El Palestino (38 page)

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Authors: Antonio Salas

De pronto, la historia de los campos de entrenamiento en Isla Margarita empezó a desinflarse como un caucho pinchado. La imagen del embajador Charles Shapiro disculpándose por la instrumentalización política que la oposición chavista había hecho de la comunidad árabe en Porlamar me parecía triste. Aunque aquellas disculpas no eran reales, y el nuevo director del Comando Sur volvería a utilizar mediáticamente la falacia de Al Qaida en Porlamar solo unos días más tarde.

En política, los medios de comunicación son armas tan efectivas como las bombas. Generan corrientes de opinión que después se traducirán en votos. Es decir, en poder. Y para los opositores a Hugo Chávez es evidente que la islamofobia que generó el 11-S convertía a una comunidad árabe, que además simpatizaba con organizaciones consideradas terroristas como Hamas e Hizbullah, en una contundente arma arrojadiza contra Chávez. Sería absurdo desperdiciar políticamente esa ventaja. Sobre todo porque el hombre que tenía ante mí ya había sido investigado con anterioridad en relación al 11-S. Así que, sin quererlo, se lo había puesto muy fácil a los opositores:

—Nosotros también hemos sido víctimas. A raíz del 11-S, el gobierno americano presionó a las autoridades venezolanas para investigar a todos los árabes que en esa época estaban fuera de Venezuela y regresaron después del atentado. Los más investigados fueron los que viajaron al mundo árabe en esas fechas. Yo había ido a ver a mis padres al Líbano y regresé el 9 de septiembre. Una semana después del 11 me citaron en la DISIP. Ellos tenían una lista de todos los que fueron a algún país árabe. Me interrogaron, tomaron mis huellas digitales, y todo eso... Yo fui a los Estados Unidos después y cada cuatro o cinco pasos, revisión, cacheo, saca los zapatos, saca el cinturón, registrarte... Ha sido terrible... Para nosotros el 11-S ha sido también terrible.

Durante los días que pasé en Isla Margarita, con aquellos peligrosos «terroristas» de Al Qaida, conocí sus comercios, su mezquita y también su proyecto más ambicioso: un enorme edificio (en realidad dos) de tres plantas, que tres años después se convertiría en un colegio y centro cultural árabe en el que los cada vez más hijos, de la cada vez más numerosa comunidad islámica de Margarita, pudiesen estudiar la lengua y la cultura de sus orígenes. Por supuesto aquel enorme edificio, que ya estaba en un estado de construcción bastante avanzado cuando lo visité, despertó también las suspicacias y los ataques de la oposición chavista.

—El colegio ya casi está listo —me explicaba Mohamed—. La gobernación nos prometió hacer una vía de acceso porque está en una avenida. El terreno lo hemos comprado con el esfuerzo de la propia comunidad, y recibíamos donaciones de fuera, pero después del 11-S Estados Unidos puso restricciones y ya no las pudimos recibir. También fuimos investigados por eso.

Además, Mohamed me presentó en Margarita al responsable del programa radiofónico «de propaganda islamista» al que se referían los medios opositores y norteamericanos. Resultó ser Mario Arcentales. No solo no era árabe, sino venezolano, pero es que ni siquiera era un converso al Islam. Arcentales es un margariteño apasionado por la gastronomía, la música y la cultura árabe que realiza un programa llamado «Bienvenido al mundo árabe», que se emite en Radio Super Stereo 98.1 FM, y que puede escucharse también a través de Internet en
www.superstereo981.com
. Mario Arcentales me contó con todo detalle su propia experiencia con la campaña de propaganda contra los árabes en Porlamar. Un escándalo que le salpicó, a pesar de no ser árabe ni musulmán, al ser señalado como uno de los colaboradores de Al Qaida en Margarita.

También pude visitar los «campos de entrenamiento» a los que hacían alusión las informaciones periodísticas occidentales... y que resultaron ser cotos de caza en la isla, donde habían fotografiado a un grupo de libaneses con sus escopetas de tiro al pichón o al conejo. La imagen de los «árabes armados en Isla Margarita» era otra de las «pruebas» de la presencia de Al Qaida en Porlamar. Claro que nadie se molestó en precisar que las armas eran escopetas de cartuchos; que el «campo de entrenamiento» era un coto de caza menor; y, sobre todo, que los árabes en cuestión eran libaneses... cristianos maronitas. Como en el caso de Raimundo Kabchi, ni siquiera eran musulmanes. «¡Pues vaya mierda de terroristas islámicos!», volví a pensar.

Esta versión de la historia tenía más sentido que imaginar a Ben Laden y a Mustafá Setmarian correteando en bermudas por las playas de Nueva Esparta, seguidos por un grupo de jóvenes yihadistas armados con AK-47, esquivando a los bañistas. Sin embargo, lo cierto es que la isla sí recibiría la visita de peligrosos y desalmados terroristas árabes. Y lo extraordinario es que el mismísimo Hugo Chávez se reuniría con ellos, estrecharía sus manos y posaría sin pudor ante la prensa internacional. Pero eso ocurriría tres años más tarde. En septiembre de 2009...

No. La historia de los campos de entrenamiento de Al Qaida en Isla Margarita tenía la misma credibilidad que la presencia de Mustafá Setmarian en Venezuela, por mucho que la sensacional revelación llegase del ex comisario de la DISIP Johann Peña. Lo que no entendía era por qué cientos de periodistas, en todo el mundo, la repetían una y otra vez en sus artículos, páginas web, libros, conferencias y programas, sin que nadie se hubiese tomado la molestia de ir a Isla Margarita para confirmarla. Fue la primera de una inmensa lista de tergiversaciones, falacias, manipulaciones, mentiras, exageraciones y absurdas y ridículas tonterías en torno al Islam, al yihadismo y al terrorismo en general, que me encontraría repetidas una y otra, y otra vez, en periódicos, documentales y ensayos aparentemente serios y rigurosos.

Allah es el más grande. Como si la providencia quisiese darme una señal de que estaba en el camino correcto, no tuve que esperar ni siquiera un mes para que la conspiración terrorista de Isla Margarita volviese a asomar en los titulares de la prensa internacional.

En septiembre de 2006, el Comando Sur del ejército norteamericano volvía a la carga. Su nuevo general al mando, Bantz J. Craddock, presentaba una hoja de servicio tan espectacular como la de su predecesor, el general James Hill. Oficial al mando del Comando Europeo anteriormente, Craddock había participado en la guerra de Kosovo y en la Operación Tormenta del Desierto. Poseedor de numerosas menciones y medallas, como la Estrella de Bronce, la Medalla por Servicios Distinguidos, la Legión del Mérito, la Medalla al Servicio Meritorio de la OTAN, la mención por la liberación de Kuwait, la Cruz de Honor de Oro, etcétera, Craddock expresó con la misma contundencia que su predecesor al mando la preocupación que sentían los Estados Unidos por la presencia de campos de entrenamiento de yihadistas terroristas en Isla Margarita. Parece que las excusas del embajador Shapiro a los árabes de Porlamar habían sucumbido ante la rentabilidad política de la propaganda contraria a Chávez, tres meses antes de las elecciones generales en Venezuela.

Inmediatamente, el entonces vicepresidente José Vicente Rangel, uno de los políticos chavistas que gozan de más credibilidad, salió al paso de las acusaciones de Craddock desmintiéndolas, con más ironía que argumentos. Pero fue inútil. Una vez más, las agencias de prensa se hicieron eco de la preocupación del Comando Sur por las células de Al Qaida en Isla Margarita. Y los periódicos reprodujeron la nota de las agencias. Y los programas de radio y televisión comentaron las noticias de los periódicos. Y las webs reprodujeron los comentarios televisivos. Y los blogs los contenidos de las webs. Y los foros los argumentos de los blogs... Y el fantasma de Al Qaida en Isla Margarita resurgió de sus cenizas, como el ave fénix. Supongo que la reaparición de esa noticia, justo cuando se producía la primera visita oficial del presidente iraní Mahmoud Ahmadineyad a Caracas, el día 17 de ese mismo mes de septiembre, era solo una casualidad... Lo más triste de todo es que en Venezuela sí había terroristas. Incluso terroristas árabes. Pero de ellos, los de verdad, no hablaba nadie.

Tras la pista del Chacal entre libros y lienzos

La experiencia en Isla Margarita había sido periodísticamente muy reveladora. Al menos podía eliminar de mis objetivos la supuesta base de Al Qaida en Venezuela. Y empezaba a intuir hasta qué punto el terrorismo era utilizado políticamente por unos y por otros. Si las acusaciones de yihadismo terrorista habían resultado tan rentables políticamente en un país como Venezuela, ¿podría haber ocurrido lo mismo en Europa o en los Estados Unidos?

Lo que no era una instrumentalización política, ni un rumor, ni una campaña de propaganda yanqui era la historia de Carlos el Chacal. Así que, de regreso a Caracas, continué buscando pistas que me acercasen a la familia de Ilich Ramírez Sánchez. Y fracasé de nuevo.

Pateé las librerías caraqueñas en busca de bibliografía sobre el Chacal para ampliar mi colección. Sabía que varios autores venezolanos, como Álvaro Soto Guerrero, habían escrito libros sobre su paisano, pero no logré encontrar ninguno. Tampoco conseguí localizar ningún ejemplar de
L’Islam révolutionnaire
, el libro escrito por Ilich Ramírez con la colaboración de Jean-Michel Vernochet y publicado en Mónaco en 2003 por Éditions du Rocher. Tenía la esperanza de que existiese alguna edición en español, publicada en Venezuela, o de que al menos me fuese más fácil conseguir el libro en la patria del Chacal, pero tampoco tuve suerte. Ni en las grandes superficies como el centro comercial de plaza de las Américas, el Tolón de Las Mercedes o el Sambil; ni en los abundantes y nutridos puestos de libros de segunda mano de los buhoneros, situados bajo el Puente de las Fuerzas Armadas, en la avenida Urdaneta. Ni siquiera en La Gran Pulpería del Libro Venezolano, un lugar maravilloso en Sabana Grande, donde pasaba los pocos ratos libres que tenía, buceando entre millones de libros, revistas y antigüedades de ocasión, que ningún amante de los libros puede perderse si viaja a Caracas. Se encuentra en tercera de avenida Las Delicias con avenida Solano López, edificio José Jesús, local 2. Allí conseguí interesantes volúmenes sobre la historia de la guerrilla venezolana, biografías de Hugo Chávez, ensayos sobre la lucha armada... Pero del Chacal, ni rastro. Sin embargo, y sin proponérselo, el responsable de La Gran Pulpería me pondría en la pista de otra línea de investigación. Al preguntarle si conocía el libro
El Islam revolucionario
, pronuncié el título en español y no en francés como habría sido lo correcto.

—¿
El lslam revolucionario
?... Mmm... La edición española no la conozco, pero he tenido varios ejemplares de la edición del ejército venezolano... Entran y salen. Ahora no me queda ninguno pero si vuelves el mes que viene, quizás haya entrado alguno.

—¿Edición española? ¿Existe una edición española? ¿Y cómo es eso de que hay una edición del ejército? Perdóneme, señor, pero no entiendo.

—Sí, hombre, el libro de las guerras asimétricas y el Islam revolucionario se editó en España, pero se ve que al presidente le gustó tanto que mandó imprimir una edición para el ejército, y acá se sacó también. En las imprentas del mismo ejército bolivariano...

—¿Cómo? No es posible... Pero vamos a ver, ¿estamos hablando del libro
L’Islam révolutionnaire
del comandante Ilich Ramírez, de
Carlos el Chacal
?

—No, hombre, no. Yo te hablo del otro, del libro del Islam revolucionario. El que escribió el que era el apadrinado de Fraga... El que debía haber estado en el puesto de Aznar... Cómo se llamaba... Vestrigne, Vastrige...

No sé si me asombraron más los conocimientos sobre la política española que tenía aquel librero caraqueño o su afirmación de que Jorge Verstrynge —no podía ser otro— había escrito un libro sobre el Islam revolucionario, que había entusiasmado tanto a Hugo Chávez como para ordenar una edición para sus fuerzas armadas. Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Pero era exactamente así.

Me pasé aquella tarde en mi nueva base de operaciones, el cibercafé situado en la cafetería del hotel Hilton. Se trata de un lugar discreto, con un buen quiosco de prensa en el mismo vestíbulo del hotel, con ordenadores rápidos y, sobre todo, situado a solo cinco minutos de la Gran Mezquita y a dos del apartahotel Anauco, donde se alojan la mayoría de los cubanos de paso por Caracas y donde me reuní con Source un par de veces antes de su boda. En el cíber del Hilton me parapetaba cuando necesitaba navegar por la red sin que ojos indiscretos cotilleasen mis búsquedas. En aquellos ordenadores descubrí que, en 2005, la editorial española El Viejo Topo, conocida por su tradición izquierdista, había publicado el libro
La guerra periférica y el Islam revolucionario
, de Jorge Verstrynge, inspirado en el libro homónimo de Ilich Ramírez. Y tal y como me dijo el librero, Chávez se había entusiasmado tanto que había ordenado la impresión de treinta mil ejemplares, a cargo de las fuerzas armadas nacionales, que fueron repartidos entre oficiales y suboficiales del ejército venezolano. A raíz de ello Verstrynge había viajado a Venezuela en calidad de asesor de las fuerzas armadas bolivarianas...

Realmente nunca me había interesado la política. Sin embargo, todo el mundo en España, hasta yo, conoce a Jorge Verstrynge. Probablemente sea más que pretencioso sugerir, como hacía el propietario de La Gran Pulpería, que si Aznar no hubiese ocupado el lugar que dejó Verstrynge en el Partido Popular, habría sido él quien habría terminado convertido en presidente de España. Lo cierto es que durante muchos años Jorge Verstrynge fue el secretario general de AP, y el «preferido» de Manuel Fraga. De hecho, José María Aznar estaba, técnicamente, al servicio de Verstrynge en el partido. Pero ¿qué demonios pintaba en esta historia? ¿Tenía alguna relación directa con Carlos el Chacal? ¿Acaso podía ayudarme a contactar con su familia? ¿Cuál era su relación con los terroristas árabes en Venezuela?

Obviamente, ese mismo día me propuse que no pararía hasta conseguir colarme en la casa de Jorge Verstrynge para obtener respuesta a todas estas preguntas. Hoy recuerdo, divertido, todas las ideas que se me pasaron por la cabeza al encontrarme al ex secretario general de Alianza Popular en mi camino. Y sé que habría bastado con solicitar amablemente una entrevista para que me hubiese atendido, pero en aquel momento no sabía cuál era la relación de Verstrynge con el Chacal ni con el gobierno venezolano, así que decidí, como siempre, tomar el camino difícil. Y maquiné un plan muy elaborado para conseguir colarme en la casa del conocido ex político español, con mi cámara oculta... Periodísticamente, aquello olía muy bien. Así que me convertí en colaborador de la revista
El Viejo Topo
, para llegar a Verstrynge sin llamar la atención.

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