El Palestino (55 page)

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Authors: Antonio Salas

Muhammad Abdallah en las mezquitas españolas:
entre cacheos policiales y propuestas de matrimonio

A pesar de aquella inquietante información, y siguiendo la otra línea de la infiltración, la experiencia que había reunido en la Gran Mezquita de Caracas me permitiría desenvolverme con facilidad entre mis hermanos musulmanes. O eso esperaba.

Al regresar a España continué con mi rutina diaria de estudiar y escribir el Corán a mano, y de rezar todos los días. Por las noches chateaba con mis antiguos camaradas neonazis por un lado y con muchos hermanos musulmanes por otro. E incluso empezaba a hacer contactos en librerías árabes, asociaciones islámicas, etcétera, en España. Ahora habría que comprobar si mi soltura en la comunidad árabe venezolana resultaba igual de eficiente en las mezquitas europeas. Y mi primera visita a una mezquita española no pudo ser más accidentada...

En estos seis años he frecuentado muchísimas mezquitas en muchas ciudades de España y de otros países europeos. No es difícil encontrarlas: creo no exagerar si afirmo que no hay ninguna ciudad europea en la que no exista ya más de una mezquita en la que cada viernes se reúnen más y más hermanos musulmanes. En el caso de Francia, por citar un ejemplo representativo, según los últimos estudios sociológicos, en solo cuarenta años el Islam será la religión más profesada. En Francia ya existen más mezquitas que iglesias cristianas. Mientras una familia cristiana promedio francesa tiene 1,8 hijos, una familia francesa musulmana tiene 8,1. El 30 por ciento de los bebés y jóvenes franceses menores de veinte años son musulmanes, y en grandes ciudades como París, Niza o Marsella el porcentaje llega al 45 por ciento. Para 2025 se espera que uno de cada cinco residentes en Francia será musulmán. Y estas estadísticas son similares en otros países europeos.

Farah Sadiqi, un investigador paquistaní residente en Europa, cree que una de las razones de este fenómeno es la inmigración musulmana al continente europeo: «Hace treinta años había 82 000 musulmanes en Inglaterra, mientras hoy su número es de 2 500 000. Inglaterra tiene más de mil mezquitas, la mayoría de las cuales están en edificios que fueron antes iglesias compradas a los cristianos. En Holanda, la mitad de los bebés que nacen cada año son musulmanes; si esta proporción se sostiene, dentro de quince años la mitad de la población holandesa será musulmana. En Rusia la población musulmana supera los 23 millones; en unos cuantos años, los musulmanes constituirán el 40 por ciento de las fuerzas militares rusas. En Bélgica, el 25 por ciento de la población es musulmana, e igual lo son la mitad de todos los bebés nacidos cada año. En Alemania, el gobierno ha anunciado recientemente que... para el 2050, ese país puede convertirse en un Estado musulmán. El gobierno alemán cree que la población musulmana en Europa, que actualmente alcanza los 52 millones, se doblará en los próximos veinte años. La Unión Europea ha advertido que para el 2025, la mayoría de los bebés nacidos en Europa anualmente serán musulmanes...».
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Y yo añadiría que la expansión del Islam es también enorme en África, Oceanía y América. Pero sobre todo en Asia. De hecho, el país con mayor número de musulmanes en el planeta, Indonesia, no es un país árabe.

En los seis años que han transcurrido desde que comenzó esta investigación, he sido testigo de cómo la expansión del Islam se ha dejado sentir en todas las mezquitas que he frecuentado. Y he rezado en pisos semiclandestinos, sin ninguna licencia ni registro que los acredite como centros islámicos legales. Y también en muchos locales, garajes o almacenes que han sido habilitados para acoger a algunos cientos de creyentes. En comparación con los miles de oratorios musulmanes, centros islámicos y mezquitas existentes en Europa, solo unas pocas son edificios diseñados y construidos para ese fin: la mayoría, auténticas obras de arte como la mezquita central de Glasgow en Escocia; la Gran Mezquita de Roma, el Centro Islámico de la rue Georges-Desplas, en París; la Gran Mezquita de Duisburgo, en Alemania; las mezquitas Azziye Camii o Suleymaniye en Londres, o la Gran Mezquita central de Lisboa.

En España, la majestuosa arquitectura árabe de la mezquita de la M-30, o de la Abu Bakr en Madrid; la mezquita Ibrahim Al Ibrahim, en Gibraltar; la mezquita Sohail, en Fuengirola, o la Gran Mezquita de Valencia entre otras no dejan lugar a dudas sobre el objeto de dichos edificios. Pero son la excepción. La inmensa mayoría de los templos musulmanes, en España o en Europa, son mucho más discretos, o incluso totalmente clandestinos. En ellos conocí y llegué a establecer una entrañable relación con muchos hermanos y hermanas de religión.

Por citar solo un ejemplo, en las islas Canarias hay una nutrida población de origen venezolano o, por el contrario, con parientes isleños emigrados a Venezuela. Pero también hay una desbordante población islámica, que crece cada vez que llega una patera o un cayuco desde las costas de África, llena de nuevos hermanos de la Umma, que mayoritariamente no son árabes. Y esa creciente afluencia de musulmanes subsaharianos ha posibilitado la existencia de innumerables oratorios y mezquitas clandestinas. Sin embargo, de los dieciséis centros islámicos oficiales y legales que existen en las islas Canarias, seis están registrados en la isla de Tenerife: en Santa Cruz, Adeje, Los Cristianos, San Isidro, El Fraile y el Puerto de la Cruz.

En enero de 2007, tras mi regreso de Venezuela, la Comunidad Islámica canaria saltó a todos los titulares de prensa a raíz del caso Zoraya: una canaria de treinta años, convertida al Islam desde los dieciséis, que había recibido insultos y palizas repetidas desde hacía meses en un barrio de Santa Cruz de Tenerife. Tras la crisis de las caricaturas del profeta Muhammad y la islamofobia extendida desde el 11-M, el caso de Zoraya disparó todas las alarmas y el mismísimo presidente de la Junta Islámica de España, Mansur Escudero, viajó a Tenerife para intentar conseguir un compromiso por escrito del Cabildo contra el racismo y la xenofobia antimusulmana, que se estaba exten diendo por todas las islas a manos de mis antiguos camaradas neonazis. Paradójicamente, mientras los intelectuales del revisionismo nazi colaboraban con los antisionistas árabes, los skinheads apaleaban musulmanes.

El hermano Escudero, un nombre clave en la comunidad islámica conversa española, se entrevistó con el presidente del Parlamento de Canarias, Gabriel Mato, y la diputada y presidenta del Partido Popular en Tenerife, Cristina Tavío, así como con el secretario general del PSOE en Canarias, Juan Carlos Alemán. Y quizás fuese su presencia en las islas, o la tensión hacia los hermanos musulmanes que se notaba en el ambiente, lo que provocó mi primer encontronazo con la policía española. El primero de los muchos encontronazos que viviría durante esta infiltración.

Esa mañana había pasado por el consulado de Venezuela en Santa Cruz de Tenerife, que todavía se encontraba en la calle El Pilar, número 27, para dejar algunos ejemplares de los periódicos árabes-venezolanos y chavistas en los que se publicaban mis reportajes. Allí recogí a dos amistades, que me acompañaron a las mezquitas de Tenerife para dejar también aquellos periódicos; un hermano y su cuñada, o algo así. Me guiaron primero hasta la Comunidad Musulmana Al Mushinin, situada en la calle Ramón Pino, 38, de Los Cristianos, y luego al Centro Islámico de Puerto de la Cruz, ubicado en la calle Iriarte, número 6, local 9 y 10 del Puerto. El problema llegaría al dejar el cuarto paquete en el Centro Islámico de Santa Cruz de Tenerife, en los bajos de la calle Calvo Sotelo, 60.

Las mezquitas estaban cerradas, así que dejé los periódicos en los buzones o en la entrada a los locales, mientras mis amigos me esperaban en el coche. Al volver al vehículo arranqué y apenas tuve tiempo de incorporarme a la avenida principal. En cuanto dejé la calle Calvo Sotelo y giré a la izquierda en la rambla del General Franco, un coche patrulla del Cuerpo Nacional de Policía se colocó detrás de mí con las sirenas encendidas y haciéndome luces. Ni siquiera me dio tiempo a poner el intermitente para señalizar la maniobra y aparcar. El coche patrulla pisó el acelerador a fondo, pegó un volantazo nada más rebasarme, se cruzó en mi camino y a mí no me quedó otra que frenar en seco. Dos policías visiblemente excitados salieron de coche patrulla dando gritos:

—¡Fuera del coche! ¡Pónganse contra la pared!

Mis amigos estaban más asustados que yo. Me habría preocupado si llevase encima la cámara oculta, pero me la había quitado al ver que las mezquitas estaban cerradas y la llevaba escondida en el maletero, entre los periódicos, así que no tenía nada que temer aunque me cacheasen en su presencia. Y era evidente que los policías venían a por mí. Todavía hoy no entiendo por qué. Quizás estaban vigilando la mezquita y les pareció sospechoso mi comportamiento; o tal vez mi aspecto (además de la pronunciada barba llevaba puesto el gorro de
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y el pañuelo palestino) les resultó inquietante; o también es posible que alguien les hubiese alertado, desde alguna de las mezquitas donde había dejado los periódicos venezolanos anteriormente. Pero lo cierto es que los policías querían identificarme a mí. A la chica ni siquiera le revisaron el bolso (lo que por otro lado es hasta cierto punto lógico al no encontrarse presente ninguna mujer policía), y al hermano, aunque lo pusieron contra la pared, a mi lado, tampoco lo cachearon. Solo a mí. Les dije que tenía la documentación en el coche para separarme de ellos al entregársela. A tres o cuatro metros creo que nadie podría distinguir si lo que le había entregado a los policías era un DNI español o una cédula venezolana.

Después me hicieron abrir el maletero y al descubrir los periódicos, que intuyo que era lo que estaban buscando, empezó el interrogatorio. El típico interrogatorio policial del poli bueno y el poli malo:

—¿Qué es esto?

—Periódicos.

—Pero periódicos ¿de qué?

—Periódicos bolivarianos.

—¿De Bolivia?

—No, de Venezuela.

—¿Y por qué llevas periódicos de Venezuela a las mezquitas?

—Porque me han encargado que lo hiciese.

—¿Quién te lo ha encargado?

—Los dueños de los periódicos.

—¿Y tú escribes aquí o qué?

Esta pregunta fue la que me desconcertó y me hizo pensar que los policías suponían que yo era algo más que un repartidor de periódicos con pinta de talibán.

—¿Yo? ¿Escribir en un periódico? ¿Usted ve mi nombre ahí en algún sitio? —No quería mentir, pero tampoco quería revelar mi investigación, y mis ar tículos en todos aquellos periódicos estaban firmados con mis nombres árabes.

—¿Puedo quedarme con uno? —me preguntó muy correctamente el poli bueno. Pero yo reaccioné mal.

—Pues no.

La verdad es que no debería haberme puesto tan chulo, lo que pasa es que empezaba a sentirme nervioso. Mientras comprobaban mis antecedentes y los de mis acompañantes, comenzaron a llegar curiosos. Estábamos en una de las avenidas más importantes de la ciudad, con el coche de policía cerrando el paso al mío, y con las sirenas luminosas aún encendidas. Y supongo que mi aspecto debió de hacer pensar a más de uno que acababan de interceptar una célula terrorista. Al final fue peor el remedio que la enfermedad. Mi respuesta al «poli bueno» convirtió a los dos polis en «malos», y no me quedó más remedio que aguantar estoicamente el cacheo, el registro y el interrogatorio, hasta que todos mis antecedentes fueron comprobados. Y solo cuando me identifiqué como periodista, aprovechando que me llevaron hasta el coche patrulla mientras mis amigos se quedaban esperando, cambiaron su actitud y me dejaron ir. Aquel sería mi primer encontronazo con la policía española durante esta infiltración, pero no el último.

Sin embargo, cuando un topo se infiltra en un grupo presuntamente criminal, es evidente que cualquier encontronazo con la policía puede ser utilizado para reafirmar su personaje. Y ya me ocuparía yo de rentabilizar aquella intercepción policial con mis nuevos hermanos musulmanes.

De hecho, el primer viernes que acudí al rezo en una mezquita española no me podía haber ido mejor. Mis artículos en los medios árabes-venezolanos, mis contactos con musulmanes españoles a través de Internet y mi pequeña aventura con la policía me otorgaron un cierta credibilidad. Sobre todo con el imam, con quien he llegado a tener, con el paso de los años, una excelente amistad. Pero aquel primer día, aquel primer viernes que asistí al
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en una mezquita europea, Dios se empeñó en ponérmelo muy fácil. El imam me presentó a unos hermanos marroquíes, que precisamente tenían pensado viajar a América Latina, y estuvimos charlando un rato después de la oración. Y cuando les dije que era viudo, no uno, ni dos, sino que me propusieron hasta tres matrimonios antes de que abandonase la mezquita. Merece la pena reproducir el diálogo:

—Pero ¿tú eres palestino o español?

—No, no. Nací en Venezuela, pero toda mi familia era palestina. Lo que ocurre es que llevo muchos años viviendo en España y tengo la residencia. Por eso casi no tengo acento...

—¿Y no te gustaría tener una buena esposa musulmana? Mira, yo tengo una sobrina muy guapa, muy guapa, pero que no es tan religiosa. Pero tengo una hija, muy religiosa, muy buena musulmana, aunque no tan guapa como mi sobrina. ¿Quieres ver unas fotos? Si quieres conocerlas yo te invito a nuestra casa en Marruecos para que las conozcas...

—Yo también tengo una sobrina soltera, que te podía gustar, que es muy guapa y muy religiosa —interrumpió el imam.

Me sentí desbordado por aquellas generosas ofertas. Hasta tres jóvenes musulmanas, dos marroquíes y una siria, me eran ofrecidas por sus padres y tíos como posibles cónyuges el primer viernes que pisaba una mezquita en suelo europeo. Al principio me pareció escandaloso. Pero más tarde comprendería que aquellos ofrecimientos no eran fruto de mi irresistible personalidad, ni mi carisma como luchador musulmán, sino más bien de la intención de conseguir permisos de residencia o nacionalidad europea a las jóvenes, utilizando a hermanos musulmanes que estaban ya legalizados. Una estrategia muy efectiva para conseguir el mayor número de votantes musulmanes en Europa, en el menor tiempo posible. Y, con el tiempo, yo mismo terminaría por convencerme de que el matrimonio con una mujer árabe iba a ser la mejor cobertura para la infiltración que podía concebir. Además, no es muy difícil encontrar en algunas mezquitas españolas, o europeas, anuncios de mujeres musulmanas que buscan un marido. Incluso mujeres españolas. Anuncios tan sorprendentes como este, que estaba colgado en el tablón de la mezquita y que transcribo literalmente. Solo omito al final el teléfono y nombre completo de la anunciante:

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