Authors: Antonio Salas
—Los ejércitos democráticos, sin embargo, trabajan en bombas raciales que utilicen los parámetros étnicos, genéticos, alimenticios, etcétera, para seleccionar a las víctimas...
—Ya ha existido. En la República Sudafricana se ha trabajado sobre eso. Una bomba con marcador genético que a determinadas personas afectaba y a otras no. Pero, ojo, no son bombas explosivas, sino bombas biológicas. Allí sobre todo se trabajó un montón de tiempo en la guerra bacteriológica y la guerra biológica. Las poblaciones subsaharianas tienen unos marcadores genéticos específicos, y hay enfermedades que pueden ser contenidas bien por los blancos o bien por los negros, y si tú inoculas en la población civil cierto tipo de virus, evidentemente puedes apuntar a un sector racial de esa población y no a otro. Por ejemplo, la circuncisión es una buena medida de prevención contra el sida, un 60 por ciento menos de contagios. Es algo anecdótico pero es un ejemplo de una costumbre étnica que puede ser un referente preventivo contra una enfermedad concreta.
—Sabes que al presidente Hugo Chávez los escuálidos de la oposición lo atacaron mucho cuando se interesó por el estado de Ilich Ramírez y cada vez que lo cita. Como analista político europeo, ¿qué opinión te merecen esos ataques?
—Es que eso es injusto porque, cuando por ejemplo un español musulmán, o no musulmán, es detenido por los americanos en Iraq y es mandado a Guantánamo, es lógico que las autoridades españolas se interesen por él, porque es un ciudadano español. Entonces no entiendo yo por qué la oposición venezolana tiene que meterse con Chávez porque Chávez se ocupe de un venezolano que está en la cárcel en París. ¡Es que es su deber, porque ese hombre es un ciudadano venezolano! Seguramente Chávez no podrá sacarlo de la cárcel, ni lo pretenderá, Chávez pretenderá, me imagino, dar un poco de calor humano desde la nacionalidad de origen a ese detenido. Eso no se le puede negar a nadie. De todas formas, yo siempre les explico a mis alumnos, cuando les hablo de la revolución bolivariana, que la derecha española, que es una de las más duras de Europa, es hasta democrática comparada con la derecha venezolana... Comparada con la derecha venezolana, la española es marxista-leninista...
—También se ha atacado mucho a Chávez por su simpatía con el mundo árabe, por su actitud en la guerra del Líbano, su relación con Ahmadineyad, con el pueblo palestino, etcétera.
—Yo debo decirte, con toda franqueza, que comprendo que él tenga sus simpatías por el pueblo palestino, que tenga sus simpatías por Irán, yo también las tengo. Ahora, la relación entre Venezuela y el Estado de Israel no me parece normal, y creo que habría que normalizarla. O sea, puedes decir: «Pobres palestinos, están en el sitio en el que están»; o decir: «Pobres iraquíes, lo que les están haciendo»; o decir: «Irán tiene derecho a su energía nuclear, o incluso a tener armamento nuclear, por qué no, como cualquier otro país normal y soberano...». Eso es una cosa, pero no comprender la situación del pueblo judío es muy delicado. Yo entiendo que comprender las dos partes de mi discurso puede ser difícil para mucha gente, pero pido comprensión. Te voy a contar algo. En uno de mis viajes oficiales a Israel, un buen amigo, teniente coronel, me subió a un caza-bombardero Phantom y me hizo volar desde Eilat hasta la frontera siria en el norte. Tardamos como media hora. Y después se fue hacia Cisjordania y cruzó de este a oeste el país. Y tardó seis minutos. Entonces me dijo: «¿Te das cuenta ahora de que nosotros no podemos permitir que un avión que pueda bombardearnos despegue desde más cerca que Damasco?». Israel es un país extremadamente frágil. Tiene dientes nucleares, pero es muy pequeño, y hay cosas que no puede permitir. Ahmadineyad, por el que yo siento una gran simpatía, no puede ir por el mundo diciendo que en cuanto pueda se va a zumbar a los israelíes, porque ya está bien de zumbar a los israelíes. Los hemos violado, expoliado, expulsado... ¡vale ya!
—En este sentido, sabes que existe una gran polémica en torno a si Al Qaida o el mismo Ben Laden existen realmente o son solo la justificación de la CIA para hacer lo que les da la gana...
—Yo creo que Al Qaida existe, pero no existe como nos lo han querido vender. Al Qaida es un planteamiento genérico, de una serie de personas que intentan una revolución islámica, eso está claro. Y además están en su derecho de pedirla, ¿por qué no? Europa ha estado gobernada por una democracia cristiana durante cuarenta años. ¿Por qué no va a poder estar el mundo árabe, o los que sean, gobernado por el Islam o por un partido político musulmán? ¿Dónde está escrito en el cielo que eso está prohibido? Estará escrito en el cielo del Capitolio pero en los demás no, me entiendes... ¿Y? Ben Laden existe, claro que existe. Pero es una dinámica, dentro del mundo musulmán, como una franquicia. Ben Laden es una dinámica y una franquicia. Y habitualmente no suele decir: «Que se haga un atentado tal día, a tal hora, en tal sitio». Sino que dice: «Sería bueno que se luchara contra el Imperio en tal sitio, hágase». Y se hace o no se hace. Pero partir de que Al Qaida es una estructura piramidal con Ben Laden a la cabeza, como Führer o como presidente o profeta... eso no existe. Existe alrededor de Ben Laden una dinámica de reivindicación islámica frente a lo que escriben los neoconservadores norteamericanos, que es una auténtica cruzada contra el Islam, literalmente. Lo interesante de Ben Laden es que su debilidad es su fuerza. No dispone de Estado propio, pero al no disponer de Estado, está en todos lados.
Al final, Jorge Verstrynge no tenía ninguna vinculación directa con Ilich Ramírez, al contrario. Simplemente se había sentido fascinado por el enfoque revolucionario que el Chacal hacía del Islam. Hasta el punto de «piratearle» el título de su libro, y de sus argumentos. Pero no importaba, la relación de Verstrynge con el gobierno de Chávez sí era real.
Además, Verstrynge me entregó un ejemplar de su libro sobre la guerra periférica y el Islam revolucionario, que le dedicó cariñosamente al Chacal, para que se lo hiciese llegar a Ilich Ramírez. De hecho, delante de mí y de mi cámara, llamó por teléfono a Miguel Riera, editor de
El Viejo Topo
, para explicarle que en esos momento se encontraba «un camarada palestino-venezolano del Comité por la Repatriación de Carlos en casa» y que tenía la posibilidad de interceder para que la editorial El Viejo Topo pudiese traducir y editar en España el libro
El Islam revolucionario
de Ilich Ramírez.
Transcribí inmediatamente la entrevista y se la envié a Verstrynge para que me diese el visto bueno a su publicación, pero se me adelantó él. El ex popular la encontró tan interesante que, sin darme tiempo a reaccionar, la publicó al momento tanto en su propia página web como en su blog.
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Con su visto bueno la envié a mis periódicos venezolanos, y la repercusión no se hizo esperar. Mi entrevista a Verstrynge fue reproducida en montones de revistas, blogs y páginas web. Incluyendo medios tan ultraizquierdistas como Kaos en la Red,
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Euskal Herria Sozialista
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o Pintxogorria
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entre otros.
Pero lo realmente fantástico es que varios medios de comunicación venezolanos, como
El Vocero Bolivariano
o la influyente Noticias24,
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también la reprodujeron entera. Lo que supuso que mi nombre árabe fuese más familiar en todos los ambientes revolucionarios. En especial, los cercanos a Ilich Ramírez.
Fue el esfuerzo físico y psicológico, lo sé. Tarde o temprano tenía que pasarme factura.
Bravo debía hacer gestiones en varias ciudades y, aunque él no lo supiera, yo tenía mis buenas razones para seguirle a donde fuese y guardar sus espaldas. Pero soy un simple periodista, no un escolta profesional. Y llevaba meses robando horas al sueño, trabajando por las noches hasta muy altas horas, y luego madrugando para rezar mis oraciones, continuar escribiendo el Corán y comenzar cada nueva y frenética jornada con tres vidas paralelas. Y el cansancio acumulado me pasó factura cuando salía de cierto hotel, al que no volveré jamás.
Conducía demasiado cómodo, aunque con prisa por acudir a la cita con los tupamaros. Y lo normal habría sido notar la presión del arma en la cintura. De pronto me di cuenta de que no la llevaba encima, ¡me la había olvidado debajo de la almohada! Obviamente, en cuanto telefoneé a la recepción para decir que me había olvidado «algo» en mi cuarto, ya era demasiado tarde. Tenía la esperanza de que todavía no hubiesen ido a recoger la habitación, pero había transcurrido casi una hora de mi salida del hotel y había ocurrido lo que tenía que ocurrir...
—Perdón, verá... esto... Soy la persona que estaba alojada en la habitación 210 y creo que me he olvidado una cosita en la cama...
—¿Una cosita? ¡A la señora de la limpieza casi le da un infarto cuando se la encontró! Que sepa que ya ha venido la policía y que ya le están buscando. Así que lo mejor que puede hacer es entregarse...
Y por supuesto me entregué. Habría sido absurdo no hacerlo. Afortunadamente había seguido mi intuición, desechando la opción de comprar un arma ilegal para mantener mi tapadera como luchador armado con los tupamaros. De lo contrario, esta anécdota me habría costado un disgusto muy serio con la justicia. Había optado por mantener mi política de no cometer ningún delito en el transcurso de una infiltración, y gracias a eso iba a salir bien parado de esta situación. Aunque tendría que enfrentarme a una bronca monumental, primero en la Brigada de la Policía Judicial donde habían trasladado el arma desde el hotel y después en el juzgado, donde debería pasar a recogerla. Lo realmente increíble de esa jornada, por fantástico que parezca, es que cuando estaba en el despacho de la Policía Judicial, soportando con estoicismo la bronca del inspector jefe al mando, un joven oficial entró en la habitación y se me quedó mirando con los ojos abiertos como platos. Después miró a su jefe, y otra vez a mí, y de nuevo a su jefe:
—Pero ¿tú sabes quién es este tío? —le dijo el poli joven al poli mayor. Y a continuación se giró hacia mí y me dijo—: ¿No te acuerdas de mí, de Ávila?
—Pues la verdad... así de golpe... —respondí.
—Joder, qué fuerte, este tío... —dijo el poli joven, volviéndose de nuevo hacia su superior— es Antonio Salas, el periodista.
Incluso a mí, que viví la situación, se me hace increíble este nuevo guiño de la providencia. Entre todas las comisarías de policía que hay en España, Allah quiso que fuese justamente aquella la que recogiese la pistola que me había olvidado en el hotel. Y que a la Brigada de Policía Judicial en la que tenía que presentarme acabase de llegar destinado uno de los inspectores de Policía que había asistido a mis conferencias sobre técnicas de infiltración, en la Academia de Policía de Ávila. Desde hacía unos años, los responsables de la academia del Cuerpo Nacional de Policía me habían contratado para impartir algunas clases a los alumnos de la escala ejecutiva, con la más absoluta confidencialidad. Y mi ángel de la guarda, siempre alerta, se ocupó de que uno de mis alumnos apareciese en aquel despacho, justo en ese momento, para explicar lo que yo no podía explicarle a su superior, que se quedó tan alucinado como yo por la increíble coincidencia.
—¿En serio eres Antonio Salas? ¿El de
Diario de un skin
? Joder, pues no te imaginaba así...
—Sí, bueno... me lo dicen mucho...
—Pero ¿qué haces aquí? ¿Estás infiltrado en algo de armas o de drogas? ¿Por eso llevas esas pintas?
—No sería muy serio si voy contando por ahí dónde estoy metido, ¿no cree?
—No, no, claro. Joder. Pues, chico, lo siento; si hubiéramos sabido que la pistola era tuya, la habríamos retenido aquí, pero hemos tenido que mandarla al juzgado. Tienes los papeles, ¿no? Pues no tendrás problemas para recogerla allí... pero anda que olvidarte la pistola...
Y no, no tuve problemas para recuperar el arma, aunque desde luego la bronca en el juzgado la tuve que encajar con resignación, y esta vez no había ningún funcionario que pudiese identificarme para suavizar la regañina.
Por supuesto, ni a Bravo, ni al Chino Carías, ni a ninguno de mis camaradas tupamaros les comenté absolutamente nada sobre mi increíble aventura en la comisaría y en los juzgados. Solo habría conseguido que se cachondeasen de mi incompetencia como terrorista y, en el peor de los casos, que desconfiasen de mi capacidad para la lucha armada. Además, se suponía que yo utilizaría un arma ilegal, como buen terrorista. Así que solamente ahora conocerán dicha incompetencia.
Mientras yo olvidaba mi arma en un hotel y el Viejo Bravo intentaba cerrar sus negocios millonarios en España, mis compañeros del Comité por la Repatriación de Ilich Ramírez se movilizaban en Caracas. Y el 4 de julio, el día de la independencia norteamericana, se convocaba una concentración a favor de Comandante Carlos en la plaza Morelos (avenida México, Parque Central), frente a la sede de la Defensoría del Pueblo. El objeto de aquella concentración no era solo manifestarse a favor del terrorista más peligroso de todos los tiempos, sino entregar un documento, firmado por todos nosotros, al defensor del Pueblo venezolano, cargo que ostentaba entonces el doctor Germán Amundaraín, exigiendo la repatriación de Ilich a su país natal. Se pretendía así —utilizando varios artículos de la Ley Orgánica de la Defensoría del Pueblo, que establecen la asistencia a ciudadanos venezolanos en el exterior del país— conseguir que el gobierno chavista se implicase más enérgicamente en la repatriación.
El acto —organizado por el CRIR con la colaboración de la Juventud Comunista de Venezuela-Patria Joven,
Imagen y Comunicación Revolucionaria (ICR)
, el Foro Itinerante de Participación Popular, el Partido Comunista de Venezuela, el Movimiento Tupamaro, el Movimiento Social Ilich Ramírez, la Brigada Gabriel Bracho y la Coordinadora Simón Bolívar— reunió a algunas docenas de personas, que ondeaban una enorme pancarta que habían preparado para este tipo de eventos, con una fotografía triunfante y sonriente de Ilich Ramírez. Supongo que a muchos observadores internacionales les sorprendería esa imagen. Docenas de venezolanos gritando consignas a favor del terrorista más famoso del siglo
XX
, mientras ondeaban una pancarta con su imagen. Las cámaras de VTV se hicieron eco del evento.
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