Al ver la sonrisa de Tesla, coloqué una vez más la mano contra el cristal y la mantuve allí firmemente mientras el extraño resplandor estallaba una vez más.
Luego siguieron varios experimentos similares, algunos de los cuales había visto realizar al propio Tesla en Londres. Decidido a no dejar entrever mi nerviosismo, soporté estoicamente la descarga eléctrica de cada uno de los artefactos. Finalmente, Tesla me preguntó si me importaría sentarme dentro del campo principal de su «Bobina experimental» ¡mientras él subía la potencia a veinte millones de voltios!
—¿Es totalmente seguro? —pregunté, al tiempo que adelantaba mi barbilla, con la mandíbula firme, como si estuviera acostumbrado a arriesgarme.
—Le doy mi palabra, señor. ¿Acaso no ha venido a verme para esto?
—Por supuesto que sí —confirmé.
Tesla me indicó que debía sentarme en una de las sillas de madera, y así lo hice. El señor Alley también se acercó hasta donde estábamos nosotros. Estaba arrastrando una de las otras sillas, la colocó a mi lado y se sentó. Me entregó una hoja de periódico.
—¡A ver si puede leer con esta luz sobrenatural! —me dijo, y tanto él como Tesla se rieron entre dientes.
Estaba sonriendo con ellos cuando Tesla tiró hacia abajo una palanca de metal, y junto con un ruido estruendoso que desgarraba los oídos, se produjo una repentina descarga de corriente eléctrica. El estallido procedía de los rollos de cables que había sobre mi cabeza, desplegándose como pétalos de algún inmenso y mortal crisantemo.
Observé estupefacto el modo en que estas descontroladas y chispeantes flechas eléctricas se arqueaban primero hacia arriba y alrededor de la cabeza de la bobina, y luego comenzaban a descender hacia donde nos encontrábamos Alley y yo, como si estuvieran buscando una víctima. Alley permaneció inmóvil a mi lado, así que me obligué a no moverme. De repente, una de las flechas me tocó y recorrió todo mi cuerpo de arriba a abajo como si estuviera tratando de reconocer y trazar mi contorno. Una vez más, mi piel se erizó, y mis ojos quedaron cegados por la luz, pero por lo demás no hubo dolor alguno, ni sensación de quemazón o de descarga eléctrica.
Alley señaló el periódico que todavía tenía cogido con las manos, así que lo sostuve delante de mí y descubrí, efectivamente, que el resplandor de la electricidad era más que suficiente para permitirme leer. Mientras sostenía la página delante de mí, dos chispas resbalaron por su superficie, casi como si estuvieran intentando incendiar el papel. Maravillosamente, milagrosamente, la página no se quemó.
Más tarde, Tesla me sugirió que tal vez querría dar otro corto paseo con él, y apenas estuvimos fuera, al aire libre, me dijo:
—Señor, permítame felicitarlo. Es usted muy valiente.
—Estaba decidido a no dejar traslucir mis verdaderos sentimientos —objeté.
Tesla me dijo que a muchos de los que visitaban su laboratorio se les ofrecía la misma demostración que yo acababa de ver, pero que pocos de ellos parecían preparados para someterse a los supuestos estragos de la descarga eléctrica.
—Tal vez ellos no han visto sus demostraciones —sugerí—. Sé que usted no pondría en peligro su propia vida, y por supuesto tampoco la de alguien que ha realizado un largo viaje desde Gran Bretaña para hacerle una proposición de negocios.
—Por supuesto que no —respondió Tesla—. Tal vez éste sea el momento oportuno para que hablemos tranquilamente de negocios. ¿Puedo preguntarle a usted, si no le importa, lo que tiene en mente?
—Justamente eso es lo que no sé… —empecé a decir, y luego hice una pausa, intentando encontrar las palabras adecuadas.
—¿Quiere usted proponerme invertir en mis investigaciones?
—No, señor, no es ésa mi intención —pude decir—. Sé que ha tenido muchas experiencias con inversores.
—Ciertamente, sí que las he tenido. Algunos piensan que soy un hombre difícil, y que muy poco de lo que tengo en mente es susceptible de convertirse en una ganancia a corto plazo para un inversor. Es algo que en el pasado ha dado lugar a relaciones muy controvertidas.
—¿Y actualmente también, me atrevo a decir? El señor Morgan estaba claramente presente en su cabeza mientras hablábamos el otro día.
—El señor J. P. Morgan es ciertamente una preocupación para mí en este momento.
—Permítame que le diga con sinceridad que yo soy un hombre rico, señor Tesla. Y espero poder ayudarlo.
—Pero no realizando ninguna inversión, dice usted.
—Realizando una compra —le contesté—. Deseo que construya para mí un artefacto eléctrico, y si podemos ponernos de acuerdo en un precio, yo se lo pagaré con mucho gusto.
Habíamos estado paseando alrededor de la circunferencia de la desnuda meseta sobre la cual se encuentra el laboratorio, pero en ese momento Tesla se detuvo inesperadamente. De repente adoptó una postura, mirando fija y pensativamente hacia los árboles que cubrían la ladera ascendente de la montaña que estaba frente a nosotros.
—¿Qué tipo de artefacto necesita? —me preguntó—. Como usted ya ha visto, mi trabajo es teórico, experimental. Nada de eso está a la venta, y el valor de todo lo que estoy utilizando actualmente es incalculable para mí.
—Antes de salir de Inglaterra —le dije—, leí un nuevo artículo acerca de su trabajo en el
Times
. En el artículo se decía que usted había descubierto que, en teoría, la electricidad podía ser transmitida a través del aire, y que planeaba demostrar este principio en un futuro cercano. —Tesla me observaba fijamente mientras hablaba, pero habiendo declarado mi interés hasta tal punto, tuve que continuar—. Muchos de sus colegas científicos han dicho aparentemente que es imposible, pero usted está seguro de lo que está haciendo. ¿No es cierto?
Miré a Tesla directamente a los ojos mientras le hacía esta última pregunta, y vi que sus facciones habían sufrido otro gran cambio. Ahora sus expresiones y sus gestos eran animados y expresivos.
—Sí, ¡es totalmente cierto! —gritó, e inmediatamente se enfrascó en un frenético y (para mí) bastante incomprensible informe acerca de lo que planeaba hacer.
¡Una vez que comenzó, era imparable! Aceleró sus pasos, hablando rápidamente y muy entusiasmado, obligándome así a caminar con rapidez para poder seguirle el ritmo. Estábamos dando vueltas a una cierta distancia alrededor del laboratorio, con la gran aguja de fondo constantemente a la vista. Tesla gesticulaba señalándola varias veces mientras hablaba.
La esencia de sus palabras era que hacía mucho tiempo que había verificado que la forma más eficiente de transmitir su corriente eléctrica polifásica era elevarla a altos voltajes y conducirla a través de cables de alta tensión. Ahora estaba en condiciones de demostrar que si la corriente era elevada a un voltaje aún más alto entonces se convertiría en una corriente con una frecuencia extremadamente alta, y no se necesitaría ni un solo cable. La corriente sería
enviada
, irradiada, lanzada ampliamente dentro del éter, y mediante una serie de detectores o receptores, la electricidad podría ser capturada una vez más y volver a ser utilizada.
—¡Imagínese las posibilidades, señor Angier! —declaró Tesla—. ¡Cada aplicación, cada utilidad, cada comodidad conocida o imaginada por el hombre será propulsada por la electricidad que emana del aire!
Luego, de una manera que me recordó curiosamente a mi compañero de viaje Bob Tannhouse, Tesla se lanzó a enumerar una letanía de posibilidades: luz, calor, baños de agua caliente, comida, casas, entretenimientos, automóviles… Todas funcionarían de alguna manera misteriosa e indescriptible gracias a la energía eléctrica.
—¿Usted tiene esto en funcionamiento? —le pregunté.
—¡Sin duda alguna! Experimentalmente, se entiende, pero dichos experimentos pueden ser repetidos por otras personas, en caso de que se molestaran en intentarlo, y debidamente controlados. ¡Esto no es ningún fantasma! ¡Dentro de pocos años estaré generando energía eléctrica para el mundo entero, del mismo modo que actualmente alimento con mi electricidad a la ciudad de Buffalo!
Habíamos dado ya dos vueltas alrededor de la gran parcela de terreno mientras él desgranaba su explicación, y yo mantuve el ritmo de mi andar para permanecer a su lado, decidido a permitir que su arrebato científico siguiera su curso. Sabía que su gran inteligencia le llevaría de nuevo a mis palabras iniciales. Por fin lo hizo.
—¿Entiendo entonces que usted desea comprar este artefacto, señor Angier? —me preguntó.
—No, señor —le contesté—. Estoy aquí para comprarle otra cosa.
—¡Pero yo estoy completamente dedicado al trabajo que le estoy describiendo!
—Y yo comprendo eso, señor Tesla. Pero yo estoy buscando algo nuevo. Dígame una cosa: si la corriente eléctrica puede ser transmitida, ¿podría la materia física también ser enviada desde un sitio hasta otro?
La rapidez de su respuesta me sorprendió. Dijo:
—La energía y la materia no son más que dos manifestaciones de la misma fuerza. Seguramente se da usted cuenta de esto, ¿verdad?
—Sí, señor —contesté.
—Entonces ya sabe la respuesta. Aunque debo agregar que no entiendo por qué alguien querría transmitir materia.
—¿Pero podría usted fabricar un artefacto que lograra transmitirla?
—¿De qué cantidad de materia estamos hablando? ¿Con cuánto peso tendría que trabajar? ¿De qué tamaño es el objeto?
—Nunca pesaría más de noventa y un kilos —le dije—. Y el tamaño… digamos que un metro con ochenta y cinco centímetros de altura, como mucho.
Agitó la mano como quitándole importancia con un ademán.
—¿Qué suma me ofrece?
—¿Qué suma pide usted?
—Necesito desesperadamente ocho mil dólares, señor Angier.
No pude evitar reírme en voz alta. Era más de lo que había planeado, pero todavía estaba al alcance de mis posibilidades. Tesla parecía aprensivo, posiblemente pensando que yo estaba loco, y retrocedió un poco para alejarse de mí…, pero tan sólo unos momentos después nos estábamos abrazando en aquella meseta azotada por los vientos, dándonos el uno al otro palmadas en los hombros, dos deseos anhelados, dos deseos concedidos.
Cuando nos separamos, y nos dimos la mano para sellar el contrato, un fuerte trueno se oyó en algún lugar de las montañas que estaban detrás de nosotros, y nos envolvió, retumbando y resonando en los angostos desfiladeros.
14 de julio de 1900
Tesla me presiona para que lleguemos al acuerdo más duro que jamás haya imaginado. Me pide no ocho sino
diez
mil dólares, una pequeña fortuna para cualquiera. Pareciera ser que consulta con su almohada los asuntos importantes al igual que los hombres comunes, y se despertó esta mañana dándose cuenta de que los ocho mil dólares cubrirían únicamente el déficit con el cual estaba cargando antes de que yo llegara. Mi máquina costará más dinero. Aparte de esto, me ha exigido que le pague un buen porcentaje en efectivo, y por adelantado. Tengo tres mil dólares, y puedo conseguir otros tres con los cheques al portador que he traído conmigo, pero el resto tendré que enviarlo desde Inglaterra.
Tesla ha accedido inmediatamente al acuerdo.
Hoy me ha preguntado más detalladamente acerca de mi máquina. No siente curiosidad alguna por el efecto mágico que planeo conseguir, pero en cambio está preocupado por los aspectos prácticos. Por el tamaño del artefacto, por la fuente de energía que deberá utilizar, por el peso que deberá tener, por el grado de movilidad requerido.
Me sorprendo admirando su mente analítica. La movilidad era un aspecto en el cual no había pensado en absoluto, pero por supuesto éste es un factor crítico para un mago que realiza giras.
Ya ha comenzado a trazar los planos a grandes rasgos, y también intenta que me distraiga y disfrute de las ocasiones de ocio de Colorado Springs durante dos días, mientras él realiza una visita a Denver para adquirir los elementos necesarios para la fabricación de la máquina.
La reacción de Tesla frente a mi proyecto me ha convencido finalmente de algo que hasta ahora solamente sospechaba. ¡Borden no ha estado en contacto con Tesla!
Estoy aprendiendo cosas acerca de mi viejo adversario. A través de Olivia, intentó confundirme, orientándome hacia una dirección equivocada. Sus trucos utilizan la clase de efectos ostentosos que la gente piensa que son realizados gracias a la corriente eléctrica, pero de hecho no son más que efectos. Pensó que yo iba a perder el tiempo en busca de no sé qué tontería, mientras que Tesla y yo estamos realmente acercándonos al verdadero corazón de la energía oculta.
¡Pero Tesla trabaja muy lentamente! Empiezo a preocuparme por el paso del tiempo. Inocentemente, había pensado que una vez encargado, Tesla construiría el mecanismo que yo necesitaba solamente en cuestión de horas. Ahora me doy cuenta, por la expresión de abstracción que veo en su rostro mientras lo escucho refunfuñar, de que se ha iniciado un proceso de invención que tal vez nunca llegue a un final práctico. (En una ocasión en la que nos encontrábamos solos, el señor Alley me confirmó que Tesla a veces puede concentrarse en un problema durante meses). Tengo presentaciones confirmadas en Inglaterra para octubre y noviembre, y debo estar de regreso en casa un tiempo antes.
Tengo dos días libres antes de que regrese Tesla, y por lo tanto supongo que podría aprovechar el tiempo para averiguar los horarios de trenes y barcos. Creo que Estados Unidos, un país estupendo en muchos aspectos, no es bueno suministrando tal información.
21 de julio de 1900
El trabajo de Tesla parece seguir su curso. Me permite visitar su laboratorio cada dos días, y a pesar de que he visto parte del artefacto, todavía no se habla de ninguna demostración. Hoy lo encontré absorto con sus experimentos de investigación.
Parecía estar hipnotizado y se quedó en parte irritado y en parte desconcertado al verme.
4 de agosto de 1900
Ha habido violentas tormentas cerniéndose sobre «El pico de Pike» durante tres días, y me han llenado de pesimismo y de frustración. Sé que Tesla debe estar ocupado con sus propios experimentos, no con los míos.
Los días transcurren rápidamente. ¡Tengo que estar a bordo del tren que va hasta Denver antes de que termine el mes!
8 de agosto de 1900
Apenas llegué al laboratorio esta mañana, Tesla me dijo que mi artefacto estaba preparado para realizar una demostración, y me preparé para verlo embargado por la emoción. Llegado el momento, sin embargo, el aparato se negó a funcionar, y después de ver cómo Tesla manipulaba el cableado durante más de tres horas, he regresado al hotel.