El Palestino (66 page)

Read El Palestino Online

Authors: Antonio Salas

Al mismo tiempo, en España, el 14 de enero quedaba visto para sentencia el juicio de la Operación Nova. En 2004 la policía detuvo a 32 presuntos yihadistas, pertenecientes a una organización denominada Mártires por Marruecos, que supuestamente planeaban atentar contra la Audiencia Nacional, la sede del PP, la estación de tren de Príncipe Pío y el Tribunal Supremo en Madrid. Aquel día de 2008, cinco de ellas fueron condenadas.

Operativo tupamaro en Maiquetía

Tal y como me dijo Comandante Candela, el contacto con la guerrilla colombiana estaba dispuesto pero, lógicamente, tendría que volar a Caracas de nuevo... No me hacía mucha gracia volver a Venezuela después de conocer que habían planeado mi secuestro en el aeropuerto de Maiquetía un año atrás.

No soy ningún valiente. Ni tampoco un policía, un militar o un espía adiestrado para este tipo de situaciones. Solo soy un periodista. Y por mucho que mis camaradas tupamaros hubiesen insistido en que mi seguridad estaba garantizada, cuando el avión hizo la aproximación al Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, mi corazón empezó a latir más deprisa. Y no porque me asuste volar.

Antes de embarcar, el Chino me aseguró que en agradecimiento a mis servicios como escolta de su papá en España, un buen grupo de tupamaros armados estaría esperándome en el aeropuerto, pero el recorrido entre el avión y la sala de llegadas de Maiquetía iba a tener que hacerlo solo. Así me lo habían advertido telefónicamente antes de subirme al avión en Madrid, y me lo habían confirmado durante la escala que hicimos en Quito. Eso tenía una ventaja y una desventaja. Por un lado, me daba un margen para cambiar las etiquetas de mis maletas antes de salir a la sala de llegadas, ya que lógicamente viajaba con mi pasaporte real. Pero, por otro, me dejaba totalmente desprotegido durante unos minutos, y todo apuntaba a que mi supuesto secuestro lo habían planeado dentro del aeropuerto. Así que, antes de bajar del avión, entablé conversación con un grupo de jóvenes venezolanas que volvían de unas vacaciones en Roma, vía Madrid. Unos chistes sobre españoles, unos juegos de ingenio y unas críticas feroces al tirano Chávez me permitieron ganar sus simpatías.

Las tres bellas y zulianas eran escuálidas hasta la médula, pero se apiadaron de mi lamentable aspecto. La cicatriz de la reciente circuncisión me hacía caminar con las piernas más abiertas de lo normal, como si estuviese imitando a John Wayne, así que les dije que había estado montando a caballo en España, y que eran las agujetas en la entrepierna las que me hacían caminar como un pato. La ocurrencia les hizo gracia y, solidarias con mi entrepierna, no solo me acompañaron hasta el control de pasaportes, sino también hasta la sala de equipajes. Allí me despedí de ellas tras intercambiarnos los celulares y me escondí en los servicios para colocarme la cámara oculta. Después sustituí las etiquetas de mis maletas, con mis datos reales, por otras que ya tenía preparadas a nombre de Muhammad Abdallah. Si todo iba según lo planeado, tras aquellas puertas estarían esperándome los tupamaros de Comandante Chino, y no era recomendable que al recoger mis maletas descubriesen otro nombre que no fuera ese. Una vez preparado, empujé el carro con las maletas hacia la sala de llegadas.

No tardé en reconocer al inconfundible Chino Carías en un extremo de la sala. A su lado la bella Ismar y dos o tres tupamaros más. En el otro extremo pude ver al Viejo Bravo, acompañado del enorme Chino II
2
y otros dos o tres tupas. Mi cámara oculta grabó el momento en que Bravo me intercepta mientras sus hombres me rodeaban, y me advierte:

—Vámonos, vámonos, vámonos de aquí porque, coño, hay un grupo detrás de ti, coño, que te quiere meter mano... Sí, vámonos, vente, vente...

Supongo que todavía me costaba mucho creer que realmente uno de los grupos armados bolivarianos hubiese decidido secuestrarme, en mi anterior viaje a Venezuela, por sospechar que yo pudiese ser miembro de Al Qaida. Aun así, la advertencia del veterano coronel sonaba muy seria y consiguió asustarme. Aunque por supuesto no lo demostré. En este nuevo viaje a Venezuela todo iba a ser mucho más peligroso. Y mi ángel de la guarda iba a tener que hacer tantas horas extras como yo.

En una segunda línea de seguridad, el Chino y sus hombres cubrían el perímetro del primer grupo que me rodeaba. La verdad es que me sentía desbordado por aquella situación, y aun así seguro. Habría hecho falta todo un despliegue de medios para poder causarme algún daño en mi llegada a Maiquetía ese día. Por cosas como estas me resulta realmente difícil poder juzgar con objetividad las actuaciones y comportamientos criminales de mis camaradas tupamaros, que, como mis hermanos musulmanes, siempre fueron leales con quien consideraban un miembro más de la revolución y de la Umma respectivamente. Justo igual que lo habían sido los skinheads durante mi infiltración en el movimiento nazi. Este es el gran conflicto emocional y psicológico que implica una infiltración, pero, a pesar de haber sido perros de la misma manada, creo que tengo muy claro lo que es correcto y lo que no lo es; por eso había aceptado declarar como testigo en el juicio contra Hammerskin que se celebraría un año después. Y lo mismo haré ahora.

En cuanto los tupas me rodearon se hicieron cargo de todo mi equipaje y también de las cajas de piezas que traía para el coche de Beatriz, incluyendo una ventanilla nueva. Después me metieron en uno de los 4 x 4 de mis camaradas guerrilleros, con Bravo y el Chino II, mientras el resto de mi escolta se distribuía en otros vehículos y se unía a nosotros para escoltarnos hasta Caracas. Supongo que si no llevase en ese proceso la cámara oculta, resultaría difícil de creer, pero esa sorprendente recepción en el aeropuerto de Maiquetía era solo el preámbulo de todas las cosas increíbles que iban a suceder en este viaje.

Crispación bolivariana

A principios de 2008, la situación en Venezuela se adivinaba más tensa que en 2007 y 2006. Chávez arremetía contra George Bush y el imperialismo yanqui con más firmeza que nunca. Y la oposición hacía lo mismo contra Chávez. Para mi sorpresa, la inmensa mayoría de los medios de comunicación seguían siendo antichavistas. Casi el 90 por ciento de las emisoras de radio y la gran mayoría de la prensa escrita nacional atacaban ferozmente y sin piedad cada cosa que Chávez hacía o decía. Y lo que no hacía y decía, también.

La no renovación de la licencia para emitir en abierto a la cadena RCTV en 2007, que ahora seguía emitiendo por cable y que fue presentada al mundo como víctima de la censura chavista, aceleró la guerra mediática. Y mientras en Europa y los Estados Unidos se dibujaba la imagen de una Venezuela en la que el gobierno bolivariano prohibía las críticas de la oposición, la verdad era que la gran mayoría de los medios de masas disparaban contra el gobierno las críticas más feroces, que con frecuencia dejaban muy atrás las diferencias políticas para concentrarse en los ataques personales a Hugo Chávez.

Las cadenas aliadas del gobierno, como la estatal Venezolana de Televisión (VTV), el Canal 8, no podían competir ni remotamente con el poder mediático antichavista de Globovisión, Televen, Venevisión o la misma RCTV, que contaban con los mejores equipos, la mejor programación y los profesionales más mediáticos. Bastaba comparar la programación de VTV con la de Globovisión para intuir quién estaba detrás de cada cadena. Mientras Globovisión enlazaba con CNN para difundir las noticias, con el acento y el estilo de la cadena norteamericana, VTV emitía una programación televisivamente insoportable. Y a pesar de que hice buenos amigos en esa cadena, cuyas instalaciones llegué a visitar, hoy puedo decir con sinceridad que aunque pasé días enteros viendo los programas del Canal 8, esa programación, aburrida, sosa, anticomercial, era solo apta para los chavistas más convencidos.

Pese a que el eslogan de la cadena fuese «El canal de todos los venezolanos», lo cierto es que nadie que no fuese un chavista radical podría soportar la sucesión de inauguraciones de hospitales, de puentes o de escuelas protagonizada por tal o cual ministro chavista. O las crónicas sobre las misiones y los pseudodebates políticos. Solo por las noches,
La Hojilla
de Mario Silva ponía un punto de color más irónico y transgresor, pero igualmente chavista incondicional, en la programación del Canal 8. Aunque los domingos todo el país sintonizase VTV para ver
Aló, Presidente
.

Globovisión, por el contrario, contaba con los programas concurso, las películas, las telenovelas y los agresivos programas antichavistas, que dejaban al español Federico Jiménez Losantos y sus corrosivas críticas al gobierno socialista desde la COPE, o a los feroces ataques de la FOX contra el actual presidente Obama, en un juego de niños. Sin embargo, cuando por fin el gobierno bolivariano se concienció de que perdía por goleada la guerra mediática, decidió ejecutar una ordenanza que obligaba a todas las emisoras de televisión nacionales a conectar en cadena. Esto es algo que ocurre en casi todos los países del mundo para transmitir simultáneamente determinados mensajes del jefe de Estado, pero mientras en España, por ejemplo, esas emisiones simultáneas se limitan el mensaje de Navidad del Rey y a excepcionales eventos políticos, Chávez llegaba a enlazar en cadena fragmentos del interminable
Aló, Presidente
, lo que generaba situaciones absurdas y paradójicas. Como que los televidentes estuviesen viendo un debate político en Globovisión, en el que los contertulios afirmaban que Fidel Castro había muerto, y de pronto se cortase la señal del plató y entrase la de
Aló, Presidente
, en el instante en que el mismo Fidel Castro telefoneaba a Hugo Chávez en directo, para participar en su programa.

Más aún, en 2008 el gobierno bolivariano decidió pagar cuñas publicitarias en las cadenas de la oposición, con Globovisión a la cabeza, para intentar contrarrestar la información antichavista de dichas cadenas. Así que era habitual que alguien estuviese viendo los informativos de la CNN en Globovisión, o programas como
Grado 33
o
Aló, ciudadano
, en los que se afirmaba que existían restricciones de alimentos en Venezuela, o que en los supermercados faltaba carne, leche y productos de primera necesidad —noticias que, por cierto, se repetían en Europa sin que nadie las contrastase—, cuando de pronto, al pasar a publicidad, aparecían una serie de anuncios comerciales de los mercal o PEDEVAL (empresas de alimentos apoyadas por PDVSA), en los que se vendía leche, pan, etcétera, a costos realmente bajos, y donde yo mismo he hecho la compra alguna vez. Como es lógico, al final uno ya no sabía a quién creer, porque en las cadenas de la oposición aparecían las dos versiones de una misma noticia simultáneamente. En las cadenas chavistas, sin embargo, solo aparecía la versión oficial. Salvo en
La Hojilla
, donde Mario Silva repetía algunas noticias e informaciones emitidas en las cadenas opositoras, para después atacarlas con feroz y despiadada ironía.

En este viaje mi intención era acceder a las FARC y al ELN para recibir entrenamiento como terrorista, y así averiguar su presunta relación con otras organizaciones armadas como ETA, Hizbullah, Hamas o incluso Al Qaida, tal y como la prensa occidental venía publicando desde que se inició la liberación de rehenes de la guerrilla colombiana en Venezuela. Pero también aspiraba a conseguir llegar a los archivos personales de Carlos el Chacal. Su verdadera y desconocida historia nunca publicada.

Cosas que perdimos en el camino

En mi regreso a Caracas noté muchos cambios. Entre mis camaradas chavistas detecté dos tendencias muy diferenciadas. Unos se habían vuelto mucho más escépticos con el proceso bolivariano. Y aunque ninguno se atrevía a cuestionar al presidente Hugo Chávez, sí escuché muchas críticas a casi todos los miembros de su gobierno que, como la mayoría de los políticos, habían descubierto la erótica del poder y la tentación de la corrupción en su segunda legislatura. En mi país los políticos suelen corromperse mucho antes... Otros, sin embargo, se habían radicalizado mucho más en su fervor chavista. Y algunos amigos como Comandante Candela, que un año antes despreciaba la violencia, ahora estaban dispuestos casi a liarse a puñetazos con la irritante oposición a la primera oportunidad. La crispación se respiraba en las calles de Caracas. Pero era mucho peor de lo que yo imaginaba.

La primera noche de ese nuevo viaje, y después de hacerme las curas en mi pene recién tuneado al estilo árabe, cené con el Chino Carías, Comandante Candela y algún revolucionario más, en un conocido y lujoso restaurante de Las Mercedes, más cercano al glamur de la acomodada burguesía escuálida que a la austera sobriedad revolucionaria. Como era previsible, las estrategias mediáticas de la oposición fueron uno de los temas recurrentes en la conversación y, entre el segundo plato y el postre, uno de los líderes tupamaros presentes comentó con escalofriante naturalidad una «anécdota» que transcribo tal y como salió de su boca:

—Mientras Chávez no le pare bola y nos deje usar «mano izquierda» a los grupos armados, esta vaina no va a ningún lado. Porque en Europa solo escuchan a los escuálidos...

—¿Cómo «mano izquierda»? —pregunté ingenuamente.

—Verga, pana. Pues mano izquierda. ¡Plomo! ¿Tú te acuerdas de...? —y menciona el nombre de uno de los muchos personajes de la oposición que actualmente viven en Miami y que no recuerdo—. A ese lo agarramos una noche al salir de su casa allá en la plaza de Altamira. Lo metimos en un carro y lo llevamos para una quinta y allá lo desnudamos y nos lo cogimos uno por uno. Y luego trajimos un perro y se lo cogió también. Y lo grabamos todo en vídeo. Después lo soltamos. Y a los dos días le mandamos una copia del DVD y un billete para Miami... y para allá se fue el cabrón. Con todos los escuálidos golpistas y vendepatrias del 11 de abril. Eso es mano izquierda. Si el comandante nos dejase, los botábamos a todos fuera de Venezuela...

Me costó mucho asumir que unos camaradas que se preocupaban por mi seguridad, que siempre me trataron como a un hermano, fuesen capaces de secuestrar a un empresario opositor, violarlo, humillarlo y luego chantajearlo, para obligarlo a marcharse del país. De hecho, todavía no he conseguido asumirlo. ¿En qué punto del camino perdieron la fe? ¿En qué momento decidieron que la violencia era una mejor defensa para su ideología que sus argumentos? ¿Cómo es posible luchar contra un adversario que definimos como tirano, malvado, violento, si nos ponemos a su mismo nivel de tiranía? Acababa de encontrarme, en Venezuela, con el mismo fenómeno que había vivido en Europa durante mi infiltración en el movimiento antifascista, donde jóvenes que decían luchar contra el racismo, la intolerancia y la violencia neonazi se dedicaban a dar palizas a los skinheads NS, como una forma de expresar su activismo contra los intolerantes. Pero no se puede luchar contra la violencia con más violencia. El fuego no se apaga con fuego.

Other books

At the Villa Massina by Celine Conway
Moses, Man of the Mountain by Zora Neale Hurston
Murder on the Mind by LL Bartlett
Unholy Fury by James Curran
The Six Month Marriage by Grange, Amanda
Women Without Men by Shahrnush Parsipur
An Heir to Bind Them by Dani Collins