El protector (17 page)

Read El protector Online

Authors: Larry Niven

No había lugar en los parques nacionales e internacionales de la Tierra para todos los potenciales mochileros en 2341. La lista de espera para la Jungla del Amazonas era de dos años; los otros parques tenían listas similares. Por lo tanto, Elroy Truesdale llevó su mochila por Londres, París, Roma, Madrid, Marruecos, El Cairo. Tomó trenes supersónicos entre las ciudades. Comió en restaurantes, llevando ahora tarjetas de crédito en lugar de alimentos deshidratados. Era algo que había planeado hacer desde mucho tiempo atrás, pero nunca había tenido el dinero.

Contempló las pirámides, la torre Eiffel, la torre de Londres, la torre inclinada de Pisa… que había sido enderezada. Visitó el Valle de los Caídos. Pisó carreteras romanas en una docena de naciones.

Por todas partes había mochileros. A la noche acampaban en lugares dispuestos a propósito por las ciudades en las afueras, usualmente antiguos garajes o autopistas abandonadas. Agrupaban sus cocinas livianas para formar un fuego de campamento, sentarse a su alrededor y enseñarse las antiguas canciones unos a otros. Cuando se hartó de ello, Truesdale descansó en hoteles.

Tiraba medias gastadas a un ritmo furioso, y compraba nuevas en los dispensadores ubicados en los puntos de campamento. Sus piernas se volvieron duras como la madera.

Un mes de esto, y no había acabado aún. Algo lo estaba impulsando a verlo todo en la Tierra. Una pausa lo llevó a la vastedad de Australia, probablemente el menos popular de los parques nacionales. Pasó una semana allí. Necesitaba el silencio y el espacio.

Entonces fue a Sydney, y vio a una chica con un corte de pelo Espacial.

Ella le daba la espalda. Él vio una cola de cabello negro ondulante, tan largo como para llegar a la cintura. La mayor parte del cuero cabelludo estaba afeitado y tan oscuramente bronceado como el resto de ella, a cada lado de una cresta de cinco centímetros de ancho.

Veinte años antes no le hubiera desagradado. Entonces había habido una moda por la cresta Espacial. Pero había pasado la moda, y ahora ella era un eco de tiempo atrás… ¿O de muy lejos? Era alta como cualquier Espacial, pero tenía una musculatura bien desarrollada. Estaba sola; no se había juntado a la congregación de fuegos que había en el otro extremo del lugar.

Estaban en el octavo piso de un garaje de diez plantas. Una canción mal cantada producía ecos entre el piso y el techo de concreto. «Yo había nacido hace diez mil años… Cuando lleguemos a la Luna les mostraremos como…»

Una Espacial de verdad… ¿mochilera? Truesdale caminó hacia ella a través de un laberinto de bolsas de dormir.

—Discúlpeme, ¿es usted una Espacial?

Ella giró.

—Sí. ¿Y con eso…?

Sus ojos eran marrones y su cara adorable, aunque era toda planos y ángulos, y no le estaba dando la bienvenida. Podía reaccionar mal ante un paso en falso. Tal vez no le gustaran los llaneros, y ciertamente estaba cansada de juegos.

—Deseo contarle una historia a un Espacial —dijo Truesdale.

Ella frunció sus cejas: un gesto irritado.

—¿Por qué no se va al Cinturón?

—No llegaría esta noche —dijo él, razonablemente.

—Está bien, comience.

Truesdale refirió su secuestro en los Pináculos. Con un poco de vergüenza, lo contó rápido. Ya sentía no haberse ido directamente a dormir. Ella lo escuchó con paciencia forzada; luego preguntó:

—¿Por qué me cuenta esto?

—Bien, hubo otros dos casos de este tipo de secuestro aquí, ambos hace mucho tiempo. Me preguntaba si algo como esto pasó en el Cinturón.

—No lo sé. Quizá haya algún registro en los archivos de los Dorados.

—Bien, gracias —dijo Truesdale, y se fue.

Él yacía en su bolsa de dormir, con los ojos cerrados, los brazos cruzados sobre su pecho. Mañana… ¿Brasilia? Los demás aún cantaban.

«Porque una vez firmé con Amra, y casi pierdo mi maldita piel;

Porque la sangre corrió como agua cuando la pelea dio comienzo.

Soy el único marinero que saltó del barco de Vandervecken…»

Los ojos de Truesdale se abrieron súbitamente.

«…y esa es una de las cosas más extrañas que un hombre hará jamás».

Había estado mirando en la dirección equivocada.

Los mochileros tienden a levantarse con la aurora. Para desayunar, algunos prefieren ir a restaurantes abiertos toda la noche; otros se hacen el propio desayuno. Truesdale estaba cocinando huevos desecados-congelados cuando se le acercó la chica.

—¿Me recuerda? Me llamo Alice Jordan.

—Roy Truesdale. Le invito unos huevos.

—Gracias.

Ella le alcanzó un paquete, que él mezcló con agua y lo agregó al resto. Se veía distinta esta mañana: descansada, más joven, menos formidable.

—Comencé a recordar cosas anoche, casos como el suyo. Realmente existen. Verá, yo soy una Dorada y escuché acerca de ellos, aunque nunca me preocupé por los detalles.

—¿Usted es una Dorada?

¿Una policía? Bueno, ella era de su altura; debía tener los músculos para manejar a cualquier Espacial.

—Antes fui contrabandista —agregó, un poco a la defensiva—, pero un día decidí que el Cinturón necesitaba el ingreso más que los contrabandistas.

—Tal vez deba ir yo mismo al Cinturón —dijo él, ligeramente. Pensaba: «O ver a Robinson para que pida los archivos».

Los huevos estaban listos; se los sirvieron en las tazas que todos los mochileros llevan en el cinturón.

—Dígame más acerca de ese caso Vandervecken —dijo ella.

—No hay mucho más que decir. Desearía poder olvidarlo.

No había podido sacárselo de su cabeza por más de un mes. Había sido robado.

—¿Fue usted a la policía de inmediato?

—No.

—Eso es lo que recordaba. El Arrebatador elige sus víctimas en el Cinturón Principal; los tiene por cuatro meses o algo así, luego los soborna. La mayor parte de las veces el soborno es suficiente. Supongo que este no es su caso.

—Casi —no iba a hablarle de su abuela Estela a una extraña—. Pero si la mayor parte de ellos aceptan el soborno… ¿cómo se enteraron acerca de esos casos?

—Bueno, no es tan fácil esconder una nave desaparecida. Generalmente las naves desaparecen del Cinturón Principal, y luego reaparecen cuatro meses después en la misma órbita. Pero si los telescopios no las encontraron por cuatro meses, alguien tiene que hacerse preguntas.

Arrojaron los restos de los huevos de sus tazas sin rozamiento y las llenaron con café en polvo y agua hirviendo.

—Hay varios casos de esta clase, y todos sin resolver —dijo ella—. Algunos Espaciales piensan que es el Exterior, tomando muestras.

—¿Exterior?

—El primer extrahumano que encontraremos nunca.

—¿Como la Estatua del Mar? ¿O ese extraño que aterrizó en Marte durante…?

—No, no —dijo ella, impaciente—. La Estatua del Mar estaba enterrada en la plataforma continental, en la misma Tierra. Ha estado allí por millones de años. Y el Pak era una rama de la humanidad, por lo que se puede decir. No, aún estamos esperando al verdadero Exterior.

—Y usted piensa que está tomando muestras para ver si estamos listos para la civilización. Cuando lo estemos, él vendrá.

—No dije que yo misma lo crea.

—¿Lo cree?

—No lo sé. Pienso que es una historia encantadora, y asusta un poco, también. Nunca se me ocurrió que también tomara muestras de entre los Llaneros.

Él rió.

—Gracias.

—Sin ofensa.

—De aquí me voy a Brasilia —dijo. No era exactamente una oferta.

—Yo descansaré. Un día de marcha, uno de descanso. Soy fuerte para ser Espacial, pero no puedo seguir día tras día —ella vaciló—. Por eso no viajo con nadie. He tenido ofertas, pero odiaría pensar que estoy frenando a alguien.

—Ya veo.

Ella se levantó. Lo mismo hizo Truesdale. Tenía la impresión de que ella lo miraba desde arriba, pero era una ilusión.

—¿Dónde estas asignada? ¿Ceres? —preguntó él.

—Vesta. Adiós.

—Adiós.

Viajó a Brasilia, São Paulo y Río de Janeiro. Admiró Chichen Itzá y conoció la comida peruana. Llegó a Washington, D.C.

El robo de cuatro meses de su vida aún ardía en su cerebro.

El centro de Washington estaba bajo una cúpula ambiental; no lo dejarían entrar con una mochila. Washington era una ciudad de negocios: gobernaba una respetable sección del planeta Tierra.

Se fue directamente al Instituto Smithsoniano.

La Estatua del Mar era una figura no totalmente humanoide, de superficie reflectante. Se levantaba sobre sus pies planos con ambas manos de tres dedos levantadas como contra una amenaza. A pesar de las edades que había pasado en el fondo del mar, no mostraba signos de corrosión. Se veía como el producto de una civilización avanzada… y lo era; era un traje de presión con un campo de éstasis para emergencias, y la cosa en su interior era muy peligrosa. Una vez se había escapado.

El Pak en exposición era una vieja y cansada momia. Su cara era dura e inhumana, sin expresión. Su cabeza estaba torcida en un extraño ángulo, y sus brazos colgaban laxos a los lados, indefensos contra lo que había aplastado su garganta. Truesdale leyó su historia en el libro guía, y sintió piedad. Había venido de tan lejos para salvarnos a todos…

Así que había cosas allí afuera. El universo era lo bastante grande como para contener toda clase de cosas. Si algo estaba tomando muestras de la humanidad, las únicas preguntas eran: ¿por qué molestarse en hacerlo?, y ¿por qué molestarse en devolverlas?

No, en realidad había más. Preguntas incómodas: ¿Por qué ir a la misma Tierra por Llaneros? Las parejas ricas pasaban sus lunas de miel en Titán, bajo la enorme maravilla anillada de Saturno. Seguramente sería fácil secuestrar un especial de luna de miel. ¿Y porqué tomar Espaciales del Cinturón Principal? Unos cuantos de ellos aún salían para minar los límites exteriores.

Tenía un vislumbre entonces, pero no el modo de aclararlo. Lo guardó para más tarde…

Había una senda junto al Mississipi, y algo para escalar en las Rocosas. Se rompió una pierna allí y tuvo que ser llevado a una ciudad construida en un cañón dentado. Un doctor ajustó su pierna y usó tratamientos de reparación.

Luego voló a casa. Ya había tenido suficiente.

La Policía de San Diego no tenía nueva información acerca de Lawrence St. John McGee.

—Ha conseguido más que suficiente para comprar un transplante de cara y huellas digitales —le había dicho una vez un agente.

Había pasado un año desde que se dejó caer por allí. En el destacamento se habían acostumbrado a verlo, y en realidad estaban un poco hartos de él. Era claro para Truesdale que la policía ya no esperaba encontrar a McGee o el dinero. Ahora sólo hacían tiempo, y esperaban a que se fuera.

Truesdale fue a los cuarteles generales de la MRA. Tomó un taxi en lugar de una acera móvil; su pierna aún le dolía.

—Trabajamos en ello —le dijo Robinson—. Un caso tan extraño no se olvida. En realidad… Bien, no importa.

—¿Qué?

El teniente sonrió súbitamente.

—No hay una conexión real, pero… Pregunté a la computadora del sótano por otros crímenes sin resolver que incluyan tecnología avanzada, sin poner límite de tiempo. Conseguí algunas cosas extrañas. ¿Ha oído hablar del duplicado de Stonehenge?

—Seguro. Estuve allí un mes y medio atrás.

—¿No es extraordinario? Algún payaso montó ese duplicado en una sola noche, y a la mañana siguiente había dos Stonehenges. No puede verse ninguna diferencia, excepto por la posición: el duplicado está unos pocos cientos de metros al norte. Hasta están talladas las mismas iniciales en las rocas.

Truesdale asintió.

—Lo sé. Esa debe haber sido la broma más cara del mundo.

—En realidad, ni siquiera sabemos cuál de los dos es el Stonehenge que estaba. Suponga que el bromista movió el verdadero. Él tenía la forma de mover todas las rocas en el duplicado; así que todo lo que tenía que hacer era mover todas las rocas del verdadero y poner el duplicado en su lugar.

—Mmm, mejor no se lo diga a nadie.

El MRA se rió.

—¿Ha obtenido algo del Cinturón? —preguntó Truesdale.

Robinson perdió su sonrisa.

—Sí. Media docena de casos de secuestro y amnesia, y todos sin resolver. Aún pienso que estamos buscando a un Struldbrug.

Todos sin resolver. Eso presagiaba mala fortuna para el caso de Truesdale.

—Un viejo Struldbrug —dijo el teniente—. Alguien que ya era lo suficientemente mayor ciento veinte años atrás; habrá imaginado que había aprendido bastante como para solucionar los problemas de la humanidad. O tal vez, para escribir el libro definitivo del progreso humano. Así que comenzó a tomar muestras.

—¿Y todavía está en eso?

—O quizá un nieto se apoderó del negocio… —Robinson suspiró—. No se preocupe por eso. Lo atraparemos.

—Seguro. Sólo se han pasado ciento veinte años en su búsqueda.

—No se burle —dijo Robinson.

Y eso fue todo.

El centro de la policía Dorada estaba en el centro de gobierno: Ceres. Los cuarteles policiales en Palas, Juno, Vesta y Astraea eran en cierto sentido redundantes, pero muy necesarios. Entre los cinco asteroides podían cubrir todo el Cinturón Principal durante prácticamente todo el tiempo. Alguna vez había ocurrido que todos estuvieran del mismo lado del Sol al mismo tiempo, pero eso era muy raro.

Vesta era el menor de los cinco. Sus ciudades estaban en la superficie, bajo cuatro grandes cúpulas dobles. Tres veces en su historia, una cúpula se había agujereado: no era la clase de evento que se pudiera olvidar. Ahora, todos los edificios de Vesta eran a prueba de presión, y varios tenían tubos con compuertas herméticas que atravesaban la cúpula.

Alice Jordan entró por la escotilla policial de Waring City; volvía de una patrulla de rutina en busca de contrabandistas. Había dos cámaras, y luego un túnel puntuado con trajes de presión. Ella se quitó el propio —el dibujo en el pecho mostraba un fluorescente dragón hembra respirando fuego— y lo colgó.

—Sin suerte —informó a su superior, Vinnie García.

Vinnie le sonrió. Era oscura y mimbreña, con dedos largos y delgados; estaba mucho más cerca del estereotipo Espacial que Alice Jordan.

—Sin embargo, tuviste alguna suerte en la Tierra.

—Por Finagle que no; tienes mi informe.

Alice había ido a la Tierra con la esperanza de resolver un creciente problema social. Un pecado Llanero —el cable, la práctica de pasar corriente por el centro de placer del cerebro— se había estado difundiendo en el Cinturón. Infortunadamente, la solución de la Tierra era esperar. En trescientos años se solucionaría solo… pero eso era poco satisfactorio para Alice Jordan.

Other books

02-Shifting Skin by Chris Simms
Balls and Strikes by Michael, Sean
01 - Honour of the Grave by Robin D. Laws - (ebook by Undead)
Dorcas by Dara Girard
Dead Gorgeous by Malorie Blackman
ICO: Castle in the Mist by Miyuki Miyabe, Alexander O. Smith