Authors: Antonio Salas
Como ya he dicho, Wafa Idris fue la primera terrorista suicida palestina. Desde entonces, investigadores del fenómeno calculan que al menos veinte ataques suicidas han sido perpetrados por mujeres en Israel.
La segunda terrorista suicida palestina, Dareen Abu Aisha, estudiante de la Universidad al-Nayah de Nablus, hacía detonar su cinturón repleto de explosivos en un puesto de control cercano a Jerusalén el 22 de febrero de 2002. Cinco soldados israelíes resultaron heridos. Dareen dejó grabado un vídeo en el que afirmaba haber decidido convertirse en mártir, indignada por la visita en 2001 del primer ministro israelí Ariel Sharon a la mezquita de Al Aqsa, un gesto provocativo que desató la segunda intifada: «Que el cobarde Sharon sepa que cada mujer palestina dará a luz a un ejército de mártires, y que su papel no se limitará a llorar a un hijo, un hermano o un esposo (muertos por los israelíes), sino que ella misma se convertirá en una mártir», afirmó Dareen en su vídeo de despedida.
El 29 de marzo de 2002 Al-Akhras de Aayat, una excepcional estudiante del instituto de enseñanza superior de Belén y refugiada en el campo de Dehaishe, se suicidó en un supermercado de Kiryat Yovel en Jerusalén. Dos civiles israelíes murieron y veintidós fueron heridos en el ataque. Según el MOSSAD, la joven fue reclutada por Tanzim del Fatah y probablemente estaba embarazada de una relación prematrimonial, aunque no llegó a demostrarse ese rumor.
El 12 de abril de 2002 Andalib Suleiman Al-Taqatiqah, una operaria de Tanzim de veintiún años, hacía estallar su cuerpo en el mercado de Mahane Yehuda en Jerusalén. El ataque dejó seis civiles muertos y sesenta heridos. La inteligencia israelí también intentó justificar este martirio con un embarazo prematrimonial.
El 19 de mayo de 2003 Hiba Azem Daraghmeh, una mujer-bomba enviada por el Yihad Islámico Palestino detona en Kanyon ha-Amakim, un paseo comercial de Afula (al sureste de la ciudad de Haifa). Tres civiles israelíes muertos y cincuenta heridos. Hiba Daraghmeh era una estudiante muy religiosa que había perdido a su hermano, a manos israelíes, poco antes.
El 4 de octubre de 2003, la abogada Hanadi Tayseer Jaradat, de veintinueve años, detonó su cinturón explosivo en un restaurante de Haifa, matando a diecinueve israelíes e hiriendo a otros cincuenta. Su hermano menor había muerto en sus brazos en una incursión israelí a la septentrional ciudad cisjordana de Yinín en junio de ese año.
Zainab Abu Salem, de dieciocho años, se subió cargada de explosivos a un autobús en Jerusalén, el 23 de septiembre de 2004, provocando dos muertos y dieciséis heridos.
Pero el caso de mayor repercusión mediática se produjo el 14 de enero de 2004, cuando la citada Reem Al-Riyashi detonaba la bomba que llevaba pegada al cuerpo en una zona industrial en la vecindad de la travesía de Erez, en la Franja de Gaza. El ataque dejó tres soldados y un civil muertos y diez heridos. Según la prensa israelí, la joven de veintidós años había intentado borrar con su martirio una infidelidad conyugal, cosa que su marido desmintió. Su caso alcanzó una especial repercusión ya que se trató de la primera mártir miembro de Hamas, que además era madre de una niña de tres años y un varón de dieciocho meses.
Según me explicaría posteriormente mi amigo el doctor Mahmud Sehwail, el martirio femenino no se diferencia en nada, básicamente, del masculino. Tras cada inmolación hay un drama familiar y un trauma psicológico. «Si pudiésemos acabar con los traumas que suponen la vida en Palestina actualmente, terminaríamos con los mártires y con la violencia.»
Por fortuna, por decirlo de alguna manera, en esa carrera de dolor y sufrimiento que es todo conflicto armado, no todas las guerreras aspiran al martirio. Para bien o para mal, en el ideario del terrorismo femenino internacional existe un nombre, por supuesto palestino, que destaca por encima de todos los demás. Una mujer que se convirtió en un icono internacional. Un modelo admirado por miles de jóvenes árabes, e incluso occidentales. Musulmanas o no. Un mito viviente que ha sido equiparado en innumerables ocasiones con el Che Guevara. Una mujer de la que primero me habló el jefe de inteligencia de Hizbullah en Caracas, mi amigo Issan, y luego mi mentor Ilich Ramírez. Ambos la conocían bien. Y, con esas inmejorables referencias, no tuve ningún problema en que me concediese una entrevista. Su nombre: Leyla Khaled, la primera mujer que secuestró un avión en la historia del terrorismo internacional.
En julio de 2008 todas las miradas se volvieron hacia el Líbano, al producirse el octavo intercambio de rehenes entre Hizbullah y el ejército israelí. Consecuentes con su política de que «un israelí vale por cien árabes», Tel Aviv entregó los restos de más de doscientos palestinos y libaneses muertos durante la guerra de 2006, y a cinco miembros de Hizbullah que permanecían presos en Israel, a cambio de los cuerpos de Ehud Goldwasser y Eldad Regev, dos soldados judíos capturados durante dicha guerra. Entre los miembros de Hizbullah liberados se encontraba el famoso Samir Al Quntar, del Frente Popular para la Liberación de Palestina, condenado en 1980 a cinco cadenas perpetuas y cuarenta y siete años adicionales de prisión, tras ser considerado culpable de varios crímenes en Israel. Según la sentencia, en 1979 Al Quntar comandó una incursión de Hizbullah en el norte de Israel, matando a un policía y secuestrando a un civil israelí, que luego también fue asesinado, y a la hija de este, de poco más de tres años, que también murió en la operación. Acusado del agravante de infanticidio, afirma la sentencia que Samir Al Quntar reventó la cabeza de la niña contra una roca. Según Hizbullah, la niña murió en un intercambio de disparos con las tropas israelíes. De una forma u otra, la muerte de la pequeña fue a causa del ataque del comando libanés, pero eso no evitó que, tras su liberación, Samir Al Quntar fuese recibido con todos los honores en Beirut por el mismísimo jeque Nasrallah y la plana mayor de Hizbullah, pasando a dirigir posteriormente el comité libanés de solidaridad con «los cinco de Cuba». La liberación, emitida en directo por Al Jazeera, la siguieron con enorme atención todos mis hermanos musulmanes, pero muy especialmente Issan, que me sugirió que era un buen momento para conocer a Leyla Khaled:
—Los del MOSSAD ahora no se atreverán a hacer nada contra ella...
Cuando Issan me hablaba de Leyla Khaled, durante nuestros encuentros en Caracas, lo hacía con una profunda admiración. A pesar de que Issan es un musulmán chiita devoto y Leyla Khaled es una suní no practicante, más cercana al ateísmo marxista que al Islam, Issan la consideraba una guerrera reputada, a la que veía como una igual. Nunca detecté ni un ápice de reproche machista en sus palabras, salvo, quizás, las alusiones al supuesto idilio que, según se rumoreaba en las filas de Hizbullah, Leyla Khaled había mantenido con Ilich Ramírez en los años setenta, cuando ambos coincidieron en las filas del FPLP. Debo decir que Ilich me desmintió este rumor.
Issan me prometió que algún día me presentaría a Leyla en Beirut, donde ciertamente Khaled había vivido muchos años. Sin embargo, en 2008 la famosa guerrillera ya no estaba en Líbano, sino que se había mudado con su familia a Ammán (Jordania), así que no necesité que me acompañase para conseguir una entrevista con la terrorista palestina más famosa de todos los tiempos. Leyla Khaled no es inaccesible, aunque sí extremadamente desconfiada. Rozando la paranoia. Sabe que lo único que la ha mantenido con vida, a salvo de un nuevo asesinato selectivo de la inteligencia israelí, es su fama internacional y su condición de mito histórico. Pero, para mí, conseguir esta entrevista no fue difícil. Como corresponsal en el mundo árabe de la prensa venezolana, tenía la mitad del camino hecho. Como
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de Ilich Ramírez, tenía la otra mitad.
Supongo que, de alguna manera, para Leyla Khaled vivir en Jordania es sentirse un poco más cerca de casa. Un amplio porcentaje de la población de Jordania, como mi amigo Wassin, son refugiados palestinos o descendientes de los palestinos que huyeron de su tierra cuando fue ocupada por las tropas israelíes. Semilla de fedayín, no es de extrañar que tras muchos años de exilio en Beirut, Leyla Khaled finalmente haya establecido su residencia en Ammán, en compañía de su marido, el médico Fayez Rashid Hilal, y sus dos hijos. A pocos kilómetros de la frontera cisjordana. Tan cerca y tan lejos. Porque desde que su familia salió de Palestina en 1948, como otras muchas familias que huían de la ocupación israelí, Leyla Khaled no ha podido volver a pisar suelo palestino.
Nacida en Haifa el 9 de abril de 1944, se hizo activista por la liberación de Palestina en 1959, por influencia de sus hermanos. Con solo quince años, Khaled se convirtió en una de las primeras en sumarse al Movimiento Nacionalista Árabe, de tendencia panarabista, fundado por George Habash en los años cincuenta, cuando todavía era un estudiante de Medicina en la Universidad Americana de Beirut. La rama palestina de este movimiento se convirtió en el Frente Popular para la Liberación de Palestina después de la guerra de los Seis Días, en 1967. Khaled también ejerció durante años como profesora en Kuwait.
La imagen de Leyla Khaled, con un Kalashnikov y un anillo hecho con la anilla de una granada de mano, se convirtió en un icono mundial. Un símbolo de resistencia, lucha y rebelión equiparable a la imagen del Che Guevara en América Latina. De hecho, muchas organizaciones de resistencia utilizaron conjuntamente la imagen de Leyla Khaled y del Che como símbolo de sus operaciones revolucionarias.
El 29 de agosto de 1969, Khaled hacía historia al participar en el secuestro del vuelo TWA 840, convirtiéndose así en la primera mujer que secuestraba un avión en la historia del terrorismo internacional. Después de este secuestro, Khaled se sometió a la primera de varias operaciones de cirugía plástica destinada a ocultar su identidad, para poder continuar en la lucha armada.
El 6 de septiembre de 1970, el FPLP le había encomendado otro secuestro de un avión. El comando estaba formado por Leyla y por el internacionalista latino Patrick Argüello, un joven comunista tan fascinado por la lucha palestina como lo había estado el venezolano Ilich Ramírez. Argüello nació en los Estados Unidos, en marzo de 1943, de padre nicaragüense y madre norteamericana. Su familia regresó a Nicaragua en 1946, estableciéndose primero en Momotombo y después en La Paz y Managua. Y allí vivieron hasta 1956, cuando el dictador Anastasio Somoza es asesinado, y sus hijos Luis y Anastasio endurecen la represión contra la izquierda rebelde. La familia Argüello regresó a Los Ángeles (EE UU) para escapar de esa represión. Allí cursó estudios en la escuela Belmont, y mientras recordaba los abusos, palizas y asesinatos del régimen de Somoza contra sus amigos y compañeros en Nicaragua, y como muchos jóvenes en los años sesenta, comenzó a sentirse fascinado por la revolución cubana y la figura del Che Guevara.
En 1967, Argüello recibió una beca para estudiar en Chile. Ese año vivió con gran pesar el asesinato de varios de sus amigos de juventud, que habían ingresado en la guerrilla sandinista, y el asesinato del Che Guevara en Bolivia, solo dos meses después. Así que cuando regresó a Nicaragua intentó ingresar en el Frente Nacional de Liberación, pero el líder sandinista Carlos Fonseca desconfió del origen norteamericano de Argüello y, creyéndolo un infiltrado de la CIA, fue enviado a Ginebra (Suiza) para trabajar con otros nicaragüenses exiliados.
A principios de 1970, el líder sandinista Óscar Turcios buscó contactos en otros grupos marxistas que pudiesen ofrecer a los guerrilleros sandinistas la instrucción necesaria para el combate. De esta forma, los sandinistas contactaron con la resistencia palestina y así fue como Argüello y otros sandinistas fueron enviados a campos de entrenamiento de los fedayín cerca de Ammán para recibir entrenamiento guerrillero entre abril y junio de 1970. Dos de los compañeros sandinistas que se adiestraron con Argüello fueron Juan José Quezada y Pedro Aráuz Palacios, ambos muertos en combate tras regresar a Nicaragua, en 1973 y 1977 respectivamente. Sin embargo, Argüello contactó con el Frente Popular de Liberación de Palestina y se ofreció como fedai.
Aquel 6 de septiembre de 1970, el FPLP planeaba una audaz operación, tan ambiciosa como lo fue la del 11-S para Al Qaida, aunque mucho menos espectacular. En este caso también se trataba del secuestro simultáneo de cuatro aviones, aunque el objetivo no era estrellarlos contra ningún edificio. Y el FPLP emparejó al novato Argüello con la veterana Leyla Khaled para hacerse con uno de los aparatos.
Haciéndose pasar por un matrimonio, con pasaportes falsos hondureños, en realidad Patrick y Leyla se habían conocido una semana antes de la operación, y hasta que no estuvieron sentados en la segunda fila de clase turista en el avión, Leyla no le reveló su verdadera identidad al joven nicaragüense, que se impresionó vivamente al saber que estaba compartiendo comando con la famosa Khaled. Es imposible saber si eso influyó en los catastróficos resultados del operativo. Porque cuando el avión ya estaba acercándose a la costa británica, ambos secuestradores se pusieron en pie mostrando sus armas a la tripulación e intentando hacerse con el control de la cabina del piloto.
Los testimonios de la comisión de investigación de incidentes aéreos son contradictorios, aunque parece que, ante la negativa de la tripulación de colaborar con los terroristas, Argüello llegó a arrojar una de sus granadas al pasillo, pero no explotó, y un pasajero aprovechó la ocasión para golpearlo en la cabeza con una botella. Otros pasajeros también se abalanzaron sobre Leyla y en el forcejeo la palestina no pudo alcanzar las granadas que llevaba escondidas en su sujetador. Mientras el avión hacía un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Heathrow, se producía (supuestamente) un intercambio de disparos y Argüello recibía cuatro impactos de bala.
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Khaled tuvo más suerte: fue reducida por los pasajeros y la tripulación, y entregada a las autoridades británicas tras el aterrizaje, convirtiéndose en titular de primera página en todos los informativos del mundo. Pero el FPLP no estaba dispuesto a perder a su guerrillera más mediática, y una serie de atentados y secuestros convencieron a los británicos de que era mejor liberarla. El 1 de octubre de ese año, y en el transcurso de un intercambio de prisioneros con el FPLP, Leyla Khaled recuperó la libertad, convirtiéndose en una leyenda viva del terrorismo internacional. Actualmente es miembro del Consejo Nacional Palestino y aparece con regularidad en el Foro Social Mundial. Y reconozco que, a pesar de su pequeña estatura, su rictus casi siempre serio y la fuerza de su mirada me impusieron mucho respeto en cuanto estreché su mano, sin atreverme a besar sus mejillas. Supongo que Khaled me recibió solo por mis excelentes referencias venezolanas y palestinas, pero en ningún momento bajó la guardia.