—Por supuesto que lo sé —dije—. Pero naturalmente no esperará que divulgue el método exacto…
Aquí confieso que no pude seguir. Durante las últimas dos semanas he estado reflexionando acerca de la teoría de los gemelos de Cutter, y me he convencido de que tiene razón. He aquí mi oportunidad para desvelar el secreto. Tenía frente a mí a alguien que me escuchaba atentamente, un periodista con acceso a uno de los periódicos más importantes de nuestra ciudad, un hombre cuya curiosidad ya estaba intrigada por el misterio de las actuaciones mágicas. Sentí el ansia de venganza que normalmente reprimía, el cual me había dicho a mí mismo veinte veces que era una debilidad a la que nunca más debía sucumbir. Naturalmente, Koeing no sabía nada acerca del resentimiento que hay entre Borden y yo.
Una vez más el sentido común dominó la situación. Ningún mago revela el secreto de otro.
Finalmente dije: —Hay maneras y medios. Una ilusión no es lo que parece. Mucha práctica y mucho ensayo…
Con lo que el juvenil reportero prácticamente saltó de su asiento.
—Señor, ¡usted cree que utiliza un doble gemelo! ¡Todos los magos de Londres piensan lo mismo! Yo también pensé eso cuando lo vi por primera vez.
—Sí, ése es su método —me sentí aliviado al descubrir cuán abierto estaba siendo el reportero.
—¡Entonces, señor! —gritó el joven—. ¡Usted se equivoca igual que todos los demás, señor! No hay ningún doble. ¡Esto es lo que es tan sorprendente!
—Él tiene un hermano gemelo —dije—. No hay otra forma.
—No es verdad. Alfred Borden no tiene ni un hermano gemelo ni un doble que pueda hacerse pasar por él. He investigado personalmente su vida, y sé la verdad. Trabaja solo, excepto por la asistente femenina que aparece en el escenario con él, y una persona encargada de la parte técnica que construye sus artefactos. En esto no es distinto a ningún otro en su profesión. Usted también…
—Yo tengo un
ingénieur
—me apresuré a confirmar—. Pero cuénteme más. Me interesa enormemente. ¿Está seguro de la veracidad de esta información?
—Lo estoy.
—¿Puede demostrármelo?
—Como usted sabe, señor —me contestó el señor Koeing—, no es posible demostrar aquello que no existe. Todo lo que puedo decir es que durante las últimas semanas he aplicado numerosos métodos periodísticos a la investigación, y no he hallado el más mínimo indicio de evidencia para confirmar lo que usted asume.
En aquel momento sacó un delgado fajo de papeles y me los enseñó. Contenían cierta información acerca del señor Borden que me pareció, sin dudarlo, interesante, y le supliqué al reportero que me los dejara.
Entonces se produjo algo así como una tensión entre nuestras dos profesiones. Él sostenía que como periodista no podía divulgar el fruto de sus investigaciones a una tercera parte. Yo contraataqué diciendo que incluso si él fuera a descubrir la verdad absoluta y definitiva acerca de Borden, nunca podría publicarla mientras el tema siguiera candente.
Por otro lado, le dije, si
yo
fuera a comenzar mis propias investigaciones, entonces podría en algún momento del futuro guiarlo hacia una historia verdaderamente poco común.
El resultado fue que Koeing accedió a dejarme ver los fragmentos escritos a mano de sus notas, y fui copiándolos, resumidos, mientras él me los dictaba. Sus conclusiones no me dijeron nada, y para ser sincero, no me resultaron muy interesantes. Al final le di cinco soberanos.
Cuando terminé, el señor Koeing me dijo: —¿Puedo preguntarle qué espera aprender de todo esto, señor?
—Únicamente deseo mejorar mi arte mágica —afirmé.
—Entiendo. —Se puso de pie para marcharse, y cogió su sombrero y su bastón—. Y entonces, cuando haya
mejorado
, ¿supone que usted también será capaz de realizar el truco de
Le Professeur
?
—Se lo aseguro, señor Koeing —dije con frío desprecio, mientras lo acompañaba hasta la puerta—. Le aseguro que si llegara a presentarse la oportunidad, ¡podría coger esa baratija de truco y hacerlo mío esta misma noche!
Luego se fue.
Hoy no he trabajado, por eso he escrito este informe acerca de la reunión. A lo largo de todo el relato, tenía en mi cabeza la pulla final de Koeing. Es apremiante para mí descubrir el secreto del truco de Borden. No se me ocurre una venganza más dulce que eclipsarlo con su propio truco, ser mejor mago que él, superarlo de todas las maneras posibles.
Y, por cortesía del señor Koeing, los datos que poseo acerca del señor Borden demostrarán ser de inmenso valor. Primero, sin embargo, debo comprobar que son ciertos.
9 de diciembre de 1892
De hecho, hasta ahora, nunca he hecho nada con respecto a Borden. La gira estadounidense ha sido confirmada como definitiva, y Cutter y yo estamos en plenos preparativos. Se supone que estaré viajando durante más de dos meses enteros, y estar separado de Julia y de los niños por tal cantidad de tiempo es casi impensable.
Sin embargo, no puedo perderme la gira. Dejando a un lado el asunto de los generosos honorarios, soy probablemente el mago más joven de Gran Bretaña o de Europa que haya sido invitado a seguir los pasos de los magos más extraordinarios que actúan hoy en día, y ser invitado a realizar esta gira es un magnífico cumplido.
¡Y hasta ahora Borden no ha visitado Estados Unidos!
10 de diciembre de 1892
He estado esperando ansiosamente una Navidad tranquila en casa. Sin magia, sin ensayos, sin viajes. Quería sumergirme en la familia, y dejar todo lo demás a un lado.
Sin embargo, a raíz de una cancelación me han ofrecido una lucrativa e irresistible actuación de dos semanas en Eastbourne, y es de tal calibre que podré llevar a toda mi familia conmigo. ¡Mi familia pasará la Navidad en el Gran Hotel, mirando al mar!
11 de diciembre de 1892
Un descubrimiento propicio. Mirando un índice geográfico esta tarde no pude evitar notar que Eastbourne está a tan sólo unos pocos kilómetros de Hastings, y que las dos ciudades están unidas por una línea directa de ferrocarril. Pienso que debería pasar uno o dos días en Hastings. He oído decir que es un agradable lugar para visitar.
17 de enero de 1893
De repente mi vida está siendo eclipsada por la inmensidad del viaje que me espera. Dentro de dos días parto para Southampton, y me embarco hacia la ciudad de Nueva York, desde allí hasta Boston y más allá, hasta el corazón de Estados Unidos. La última semana ha sido una pesadilla de equipajes y preparativos, y hemos hecho lo necesario para que el artefacto que debo llevar conmigo pueda ser desmontado y colocado en cajas de embalaje, y posteriormente enviado antes de que yo partiera. Nada puede dejarse al azar, porque sin mi equipamiento no tengo espectáculo. ¡Hay muchas cosas que dependen de esta aventura transatlántica!
Pero ahora tengo uno o dos días de descanso para prepararme mentalmente y relajarme en casa durante un tiempo. Hoy he visitado el zoológico de Londres con Julia y los niños, sintiendo de antemano el vacío de saber que estaré alejado de ellos durante tanto tiempo. Los niños están durmiendo, Julia está leyendo en su sala de estar, y yo, sumido en la tranquilidad de esta oscura noche de enero, silenciosamente, en mi estudio, finalmente puedo escribir, gracias al diligente señor Koeing, cuáles son los frutos de mis investigaciones sobre el señor Alfred Borden.
He comprobado personalmente los siguientes datos:
Nació el 8 de mayo de 1856, en el Hospital Royal Sussex de la calle Bohemia, en Hastings. Tres días después de su nacimiento él y su madre, Betsy Mary Borden, regresaron a su hogar de la calle Manor n.° 105, donde el padre trabajaba como carpintero. El nombre completo del niño era Frederick Andrew Borden, y según los registros oficiales del hospital fue el único fruto de ese nacimiento. No hubo hermanos gemelos en el nacimiento de Frederick Andrew Borden, por lo tanto, es imposible que los tenga en el futuro.
Luego investigué la posibilidad de que Frederick Borden tuviera hermanos de una edad próxima a la suya, y de que se parecieran mucho. Frederick fue el sexto niño de la familia. Tenía tres hermanas y dos hermanos mayores, pero de éstos uno de los hermanos era ocho años mayor, y el otro había muerto cuando apenas tenía dos semanas.
Utilizando los archivos del
Hastings & Bexhill Announcer
, obtuve una descripción del hermano mayor de Frederick, Julius (quien según el periódico había ganado un premio en el colegio). Cuando tenía quince años, se dice que Julius tenía los cabellos rubios y lisos. Frederick Borden tiene el cabello oscuro, pero existía la posibilidad de que Julius fuera su doble en el escenario, tiñéndose el cabello. Esta línea de investigación no me condujo a nada, pues descubrí más tarde que Julius había muerto de tuberculosis en 1870, cuando Frederick tenía catorce años.
También había un hermano menor. Era Albert Joseph Borden, el séptimo de la familia, nacido el 18 de mayo de 1858. (Albert + Frederick = ¿Alfred? ¿Es así como Frederick escogió su primer
nom de théâtre
?)
Una vez más, la existencia de un hermano cuya edad era razonablemente cercana a la de Frederick aumentó las probabilidades de que se tratara de un doble.
Desempolvé y examiné los registros del nacimiento de Albert en el hospital, pero me resultó difícil poder determinar más acerca de él. Sin embargo, el emprendedor señor Koeing había sugerido que visitáramos a un fotógrafo, artista de retratos llamado Charles Simpkins, que tiene su estudio en la calle Hastings Hingh.
El señor Simpkins me saludó cordialmente y, complacido, me mostró una selección de sus daguerrotipos. Entre ellos, tal como me había sugerido el señor Koeing, había un retrato de estudio de Frederick Borden y su hermano pequeño.
Había sido hecho en el año 1874, cuando Frederick tenía dieciocho años y su hermano dieciséis.
Los dos tienen claramente un aspecto muy distinto. Frederick es alto, tiene la clase de rasgos generalmente considerados «nobles» y su porte es arrogante (todo esto lo he observado frecuentemente yo mismo), mientras que Albert es mucho menos atractivo. Tiene una expresión como de mandíbula foja; sus facciones están hinchadas, y sus mejillas son redondas; sus cabellos son más ondulados que los de su hermano y parecen de un color más pálido; y teniendo en cuenta su postura diría que era por lo menos diez o doce centímetros más bajo que su hermano.
Este retrato me convenció de que Koeing tenía razón: Frederick Borden no tenía ningún familiar cercano que pudiera utilizar como doble.
Todavía existe la posibilidad de que haya buscado por las calles de Londres para encontrar a un hombre lo suficientemente parecido a él como para poder hacerse pasar por un doble, con la ayuda de maquillaje teatral, pero no importa lo que diga Cutter, yo mismo he
visto
la actuación de Borden. La gran mayoría de los dobles de ilusionistas sólo aparecen durante unos instantes, o confunden al público utilizando trajes idénticos, para que durante los pocos segundos en los que el doble es visible, parezca ser el original.
Borden, después de la transformación, permite que le vean, y que le vean claramente. Camina hacia adelante y se coloca bajo la luz de los focos, hace una reverencia, sonríe, toma la mano de su asistente femenina, hace otra reverencia, se pasea de un lado a otro del escenario. No hay duda de que el hombre que emerge de la segunda caja es el hombre que entró en la primera.
Por lo tanto, con una cierta ecuanimidad frustrada, estoy listo para prepararme para mi largo viaje al Nuevo Mundo.
Todavía no sé cómo logra ejecutar Borden ese detestable truco, pero por lo menos sé que lo hace solo.
Voy a ir a lo que se está convirtiendo rápidamente en el centro del mundo de la magia, y durante dos meses veré, e incluso tal vez conoceré, a los magos más extraordinarios de Estados Unidos de América. Habrá muchos allí que podrán descubrir cómo se realiza. Voy a Estados Unidos para construir mi reputación, y para acumular lo que ciertamente debe ser reconocido como una pequeña fortuna en honorarios, pero ahora tengo una búsqueda adicional.
Juro que cuando regrese dentro de dos meses habré descubierto el secreto de Borden. También juro que un mes después de regresar estaré realizando una versión superior del mismo truco sobre los escenarios de Londres.
21 de enero de 1893
A bordo del barco a vapor «Saturnia».
Un día fuera de Southampton, un día de perros en el canal de la Mancha detrás nuestro, una corta estadía en Cherbourg, y ahora estamos avanzando con tranquilidad hacia América. El barco es una nave magnífica, de carbón, con tres cañones de chimenea, equipado para albergar y entretener a lo más selecto de Europa y América. Mi camarote está en la segunda cubierta, y lo comparto con un arquitecto de Chichester. No le he dicho cuál es mi profesión, a pesar de las educadas e inquisitivas preguntas. Ya siento dolor… el dolor de estar lejos de mi familia.
Todavía puedo verlos en mi mente, en el muelle azotado por la lluvia, diciéndome adiós una y otra vez con la mano. En momentos como éste desearía, por medio de la mágica realidad de mi profesión, hacerlos aparecer de la nada: ¡Oh, si pudiera agitar mi varita mágica, pronunciar unas palabras mágicas y tenerlos aquí conmigo!
24 de enero de 1893
Todavía a bordo del barco a vapor «Saturnia».
He estado padeciendo el
mal de mer
, pero ni mucho menos tan gravemente como mi amigo de Chichester, quien anoche vomitó asquerosamente sobre el suelo de nuestro camarote. El pobre tipo se vio abrumado por el bochorno y se deshizo en disculpas, pero el mal ya estaba hecho. En parte fruto de esta desagradable experiencia, no he comido nada en dos días.
27 de enero de 1893
Al escribir estas líneas, la ciudad de Nueva York se vislumbra claramente sobre el horizonte. He acordado una reunión con Cutter dentro de media hora para verificar que él ha hecho todos preparativos para el desembarco. ¡No tendré más tiempo para escribir diarios! ¡La aventura ya comienza!
13 de septiembre de 1893
No me sorprende descubrir que han transcurrido casi ocho meses desde que escribí por última vez en este diario para dejar constancia de lo que sucedía en mi vida. Al regresar a él estoy tentado, como ya me ha sucedido otras veces, simplemente de destruirlo por completo.
Eso sería un resumen de mis propias acciones, ya que he destruido, eliminado o abandonado todos los aspectos de mi vida que existían cuando escribí aquí por última vez.