Authors: Antonio Salas
Hice acto de presencia en clase lo justo para recoger los apuntes de lengua árabe de mis compañeros e intentar presentar algún trabajo que me ayudase a subir nota en los exámenes. Aunque al final tampoco podría presentarme hasta junio, lógicamente suspendiendo, para volver a intentarlo en septiembre.
También traté de encontrar algún tipo de remedio mágico que me ayudase a superar la ansiedad de dejar el tabaco y el alcohol de golpe, durante una infiltración que ya me generaba la suficiente ansiedad por sí misma. Pero ni los parches, los chicles, los caramelos de nicotina o los jarabes me ayudaban mucho. Sin embargo, el alto que hacía cinco veces al día para el
salat
o los momentos de concentración en el
tasbith
, el rosario árabe, conseguían apaciguar la tensión durante unos minutos. Después volvía a desear más que nada un cigarrillo y un trago de vodka.
En cuanto a la carne de cerdo, nunca me había parado a pensar en la cantidad de productos derivados de este animal que se encuentran en nuestra gastronomía: chorizo, jamón, salchichón, cecina, beicon... Al principio me resultaba realmente difícil esquivarlos todos. Vivía solo y no me caracterizaba por mis conocimientos culinarios ni mi dedicación a la gastronomía. Cada vez que hacía la compra, que casi siempre se limitaba a productos congelados, latas o pizzas, tenía que desestimar la mayoría porque todos incluían cerdo de una forma u otra. Nunca habría supuesto lo integrado que está el cerdo en la dieta española.
En el caso de las reuniones familiares, me di cuenta de que resultaba sospechoso que preguntase si las croquetas, el bistec o el potaje llevaban jamón, chorizo o cualquier otro tipo de carne de cerdo, para luego buscar una excusa y evitarlos. Y al final opté por decirles a mis padres que me había hecho vegetariano y simplificar así las cosas. Supongo que parecerá banal, pero realmente para mí fue un auténtico quebradero de cabeza conseguir evitar comer cerdo al principio de mi conversión al Islam.
Después del «atentado» de Hizbullah-Venezuela contra la embajada de los Estados Unidos y tras mis continuos fracasos en todos los intentos por localizar a los hermanos de Ilich Ramírez, estaba claro que tenía que regresar a Caracas. Había pasado en España solo unas semanas. Lo justo para buscar una buena excusa a mi ausencia laboral, a mis faltas de asistencia a las clases, a mi desaparición ante mis amigos y a mi incomparecencia a todos los compromisos familiares durante los últimos meses. Y ahora volvía a marcharme. Nunca podré agradecer lo bastante la paciencia de mis amigos y familia. Aunque no todos supieron comprender mis ausencias sin dar explicaciones...
Ni siquiera había tenido tiempo de plantearme la entrevista con Jorge Verstrynge en torno a su libro sobre el Islam revolucionario, de lectura obligada para las fuerzas armadas bolivarianas, pero sí había puesto en marcha mi plan para acercarme al famoso ex político popular a través de la editorial de su libro. Para esas fechas ya me había convertido en colaborador de la revista
El Viejo Topo
y el director de la misma, Miguel Riera, me había facilitado el teléfono móvil de Verstrynge. Consideré que era mejor, si iba a mantener con él mi identidad de luchador social palestino-venezolano, que le telefonease desde Caracas. De esa forma comprobaría por los prefijos de la llamada que verdaderamente le estaba llamando desde Venezuela. Aún no tenía ni idea de cuál era la relación que podía tener Verstrynge con el Chacal, con el Islam o con los círculos bolivarianos en los que iba a involucrarme, así que consideré más prudente seguir manteniendo mi identidad como Muhammad Abdallah, Abu Aiman.
Cuando de nuevo volé a Maiquetía, la tensión se palpaba en el ambiente. Durante su campaña electoral para buscar la reelección, Hugo Chávez había utilizado la consigna de los diez millones: ese era el número de votos que el líder del MVR pretendía conseguir. Sin embargo, la oposición liderada por Manuel Rosales, el gobernador de Zulia, quería a Chávez fuera de Miraflores. En la prensa, la radio y la televisión venezolanas era evidente la fuerza mediática de la oposición. En Venezuela, es curioso, al gobierno bolivariano le apoyan las clases más humildes, los pobres, mientras que los empresarios, la clase media-alta y los grandes medios de comunicación de masas apoyaban absolutamente a Rosales, que además contaba con toda la solidaridad mediática europea y norteamericana. En realidad, y simplificándolo mucho, nadie quería a Chávez, salvo los pobres... pero es que los pobres, por desgracia, todavía son mayoría.
En mi nuevo viaje a Venezuela me desenvolvía ya como pez en el agua en Caracas. Llegué cargadito de piezas de repuesto para el Seat Ibiza de Beatriz, que amablemente volvió a dejarme el coche para mis desplazamientos. En Venezuela era imposible encontrar repuestos para ese «carro», ni siquiera la ventanilla que le había roto de manera accidental en el viaje anterior. Así que me había pasado unas horas en un gigantesco desguace de la carretera de Toledo, reuniendo todas las piezas que podrían resultarle útiles a aquel «carrito».
En cuanto regresé a la capital retomé mi búsqueda de la familia Ramírez Sánchez. Tenía otra pista. Según su biografía, Altagracia Ramírez, fallecido el 15 de agosto de 2003 y padre de Carlos el Chacal, había sido un activo miembro del Partido Comunista de Venezuela (PCV). Indagué en ese sentido y descubrí que existía un Comité de Solidaridad con Ilich Ramírez en las Juventudes Comunistas del PCV. Le pedí ayuda a Alberto Carías, alias
Comandante Chino
, y uno de sus hombres, Comandante Gato, me ayudó a llegar a la sede del Partido Comunista de Venezuela, escoltado por uno de los motorizados de Arquímedes Franco.
Oficialmente, la Fuerza Motorizada Bolivariana de Integración Comunitaria de Venezuela, con más de veinte mil socios registrados y cincuenta mil simpatizantes en todo el país, tenía su origen en el golpe de Estado del 11 de abril de 2002. Sobre el legendario Puente Llaguno, y mientras el Chino Carías y sus hombres recuperaban a tiros el edificio de la DISIP, Arquímedes Franco, Katiuska Aponte y Robert Flores participaron en las luchas callejeras por devolver a Chávez al palacio de Miraflores y expulsar a los golpistas a puro plomo. Ese año nació la fuerza motorizada, en cuya primera cúpula dirigente estuvo la no menos legendaria Lina Ron, posteriormente desplazada. Algo que quizás nunca le perdonó a Franco...
Los motorizados, liderados por Arquímedes, eran una especie de guardia pretoriana de choque, a la que podíamos acudir los activistas bolivarianos cuando las cosas se ponían feas con la oposición. Si en una concentración, una manifestación o cualquier tipo de evento chavista, temíamos una agresión de los grupos armados opositores, de los que todos mis camaradas hablaban pero con los que yo nunca llegué a tener contacto, bastaba una llamada al teléfono 0412-992 60..., el número que aparecía en la tarjeta de visita que me había entregado Arquímedes Franco en una ocasión, para que cincuenta o cien motocicletas cabalgadas por tupamaros armados hiciesen su ruidosa aparición. La caballería de Arquímedes era la mejor fuerza disuasoria de Caracas, yo lo viví personalmente. Pero en esta ocasión solo necesitaba un motorizado que me escoltase hasta el PCV esquivando el endiablado tráfico caraqueño.
En el PCV conocí a Alí Costa Manaure y Sergio Gil, dos jóvenes idealistas comunistas, en cuyos ojos todavía existía ese brillo que delata la pasión utópica por cambiar el mundo. Alí y Sergio —en realidad no había casi nadie más en aquella comisión— habían creado el Comité de Solidaridad con Ilich Ramírez, a quien no veían como el sanguinario terrorista internacional que dibujaba la prensa. Para ellos, el Chacal era un comunista internacionalista, como el Che Guevara, que se fue a luchar a una guerra ajena, por un pueblo que no era el suyo, el palestino. Para aquellos muchachos, aún más jóvenes que yo, Ilich Ramírez era «un héroe a imitar». Y aun a pesar de la simpatía que me inspiraban ambos, y de que hemos mantenido el contacto hasta el mismo instante de escribir estas líneas, confieso que me resultaba inquietante escuchar cómo alguien consideraba a Carlos el Chacal «un ejemplo a seguir».
Me fascinó encontrar, en el pequeño cuartito que servía de local social y oficina para la Joven Guardia del Partido Comunista de Venezuela, pósters y afiches con la imagen del Chacal, como si se tratase de una estrella pop. Pero me sorprendió aún más escuchar la pasión con la que aquellos muchachos me contaban cómo, en la última asamblea nacional y gracias al fundador del PCV, Jerónimo Carrera, habían podido conocer a Vladimir Ramírez, el hermano pequeño del Chacal. Y ya que el de Vladimir era el único número telefónico, ajeno al de sus abogados, al que Chacal tenía autorización judicial para llamar desde la cárcel, habían conseguido que Ilich telefonease durante la celebración de dicha asamblea, para enviar un saludo a todos los comunistas venezolanos. Jerónimo Carrera por lo visto fue amigo desde la juventud de Altagracia Ramírez, padre de Ilich, y todavía mantenía el contacto con una tal Ligia Rojas, la mejor amiga de la madre del Chacal.
La tal Rojas, según me explicaron, había sido la profesora particular de Ilich y Lenin Ramírez Sánchez. Escépticos con el sistema de educación capitalista en la Venezuela de Pérez Jiménez y de Betancourt, Altagracia Ramírez había decidido que los primeros estudios de sus hijos fuesen impartidos por una profesora particular, y por supuesto revolucionaria. Y esa era Ligia Rojas, que había mantenido una estrechísima relación con la familia Ramírez durante toda la vida. Ella fue quien le pidió a Vladimir que asistiese a la asamblea comunista y que indicase a su hermano el día y la hora en que se iba a desarrollar, para que le telefonease en ese momento. Los muchachos me facilitaron orgullosos aquella grabación en la que pude escuchar, por primera vez, la voz real de Ilich Ramírez, el terrorista más peligroso el mundo. Confieso que sentí una sensación extraña. Llevaba un año obsesionado con el Chacal. Leyendo todo lo que caía en mis manos sobre él, coleccionando todos los libros, artículos y películas que podía localizar. Y de pronto, por primera vez, tenía la oportunidad de escuchar su voz. Supongo que nada ocurre por casualidad. De no haber sido porque escuché esa grabación, quizás no podría creerme, menos de un mes más tarde, que la voz que iba a escuchar de nuevo, en vivo y en directo, era la del verdadero Carlos el Chacal...
La pista tenía muy buena pinta. Aunque ya era un hombre que superaba los ochenta y cinco años de edad, Jerónimo Carrera parecía mantener el contacto con la profesora y amiga de los Ramírez Sánchez, Ligia Rojas. Ahora solo tenía que encontrar a Carrera y convencerlo de que me pusiese en contacto con los hermanos del Chacal.
El 30 de noviembre de 2006, y mientras intentaba cerrar una reunión con Jerónimo Carrera, Raimundo Kabchi tuvo la amabilidad de invitarme a un acto pro-Palestina organizado por el Foro Itinerante de Participación Popular y por su directora Hindu Anderi. En la sala 1 del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) de Caracas, iban a reunirse miembros de la comunidad palestina venezolana y simpatizantes de la causa palestina de ideología revolucionaria. Iba a ser el momento de poner a prueba mi identidad como palestino. ¿Podría pasar por un joven fedai originario de Yinín entre los palestinos auténticos?
Allí conocí a las incansables activistas Susana Khalil e Isabel Frangie, a las que mi incipiente pero intensa trayectoria como colaborador de los medios alternativos chavistas y de los periódicos árabe-venezolanos convenció de mi compromiso con la causa palestina y de mi linaje. Recuerdo que cuando Khalil se interesó por mi pasado, simplemente le dije que pusiese mi nombre en Google... y no hizo falta más. Afortunadamente Khalil, como la mayoría, también cree que todo lo que aparece en Internet debe ser verdad...
También conocí en aquel evento al analista George Saade y al activista palestino afincado en Venezuela Rabad Duqqa. Y fue en ese acto donde vi por primera vez a su bellísima hija Shuruk Duqqa. Tan hermosa en el exterior como en su interior, y con la que tuve una buena amistad y colaboración. A pesar de su juventud, Shuruk estaba absolutamente comprometida con la causa palestina. En sus ojos refulgía el mismo brillo revolucionario que en las miradas de Alí Costa y Sergio Gil. Solo que ella no quería cambiar el mundo, le bastaba con luchar por conseguir la libertad de Palestina. Shuruk, como Alí o Sergio, tampoco temía luchar por las utopías.
Al acto acudieron también mi amiga Beatriz, en calidad de periodista, y Castillo, el pintor revolucionario ex compañero de estudios del Chacal, que se presentó con un lienzo de Yasser Arafat hecho por él. Lo colocó en medio del escenario sin perder el tiempo en pedir permiso a nadie de la organización. Y tampoco nadie se lo requirió. Ese día conocí además a otro personaje importante en esta investigación: un hombre que fue también decisivo para mi adiestramiento paramilitar en Venezuela.
Carlos Alberto Ríos no es árabe, pero sí musulmán. Y aunque tras su conversión al Islam, doce años antes, su nuevo nombre islámico era
Sidi
, en el ambiente revolucionario todo el mundo lo conocía por su alias
Musulmán
. Nunca un alias reflejó con tanta precisión la naturaleza de quien lo usa.
Nacido el 19 de enero de 1957, y con número de cédula de identidad 51 222..., Sidi vivía en la Calle Real de Baloa, en Petare, aunque aquellos días previos a las elecciones generales se encontraba en Caracas, involucrado directamente, y como todos los grupos armados, en los preparativos para una posible guerra civil.
Para los chavistas más radicales, entre los que me desenvolvía en todos mis viajes a Venezuela, el 3 de diciembre de 2006 podía ser el día en que estallase una revolución armada en el país. Los bolivarianos no tenían ni la menor duda de que Chávez iba a ganar las elecciones una vez más. Y por goleada: esperaban conseguir diez millones de votos. Pero también aguardaban a que la noticia de una nueva reelección del líder socialista desatase las iras de la oposición. Y en el fondo esperaban que, como ocurrió durante el golpe de Estado de 2002, hubiese que salir a las calles con las armas, para defender la Constitución y a su presidente reelecto. El hermano Sidi, como todos mis camaradas tupamaros, habla la lengua del plomo y considera que una bala es, en ocasiones, el mejor interlocutor para negociar con los opositores a la revolución venezolana, y con los imperialistas judíos o norteamericanos que desean, según él, la muerte de Chávez.