El prestigio (30 page)

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Authors: Christopher Priest

Tags: #Aventuras, Intriga

Tengo intenciones de tener otra discusión con Root, ya que la última surtió poco efecto. A pesar de lo bien que lo hace, se ha convertido en un problema para mí, y otra razón por la cual he regresado a este diario es para dejar constancia de que él y yo terminaremos peleándonos.

7 de julio de 1895

Hay una regla primordial en el mundo de la magia (y si no la hay, permítanme formularla), y es que uno no debe provocar hostilidad en sus asistentes. Esto es porque saben muchos de tus secretos, y por lo tanto tienen un poder particular sobre ti.

Si despido a Root estaré a su merced.

El problema procede en parte de su adicción al alcohol, y en parte de su arrogancia.

Varias veces ha actuado embriagado durante el número, hecho que él no niega.

Dice que puede controlarse. El problema es que no se puede controlar el comportamiento de un alcohólico, y me aterroriza pensar que una noche estará demasiado borracho como para participar. Un mago nunca debería dejar ningún aspecto de su actuación al azar, y sin embargo aquí estoy yo, jugándomela cada vez que hago el cambio con él.

Su arrogancia es, si acaso, el peor de los problemas. Está convencido de que no soy capaz de funcionar eficazmente sin él, y siempre que está a mi lado, ya sea durante los ensayos, entre los bastidores de los teatros, o incluso en mi propio taller, tengo que aguantar un constante torrente de consejos basado en sus años de experiencia en el arte dramático.

Anoche tuvimos nuestra tan planeada «discusión», sin embargo llegado el momento fue él quien habló más. Tengo que decir que gran parte de lo que dijo fue malintencionado y ciertamente amenazador. Dijo las palabras que yo más temía escuchar, que él podía desvelar mis secretos y arruinar mi carrera.

Y lo que es peor, se ha enterado de alguna manera de mi relación con Sheila Macpherson, un asunto que pensaba que estaba guardado estrictamente en secreto.

Me chantajea, por supuesto. Lo necesito, y él lo sabe. Él tiene poder sobre mí, y yo lo sé.

Me vi obligado incluso a ofrecerle un aumento en los honorarios de sus actuaciones, lo cual, por supuesto, aceptó inmediatamente.

19 de agosto de 1895

Esta noche regresé temprano de mi taller porque había algo (se me olvidó qué) que había dejado en casa. Primero llamé a Olivia, y me sorprendió, por no decir otra cosa, descubrir a Root con ella en su salón.

Debería explicar que después de comprar mi casa en el número 45 de Idmiston Villas, lo dejé con su distribución original de dos apartamentos independientes.

Durante nuestro matrimonio, Julia y yo nos movíamos libremente entre uno y otro, pero desde que Olivia ha estado conmigo hemos vivido separados bajo el mismo techo. Esto es en parte para conservar en buen estado las propiedades, pero también refleja la naturaleza más informal de nuestra asociación. A pesar de que mantenemos nuestras casas separadas, Olivia y yo nos llamamos mutuamente sin ceremonia alguna siempre que se nos antoja.

Escuché risas mientras subía las escaleras. Cuando abrí la puerta de su apartamento, que da directamente a su salón, Olivia y Root todavía estaban muy concentrados riéndose alegremente. El sonido se desvaneció rápidamente cuando me vieron allí de pie. Olivia parecía estar enfadada. Root intentó ponerse de pie, pero perdió el equilibrio, se tambaleó y volvió a sentarse. Me di cuenta, lo cual intensificó mi irritación, de que había una botella de ginebra medio vacía en un extremo de la mesa, y de que había otra, completamente vacía, justo al lado. Ambos, Olivia y Root, tenían en la mano vasos que contenían dicha bebida.

—¿Qué significa esto? —les pregunté.

—Llamé a la puerta para verlo a usted, señor Angier —contestó Root.

—Tú sabías que yo estaba ensayando en mi taller esta noche —respondí—. ¿Por qué no fuiste a buscarme allí?

—Mi amor, Gerry pasó por aquí tan sólo para tomar un trago —dijo Olivia.

—¡Entonces es hora de que se vaya!

Mantuve la puerta abierta con mi brazo, indicándole que debía irse, y esto fue lo que hizo, rápidamente, a pesar de su embriaguez, pero tambaleándose a causa de ella. Su aliento empapado de ginebra me envolvió cuando pasó a mi lado.

Esto originó una tensa conversación entre Olivia y yo, la cual no describiré aquí detalladamente. Lo dejamos allí, y yo me retiré para escribir este informe. Tengo muchos sentimientos que no he escrito aquí.

24 de agosto de 1895

Hoy me enteré de que Borden va a presentar su espectáculo de magia en una gira por Europa y el Levante, y que estará fuera de Inglaterra hasta final de año.

Curiosamente, no realizará su propia versión del truco de las dos cajas.

Hesketh Unwin fue quien me informó de esto cuando lo vi hoy más temprano.

Comenté jocosamente que esperaba que, para cuando llegara a París, ¡el francés hablado de Borden fuera mejor que cuando lo oí por última vez!

25 de agosto de 1895

Tardé veinticuatro horas en conseguirlo, ¡pero Borden me acaba de hacer un favor!

Acabo de darme cuenta de que con Borden fuera del país no tengo necesidad de seguir realizando el truco del cambio, ¡así que sin demora ni escrúpulos he despedido a Root!

Para cuando Borden regrese de su gira por el exterior, o bien habré reemplazado al señor Root, o no realizaré nunca más el truco.

14 de noviembre de 1895

Esta noche, Olivia y yo trabajamos juntos sobre el escenario por última vez, en una presentación en el Teatro Phoenix en la calle Charing Cross. Más tarde, nos fuimos juntos a casa en coche, alegremente cogidos de la mano en la parte de atrás del taxi.

Desde que se fue el señor Root, hemos sido notablemente más felices. (He estado viendo cada vez menos a la señorita Macpherson).

La semana que viene, cuando estrene una corta temporada en el teatro Royal County de Reading, mi asistente será una joven dama a la que he estado entrenando durante las últimas dos semanas. Su nombre es Gertrude, tiene un flexible y precioso cuerpo, tiene tanto la hermosura como la capacidad mental de un adorno chino, y es la prometida de mi otro nuevo empleado, un carpintero y técnico de artefactos llamado Adam Wilson. Les pago a los dos muy bien, y estoy satisfecho con las contribuciones que han realizado hasta ahora.

Adam, debo decirlo, es casi un doble exacto para mí en términos de físico, y a pesar de que todavía no se lo he mencionado, lo tendré en cuenta como reemplazo de Root.

12 de febrero de 1896

Esta noche he aprendido el significado de la frase: «Se me heló la sangre».

Estaba realizando uno de mis trucos habituales con cartas de juego en la primera mitad de mi espectáculo. En éste, le pido a un miembro del público que seleccione una carta y luego que escriba su nombre sobre ella de forma que pueda verlo todo el público. Cuando esto ya está hecho, le quito la carta y la rompo ante sus ojos, esparciendo los pedazos por todas partes. Después de unos segundos, muestro un canario vivo dentro de una jaula de metal. Cuando mi voluntario toma la jaula, ésta se desploma inexplicablemente entre sus manos (el pájaro se pierde de vista), y se queda sosteniendo los que parecen ser los restos de la jaula entre los cuales puede verse una única carta de juego. Cuando la saca, descubre que es precisamente la misma en la cual está escrito su nombre. El truco termina, y el voluntario regresa a su butaca.

Esta noche, al finalizar el truco, cuando le agradecía al público con una sonrisa resplandeciente anticipándome a los aplausos, le oí decir al tipo:

—¡Eh, ésta no es mi carta!

Me di vuelta y lo miré. El tonto estaba ahí de pie con los restos de la jaula colgándole de una mano, y la carta en la otra. Estaba tratando de leerla.

—¡Déjeme verla, señor! —grité teatralmente, intuyendo que algo podía haber salido mal en la aparición de la carta, y preparándome para disimular el error con la repentina aparición de una multitud de serpentinas de colores que tengo a mano justamente para eventualidades como ésta.

Traté de arrebatarle la carta de la mano, pero la calamidad se convirtió en desastre.

De golpe se alejó de mí, gritando con una voz triunfante:

—¡Miren, tiene a otro escrito en ella!

El hombre estaba actuando para el público, sacándole el máximo provecho posible al hecho de que, de alguna manera, le había ganado al mago en su propio juego. Para salvar aquel momento tenía que tomar posesión de la carta, y así lo hice, arrancándosela de la mano. Lo bañé con serpentinas de colores, le di la entrada al director de la orquesta con una señal, y le hice señas al público para que aplaudiera, para llevar delicadamente al atroz tipo de regreso a su butaca.

En medio de la música
in crescendo
, y de los míseros aplausos, me quedé de pie paralizado, leyendo las palabras que habían sido escritas allí.

Decían: «Sé a qué dirección vas con Sheila Macpherson —¡Abracadabra!— Alfred Borden».

La carta era el tres de tréboles, la misma que le había hecho escoger al voluntario para el truco.

Simplemente, no sé cómo me las arreglé para continuar durante el resto de la actuación, pero de alguna manera debo haberlo hecho.

18 de febrero de 1896

Anoche viajé solo hasta el teatro Empire de Cambridge donde Borden estaba actuando. Mientras realizaba el ritual de los preparativos para un truco convencional con una caja, me puse de pie sobre mi butaca en el auditorio y lo denuncié. Tan claramente como pude le informé al público que ya había una asistente escondida dentro de la caja. Inmediatamente me fui del teatro, mirando hacia atrás únicamente cuando salía del auditorio, para ser recompensado con la imagen de las cortinas a la italiana descendiendo antes de tiempo.

Luego, inesperadamente, me di cuenta de que tenía que pagar un precio por lo que había hecho. Me entraron remordimientos de conciencia durante el largo, frío y solitario viaje en tren de regreso a Londres. Durante aquella oscura noche tuve numerosas oportunidades para reflexionar acerca de mis acciones. Me arrepentí amargamente de lo que había hecho. La facilidad con la que destruí su magia me horrorizó. La magia es ilusión, una suspensión temporal de la realidad para beneficio y entretenimiento del público. ¿Qué derecho tenía yo (o él, cuando le tocaba su turno) de destruir esa ilusión?

Una vez, hace mucho tiempo, después de que Julia perdiera a nuestro primer bebé, Borden me escribió y se disculpó por lo que había hecho. Tontamente, ¡oh, qué tontamente!, lo rechacé. Ahora ha llegado el momento en el cual yo deseo ansiosamente terminar con la desavenencia que existe entre nosotros. ¿Durante cuánto tiempo más tienen que continuar dos hombres adultos disparándose mutuamente en público, para saldar una cuenta de la cual nadie, salvo ellos, siquiera sabe de su existencia, y una que ni siquiera ellos acaban de entender? Sí, una vez, cuando Julia fue lastimada por la intervención del bufón, yo tenía un argumento válido en su contra, pero han pasado muchas cosas desde entonces.

A lo largo de todo aquel frío viaje de regreso a la estación de la calle Liverpool, me pregunté cómo podría lograrlo. Ahora, veinticuatro horas después, todavía pienso en ello. Me prepararé, le escribiré, le pediré que terminemos con esto y sugeriré una reunión en privado para discutir acerca de cualquier cuenta que él sienta deba ser saldada.

20 de febrero de 1896

Hoy, después de haber abierto sus cartas, Olivia vino hacia mí y me dijo: —¡O sea que lo que me dijo Gerry Root es verdad!

Le pregunté que a qué demonios se refería.

—Todavía sigues viéndote con Sheila Macpherson, ¿verdad?

Más tarde, me enseñó la nota que había recibido, en un sobre dirigido al «Inquilino, apartamento B, número 45 de Idmiston Villas». ¡Era de Borden!

27 de febrero de 1896

Estoy en paz conmigo, con Olivia, ¡incluso con Borden!

Permítanme simplemente dejar constancia de que le he prometido a Olivia que nunca más veré a la señorita Macpherson (y no lo haré), y que mi amor por ella es eterno.

Y he decidido que nunca más daré lugar a una disputa con Alfred Borden, sin importar lo provocado que me sienta. Todavía espero una represalia pública por su parte por mi desacertado arrebato en Cambridge, pero lo ignoraré.

5 de marzo de 1896

Antes incluso de lo que yo me esperaba, Borden intentó, y lo consiguió, humillarme mientras estaba realizando un conocido pero exitoso truco llamado «Trilby». (Es uno en el cual la asistente se recuesta sobre una tabla en equilibrio sobre los respaldos de dos sillas, y luego se levanta en el aire, aparentemente sin ayuda alguna, cuando se quitan las sillas). Borden había logrado esconderse de alguna forma entre los bastidores.

Cuando quité la segunda silla bajo la tabla donde reposaba Gertrude, el telón de fondo que ocultaba la parte de atrás del escenario se levantó de repente y descubrió a Adam Wilson agachado allí detrás, operando el mecanismo.

Bajé el telón principal e interrumpí mi actuación.

No tomaré represalias.

31 de marzo de 1896

Otro incidente de Borden. ¡Tan pronto después del último!

17 de mayo de 1896

Un nuevo incidente de Borden.

Éste me desconcierta, porque ya he comprobado que él también estaba actuando esta misma noche, pero de algún modo cruzó todo Londres hasta el Hotel Great Western para sabotear mi actuación.

Una vez más, no tomaré represalias.

16 de julio de 1896

No pienso siquiera dejar constancia aquí de ningún otro incidente de Borden, tal es mi desprecio por él. (Otro esta tarde, sí, pero no planeo desquitarme).

4 de agosto de 1896

Anoche estaba llevando a cabo un truco relativamente nuevo para mi número, en el cual utilizo una pizarra giratoria sobre la que escribo con tiza mensajes sencillos que me dictan miembros del público. Cuando ya se han escrito un cierto número de mensajes de forma que todos puedan verlos, de repente le doy vuelta la pizarra… para revelar que, gracias a lo que parece un milagro, ¡los mismos mensajes están escritos allí también!

Esta noche cuando giré la pizarra me encontré con que mis mensajes preparados habían sido borrados. En su lugar había el siguiente mensaje:

VEO QUE HAS RENUNCIADO A INTENTAR TRANSPORTARTE A TI MISMO.

¿ESTO SIGNIFICA QUE TODAVÍA NO SABES EL SECRETO?

¡VEN Y OBSERVA A UN EXPERTO!

Todavía sostengo que no me desquitaré. Olivia, que forzosamente conoce todos los datos referentes a nuestra disputa, está de acuerdo con que un solemne desprecio es la única respuesta que debería dar.

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