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Authors: Antonio Salas

José Arturo Cubillas y el pacto secreto del PSOE

José Arturo Cubillas ha cambiado mucho en los últimos veinte años. Nacido en San Sebastián el 6 de diciembre de 1964 y con DNI español número 15983..., en los archivos periodísticos solo constaban las dos fotografías en blanco y negro extraídas de su ficha policial, y por tanto anteriores a 1989, fecha de su llegada a Venezuela. En las imágenes aparecía un joven activista político, del Comando Oker de ETA-Militar, de pelo ensortijado y mirada agresiva.

Pero ahora aquel joven etarra es casi un cincuentón de aspecto tranquilo, bajito y campechano. En estos años Cubillas ha perdido vista y ha ganado peso, y parece cualquier cosa menos un violento terrorista. Aun así, cuando improvisé un plan —no importa cómo— para llegar hasta él y me tendió la mano, dudé un instante antes de estrechársela. Fue solo un segundo, pero creo que se dio cuenta. Aquella mano redondeada y rolliza era la misma mano que, veinte años atrás, empuñaba un arma, fabricaba bombas... En realidad ya había estrechado en Marruecos, Líbano, Palestina o en la misma Venezuela las manos de otros terroristas de Hamas, Hizbullah o las FARC, mucho más sanguinarios, pero ETA es la banda terrorista que continúa activa en mi país. Y era consciente de que, al incluirlos en mi investigación, quizás me estaba poniendo la soga al cuello yo mismo. Añadir a los etarras a la lista de neonazis, traficantes y proxenetas que piden mi cabeza no era una idea agradable, pero a estas alturas de la infiltración tampoco resultaba agradable la idea de abortar la investigación solo porque tuviese miedo. Así que estreché la mano del terrorista vasco más buscado en Venezuela, poniendo mi mejor sonrisa y forzando la voz de nuevo como si me hubiese vuelto a quedar afónico.

En la actualidad, el antaño audaz gudari de cabello ensortijado lleva el pelo corto y usa lentes. Parece un funcionario. De hecho es un funcionario del gobierno bolivariano desde hace años. No está dispuesto a dejarse entrevistar y no le hace ninguna gracia hablar de su activismo en ETA, pero es que, según todos los movimientos revolucionarios bolivarianos en Caracas, Cubillas sigue siendo la cabeza visible de ETA en Venezuela y el primer receptor de los abertzales que recalan en el país. Solo Cubillas podría desempeñar ese papel, porque su ficha policial en Venezuela está limpia.

Cubillas llegó a Venezuela con otros diez miembros de ETA en 1989. Y tras ser realojado en el país por el presidente venezolano, tuvo varios empleos, todos ellos legales. Según su difusa biografía en Venezuela, trabajó como distribuidor de Txalaparta, una editorial vasca muy conocida por los lectores de izquierdas. En 1996 habría llevado en El Hatillo el restaurante de comida vasca Oker’s. Bautizado así en recuerdo al comando etarra en el que militó. Además, y en compañía de su atractiva esposa Goizeder Odriozola —una rubia de larga melena lisa que no pasa desapercibida—, trabajó en el restaurante de la Casa Catalana de Caracas. Pero lo que verdaderamente ha escandalizado a algunos medios de la oposición venezolana y españoles es su integración en el funcionariado chavista desde hace más de cinco años.

Cubillas siempre se ha preocupado de llevar una vida dentro de la legalidad en Venezuela. El único incidente con la justicia que consta es una detención en 2002 a manos de agentes de la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención (DISIP) por «obstaculización de la acción judicial», aunque fue puesto en libertad cuatro horas más tarde por no figurar en la lista de etarras reclamados entonces por la Audiencia Nacional española.

Según la Constitución venezolana, pueden optar a la nacionalidad los extranjeros que obtengan una «carta de naturaleza» después de haber residido ininterrumpidamente en el país durante diez años, plazo que se reduce a cinco, por ejemplo, para los españoles. También se puede adquirir al cabo de cinco años de matrimonio con un natural del país. Y, en el caso de Cubillas, la nacionalidad venezolana le llegó por partida doble. Así que, desde hace dos décadas, Cubillas dispone de la cédula de identidad venezolana (equivalente al DNI español) número V-22646... Por esa razón, y como ciudadano venezolano de pleno derecho, el ex etarra podía optar a puestos de funcionario dentro de estamentos oficiales del gobierno. Y, según pude comprobar rastreando la Gaceta Oficial de la República Bolivariana de Venezuela (equivalente al BOE español) del jueves 20 de octubre de 2005, el Ministerio de Agricultura y Tierras resuelve designar al ciudadano venezolano José Arturo Cubillas Fontán, «Director Adscrito a la Oficina de Administración y Servicios, a partir del 19 de septiembre de 2005». Firma el nombramiento Antonio Albarrán Moreno, ministro de Agricultura y Tierras.

No es casualidad. En la misma Gaceta Oficial, pero exactamente diez meses antes, el jueves 20 de enero de 2005, el mismo Ministerio de Agricultura y Tierras notificaba el nombramiento de «la ciudadana Goizeder Odriozola Lataillade, titular de la Cédula de Identidad n
o
10534..., como Directora General (E) de la Dirección del Despacho del Ministerio de Agricultura y Tierras, a partir del 19 de enero de 2005». Goizeder Odriozola Lataillade es la esposa de Arturo Cubillas. Venezolana hija de inmigrantes vascos llegados a Venezuela huyendo de la dictadura franquista, Odriozola es una activa periodista de izquierdas, que en los últimos años ha protagonizado una fulgurante carrera profesional en el gobierno chavista.

El lunes 6 de marzo de 2006 se notifica en la misma Gaceta Oficial de Venezuela un nuevo nombramiento de Goizeder Odriozola, ahora como «Directora General Encargada de la Oficina de Información y Relaciones Publicas» del citado ministerio. Y por fin, el 5 de septiembre de ese año, se hace público en el mismo medio el ascenso de Odriozola al puesto de «Directora General de la Dirección del Despacho del Ministerio del Despacho de la Presidencia». En esta ocasión firmaba el nombramiento de Goizeder Odriozola el ministro del Poder Popular para la Educación: Adán Chávez Frías, hermano del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.

Según algunas fuentes, en esta época y en su oficina del INTI, su vicedirectora y mano derecha era Asunción Arana Altuna, viuda de José Miguel Beñarán Ordeñana, alias
Argala
, uno de los miembros de ETA más legendarios, que en 1973 formó parte del Comando Txikia que asesinó a Carrero Blanco. Una misión que, según me confesaría mi «mentor» Ilich Ramírez Sánchez meses después, tendría que haber ejecutado Carlos el Chacal personalmente... Argala moriría a su vez cinco años después del atentado contra el presidente del Gobierno franquista, víctima de un comando de extrema derecha en Francia. Su viuda llegó a Venezuela en el mismo grupo que Cubillas, en 1989.

El 17 de agosto, la Gaceta Oficial de Venezuela publica el nuevo ascenso de Goizeder, esta vez a «Directora General de la Oficina de Información y Relaciones Públicas del Ministerio del Poder Popular para la Agricultura y Tierras». Además, la esposa de Cubillas compatibilizaba su trabajo como funcionaria con su labor como periodista, y he podido encontrar sus artículos en medios de ideología tan evidente como el diario vasco
Gara
o el
Resumen Latinoamericano
, de Carlos Aznárez.

La situación de Cubillas y sobre todo de su esposa en el ministerio venezolano es un asunto recurrente en la prensa afín a la oposición antichavista. Y las referencias a la pareja, que periódicamente asoman a los titulares internacionales, han hecho que incluso la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) española pidiese al entonces ministro de Justicia Juan Fernando López Aguilar que pusiese en marcha «con urgencia» todos los procedimientos judiciales necesarios para la extradición de Cubillas. Pero eso no ha ocurrido todavía. Y si la administración popular de Aznar no quiso hacerlo, mucho menos lo hará una administración socialista. Para comprender por qué no se ha exigido a Venezuela la extradición de Cubillas y de otros conocidos etarras, debemos retroceder hasta el cuándo y el porqué de su llegada a Venezuela.

Arturo Cubillas Fontán había sido detenido en noviembre de 1987 por las autoridades francesas y deportado a Argelia. Allí permaneció, con otros diez miembros de ETA, mientras se producían las conversaciones de Argel entre los terroristas y el gobierno español, hasta su ruptura en 1989.
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Argelia era uno de los paraísos para los terroristas de todo el mundo en los años setenta y ochenta y de hecho allí fue donde Ilich Ramírez Sánchez instruyó a varios miembros de ETA en las técnicas de terrorismo que después emplearían en España y Francia. Pero esto lo averiguaría unos meses más tarde, en otoño de 2008, cuando el propio Carlos el Chacal me lo contase personalmente.

Según averigüé en Caracas gracias a Cubillas, a Contreras y a otras fuentes cercanas a ETA en el país, la presencia de etarras en Venezuela no es fruto del azar, ni de una actividad terrorista clandestina. Muy al contrario. Se trata de un servicio que Venezuela prestó a España, a través de un pacto secreto firmado en 1989 entre el gobierno de Felipe González y el de Carlos Andrés Pérez. Dicho de forma más clara, ETA se asentó en Venezuela muchísimo antes de que Hugo Rafael Chávez Frías hubiese soñado siquiera con llegar al poder.

Las conversaciones de Argel entre el PSOE y ETA en 1989 terminaron por involucrar a Venezuela en un problema que inmiscuía exclusivamente a España y Francia. El entonces presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, amigo personal y socio en diferentes negocios de Felipe González, se brindó para recoger la «patata caliente» que suponía para el presidente español un grupo de etarras refugiados en Argelia, y que era una de las condiciones del proceso de paz negociado entonces entre ETA y el gobierno socialista. Y de esta forma Venezuela, por expreso deseo del gobierno español, acogió a los primeros once activistas de ETA que llegarían al país: Enrique Pagoaga Gallastegui, Gabriel Segura Burgos, José Arturo Cubillas, Víctor Zuloaga Balzisketa, María Asunción Arana, Begoña Trasvías, José Luis Zurimendi Oribe, Juan Miguel Barbesi Torres, Kepa Viles Escobar, Ayerbe Múgica y Portu Espina.

La llegada de los etarras a Venezuela no se produjo de forma clandestina o ilegal. El mismísimo embajador de España en Caracas, Amaro González de Mesa, los recibió en la rampa 4 del Aeropuerto Internacional de Maiquetía, a su llegada en un avión del Ejército del Aire español.

De hecho, el mismo Arturo Cubillas relata personalmente su llegada a Caracas tres meses después del Caracazo, en el prólogo que escribió para el libro
Los sueños de Bolívar en la Venezuela de hoy
, de Carlos Aznárez. Recuerdo al lector que Aznárez es el director de
Resumen Latinoamericano
, y fue el responsable de la información sobre América Latina en la revista
Ardi Beltza
, una interesantísima publicación, dirigida por el ya fallecido Pepe Rey y que Baltasar Garzón cerró por su vinculación con ETA, dando paso a la similar revista
Kale Gorria
. Aznárez vino a Caracas para participar en el Encuentro sobre Terrorismo Mediático de marzo de 2008.

Pues bien, en el citado libro, publicado lógicamente por la editorial Txalaparta en la que trabajó Cubillas, el ex etarra recuerda: «Llegamos a Venezuela a finales de mayo de 1989, estaba amaneciendo cuando entramos en Caracas y lo primero que nos sorprendió fueron esos enormes anuncios publicitarios que copaban los tejados de los edificios, las carreteras y las laderas de los montes... como si fueran una parte más del paisaje. Nos traían desde Argelia, un país donde palabras como publicidad y consumismo no tenían significado. (...) En aquella época era manifiesta la “amistad mercantil” que unía al presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez con Felipe González y con diversos dirigentes del PSOE, así que no era nada extraño ver al “señor X” paseando por la isla de Orchila, u ofreciendo Galerías Preciados a precio de oferta de enero. Como tampoco lo era que Roldán “montara” un restaurante en Caracas o que Txiki Benegas se tostase al sol en Los Roques en muy buena compañía. Eran tiempos de “buenos negocios” y nosotros pasamos a ser uno de ellos...».

Funcionarios de la DISIP escoltaron al grupo de los once hasta el hotel Le Mirage, en Sabana Grande, uno de los barrios más turísticos y elegantes de Caracas, mientras se les buscaba residencias definitivas. Ya entonces el ministro del Interior en funciones, Alejandro Izaguirre, declaró a
El País
que «Venezuela ha brindado su hospitalidad a los activistas bajo el compromiso de que no infrinjan las leyes y mantengan una actitud de prudencia dentro del espíritu de convivencia democrática».

Con los gobiernos venezolanos de Lusinchi y Caldera, es decir, mucho antes de que Hugo Chávez ganase las elecciones en 1998, otros etarras fueron acogidos por Venezuela. Carlos Andrés Pérez, en las antípodas ideológicas del actual presidente Hugo Chávez, declaró: «Es exagerado llamar terroristas a los once activistas deportados. Si hablamos de que los vascos son terroristas, hasta Simón Bolívar (héroe de la independencia americana, conocido como El Libertador y nacido en Caracas en 1783 en el seno de una familia de origen vasco) resulta terrorista porque era vasco».
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Curiosamente, nadie achacó a Carlos Andrés Pérez una empatía especial con el terrorismo. Ignoro si esto se debió a su afinidad política con Europa y los Estados Unidos, o a su amistad personal con Felipe González. Si hubiese tenido esta información cuando González acudió al curso de terrorismo de Jaca para darnos una conferencia magistral, se lo habría preguntado personalmente. Aunque en otro curso posterior sí tuve la oportunidad de conocer a Francisco Javier Rupérez Rubio, conocido político y diplomático español que reconoció haber vivido en primera persona el traslado de los etarras a Venezuela bajo el mandato socialista.

Para mi sorpresa, solo dos meses después de mi encuentro con Arturo Cubillas en Caracas, exactamente el 10 de junio de 2008, la diputada de UPyD, Rosa Díez González, firmaba una pregunta al Congreso de los Diputados español, en la que se hacía eco de diferentes informaciones publicadas en la prensa internacional a lo largo de todo el año. Dichas informaciones sugerían que el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, presidido por Hugo Rafael Chávez Frías, acogía y protegía a numerosos miembros de ETA, como Arturo Cubillas. Resulta paradójico que Rosa Díez haya sido miembro activo del PSOE, al que se afilió en 1977 y en el que permaneció hasta 2007. En el partido presidido por Felipe González, Díez llegó a ser diputada foral de Vizcaya, consejera del Gobierno Vasco (entre 1991 y 1997) y eurodiputada (entre 1999 y 2007). Pese a sus treinta años de actividad política en el partido que envió a los primeros etarras a Venezuela, en la página 47 del Boletín Oficial del Senado del 23 de junio de 2008 (Serie D, n
o
39) se publicaba, resumida, su pregunta a la Comisión de Asuntos Exteriores.

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