El Palestino (60 page)

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Authors: Antonio Salas

—Disculpe, pero no tenemos ninguna habitación reservada a nombre de ese señor.

—¿Cómo? Es imposible. Tengo un mensaje suyo especificándome que estaba alojado en el hotel Intercontinental de la Castellana. Por favor, compruébelo otra vez. Es un grupo de varios venezolanos que llegaron ayer a Madrid.

—De acuerdo, no se retire, por favor.

Y otra vez la musiquita al otro lado del auricular. Aquella respuesta del recepcionista me inquietó mucho. ¿Había ocurrido algo? ¿Habría tenido Bravo algún problema que le hubiese obligado a abandonar precipitadamente el Intercontinental? ¿Había fracasado en mi primer día como escolta, antes incluso de contactar con mi escoltado? La respuesta era mucho más sorprendente que todo eso. Varios minutos de búsqueda en los registros del hotel, y por fin el recepcionista vuelve a ponerse al teléfono.

—Sí, señor, tenía usted razón. Aquí lo tengo. Está en la habitación 510. Es que está compartiendo una habitación que está a nombre de otra persona.

—¿A nombre de quién está la habitación, por favor?

Pensé que era una buena oportunidad para conocer la identidad de otro de los presuntos integrantes de los Tupamaros venezolanos que probablemente acompañaban a Bravo. Pero el recepcionista iba a pronunciar el último nombre que podría haber imaginado
.

—Sí, señor. La habitación está a nombre del señor Antonio Salas.

De nuevo esa sensación de dolor en el pecho. Porque el miedo duele. De nuevo el vértigo. Como si el suelo despareciese bajo mis pies y cayese por un pozo oscuro y frío hacia el vacío más profundo. Colgué el teléfono sin dar las gracias al recepcionista por su amabilidad y eficiencia, y sintiendo que podría matar por un cigarrillo.

¿Antonio Salas? ¿Cómo podía estar la habitación del Viejo Bravo, en el hotel Intercontinental de Madrid, a mi nombre? ¿Qué significaba aquello? ¿Era un mensaje de Bravo? ¿Habían averiguado los Tupamaros mi identidad real y trataban de decirme algo? Pero eso era absurdo. ¿Cómo iban a reservar la habitación de un hotel de lujo a mi nombre solo para hacerme saber que me habían descubierto? Mi cerebro se disparó, escapando a mi control. Intentando valorar todas las posibilidades. Tratando de considerar todas las posibles explicaciones. Y no tardó mucho en hacerlo, porque no había ninguna. No se me ocurría ninguna razón lógica por la que el viejo guerrillero, que había luchado mano a mano con Hizbullah en la Franja de Gaza y en el Líbano, pudiese haber reservado su habitación, en uno de los hoteles más lujosos de Madrid, a mi nombre.

Me senté en un banco de la plaza de la Lealtad, muy cerca del Museo del Prado y delante del Museo a los Mártires de la Independencia. Y por un momento pensé en que los rebeldes españoles, a los que se conmemora en ese monumento, también fueron considerados terroristas por el gobierno francés de Napoleón, que había invadido España, y que el historiador David Bell comparaba con la resistencia iraquí. Pero mis divagaciones históricas duraron poco. Intentaba llegar a alguna conclusión. Lo más fácil, y lo más seguro, era desaparecer. Olvidarme de Bravo y de la conexión venezolana y no tentar más a la suerte. Pero yo suelo coger siempre el camino difícil. ¿Qué probabilidades reales había de que el coronel intentase hacerme daño en un hotel de cinco estrellas en el centro de Madrid? Además, el Chino pretendía que hiciese de escolta armado de su padre, y lo más probable es que ni Bravo ni sus acompañantes lo estuviesen. Finalmente, concluí que, si me habían descubierto, era mejor saberlo cuanto antes, y sobre todo en un contexto controlado como ese. Cuando aquel vasco comentó mi nombre en la última marcha chavista previa a las elecciones, en Caracas, no me encontraba en mi terreno. Pero ahora al menos estaba en mi país. Así que me coloqué la cámara oculta, me encomendé a la voluntad de Allah y me encaminé al hotel Intercontinental.

Mi cámara grabó perfectamente la llegada al hotel. Cómo giro a la izquierda una vez rebaso la puerta principal y cómo pregunto en la recepción por la habitación número 510 del señor José Bastardo y su acompañante el señor Antonio Salas. Grabó cómo el recepcionista me confirma esa información. Entonces le pido que me pase con la habitación. Una voz masculina coge el teléfono. Pregunto por Bravo. Me ponen con él.

—Bravo, soy tu amigo palestino, estoy en la recepción —le digo.

En tono muy cordial, aparentemente espontáneo, me respondió:

—Coño, panita, cómo te va. Ahorita bajo.

Y bajó.

Nos acomodamos en una discreta cafetería del hotel, en el primer piso, y pasamos varias horas charlando. Bravo se sentía más tranquilo al saber que tenía un tupamaro-palestino armado para su seguridad en España. En medio de la conversación pude averiguar que el objeto de su viaje era un negocio millonario, que estaba cerrando con la ayuda de su socio, el de Hizbullah. Y en lo referente a lo que tanto me inquietaba, todas mis conjeturas resultaron exageradas. Simplemente se había dado la casualidad de que uno de los compañeros de viaje de Bravo, a cuyo nombre se habían cogido las habitaciones del hotel, se llamaba Antonio Salas. Más tarde descubriría que el apellido Salas es muy popular en Venezuela, pero, a mí, aquella coincidencia me dio un susto de muerte. La providencia aún me reservaría otro susto similar, con otro Salas, pero ya en la frontera colombo-venezolana.

«Hacerle saber a Ilich que hace cinco años que soy musulmán»

El viernes 22 de junio, sin el arma, acudí a la mezquita de Fuengirola, en realidad tres naves industriales habilitadas como oratorio para la oración semanal. La comunidad musulmana había alquilado la primera nave como mezquita, pero, al quedarse pequeña, ante el crecimiento de la Umma alquiló una segunda y después una tercera, en la que ya no podíamos ver al imam durante la oración, solo lo escuchábamos a través de un altavoz. Al terminar me metí en un cibercafé en el que nunca antes había entrado, dispuesto a dedicar unas horas a la web de Ilich Ramírez, intentando dificultar el rastreo de la IP en la red. Su hermano Vladimir me había enviado unos textos nuevos a mi correo que jamás, ni una sola vez, abría en mi ordenador o el de mi trabajo. Además, cuando tenía que actualizar la web del Chacal acudía a un cibercafé diferente cada vez. Y nunca el mismo en el que pudiese haber abierto mis correos personales. No hay que ser muy sagaz para suponer que las agencias de inteligencia israelíes, americanas y probablemente venezolanas estaban muy interesadas en ubicar a los responsables de aquella página web en la que se publicaban textos y fotos inéditas, que demostraban una vinculación directa entre el
webmaster
y el terrorista más peligroso de la historia, así que no podía permitir que los funcionarios encargados de rastrear la IP del ordenador desde el que se hacían la modificaciones relacionase dicha IP con las de mis correos. Además, estoy seguro de que la curiosidad, o incluso el interés, de los responsables de monitorizar los cambios y actualizaciones en
www.ilichramirez.blogspot.com
aumentó exponencialmente cuando se dieron cuenta de que la página era actualizada desde diferentes ciudades de España, Marruecos, Portugal, Venezuela, Jordania, etcétera, lo que hacía aprovechando mis viajes. Me imagino al informático del MOSSAD o de la CIA que llevaba a cabo ese seguimiento, preguntándose si la web del Chacal era actualizada por una red internacional de simpatizantes del famoso terrorista... Pero desde aquí le digo que el trabajo lo realizaba una sola persona.

Esa convicción lógica de que el
webmaster
de Ilich Ramírez despertaría la curiosidad de la policía y los servicios de información me obligaba a ser muy disciplinado a la hora de escoger un cibercafé o un ordenador en concreto. No me servía cualquiera. Buscaba locales en zonas de alta población inmigrante, y preferentemente con locutorio telefónico incorporado, por si necesitaba telefonear a Venezuela para pedir alguna aclaración sobre el material recibido. Además, buscaba siempre un ordenador que estuviese situado de cara a la entrada del local. Y, si no había ninguno libre, esperaba el tiempo que fuese necesario. No podría trabajar tranquilo en un ordenador que me dejase de espaldas a la puerta.

Si utilizaba programas como el Messenger, al cerrar la sesión volvía a abrir una sesión nueva con otro nombre. Algunas versiones del Messenger dejan en memoria los datos del último usuario que ha abierto la sesión. Y no me apetecía que nadie abriese el mismo ordenador que yo había utilizado y se encontrase con los datos de mi cuenta. Algo parecido ocurría si utilizaba los canales del IRC-Hispano para chatear con mis camaradas nazis, tupamaros o musulmanes. Cerraba uno a uno, cuidadosamente, todos los canales que había abierto, porque, de cerrar el programa completo, por defecto se enviaba un mensaje de salida con la IP y ubicación del ordenador desde el que se había iniciado la sesión...

Si desechaba fotos o documentos tras una actualización de la página del Chacal o de las mías, no solo borraba de la carpeta «Mis archivos recibidos» los elementos que no había utilizado o que ya habían sido modificados para su incorporación a la web, sino que también tenía que borrarlos de la «Papelera de reciclaje» y luego reiniciar el ordenador, antes de abandonar el cibercafé. Todas esas medidas de seguridad y otras un poco más sofisticadas me obligaban a ser disciplinado y a tomarme unos minutos antes y después de cada sesión informática, para borrar mis huellas en los ordenadores. Pero esas medidas de seguridad que me servían para evitar fisgones de las agencias también me serían de utilidad para evitar dejar pistas a los verdaderos terroristas sobre mi identidad. Terroristas como el que acababa de enviar un mensaje a la página oficial del Chacal en la red.

Ese viernes, como todos los viernes, el correo de Ilich Ramírez estaba lleno de mensajes de simpatizantes y/o detractores, con textos apasionados en uno u otro sentido. Pero había un e-mail, redactado el martes anterior, que tenía especial interés. Me di cuenta en cuanto lo vi:

De: eduardo rózsa flores

Fecha: 19 de junio de 2007 01:23

Asunto: saludos

Para: [email protected]

Hola! Envio mis calurosos saludos desde Hungría! Aguantar, resistir, vencer! Este es el lema actual, según mi opinión.

Por favor, quisiera recibir un ejemplar de Islam revolucionario, si es posible que me lo envien yo ya les enviaré mi dirección postal. Hacerle saber a Ilich que hace cinco años soy musulmán, y vicepresidente de la Comunidad Islámica Húngara.

Si es posible mantenga esta toma de contacto en privado! Un abrazo para el Comandante de

Eduardo Rózsa-Flores

Elimizde Kur’an, Hedef Turan!

Aquel e-mail me olió bien. Apestaba a pista desde el principio. En primer lugar porque el autor se presentaba como «vicepresidente de la Comunidad Islámica en Hungría» y en segundo lugar porque expresaba una camaradería con Ilich Ramírez muy sospechosa: «Hacerle saber a Ilich que hace cinco años que soy musulmán». Sonaba cercano, como si Ilich tuviese que saber necesariamente quién era el tal Eduardo Rózsa. Así que seleccioné el mail como de alto interés y lo reenvié a Venezuela, para que el comité, y especialmente Vladimir, consultase a Ilich o me dijese si merecía la pena responder al tal Rózsa. Y Carlos se mostró entusiasmado con la aparición de su viejo amigo. Resulta que no solo conocía perfectamente al húngaro, sino que tenía planes para él, e insistió a mis camaradas para que yo respondiese aquel e-mail y estableciese una relación con el tal Rózsa. Yo, como siempre, obedecí.

El Islam revolucionario según Jorge Verstrynge

Aproveché la estancia del Viejo Bravo en Madrid para retomar el contacto con Jorge Verstrynge. Ya había mostrado interés cuando le expliqué que yo era el impulsor del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez y colaborador de
El Viejo Topo
, pero aún mostró más atención cuando le dije que habíamos abierto una página oficial de Ilich en Internet, y que yo era su moderador. Así que cuando le telefoneé desde Madrid para confirmar mi interés en entrevistarlo, aprovechando que estaba escoltando al padre del subsecretario de Seguridad Ciudadana de Caracas en un viaje de negocios, aceptó inmediatamente. Y el ex popular me invitó a su casa para grabar la entrevista. Eso fue lo mejor de todo. Ni siquiera tendría que utilizar la cámara oculta. Verstrynge me permitía grabar nuestro encuentro, y estaba dispuesto a contarme todo lo que quisiese saber sobre su relación con Hugo Chávez y con Carlos el Chacal. Dejé a Bravo en su hotel y mi
atrezzo
de peligroso guardaespaldas tupamaro en el coche. Consideré que tampoco era necesario acudir armado a casa de Verstrynge.

No le mentí al ex político cuando le dije que varios tupamaros estábamos en Madrid esos días, por cuestiones de negocios, y que quería aprovechar la ocasión para conocerlo. Y lo cierto es que Jorge Verstrynge fue extremadamente cordial y amable. Me facilitó la dirección de su casa, en un tranquilo barrio madrileño, y cuando llegué ya me estaba esperando en la calle, con su imponente perro. Aún no sabía de qué pie cojeaba Verstrynge y prefería tener esa primera entrevista personal a solas. Puse a grabar la cámara en cuanto me bajé del coche.

Verstrynge me saludó con aparente entusiasmo.

—Así que tú eres el palestino que me llamó desde Venezuela hace unas semanas. ¿Y cómo sigue todo por allí? ¿Qué tal las misiones? ¿Qué tal el presidente?

Hablaba con seguridad, se notaba que conocía el país y sus circunstancias. Y también la política bolivariana. Pero yo ya estaba preparado. Mientras encerraba al perro y pasábamos al salón, le hablé de los últimos ataques de la oposición, del funcionamiento de las misiones, de los mercal y de las casas prefabricadas donadas por el gobierno a los pobres. Le comenté las últimas marchas chavistas, mi impresión en las elecciones del diciembre anterior y cómo se estaba llevando en Venezuela el segundo mandato de Chávez. Gracias a mis viajes anteriores, podía hablarle con mucha seguridad sobre detalles, personas y circunstancias que eliminaron toda posibilidad de que Jorge Verstrynge pudiese sospechar que se encontraba ante el autor de
Diario de un skin
. Y digo esto porque en ese libro yo mencionaba los coqueteos que Jorge Verstrynge y sobre todo su ex secretario Isidro Juan Palacios habían tenido con la extrema derecha española, y en concreto con CEDADE, la más influyente organización neonazi de la historia de España, a la que ambos habían pertenecido en su juventud.
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Supuse que aquella mención en mi libro no le habría hecho gracia. Pero era imposible que Verstrynge pudiese reconocerme como Antonio Salas. Por situaciones como esta, un infiltrado debe mantener siempre su identidad real en el anonimato.

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