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Authors: Larry Niven

El protector (21 page)

—Calma, calma. Nosotros vinimos hacia él.

—Puedo hacer una toma Doppler del Sol; al menos nos dará la velocidad radial. No puedo hacer lo mismo con Perséfone, sería demasiado débil… —se volvió súbitamente, su rostro convulso.

—Tómalo con calma, Capitán.

Estaba llorando. Cuando él la abrazó, ella golpeó suavemente sus hombros con los puños.

—No me gusta esto. Odio depender de alguien… —sollozó atormentadamente.

Ella tenía más responsabilidades que él, más tensión. Y no podía depender de nadie. Roy siempre tuvo a quien acudir en una emergencia, gracias a su gran familia. Ahora descubría, afligido, que había quien no tuvo tan gran seguridad en su vida.

El amor era una clase de interdependencia, pensó. Lo que Alice y él tenían tal vez nunca fuera amor. Muy malo. Y era algo muy tonto de pensar mientras esperaban el capricho de Brennan, o del Arrebatador, o de Vandervecken, o quienquiera que estuviera allí afuera: una frágil cadena de razonamientos, contra algo que movía espacionaves como juguetes en el piso de una guardería. Y Alice, que tenía su cabeza enterrada en su hombro como si quisiera borrarse del mundo, a pesar de ello los tenía a ambos anclados a la pared con una mano. Él no había pensado en ello.

Se endureció y se dio vuelta, soltando a Alice. Miró por un momento, luego movió los controles del telescopio.

Se veía como un asteroide distante. No estaba donde el indicador de masas había apuntado, sino más allá de ese punto. Cuando Alice puso la imagen en la pantalla y la agrandó, no podían creer a sus ojos. Era como un paisaje iluminado por el sol en la tierra de las hadas, todo césped y árboles y cosas creciendo, y unos pocos edificios pequeños, en suaves formas orgánicas; pero era como si tal trozo de paisaje hubiera sido tomado y moldeado a mano por un topólogo juguetón.

Era un cuerpo pequeño, demasiado pequeño para sujetar la película de atmósfera que se podía ver alrededor, o el estanque azul que destellaba sobre un lado. Una rosquilla, un toroide hecho de arcilla de modelar con depresiones y bultos en su superficie, y una pequeña esfera color verde botella flotando en el agujero central, y un solo árbol creciendo desde la esfera. Se podía ver la esfera muy claramente. Debía ser enorme.

Y el lado cercano de la estructura estaba totalmente bañado en la luz del sol. ¿De dónde venía la luz del Sol?

—Estamos llegando a… eso —Alice estaba tensa, pero no había lágrimas en su voz. Se había recuperado rápido.

—¿Qué hacemos ahora? ¿Aterrizar por nosotros mismos, o esperar que él lo haga por nosotros?

—Pondré a calentar el impulsor —dijo ella—. Su generador de gravedad debe provocar tormentas en esa atmósfera artificial.

Él no preguntó «¿Cómo lo sabes?». Ella estaba adivinando, por supuesto.

—¿Armas?

Las manos de ella descansaron en las teclas mientras lo miraba.

—Él no… no lo sé.

Él consideró la cuestión por un momento, y ahí perdió su oportunidad.

Cuando se despertó pensó que estaba en la Tierra. Brillante luz diurna, cielo azul, la picazón de la hierba contra su espalda y piernas, la caricia, sonido y aroma de una brisa suave y con polen… ¿Había sido abandonado en otro parque nacional, entonces? Giró sobre su costado y vio a Brennan.

Brennan se sentaba en la hierba, abrazando sus rodillas nudosas, mirándolo. Estaba desnudo, excepto por un chaleco largo que era todo bolsillos: bolsillos grandes, bolsillos pequeños, lazos para herramientas, bolsillos en los bolsillos y dentro de bolsillos; y en su mayor parte estaban llenos. Debía estar cargando su propio peso en impedimenta. Donde el chaleco no lo cubría, la piel de Brennan era toda pliegues sueltos, parecidos a cuero suave. Se veía como la momia del Pak en el Museo Smithsoniano, pero era más grande y aún más feo. El bulto de los pómulos y la frente estropeaba las suaves líneas del cráneo Pak. Sus ojos eran marrones, pensativos y humanos.

—Hola, Roy —saludó.

Roy se sentó convulsivamente. Allí estaba Alice, de espaldas, con los ojos cerrados. Aún llevaba su traje de presión, pero la capucha estaba abierta. Y más allá estaba la nave, descansando de panza en… en…

Vértigo.

—Ella estará bien —estaba diciendo Brennan. Su voz era seca, levemente extraña—. Igual que tú. No deseaba que llegaran con las armas disparando. Este ecosistema no es fácil de mantener.

Roy miró de nuevo hacia arriba, por una cuesta verde redondeada, hacia donde una masa imposible flotaba lista para caer sobre él. Un esferoide cubierto de césped con un solo árbol gigantesco creciendo en un lado. La nave descansaba sobre el tronco del árbol. Debía caer también, pero no lo hacía.

Alice Jordan se sentó. Roy se preguntó si tendría pánico, pero ella estudió al monstruo Brennan por un momento, entonces dijo:

—Así que teníamos razón.

—Bastante cerca —coincidió Brennan—. Sin embargo, no hubieran encontrado nada en Perséfone.

—Y ahora somos prisioneros —dijo ella, amargamente.

—No. Son huéspedes.

La expresión de ella no cambió.

—Ustedes piensan que estoy usando eufemismos, pero no es así. Cuando me vaya de aquí les dejaré este lugar. Mi trabajo está casi terminado. Deberé enseñarles algunas cosas para que no se maten a sí mismos pulsando los botones equivocados, y de hecho les daré Kobold. Tendremos tiempo para eso.

¿Dar? Roy pensó en la posibilidad de quedarse abandonados en ese lugar, inalcanzablemente lejos de casa. Una agradable prisión. ¿Pensaba Brennan que estaba instalando un nuevo Jardín del Edén? Pero aún seguía hablando:

—…Tengo mi propia nave, por supuesto. Les dejaré la suya. Inteligentemente ahorraron combustible. Saldrás muy rico de esto, Roy. Usted también, señorita…

—Alice Jordan —dijo ella.

Lo estaba tomando bastante bien, pero parecía no saber qué hacer con sus manos. Temblaban.

—Llámeme Jack, o Brennan, o el monstruo Brennan. Aunque no estoy seguro de si todavía puedo ser llamado con el nombre que me dieron al nacer.

Roy dijo dos palabras:

—¿Por qué?

Brennan entendió.

—Porque mi trabajo está terminado. ¿Qué piensan que he estado haciendo aquí por doscientos veinte años?

—Usando generadores de gravedad como una forma de arte —dijo Alice.

—Eso también. Pero principalmente he estado buscando radicales de litio de alta energía en Sagitario —Brennan los miró a través de la máscara que era su cara—. No estoy siendo críptico. Estoy tratando de explicarme, para que no estén tan nerviosos. Tenía un propósito aquí afuera. Durante las últimas semanas he encontrado lo que buscaba. Ahora me iré. Nunca soñé que les tomaría tanto.

—¿A quienes?

—A los Pak. Veamos, ustedes deben haber estudiado el incidente con Phssthpok en detalle, o no habrían llegado tan lejos. ¿Se preguntaron a ustedes mismos qué hicieron los Protectores de Pak sin hijos luego de que Phssthpok se fue?

Claramente no lo habían hecho.

—Yo sí lo hice.

»Phssthpok estableció una industria del espacio en Pak. Encontró el modo de hacer crecer árbol de la vida en los brazos galácticos. Luego construyó una nave, y ésta funcionó bien, según lo que los Pak podían detectar. ¿Y luego qué?

»Imaginen a todos esos Protectores sin hijos buscando una misión en la vida. Y ahora tenían una industria del espacio, para construir naves diseñadas para un trabajo. Algo pudo pasarle a Phssthpok, ya saben. Un accidente. O pudo perder el deseo de vivir a medio camino de su destino.

Roy pudo verlo entonces.

—Ellos mandaron otra nave.

—Sí, eso es lo que hicieron. Aún si llegara aquí, Phssthpok podría aprovechar algo de ayuda al tener un volumen de treinta años luz de radio donde buscar. Pero quienes siguieran a Phssthpok no vendrían directamente al Sol; Phssthpok ya habría buscado en el sistema para cuando llegaran. Ellos se dirigirían a un costado del área más obvia de búsqueda de Phssthpok. Por eso me figuré que tendría unos años extra —dijo Brennan—. Yo pensaba que ellos mandarían otra nave casi de inmediato, y temí no estar listo.

—¿Qué pudo hacer que tardaran tanto?

—No lo sé —Brennan hizo que sonara como una admisión de culpa—. Una cabina de carga más pesada, tal vez Criadores en animación suspendida, en caso de que nos hubiéramos extinguido en dos millones y medio de años.

—Dices que has estado vigilando… —dijo Alice.

—Sí. Un sol no quema el combustible como un estatorreactor Bussard. Hay una constricción y un infierno de calor, luego el gas se expande en el espacio mientras está todavía en fusión. Un estatorreactor Bussard arroja muchas sustancias químicas extrañas: hidrógeno y helio de alta energía, radicales de litio, algunos boratos, aún hidruro de litio, que es generalmente una sustancia imposible de hallaren el espacio. En modo de deceleración, todo eso sale en una corriente de alta energía a casi la velocidad de la luz.

»La nave de Phssthpok funcionaba así, y no creo que hayan modificado el diseño. No sólo porque funcionaba bien, sino porque era el mejor diseño que podían conseguir. Cuando eres tan brillante como un Pak, hay sólo una respuesta correcta para un juego de herramientas dado. Me pregunté si algo habría pasado a su tecnología luego de que Phssthpok se fue. Algo como una guerra… —hizo una pausa, y agregó:—. De todos modos, he encontrado químicos extraños en Sagitario. Alguien viene hacia aquí.

Roy temía preguntar.

—¿Cuántas naves son?

—Una, por supuesto. En realidad no he conseguido la imagen, pero ellos deben haber enviado la siguiente nave tan pronto como la construyeron. ¿Por qué esperar? Y tal vez otra nave siguiéndola, y otra siguiendo a ésta. Las buscaré desde aquí, mientras aún tengo mi «telescopio».

—Y entonces… ¿qué harás?

—Entonces destruiré tantas naves como haya.

—¿Así porque sí?

—Todavía creo que es lo lógico —dijo Brennan con cierta amargura—. Miren: si un Pak supiera como es la raza humana, trataría de exterminarla. ¿Qué se supone que haga yo? ¿Mandarle un mensaje, pedir tregua? Aún esa información le diría lo suficiente.

—Podrías convencerlo de que eres Phssthpok —dijo Alice.

—Probablemente podría hacerlo. Y entonces, ¿qué? Él dejaría de comer, por supuesto. Pero antes entregaría su nave. Nunca creería que hemos desarrollado la tecnología para hacer monopolos artificiales, y su nave será sólo la segunda de su tipo en este sistema, y también necesitaríamos el óxido de talio qu lleva.

—Hum.

—Hum —la imitó Brennan—. ¿Piensas que me gusta la idea de asesinar a alguien que viene desde treinta y un mil años luz, que viene para salvarnos de nosotros mismos? Lo he estado pensando por un largo tiempo. No hay otra respuesta. Pero no dejen que eso los detenga. Piénsenlo bien.

Brennan se levantó.

—Mientras están en eso, pueden explorar Kobold también. Lo poseerán eventualmente. Todas las cosas peligrosas están detrás de puertas. Tengan una pelota, naden donde encuentren agua, jueguen al golf si lo desean. Pero no coman nada, y no abran ninguna puerta. Roy, cuéntale la historia de Barbazul —apuntó con su mano hacia una colina baja—. Por ese camino, y a través del jardín, llegarán a mi laboratorio. Estaré allí cuando me busquen. Tómense su tiempo.

Y se fue, no paseando, sino corriendo. Se miraron uno al otro.

—¿Piensas que realmente quería decir eso?

—Me gustaría —dijo Roy—. Gravedad generada. Y este lugar, Kobold. Con generadores de gravedad podríamos moverlo hacia el sistema solar, tal vez, y ponerlo como un parque de diversiones.

—¿Qué quiso decir con… Barbazul?

—Quiso decir: «Realmente no abras las puertas».

—Oh.

Dada una ilimitada elección de la dirección, ellos eligieron seguir a Brennan sobre la colina, pero no pudieron verlo de nuevo. Kobold tenía el horizonte agudamente curvado de cualquier pequeño asteroide, al menos desde el otro lado del toroide.

Sin embargo, encontraron el jardín. Había nogales, árboles frutales y parches de vegetales en todo estado de madurez. Roy arrancó una zanahoria, y eso le trajo recuerdos: él y algunos primos, todos en torno a los diez años, caminando con la Abuelita Estela en la pequeña huerta de su propiedad. Arrancaron zanahorias, y las lavaron en una fuente.

Arrojó la zanahoria sin probarla. Caminaron bajo los naranjos sin tocar la fruta. En el país de las hadas, uno no ignora a la ligera los mandatos del brujo residente… especialmente porque Roy no estaba seguro de que Brennan entendiera el poder que tiene la tentación de desobedecer.

Una ardilla se arrojó hacia un árbol cuando se acercaron. Un conejo los miró desde una fila de remolachas.

—Me recuerda al Asteroide Confinamiento —dijo Alice.

—A mí me recuerda a California —dijo Roy—. Excepto por el modo en que la gravedad cambia. Me pregunto si he estado aquí antes.

Ella lo miró intensamente.

—¿Recuerdas algo?

—No, nada. Todo es extraño. Brennan no mencionó para nada los secuestros. ¿O sí lo hizo?

—No. Él… debe pensar que no debe hacerlo. Debemos habérnoslo figurado, dado que estamos aquí. Si Brennan piensa con pura lógica, entonces estaría cubriendo viejo terreno, tal como si en verdad lo hubiéramos hablado.

Más allá del jardín pudieron ver los remates de la torre de un castillo medieval, casi colgando de costado desde su perspectiva. El laboratorio de Brennan, sin dudas. Ellos curiosearon un poco, luego se alejaron.

La tierra se volvió más salvaje, con algo del chaparral de California. Vieron un zorro, ardillas de tierra, un gato salvaje. El lugar era abundante en vida: era como cualquier parque, excepto por el modo en que se curvaba.

En la zona interior del toroide se detuvieron justo debajo de la enorme esfera herbosa, mirando hacia su nave. El gran árbol apuntaba sus ramas hacia ellos.

—Casi puedo alcanzar esas ramas —dijo Roy—. Podría bajar por ellas hacia la esfera.

—No importa. Mira allí.

Ella apuntó alrededor de la curva de la rosquilla. Donde ella señalaba había una corriente de agua, y una catarata que caía desde el medio, desde la sección principal de Kobold hacia la esfera herbosa.

—Ajá. Si usamos la cascada podemos llegar a la nave.

—Brennan debe tener un medio para llegar desde aquí hasta allí.

—Él lo dijo: «Naden en cualquier agua que encuentren».

—Pero yo no sé nadar. Deberás hacerlo tú —dijo Alice.

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