Authors: Antonio Salas
Pero la revelación más sorprendente de esa mañana se le escapó al Gato de la forma más espontánea.
—¿Contamos contigo en marzo o no?
—¿Para qué?
—Para lo de los blindados... Yo calculo que en marzo empezarán los asaltos.
—¿Los asaltos a los blindados? Pero ¿qué vaina es esa?
—¿Cómo te crees que se patrocinan las campañas de noviembre...?
En realidad no fue el primero ni el único en confesarme que muchas de las actividades políticas realizadas por grupos armados afines al chavismo se subvencionaban con atracos a bancos o, sobre todo, a furgones blindados. Y, con la mayor naturalidad del mundo, me estaba invitando a participar en los asaltos que, según él, comenzarían a producirse el próximo marzo con objeto de recaudar dinero para las campañas electorales de algunos candidatos chavistas, de cara a las elecciones municipales de noviembre de ese año. Tendría que buscarme alguna buena excusa para no verme obligado a participar en ellos. Durante mi infiltración en los grupos ultraizquierdistas españoles había utilizado la estrategia de escayolarme la mano para evitar participar en incendios a cajeros, asaltos a McDonald’s, etcétera. Pero ahora no iba a ser tan fácil escurrir el bulto... Todavía tenía algunas semanas para encontrarla.
Aprovechando la corta distancia que separa la Asamblea Nacional de la redacción del periódico árabe-venezolano
El Vocero del Cambio
, decidí hacerle una visita a Fadi Salloum para ofrecerle nuevos reportajes sobre mis últimos viajes por Oriente Medio y el norte de África.
Al día siguiente di un paso más en mi acercamiento a los «archivos secretos de Carlos el Chacal». Es decir, a toda la documentación personal e íntima sobre su infancia y juventud, y también su madurez, que jamás había salido a la luz y que periodistas de los cinco continentes habían buscado ansiosamente durante treinta años. Porque el martes 26 de febrero de 2008, por fin pude estrechar la mano de Lenin Ramírez Sánchez, el otro hermano de Ilich, y su compañero de aventuras en Moscú.
La página web oficial de Ilich Ramírez estaba funcionando al cien por cien desde marzo de 2007, casi un año atrás. La otra web que habían montado los compañeros del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez llevaba meses sin actualizarse, y solamente yo continuaba manteniendo en funcionamiento el
website
oficial del Chacal. Así que Vladimir, su hermano pequeño y presidente del comité, estaba encantado con mi trabajo. Además, había conseguido contagiar mi entusiasmo a Marta Beatriz, mi amiga periodista, que como chavista devota por un lado y buena reportera por otro supo ver el enorme interés periodístico del tema. Sin ser consciente en ningún momento de que yo la estaba utilizando en mi infiltración, se volcó en cuerpo y alma en el comité, y con el tiempo llegaría a ser buena amiga del mismo Ilich. Ese martes me reuní con Vladimir en Parque Central, y apareció acompañado de su hermano Lenin, el gran ausente en la historia de Carlos el Chacal y el único testigo del ingreso de Ilich Ramírez en la lucha armada palestina.
Serio, distante, desconfiado, Lenin se parece tanto a su hermano Vladimir como un huevo a una castaña. Quizás porque Lenin ha tenido una formación y una experiencia vital más parecidas a las de su hermano mayor que a las de su hermano pequeño...
En cuanto me estrechó la mano me di cuenta de que estaba analizando cada una de mis palabras y movimientos. Él podía ser el principal problema para seguir adelante con mi investigación, y no Vladimir. Pero afortunadamente cuatro años trabajándome mi identidad palestina suponían un currículum vitae capaz de superar casi cualquier examen, y con Lenin aprobé con nota. Terminaría dando su beneplácito para que tanto Beatriz como yo nos convirtiésemos en los únicos portavoces lícitos del comité. Ella en Venezuela y yo en el resto del mundo. Y nosotros seríamos además los únicos autorizados para acceder a todos los efectos personales de su hermano Ilich, ese tesoro periodístico que se encontraba en un cofre, enterrado en una montaña de muebles, ropa y efectos personales familiares, que nadie había tocado en décadas.
Ese mismo día un comité humanitario venezolano, encabezado por el ministro Rodríguez Chacín, se preparaba para desplazarse hasta un punto secreto de la selva colombiana, donde recoger a un nuevo grupo de secuestrados que las FARC iban a entregar a Venezuela. Las coordenadas del lugar de recogida se mantenían en el más absoluto secreto, ya que en ocasiones anteriores la liberación había tenido que abortarse, al detectar las FARC los intentos del ejército colombiano de ubicar el lugar de la recogida para localizar así los campamentos guerrilleros. Y en ese ambiente de entusiasmo en que vi vían los bolivarianos la nueva liberación de rehenes de las FARC, en el Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez, con Lenin y Vladimir a la cabeza, empezamos a especular con la posibilidad de plantear a Hugo Chávez un plan disparatado, pero factible, para liberar a Carlos el Chacal de prisión.
El rehén más valioso de las FARC era la candidata presidencial Ingrid Betancourt, secuestrada por las FARC el 23 de febrero de 2002 cuando intentaba negociar la paz con la guerrilla, en compañía de su asesora Clara Rojas, liberada en enero gracias a la intercesión de Chávez. La clave de nuestro plan estaba en que Betancourt tenía doble nacionalidad, colombiana y francesa, y el presidente Sarkozy había expresado en reiteradas ocasiones su interés en mediar en la liberación de la rehén franco-colombiana. Algunos de mis camaradas en el comité especulaban con la idea de que si Chávez lograse convencer a las FARC para que le entregasen a Ingrid Betancourt, esta podría intercambiarse por Ilich Ramírez, consiguiendo así que el Chacal volviese a Venezuela.
Si tuviese que señalar un día de especial frenesí en esta investigación, ese pudo ser el 27 de febrero de 2008. Ese miércoles se cumplía el decimonoveno aniversario del trágico Caracazo.
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Como todos los días, me levantaba antes del amanecer para hacer mis oraciones y estudiar el Corán. Después me ponía a estudiar los manuales de armamento y explosivos que me habían confiado los coroneles bolivarianos, y con cada página que avanzaba en aquellos manuales crecía mi tensión ante la ausencia de noticias de Gustavo, el enlace de la guerrilla colombiana. Pero, como si hubiese leído mis pensamientos, esa mañana me telefoneó desde un tercer número, diferente a los que había utilizado anteriormente. Habían pasado varias semanas desde nuestra reunión y, según me comunicó, ese había sido el tiempo que había necesitado para hacer llegar a la selva colombiana mi solicitud por escrito. Aquella llamada, me dijo, era para tranquilizarme y para decirme que se había autorizado mi entrenamiento con las FARC. Ahora solo faltaba preparar el viaje. Según Gustavo, entraría en Colombia por los «caminos verdes», es decir, a través de la selva, evitando los controles fronterizos.
Todo indicaba que en unos días más, estaría recibiendo formación militar con las FARC y/o el ELN en las selvas de Colombia. Tras agradecerle la llamada, le informé de que ya había recogido en la mezquita un ejemplar del Sagrado Corán en español, como me había pedido, y pareció entusiasmado con la noticia. Me insistió en que sería estupendo que yo pudiese dar unas nociones a los guerrilleros colombianos sobre el Islam y también sobre las técnicas de lucha palestina. «La guerrilla siempre está dispuesta a aprender nuevas cosas útiles para la lucha», me dijo. Pero en ese momento no fui capaz de ver todo lo que implicaba esa frase. Y tampoco fui consciente entonces de que mi ángel de la guarda estaba preparando un milagro casi comparable al del 11 de marzo de 2004, para evitarme un serio disgusto...
Supongo que no era una casualidad que las FARC y/o Chávez hubiesen decidido fijar finalmente en ese día la liberación de cuatro nuevos rehenes, que llevaban años en poder de la guerrilla. Cuatro ex legisladores colombianos —Gloria Polanco de Lozada, Orlando Beltrán Cuéllar, Luis Eladio Pérez y Jorge Eduardo Géchem Turbay— estaban a punto de ser entregados por las FARC a una comisión encabezada por el ministro venezolano Ramón Rodríguez Chacín y la senadora colombiana Piedad Córdoba. Con ellos, cuatro delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja, dos médicos venezolanos y un cámara de Telesur, que emitía en directo la liberación de los rehenes por televisión, se habían desplazado a un punto secreto de la selva colombiana para recogerlos. Ese aniversario del Caracazo tendría que haber sido un nuevo día de protagonismo internacional para el gobierno bolivariano, que conseguía rescatar a cuatro secuestrados más de la guerrilla colombiana. Y lo sería, pero por otras razones...
Mientras los recién liberados volaban hacia Caracas, donde los aguardaba el Chávez libertador, yo tenía otras responsabilidades. El famoso periodista norteamericano John Lee Anderson se encontraba en Venezuela y quería reunirse con nosotros.
John Lee Anderson es un referente en el periodismo internacional. Nacido en California, en 1957, pronto se especializó en información relativa a América Latina. Su técnica para hacer perfiles biográficos es objeto de estudio en las principales facultades de Periodismo, y sus perfiles sobre Augusto Pinochet, Fidel Castro, Gabriel García Márquez o el rey Juan Carlos de Borbón son textos clásicos en muchos cursos universitarios. Periodista de investigación, con mayúsculas, para escribir su biografía sobre el Che Guevara se fue a vivir cinco años a Cuba, y gracias a sus investigaciones periodísticas se descubrió la tumba del Che en Bolivia, que permanecía perdida desde 1967.
Anderson se hallaba en Caracas para participar en el
Aló, Presidente
de Hugo Chávez, sobre el que también ha realizado uno de sus famosos perfiles, pero había descubierto la figura de Carlos el Chacal y se había mostrado interesado en la posibilidad de dedicarle uno de sus estudios. Y, como cualquiera que teclee el nombre de Ilich Ramírez en Internet, con lo primero que se encontró es con la página que yo controlaba: el
website
oficial de Carlos el Chacal. Así que no tenía nada de extraño que el famoso periodista tuviese interés en conocerme. El interés era mutuo.
Sin embargo, esa mañana yo tenía otro compromiso. Debía acudir al Cuartel San Carlos, donde se mantenía la exposición de fotografías y recortes de prensa sobre Ilich Ramírez desde la «rueda de prensa» celebrada allí mismo el 9 de enero. Además, y esto es más interesante, se mantenía una urna destinada a recoger fondos para la defensa del Chacal y unos cuestionarios de firmas de apoyo a su causa. ¿Qué nombres y cédulas de identidad suscribirían por escrito su apoyo al terrorista más famoso de la historia? Evidentemente, era interesante grabarlo.
Como ya expliqué con anterioridad, el Cuartel San Carlos es un edificio emblemático, depositario de una larga tradición guerrillera. Tanto Hugo Chávez como Paúl del Río cumplieron penas de cárcel entre sus muros, y el 9 de enero de 2008 acogió la primera «rueda de prensa» concedida por Ilich Ramírez. Así que se me ocurrió que aquel sería el mejor contexto posible para desarrollar otra de mis ideas. Le había propuesto a Vladimir Ramírez que el comité organizase un cine fórum, proyectando el documental emitido por Al Jazeera sobre la operación de la OPEP meses antes. Me lo había facilitado un contacto en la cadena qatarí en árabe, y posteriormente yo había conseguido localizarlo en inglés y español. Y a Vladimir le entusiasmó la idea. A él le permitía continuar su campaña mediática a favor de su hermano; a mí, reafirmar mi identidad árabe y lanzar un anzuelo. Una actividad pública como aquella, en el legendario Cuartel San Carlos, auspiciada por los movimientos bolivarianos y teniendo a Carlos el Chacal como protagonista, probablemente atraería a simpatizantes de la causa revolucionaria, de la lucha armada y quizás a alguien más...
Para comenzar con los preparativos conocí a Edulfo Rojas, otro veterano de la lucha revolucionaria venezolana, y uno de los responsables de las actividades culturales en el San Carlos Libre, junto con el famoso Paúl del Río. Pero en la Venezuela bolivariana las cosas van lentas. Muy lentas. El tiempo transcurre en «horita llanera», y esas horas no necesariamente tienen sesenta minutos, así que organizar algo en el San Carlos me iba a llevar más tiempo del previsto. Aun así no había problema: tenía muchas más vías de investigación abiertas al mismo tiempo. Única manera, según mi experiencia, de amortizar el nuevo viaje a Venezuela.
Mientras el helicóptero con los cuatro secuestrados liberados por las FARC se acercaba a Venezuela, un camarada me avisó de que en el centro de Caracas se estaba armando una buena «garimba». Otro grupo bolivariano del 23 de Enero, La Piedrita, con la incontrolable Lina Ron a la cabeza, estaba asaltando el Palacio Arzobispal de Caracas. Así que llamé a John Lee Anderson para posponer nuestro encuentro al día siguiente y salí disparado hacia el centro, saltándome los semáforos y haciendo chirriar sobre el asfalto los neumáticos del Seat Ibiza.
El barrio de La Piedrita, en la parroquia del 23 de Enero, acoge a otro de los grupos bolivarianos más activos e incontrolables de Caracas. Y nadie entra ni sale del barrio sin pasar por el puesto de los vigilantes armados que controlan los accesos. Los grafitis en las fachadas de los edificios y los carteles situados estratégicamente advierten al visitante: «Zona guerrillera». Y, por si nos quedase alguna duda, concluyen: «Bienvenidos a La Piedrita en paz, si vienes en guerra te combatiremos. Patria o muerte». En realidad no existen muchas diferencias entre el barrio La Piedrita de Caracas y cualquier barrio controlado por el IRA en el Ulster, una favela brasileña o un sector bajo el dominio de las bandas en el Bronx neoyorquino. Existe una justicia y una seguridad local, al margen de los cuerpos policiales y militares oficiales. Pero es más factible ver a un afroamericano en una concentración de skinheads que a un escuálido entrando en La Piedrita, así que parece evidente que los carteles de advertencia y los vigilantes armados solo pueden ir dirigidos a otros vecinos del 23 de Enero, con los que la convivencia vecinal no es del todo satisfactoria. Y es que entre los diferentes grupos armados que conviven en el 23 de Enero no todo es armonía y camaradería. Más bien al contrario.