Cuando caí al suelo, Julia, quien por supuesto me acompañaba durante la prueba, corrió a mi lado. El primer recuerdo claro que tengo en el mundo de la postmuerte es el de sus dulces manos metiéndose en mi camisa para buscar alguna señal de vida.
Abrí los ojos, asustado y sorprendido, feliz más allá de las palabras de tenerla a mi lado, de sentir su ternura. Rápidamente pude ponerme de pie, asegurarle que estaba bien, abrazarla y besarla, ser yo mismo una vez más.
En realidad, luego, la recuperación física de esta brutal experiencia es en sí bastante rápida, pero las consecuencias mentales son formidables.
El día de aquella primera prueba en Derbyshire, me obligué a repetir la prueba por la tarde, pero como resultado fui arrojado en la más oscura de las penumbras y permanecí allí durante gran parte de la Navidad. Había muerto dos veces. Me había convertido en un muerto vivo, en un alma condenada.
Y como recuerdos de lo que hice en aquel entonces quedaron los materiales que más tarde tuvimos que guardar en la cripta. Ni siquiera pude enfrentarme a aquella horripilante tarea hasta la víspera del año nuevo, tal como he dicho.
Ayer, aquí en Londres, a plena luz eléctrica y en la familiaridad de mi taller, con el equipo de Tesla montado, sentí que debía someterme a dos ensayos más. Soy un mago, un profesional. Debo conferir una cierta apariencia a lo que hago, darle brillo y encanto. Debo proyectarme a mí mismo a través del teatro en un abrir y cerrar de ojos, y en el momento de la materialización, debo parecer un mago que ha realizado lo imposible con éxito.
Caer de rodillas, como presa de un desvanecimiento, está fuera de toda discusión.
Revelar aunque sólo sea un atisbo de la milésima de segundo de agonía que he soportado también estaría fuera de lugar.
Lo más importante es que me enfrento a un doble nivel de subterfugio que completar. Un mago en general revela un efecto que es «imposible»: un piano que parece desaparecer, una bola de billar que aparece mágicamente de la nada, una dama que atraviesa una lámina de cristal espejado. El público, por supuesto, sabe que lo imposible no se ha hecho posible.
«En un abrir y cerrar de ojos», gracias a un método científico, de hecho consigue realizar lo que hasta ahora había sido considerado imposible. ¡Lo que el público ve es realmente lo que ha sucedido! Pero no puedo permitir nunca que se sepa, porque en este caso la ciencia ha reemplazado a la magia.
Mi tarea consiste en hacer mi milagro menos milagroso gracias a mi cuidadoso arte. Debo emerger del transmisor elemental como si
no
hubiera sido golpeado violentamente hasta ser descuartizado, y golpeado bruscamente una vez más para materializarme de nuevo.
Así que trato de aprender a prepararme para enfrentar el dolor, para reaccionar sin desplomarme; doy un paso hacia adelante con los brazos en alto y una resplandeciente sonrisa, para luego hacer una reverencia y agradecer los aplausos.
Intento desconcertar al público lo suficiente, pero no demasiado.
Escribo ahora acerca de lo que sucedió ayer, porque anoche, cuando regresé a casa, estaba sumido en tal desesperación que no podía ni siquiera pensar en escribir todo lo que había sucedido. Ahora, después del almuerzo, soy más o menos yo nuevamente, pero la mera perspectiva de dos ensayos más mañana ya me está acobardando y deprimiendo.
16 de febrero de 1901
Estoy lleno de ansiedad por la actuación de esta noche en el Trocadero. Me he pasado toda la mañana en el teatro, montando el artefacto, probándolo, desmontándolo, y luego guardándolo otra vez bajo llave, seguro en sus cajas de embalaje.
Después de eso, tal como era de esperar, vinieron las prolongadas negociaciones con los tramoyistas, firmemente hostiles ante mis intenciones de colocar cajas en el escenario. Al final, una simple transacción de dinero arregló el asunto y mis deseos prevalecieron, pero esto ha significado un duro golpe en mis ingresos derivados del espectáculo. Está claro que este truco puede realizarse únicamente si puedo exigir honorarios mucho más generosos que los que haya ganado antes. Mucho depende del espectáculo de esta noche.
Ahora tengo una o dos horas libres, antes de regresar a la calle Holloway. Planeo pasar parte de este tiempo con Julia y con los niños, y trataré de dormir una breve siesta en el tiempo que quede. Sin embargo, estoy tan nervioso que el sueño me parece algo remotamente imposible.
17 de febrero de 1901
Anoche crucé el éter sin peligro alguno desde el escenario del Trocadero hasta el palco real. El aparato funcionó perfectamente.
¡Pero el público no aplaudió porque no vio lo que estaba ocurriendo! Cuando finalmente comenzaron los aplausos, fueron más atónitos que entusiastas.
El truco debe tener una estructura más sólida, una sensación de peligro más exagerada. Y el punto de llegada debe ser iluminado por un foco, para dirigir la atención hacia el sitio en el que me materializo. He hablado con Adam al respecto, y él sugiere, astutamente, que podría construir un espolón que salga desde el artefacto para atraer la electricidad que se desprende durante el número. De ese modo, sería mi mano y no el foco dirigido de un tramoyista lo que haría recaer la luz sobre mí. La magia siempre es la mejor alternativa.
Actuamos otra vez el martes en el mismo teatro.
He dejado lo mejor para el final: fui capaz de ocultar completamente la sacudida del impacto. Tanto Julia, quien vio el espectáculo desde el auditorio, como Adam, quien estaba observándolo todo a través de un pequeño agujerito que había en la cabina oculta en el fondo del escenario, dicen que mi recuperación fue casi impecable. En este caso resultó ser en mi propio beneficio que el público no estuviera totalmente atento, porque solamente ellos dos notaron el único defecto que se produjo (di un pequeño y accidental paso hacia atrás).
En lo que a mí respecta, el hecho de haber practicado con el artefacto ha minimizado el impacto, y la cosa ha ido mejorando poco a poco cada vez que lo he intentado. Es de esperar que dentro de un mes pueda soportar el efecto con aparente indiferencia.
También he notado que la subsiguiente melancolía que padezco es mucho menos intensa de lo que era después de mis primeros intentos.
23 de febrero de 1901
En Derbyshire.
Mi número del martes, bastante mejorado después de las lecciones del fin de semana, fue recompensado con una laudatoria reseña en
The Stage
, ¡un resultado más satisfactorio que nada de lo que pueda imaginarme! Ayer en el tren Julia y yo lo leímos y releímos las palabras, regocijándonos con el indudable efecto que tendrán en mi carrera. Debido a nuestro exilio temporal aquí en Derbyshire, no notaremos los resultados tangibles hasta que estemos de regreso en Londres a principios de la semana que viene, cuando hayamos terminado aquí. Puedo esperar satisfecho. Los niños están con nosotros, el clima es frío y fantástico, y estamos embelesados ante el espectáculo de sobrios colores de las llanuras y páramos de la región.
Siento que finalmente me estoy acercando a los años más álgidos de mi carrera.
2 de marzo de 1901
En Londres.
Tengo un total (sin precedentes) de
treinta y cinco
actuaciones confirmadas en mi diario de presentaciones, comprometiendo el período de los próximos cuatro meses.
Tres de éstas son espectáculos bajo mi propio nombre artístico, y uno de ellos se llamará «
El gran Danton
entretiene»; en diecisiete teatros encabezaré el programa; el resto de las fechas pagan generosamente con dinero lo que no ofrecen en prestigio.
Con todas estas posibilidades de elección he podido exigir ciertos detalles antes de aceptar, como las especificaciones técnicas relativas al área de los bastidores, así como también obligarles a cumplir con mi condición de colocar cajas en el escenario.
Ahora, suministrarme un detallado plano del auditorio se ha convertido en un punto fundamental del contrato, al igual que la firme y solemne garantía de un suministro eléctrico regular y fiable. En dos casos, los directivos del teatro están tan ansiosos por traerme ante su público que me han garantizado que instalarán el suministro eléctrico con antelación a mi espectáculo.
Estaré viajando por todo el país. Brighton, Exeter, Kidderminster, Portsmouth, Ayr, Folkestone, Manchester, Sheffeld, Aberystwyth, York, todos estos sitios y muchos más me recibirán en mi primera gira, al igual que la propia capital, donde tengo varias presentaciones.
A pesar de los viajes (en trenes y carruajes de primera clase y pagados por otros), la planificación es muy espaciada, dentro de lo razonable, y mientras mi pequeño séquito atraviesa el país tendremos muchas oportunidades para realizar las visitas que sean necesarias a la Casa Caldlow.
Mi agente ya está hablándome de giras en el exterior, tal vez pensando en otro probable viaje a Estados Unidos. (Aquí surgirían ciertos problemas adicionales, ¡pero ninguno está más allá del ingenio de un mago en la flor de la vida!). Todo es extremadamente satisfactorio, y espero ser perdonado por dejar constancia de ello en un estado de total confianza en mí mismo.
10 de julio de 1901
En Southampton.
Estoy en la mitad de un ciclo de presentaciones de una semana en cartelera en el Teatro Duchess aquí en Southampton. Julia vino ayer a visitarme, trayendo con ella, según mis peticiones, mi baúl de viaje de papeles y archivos, y como tengo acceso a este diario, éste parece ser un buen momento para realizar una de mis anotaciones periódicas.
He estado revisando y ensayando continuamente «En un abrir y cerrar de ojos» durante algunos meses, y ahora es una técnica casi perfecta. Todas mis esperanzas anteriores se han cumplido. Puedo pasar a través del éter sin reflejar en ningún momento el sufrimiento físico que soporto. La transición se produce sin ningún problema y de forma impecable, y, desde el punto de vista del público, es imposible de explicar.
Tampoco los efectos secundarios, los cuales me afectaron tanto al principio, son ya un problema. No sufro ninguna angustia depresiva, ni falta de confianza en mí mismo. Al contrario (y no le he confiado esto a nadie, ni lo he registrado en ningún otro documento más que en este diario secreto y bajo llave), la desfragmentación de mi cuerpo se ha convertido en un placer al que me he vuelto casi adicto. Al principio estaba descorazonado a causa de los pensamientos de muerte, de una vida de ultratumba, pero ahora cada noche experimento mi materialización como un nuevo nacimiento, una renovación de mi ser. Cuando todo esto comenzó me preocupaba la cantidad de veces que tendría que realizar el truco, pues me preocupaba estar listo y preparado cada vez, pero ahora, apenas termino una actuación, anhelo la próxima.
Hace tres semanas, durante un descanso temporal en mi recorrido, monté el equipo de Tesla en mi taller y me sometí al proceso. No fue para probar nuevas técnicas de presentación, ni para perfeccionar las ya existentes, sino únicamente por el placer físico que me brinda la experiencia.
La disposición de los materiales del prestigio que debe realizarse en cada espectáculo es todavía un problema, pero después de todo durante estas últimas semanas hemos desarrollado unas cuantas rutinas para que el trabajo sea realizado con el mínimo alboroto posible.
Gran parte de las mejoras que he realizado han sido en el área de la técnica de presentación. Mi error al principio fue suponer que la mera brillantez de mi efecto sería suficiente para deslumbrar a mi público. Lo que estaba desatendiendo es uno de los axiomas más antiguos de la magia, esto es, que el milagro del truco tiene que quedar muy claro en la presentación. Los públicos no son fáciles de engañar, por lo que el mago debe despertar su interés, mantenerlo y luego desconcertar toda expectación que pudieran albergar, logrando lo aparentemente imposible.
Al complementar el artefacto de Tesla con una variedad de efectos y técnicas de magia (muchos de ellos bien conocidos por los magos profesionales), convierto la presentación de «En un abrir y cerrar de ojos» en algo intrigante, incluso algo aterrador, y finalmente desconcertante. No utilizo todos los efectos en cada una de las presentaciones, y varío deliberadamente el espectáculo para mantenerme a mí mismo fresco y a mis rivales confundidos, pero a continuación detallaré algunas de las formas en que distraigo la atención del público:
Dejo que el artefacto sea inspeccionado antes de ser utilizado y, en algunas ocasiones y en algunos teatros, también
después
de haber sido utilizado; Ocasionalmente invito a un comité de testigos del público a que suba al escenario.
Soy capaz de hacer aparecer de la nada un objeto personal obtenido de un miembro del público, e identificable por ellos, tras llevármelo durante la transmisión de materia.
Solicito que algún miembro del público me «marque» con harina o tiza o algo similar, para que cuando reaparezca materializado se compruebe que soy, sin ninguna duda, el mismo hombre que estaba momentos antes a plena vista de todos sobre el escenario.
Me proyecto hacia diversos y distintos sitios del teatro, dependiendo en parte de la distribución del edificio y en parte del grado de efecto que desee alcanzar. Puedo viajar instantáneamente hasta el centro o hasta la parte de atrás de la platea baja, hasta la platea alta o hasta uno de los palcos
Es posible disponer que mi transporte me coloque en accesorios o artefactos escénicos, situados de manera tal que todos puedan verlos, únicamente para este propósito. A veces, por ejemplo, llego a una gran red que ha estado colgando vacía del techo del auditorio durante todo el espectáculo. Otro de los efectos que tiene éxito entre el público es cuando me proyecto al interior de una caja sellada, encima de un soporte para que todo el público la vea, y rodeada de un grupo de personas del público de modo que yo no pueda entrar a través de una puerta o de una trampilla oculta.
Sin embargo, esta libertad me ha hecho imprudente. Una noche, prácticamente a causa de un capricho, me proyecté a mí mismo dentro de un tanque de cristal lleno de agua colocado sobre el escenario. Éste fue un grave error, porque cometí el pecado capital del mago: no había ensayado el efecto y dejé gran parte al azar. A pesar de que mi sensacional y acuáticamente explosiva llegada al agua puso al público de pie, preso de la emoción, también casi me mata. Mis pulmones instantáneamente se llenaron de agua, y durante un par de segundos estuve luchando para mantenerme con vida. Únicamente el rápido proceder de Adam Wilson me salvó la vida. Fue un espantoso recordatorio de uno de los anteriores ataques de Borden.