes, acogiendo mis oraciones todos los días del año. Y muy especialmente en el sagrado mes de Ramadán.

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