—¿Las demandas?
Me estaba costando bastante asimilar toda aquella información al mismo tiempo.
Koeing prosiguió:
—Ha recibido una notificación de desalojo por el impago del alquiler, y se estima que será desahuciada la semana próxima. Como súbdita extranjera sin un domicilio permanente, se enfrentaría entonces a la deportación. Por este motivo se puso en contacto conmigo, conociendo mi interés por el señor Borden. Pensó que yo podría ayudarla.
—A pedirme dinero.
Koeing me hizo una mueca no muy agradable. —No exactamente, pero…
—Continúe.
—Le interesará saber que la señorita Wenscombe no era consciente de la existencia de los dos hermanos, y hasta el día de hoy se niega a creer que ha sido engañada.
—Yo mismo se lo pregunté una vez —dije, recordando la descorazonadora entrevista que había tenido con ella en aquel teatro de Richmond—. En aquel entonces, me dijo que Borden era solamente un hombre. Ella conocía mis sospechas. Pero ahora me cuesta creer en lo que me dijo.
—El hermano Borden que murió cayó enfermo en el piso de Hornsey. Parece que tuvo un ataque cardíaco. La señorita Wenscombe llamó al médico de Borden, y después de que el cuerpo fuera retirado, apareció la policía. Cuando les dijo quién era el muerto, se fueron para continuar con la investigación, pero no regresaron nunca. Más tarde intentó ponerse en contacto con el médico, para descubrir que no estaba disponible. Su asistente le dijo que el señor Borden había llegado allí enfermo, ¡pero que se había recuperado rápidamente y que ya había sido dado de alta en el hospital! Como la señorita Wenscombe había estado con él cuando murió, ¡no podía creerlo! Fue una vez más a la policía, pero, para su sorpresa, ellos también le confirmaron lo mismo.
—Todo esto me lo contó la señorita Wenscombe en persona. Según ella, no tenía idea de que Borden mantenía un segundo hogar. Definitivamente le vendió gato por liebre. En lo que a ella respecta, Borden pasaba con ella muchos días y muchas noches, y ella sabía siempre dónde estaba él cuando no estaba con ella. —Koeing estaba inclinado hacia delante, muy atento mientras desgranaba su historia—. Así que Borden murió súbitamente, y ella se sintió conmocionada y perturbada, como cualquier persona en su mismo caso, ¡pero no había motivos para sospechar nada extraño! Y, según ella, no hay duda alguna de que él ha muerto. Dijo que estuvo junto al cuerpo durante más de una hora antes de que llegara el médico, y que para aquel entonces ya se había enfriado. El médico examinó lo suficiente el cuerpo como para confirmar que estaba muerto, y dijo que firmaría un certificado de defunción cuando regresara a su consultorio. Sin embargo, ahora se enfrenta no solamente a las versiones del médico y la policía, sino al innegable hecho de que Alfred Borden aparece sobre escenarios públicos, presentando su magia, y evidentemente no está muerto.
—Si ella piensa que Borden era solamente un hombre, ¿cómo demonios explica eso? —le interrumpí.
—Se lo pregunté, por supuesto. Como usted bien sabe, ella está familiarizada con el mundo de la magia. Me dijo que después de pensarlo mucho, llegó a la triste conclusión de que Borden había utilizado técnicas de magia para simular su muerte, por ejemplo, tomando alguna clase de medicamento, y que todo era una elaborada farsa para abandonarla.
—¿Le dijo usted que los Borden eran gemelos?
—Sí. Se burló de la idea, y me aseguró que si una mujer vive con un hombre durante cinco años, sabe todo lo que se puede saber acerca de él. Rechazó absolutamente la idea de que fueran dos hombres distintos.
(Yo también había tenido mis dudas acerca de la relación de los gemelos Borden con su esposa y con sus hijos. Ahora bien, aparecía tras estas revelaciones un nuevo nivel de intriga: la amante también fue engañada, pero no estaba dispuesta a admitirlo, o simplemente no lo supo nunca).
—Así que este cuaderno ha aparecido de repente, para resolver todos sus problemas —dije.
Koeing me miró fija y pensativamente, y luego me dijo: —No todos, pero sí los más inmediatos. Mi Lord, creo que como gesto de mi buena fe, debería permitirle examinar el cuaderno sin condiciones.
Me alcanzó la llave, y volvió a sentarse en su silla mientras yo abría el pequeño cerrojo.
El cuaderno estaba escrito con una letra diminuta, pulcramente y en líneas regulares y parejas, pero a primera vista era ininteligible. Después de haber mirado las primeras páginas, comencé a hojear rápidamente el resto como si estuviera pasando los dedos por los bordes de un mazo de cartas. Mi instinto de mago me decía que estuviera en guardia contra los engaños de Borden. Todos aquellos años de enemistad habían revelado hasta qué punto estaba dispuesto a lastimarme o a herirme. Ya casi había hojeado la mitad del cuaderno cuando me detuve. Me quedé mirándolo fijamente, sumido en mis pensamientos.
Era más que probable que éste fuera el más elaborado de los ataques de Borden en mi contra. La historia de Koeing acerca de Olivia, la muerte de Borden en el piso que compartía con ella, la convenientemente revelada existencia de un cuaderno que contiene los secretos profesionales más valiosos de Borden, todo esto podía ser un invento.
Lo único que tenía era la palabra de Koeing. ¿Qué contendría en realidad este cuaderno? ¿Y si fuera otro truco? ¿Un enrevesado laberinto de engaños que me manipularía hasta conducirme a una respuesta equivocada? ¿Podría haber algo aquí que, a través de la persona de Olivia Svenson, amenazara la última zona de estabilidad que me quedaba, a saber, mi milagrosamente recuperado matrimonio con Julia?
Me parecía que estaba corriendo peligro, incluso simplemente por estar sosteniendo el cuaderno.
La voz de Koeing interrumpió mis pensamientos.
—¿Puedo atreverme a suponer, mi Lord, lo que se le está pasando por la cabeza?
—No, no puede hacer tal cosa —le respondí.
—Está dudando de mí —insistió Koeing—. Usted piensa que Borden me ha pagado, o me ha convencido de alguna manera, para que le traiga este cuaderno. ¿No es así?
No le respondí, aún con el cuaderno medio abierto entre mis manos y con la mirada fija en sus hojas.
—Hay formas de comprobar lo que le estoy diciendo —prosiguió Koeing—. Una demanda judicial contra la señorita Wenscombe, interpuesta por el dueño del apartamento de Hornsey, fue pronunciada en Hampstead hace un mes. Usted mismo podría examinar los archivos judiciales. Hay registros oficiales de la asistencia social en el Hospital Whittington, en donde una víctima de un ataque al corazón no identificada, con una edad y una apariencia física que coinciden con las de Borden, fue ingresada el día que la señorita Wenscombe dice que murió. También hay un registro que indica que el cadáver fue trasladado por un médico local aquel mismo día.
—Koeing, usted me envió tras una pista de pruebas falsas hace diez años —le dije.
—Es cierto, lo hice. Y nunca dejé de arrepentirme, y ya le he dicho que mi dedicación para con su causa es el resultado de aquel error. Le doy mi palabra de que el cuaderno es genuino, de que las circunstancias bajo las cuales llegó hasta mis manos son las que le he descrito y, lo que es más, de que el hermano Borden que aún permanece con vida está desesperado por recuperarlo.
—¿Y cómo es que se le ha escapado? —pregunté.
—La señorita Wenscombe se dio cuenta de su valor potencial, tal vez susceptible de ser publicado como un libro. Cuando su necesidad de dinero se convirtió en algo urgente, pensó que podría tener más valor para usted o, según tenía entendido habían sido los recientes acontecimientos, para su viuda. Naturalmente, mantuvo el cuaderno escondido. Por supuesto que ni siquiera el propio Borden puede acercarse a ella para conseguirlo, pero seguramente no es ninguna coincidencia que hace diez días alguien entrara en su piso por la fuerza y registrara el lugar a fondo. No se llevaron nada. Este cuaderno, el cual había sido ocultado en otro sitio, siguió en sus manos.
Abrí el cuaderno donde mi dedo se había detenido para descansar. Al mismo tiempo, me dije que el pasar las páginas de bordes dorados con mis dedos había sido idéntico a los movimientos clásicos que realiza un prestidigitador cuando intenta que un miembro del público escoja una carta determinada. Este pensamiento cobró fuerza cuando observé una línea que estaba en la mitad de la página a mi mano derecha, y vi mi propio nombre escrito allí. Era como si Borden me hubiera obligado de alguna manera a elegir aquella página.
Miré la letra de cerca y con mucha atención, y enseguida descifré lo que decía el resto de la oración: «Ésta es la verdadera razón por la cual Angier nunca resolverá todo el misterio, a menos que yo mismo le dé la respuesta».
—¿Dice que quiere quinientas libras?
—Sí, mi Lord.
—Las tendrá.
19 de diciembre de 1903
La visita de Koeing me dejó exhausto, y poco después de que se fuera (con seiscientas libras, el excedente siendo en parte por haberse tomado el trabajo de visitarme, y en parte por su silencio y por su ausencia de ahora en adelante) me recosté en mi cama, en donde permanecí hasta la noche. Entonces fue cuando escribí mi informe de lo que aconteció, pero al día siguiente, y al que le siguió a éste, me sentía demasiado débil y apenas me dediqué a comer un poco y dormir mucho.
Ayer por fin pude leer parte del cuaderno de Borden. Tal como Koeing anunció, confieso que es una lectura absorbente. Le he enseñado algunos fragmentos a Julia, y lo encuentra igual de interesante.
Ella reacciona más violentamente que yo en contra de su tono de autosatisfacción, y me recomienda encarecidamente que no desperdicie ni una pizca de mis preciosas energías enfureciéndome con él otra vez.
De hecho, no siento furia en mí, a pesar de que la manera en la que distorsiona algunos de los acontecimientos, de los cuales tengo conocimiento, es tanto lastimosa como irritante. Lo que me resulta más fascinante es que finalmente tengo pruebas de que Alfred Borden fue el producto de una conspiración entre gemelos. No lo admiten en ninguna parte, pero está claro que el cuaderno ha sido escrito a dos manos.
Se dirigen el uno al otro en primera persona de singular. Al principio esto me resultaba bastante confuso, lo cual tal vez era la intención, pero cuando se lo señalé a Julia, observó que aparentemente el cuaderno no había sido escrito para que lo leyera nadie más.
Sugiere que habitualmente se llaman «yo» el uno al otro, y esto a su vez implica que así ha sido durante gran parte de sus vidas. A medida que voy leyendo el cuaderno entre líneas, tal como debe hacerse, me doy cuenta de que cada suceso o acontecimiento que tuvo lugar en sus vidas ha sido asumido como una experiencia colectiva única. Es como si hubieran dedicado sus vidas, desde la niñez, a preparar el truco en el cual uno ocuparía secretamente el lugar del otro. Me engañó, no logré descubrirle, así como a muchos de los públicos que los vieron actuar, pero seguramente al final el tonto fue Borden, ¿verdad?
Fundir dos vidas en una significa tener que partir dichas vidas por la mitad.
Mientras uno vive en el mundo, el otro se oculta en un mundo de infierno, literalmente no existente, un espíritu al acecho, un
doppelgänger
, un truco.
Mañana más, si es que tengo las energías para seguir.
25 de diciembre de 1903
La casa y los jardines han quedado incomunicados a causa de las intensas nevadas que se han extendido rápidamente sobre los Peninos durante los últimos dos días.
Sin embargo, nosotros disfrutamos de un buen sistema de calefacción, y tenemos provisiones, y no necesitamos ir a ninguna parte. Ya hemos celebrado nuestra cena de Navidad, y ahora los niños están jugando con sus regalos, y Julia y yo nos hemos estado relajando juntos.
Todavía no le he dicho nada acerca de una preocupante molestia que ha invadido hace poco mi pobre cuerpo. Me han salido varias llagas de color púrpura en el pecho, en la parte superior de los brazos y en los muslos, y a pesar de que las he untado con una pomada antiséptica todavía no dan muestras de recesión. Tan pronto como comiencen los deshielos, tendré que llamar nuevamente al médico.
31 de diciembre de 1903
El médico me ha aconsejado que continúe con el medicamento antiséptico, que por fin ha hecho algo de efecto. Antes de irse le comentó a Julia que estas desagradables y dolorosas erupciones en la piel pueden ser un síntoma de un problema orgánico más serio, o de uno relacionado con la sangre. Julia me limpia gentilmente las llagas cada noche antes de irnos a la cama. He seguido perdiendo peso, a pesar de que en los últimos días la tendencia ha aminorado.
¡Feliz año nuevo!
1 de enero de 1904
Señalo el comienzo del nuevo año con la lúgubre reflexión de que dudo vivir para ver su final.
Me he estado distrayendo de mis propios problemas leyendo el cuaderno de Borden. Lo he leído entero, y confieso que lo he leído absorto. Me resulta imposible no hacer comentarios acerca de sus métodos, de sus opiniones, de sus omisiones, de sus errores, de los engaños en los que cae, etcétera.
Por mucho que odio y temo a Borden (y no puedo olvidarme de que está vivo y activo en alguna parte en el mundo exterior), creo que sus opiniones acerca de la magia son provocativas y estimulantes.
Le he hablado de esto a Julia, y ella está de acuerdo conmigo. No dice demasiado, pero me parece que siente, al igual que estoy comenzando a sentir yo, que Borden y yo hubiésemos sido mejores colaboradores que adversarios.
26 de marzo de 1904
He estado gravemente enfermo, y por lo menos durante dos semanas creí que me encontraba al borde de la muerte. Los síntomas han sido espantosos: he tenido náuseas y vómitos continuamente, las llagas se han extendido y tenía la pierna derecha paralizada. Mi boca se había convertido en una sola ulcera, y he padecido un dolor casi insoportable en la parte inferior de mi espalda. Huelga decir que he estado en una clínica particular en Sheffeld durante gran parte del tiempo.
Ahora, sin embargo, se ha producido un pequeño milagro y aparentemente estoy mejor. Las llagas y las úlceras han desaparecido sin dejar rastro alguno, estoy comenzando a sentir, y por lo tanto a mover, mi pierna derecha, y la sensación general de dolor y de malestar ha disminuido casi hasta desaparecer. He pasado la última semana en casa, y a pesar de que he estado postrado en la cama, mi estado de ánimo ha ido mejorando poco a poco cada día.