Authors: Antonio Salas
Aquella entrega de nuestras exigencias ante la Defensoría del Pueblo fue solo la primera de una serie de eventos y actividades organizados por el CRIR en Caracas. Actividades como elaborar unas plantillas con la imagen más emblemática del Chacal y realizar grafitis en pro de su repatriación por todo Caracas, u organizar conferencias, proyecciones y concentraciones exigiendo su liberación en Francia.
En cuanto a los grafitis, yo tuve un serio enfrentamiento con alguno de mis compañeros, jóvenes comunistas del PCV y por tanto ateos, porque se les ocurrió realizar pintadas por la repatriación de Carlos en la Gran Mezquita de Caracas. Y respecto a las concentraciones, probablemente la más importante y de mayor repercusión fue la que se realizó coincidiendo con el 13o aniversario de la detención (secuestro, según el comité) de Ilich Ramírez en Sudán, en agosto de ese año. Para esta ocasión se hicieron camisetas confeccionadas con los colores de la bandera palestina y la imagen de Ilich en el pecho. Camisetas que luego he visto que lucían miembros de otros grupos armados bolivarianos, como La Piedrita, sin ninguna relación con el CRIR. Y que imagino escandalizarían a los palestinos que abominan de cualquier acto de violencia hecho en su nombre. No solo Ben Laden utiliza Palestina como justificación.
Pero, además, para esa celebración se instaló un toldo en la esquina de Principal, frente a la Casa Amarilla (Cancillería del gobierno), desde las 10:00 hasta las 18:00, con una exposición de artículos y fotografías sobre la vida de Ilich Ramírez, o al menos la imagen internacionalista que nos interesaba promocionar, y una réplica a tamaño natural de la siniestra jaula en la que era transportado desde la prisión de Clairvaux hasta los juzgados de París, cada vez que debía ser interrogado. La verdad es que la caja de acero, de aspecto inquietante, fue todo un golpe de efecto que despertó el interés del programa
En Confianza
, que conduce Ernesto Villegas en VTV, y unos días después varios miembros del comité y la famosa jaula participaron en dicho programa, en directo, desde los estudios de Venezolana de Televisión.
Ese día se recogieron más de trescientas firmas en apoyo a la repatriación de Carlos y se consiguió que la cancillería de Nicolás Maduro recibiese a una delegación de cinco personas para entregarle diferente documentación con nuestras demandas. A media tarde, y sabiendo que justo ese día Hugo Chávez presentaba ante la Asamblea Nacional sus propuestas para la reforma constitucional que tanta polémica internacional iban a suscitar, el CRIR se desplazó, con sus pancartas y camisetas, a las puertas del Palacio Legislativo, uniéndose a la masa de manifestantes chavistas que allí se encontraban esperando la llegada del presidente. La fortuna quiso que, cuando Chávez llegó al palacio, su coche se detuviese prácticamente ante la pancarta de Ilich Ramírez, y al salir del vehículo el mandatario venezolano hizo un gesto, puño en alto, que interpretamos como un saludo y una señal de aprobación a nuestra causa... Ciertamente, Chávez iba a implicarse mucho más a partir de entonces en su apoyo a Ilich Ramírez.
El 13 de agosto de 2007, solo cuarenta y ocho horas antes de producirse la concentración por la repatriación de Ilich Ramírez en Caracas, todas las agencias de prensa se hacían eco de la noticia de un nuevo intento de atentado terrorista en Marruecos. Un atentado «aislado y desesperado», como lo calificó la Agencia de Prensa Marroquí (MAP). Esta vez en Meknes. La misma ciudad que había pisado Domingo Badía, bajo su identidad como Alí Bey, en su camino desde Fez hacia Rabat. Y la misma ciudad que yo había visitado solo unos meses antes, ya como musulmán, rezando en sus mezquitas y visitando sus museos, sus restos arqueológicos en Volúbilis e incluso el mausoleo del Mulay Idris, el santo más venerado de Marruecos, bisnieto del profeta Muhammad y fundador de la primera dinastía real. El mausoleo y sobre todo la cripta subterránea con los restos del santo están prohibidos a los no musulmanes, y precisamente ese mes de agosto se celebra la peregrinación que dirige hacia ese mausoleo, situado a cuatro kilómetros de Meknes, a miles de creyentes de la Umma, incluyendo a la familia real marroquí. Yo, como musulmán, sí tenía derecho a visitarla.
Pero ese año la peregrinación a Mulay Idris se vería empañada por el nuevo atentado terrorista. A las 11:30 am del 13 de agosto, un autobús de turistas norteamericanos y australianos se detenía en la plaza Al Hadim, el centro turístico y comercial del casco antiguo de Meknes. Al igual que en Marrakech la plaza de Djemma Al Fná concentra todo el bullicio y la actividad comercial tradicional, en Meknes es la plaza Al Hadim la que acoge a todos los comerciantes, curanderos y vendedores ambulantes, y la que inicia la ruta por el zoco de la ciudad.
Hicham Doukkali, que ese día celebraba su trigésimo cumpleaños, lo sabía. Por eso había escogido la plaza de Al Hadim para intentar pasar a la historia de los mártires haciendo explotar una bombona de gas en un autobús lleno de turistas. Afortunadamente, el conductor del autobús se percató del aspecto sospechoso de Doukkali. El chófer cerró las puertas y le impidió entrar en el vehículo. Y finalmente el «terrorista» intentó perforar la bombona con un destornillador hasta hacerla explotar a unos metros del autobús. La prensa calificó de «heroica» la actuación del conductor que, como todos los trabajadores del sector del turismo en Marruecos, había sido alertado e instruido por los cuerpos y fuerzas de seguridad para permanecer siempre atentos a posibles amenazas terroristas. El turismo, especialmente el francés, es una de las principales fuentes de ingresos en el país, y la amenaza terrorista atenta en primer lugar contra la economía nacional.
El yihadista fue el único herido en el conato de atentado. Hicham Doukkali se destrozó una mano y una pierna y sufrió varias heridas de diferente consideración en torso y abdomen. Era un atentado a la desesperada, chapucero. La política marroquí de mano dura tras los atentados de 2003 dificultaba a los yihadistas la obtención de explosivos, y sobre todo detonadores. Pero desde que ese 2007 Ben Laden aceptó a los radicales magrebíes en Al Qaida, algunos estaban dispuestos a participar en la guerra contra Occidente, aunque fuese utilizando una bombona de gas como explosivo y un simple destornillador como detonador.
Doukkali fue trasladado al Hospital Militar Mohamed V, de Meknes, donde fue estabilizado y después interrogado. Vivía con su esposa en un confortable apartamento de un barrio residencial de Meknes. Ganaba unos 10 000 dirhams (unos 1000 euros) al mes y trabajaba desde 2003 en la oficina de recaudación fiscal de la ciudad. No tenía el perfil de terrorista suicida analfabeto, de escasos recursos económicos, que defienden algunos estudiosos.
Se había afiliado al Movimiento Justicia y Caridad, uno de los más fuertes de la oposición marroquí, e islamista, en 1998. Pasó un tiempo estudiando en Tánger, donde continuó en contacto con Justicia y Caridad, y después hizo la especialización en la escuela Hassania, en Casablanca, concluyendo su preparación en ingeniería en 2001. Y aunque desde 2003 trabajaba en el Ministerio de Finanzas, y más concretamente en la Subdirección de Impuestos de Meknes, sus compañeros le habían bautizado con el alias de
Abu Qatada
, debido a su discurso radical sobre el Islam. Doukkali incluso se había negado en alguna ocasión a hacer la oración con sus colegas, por considerarlos musulmanes tibios.
En los interrogatorios policiales, Doukkali habló por los codos e implicó a cuatro amigos en el atentado, aunque solo uno, Hassan Azougar, también ingeniero, sería procesado con él en julio de 2008. Ese año Doukkali sería condenado a cadena perpetua y Azougar a diez años de prisión.
Los medios marroquíes pusieron el acento, como siempre, en el hecho de que Doukkali era miembro del Movimiento Justicia y Caridad. A menos de un mes de las elecciones, era muy fácil instrumentalizar políticamente esta noticia. Los medios occidentales, siempre alarmistas, resaltaron en sus titulares: «Nuevo atentado terrorista en Marruecos», y la absurda aventura de Doukkali pasó a engrosar los listados de acciones de Al Qaida en el norte de África.
Mis hermanos musulmanes marroquíes me escribieron para contarme lo sucedido y enviarme un par de fotos del yihadista, tomadas con teléfono móvil justo después del atentado; asombrados, pero no necesariamente escandalizados por el intento de Doukkali de volar un autobús de turistas. E insistiendo en que yo tenía que conocerle, porque habíamos frecuentado las mismas mezquitas en Meknes.
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Después de ver esas fotos (de muy baja calidad) sigo sin saber si realmente Doukkali y yo llegamos a coincidir algún día durante el rezo... Pero lo que sí sé es que, en mi humilde opinión, su caso tiene mucha más relevancia de la que se le dio en su día: fue un grito de advertencia que no supimos escuchar. La reconversión de los movimientos armados argelinos, marroquíes, tunecinos o libaneses en ese mutante que es Al Qaida en el Magreb Islámico (AQMI) creó una corriente de empatía ideológica en todo el norte de África para con los postulados antieuropeos y antioccidentales de la red de Ben Laden. Y no se trata ya de organizaciones más o menos estructuradas, capaces de conseguir explosivos, armas de fuego o sofisticados sistemas de destrucción. No se trata de miembros numerarios de tal o cual banda terrorista. Es mucho más maquiavélico que todo eso: Ben Laden y Aiman Al Zawahiri transmitían un mensaje de odio despiadado contra Occidente. Una invitación a luchar contra el infiel, a expulsar de las tierras del Islam a todo cruzado o judío.
Seguramente el sentimiento íntimo de esos yihadistas asesinos, que claman con pasión su odio a muerte al invasor occidental, queda perfectamente expresado en el tema «Guerra al invasor» del grupo de rock neonazi Estirpe Imperial, grupo donde llegó a tocar alguno de mis camaradas skin, como Javito, uno de los encausados en el macrojuicio contra Hammerskin-España. Evidentemente, cuando los skinheads NS clamaban con pasión que «No pisará vuestra tumba la planta del extranjero», se referían, precisamente, a los extranjeros en España. Pero nunca antes se evidenció con tal claridad cómo los extremos se tocan. En esas mismas letras de rock nazi, solo tendríamos que cambiar España, Francia, Reino Unido o Italia, por Marruecos, Mauritania, Argelia o Túnez, y los mensajes de odio xenófobo, de supremacía racial, de imposición de una religión por encima de las demás son exactamente los mismos en el discurso neonazi y en el discurso yihadista. «Y que no pise la tumba de los marabús, en suelo musulmán, la planta del infiel», habría cantado Javito si en lugar de en un aburguesado barrio madrileño hubiese nacido en Meknes, Argel o Nuakchot.
Igual que en los movimientos de supremacía blanca la identidad racial prima por encima de las identidades nacionales —y skinheads NS británicos, alemanes, franceses o españoles son por encima de todo blancos y nacionalsocialistas—, un sentimiento de identidad islámica crea vínculos invisibles entre yihadistas de todo el norte de África. Hombres y mujeres que jamás han visto, ni verán, a Ben Laden ni a ningún miembro de Al Qaida, pero que apoyan su ideario. Están dispuestos a contribuir a ese sueño de reconquista, de recuperación de Al Andalus, en la medida de sus posibilidades. Y si no pueden inmolarse con dinamita, C-4 o nitroglicerina, si no pueden secuestrar un avión para estrellarse contra un edificio, lo harán llevándose por delante todos los occidentales posibles. Utilizarán una bombona de butano, como Hicham Doukkali, una escopeta de caza o incluso un puñal.
En los archivos policiales israelíes existen muchos precedentes de lo que yo denominaría
spree-terrorist
, o «terroristas frenéticos». Igual que los
spreekillers
asesinan de forma indiscriminada en un brote homicida impulsivo, para luego suicidarse o no, existen «atentados» de palestinos desesperados que apuñalan, atropellan o golpean frenéticamente a ciudadanos israelíes, víctimas de una pulsión incontenible, originada directa o indirectamente en la ocupación. Ese mismo fenómeno empieza a producirse en otros países árabes.
Resulta preocupante el incremento de ataques espontáneos con arma blanca a turistas occidentales en países árabes que se ha detectado en los últimos años. En mi archivo se han ido acumulando los titulares de prensa:
• John Parkinson y Diana Knox: turistas austríacos apuñalados en el hotel Sofitel de Marrakech (mayo 2007).
• Los senderistas españoles Ángel Olmos López y Juan Cristóbal Sánchez, heridos graves con un machete en Mrit (Marruecos), por el integrista Mohamed Hamza (abril 2007).
• Sacerdote católico francés muere apuñalado en el puerto turco de Samsun (julio 2006).
• Turista británico apuñalado una docena de veces en la ciudad turística turca de Marmaris (julio 2009).
• Turista alemán apuñalado junto a la mezquita Al Husseini, en Ammán (marzo 2008).
• Turista israelí apuñalado por un trabajador libio en complejo turístico del Sinaí egipcio (abril 2009).
• Gregor Kerkeling, turista alemán asesinado a puñaladas en Estambul (marzo 2009).
• El joven Benjamin Vanse Veren, muerto, y su madre, grave, tras el ataque del integrista Abdelilá al Mazzinen en el barrio antiguo de Fez (febrero 2009).
• Cuatro miembros de una familia francesa asesinados en Aleg (Mauritania) (diciembre 2007).
• El cooperante estadounidense Christopher Languet, asesinado de un disparo a bocajarro mientras aparcaba su coche en Nuakchot (junio 2009), etcétera.
Para países como Marruecos o Túnez, con unos importantísimos ingresos millonarios en el sector turístico, o para otros como Mauritania, receptor de importantísimas ayudas de la cooperación internacional, cualquier ataque a extranjeros que pueda relacionarse con el terrorismo supone pérdidas de millones de euros. Por eso en la mayoría de las ocasiones ha intentado restarse importancia a estos ataques atribuyéndolos a criminalidad común. Sin embargo, en todos los casos (al menos hasta 2010) se trataba de ataques espontáneos, no planeados, de agresores musulmanes contra víctimas occidentales, en los que no se produce ningún robo. En 2010, con el secuestro de Albert Vilalta, Alicia Gámez y Roque Pascual en Mauritania, país que he visitado en cuatro ocasiones, ya nadie se molestó en intentar ocultar la relación del ataque con el terrorismo. Pero si accedemos a los testimonios, por ejemplo, de los españoles apuñalados en Mrit tres años antes, descubrimos que a ellos tampoco les cabe duda de que fueron víctimas de un ataque terrorista: «Fue la embajada de España la que nos aconsejó que no diéramos publicidad a lo sucedido y nos mantuviéramos en el anonimato —afirma Ángel Olmos, desmintiendo la versión diplomática española—. Se trataba, nos dijeron, de evitar el acoso de la prensa y tensiones innecesarias en las relaciones España-Marruecos».
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