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Authors: Larry Niven

El protector (19 page)

—¿Gratis?

—…y apenas lo vale. Si estás quebrado, o afuera en el espacio, te mantendrá alimentado, y prácticamente crece sola. Una comida Espacial normal es casi vegetariana, excepto por huevos y pollos. Criamos gallinas en casi todas las grandes cúpulas. Se obtiene carne de vaca y cerdo en los mundos burbuja, y la comida del mar… bien, debemos importarla. Algo llega congelado-desecado, eso es más barato.

Marcaron sus órdenes en el teclado del mozo. En un restaurante de la Tierra estos precios hubieran significado mozos humanos, pero Roy de algún modo no podía imaginar a un Espacial en el papel de mozo.

Los bifes a la Diana eran demasiado pequeños, pero los vegetales eran variados y sabrosos. Alice comió con un placer que él admiró.

—Extrañaba esto —dijo—. En la Tierra tenía que viajar con la mochila para quemar todo lo que comía.

Roy bajó su tenedor.

—No puedo imaginar qué estamos comiendo.

—Olvídalo por un rato.

—Está bien. Cuéntame de ti misma.

Ella le habló de su niñez en el asteroide Confinamiento, y las gruesas ventanas del sótano desde donde podía ver las estrellas: estrellas que no significaron nada para ella hasta su primer viaje al exterior. Los cursos de entrenamiento en el vuelo de naves espaciales no eran obligatorios, pero tus amigos podían pensar que eras extraña si no los tomabas. Su primera corrida de contrabando, y el piloto Dorado que se adhirió a su curso como una sanguijuela, riéndose de ella en la pantalla del intercomunicador. Tres años transportando comestibles y maquinaria hidropónica a los troyanos antes de intentarlo otra vez, y entonces había aparecido de nuevo esa cara riente, y cuando ella se disgustó por ello él le había dado lecciones de economía durante todo el camino a Héctor.

Bajaron para tomar café (congelado-desecado) y brandy (un excelente producto del Cinturón). Él le habló acerca de sus primos y primos segundos y las generaciones de tíos y tíos segundos y tíos abuelos y las tías que iban con ellos, todos dispersos por el mundo, de modo que tenía parientes dondequiera que eligiera ir. Le habló de su Abuela Estela.

—Así que él tenía razón —dijo ella.

Él supo exactamente qué quería decir.

—Yo no habría ido con la policía de no haber recibido la herencia. No podría haber rechazado el dinero. Alice, él piensa de ese modo acerca de toda la especie humana. Somos como títeres. Y él es el único que puede mover los hilos.

El rostro de Alice se contrajo al gruñir.

—No me gusta que alguien piense en mí de esa forma.

—Y toma muestras para ver cómo lo estamos haciendo, adónde estamos yendo. Supongo que su próximo paso es un proyecto de crianza selectiva.

—Está bien; ¿cuál será nuestro próximo movimiento?

—No lo sé.

Él bebió su brandy. Maravilloso; parecía evaporarse en su boca. El Cinturón debería exportarlo. Sería barato en combustible: todo el tiempo bajando.

—Tenemos tres opciones, según creo —dijo ella—. La primera sería decir a todo el mundo lo que sabemos; a Vinnie para empezar, luego a algún editor de periódicos que escuche.

—¿Y por qué nos escucharía?

—Oh… —ella movió una mano displicentemente— Lo publicarían, pienso. Echa una nueva luz a las cosas. Pero no tenemos pruebas… Tenemos una teoría con un enorme agujero en ella, y eso es todo lo que tenemos.

—¿De qué se alimenta Brennan?

—Correcto; ése es el agujero.

—Bien, podríamos probar…

Alice pulsó el botón de llamada. Cuando el mozo llegó deslizándose sobre un susurro de aire, ella marcó por otras dos copas de brandy.

—Entonces ¿qué?

—Sí…

—La gente escucharía, y hablaría de ello, y se haría preguntas. Pero no pasaría nada. Y gradualmente se olvidaría. Brennan sólo deberá esperar tanto como le parezca, ochocientos años, mil…

—Nunca lo sabríamos. Estaríamos gritando en el vacío —resumió él.

—Correcto. La segunda opción es olvidar todo el asunto.

—No.

—Coincido. La tercera opción es ir tras de él. Con una flota de la policía del Cinturón, si nos respaldan; de otro modo, solos.

Él pensó acerca de ello, mientras bebía de su brandy.

—¿Ir adónde?

—Vamos a pensar acerca de eso —sugirió Alice, los ojos medio cerrados—. Él salió hacia el espacio interestelar. Se detuvo en el cinturón de cometas, bien afuera de la órbita de Plutón, por un par de meses… se detuvo por completo, lo que debe haberle costado muchísimo combustible. Y luego siguió.

—Su nave siguió. Si él está aquí ahora, debe haber enviado sólo la sección de impulso Pak. Eso lo deja con una cabina de comando Pak y un monoplaza del Cinturón.

—Y combustible. Todo el combustible que extrajo de los tanques de reserva de maniobra en la sección del impulsor. Fueron llenados antes de que robara la nave.

—Todo encaja. Hemos de asumir que halló una manera de criar las raíces para comer. Tal vez tomó algunas semillas de la sección de carga antes de dejar Marte. ¿Qué necesitará que ya no tenga?

—Un hogar. Una base. Materiales de construcción.

—¿Puede haber minado los cometas para conseguir eso?

—Tal vez. Gases y químicos, seguramente.

—Bueno. He estado pensando en eso, también —dijo Truesdale.

—Hablas en forma tan liviana del cinturón cometario… ¿Piensas que se trata de un anillo de rocas como el Cinturón de asteroides? El cinturón cometario es una región definida sólo por convención.

Ella hablaba con cierto cuidado. El brandy estaba empastando su lengua. Si mutilaba alguna palabra complicada sólo podría reír sin parar.

—Es donde los cometas se frenan y flotan y vuelven a caer hacia el sol —él sabía lo que decía—. Es de diez a veinte veces mayor en volumen que el Sistema Solar, e incluso la mayor parte del Sistema Solar está en un plano, de todos modos. Hay hidrógeno en los compuestos de la cola de un cometa, ¿verdad? Así que Brennan no tiene problemas de combustible. Puede estar en cualquier parte de esa zona hoy, y en otra parte mañana. ¿Dónde lo buscaremos?

Ella lo miró estrechamente.

—¿Te estás dando por vencido?

—Estoy tentado. No es que él sea demasiado grande: es demasiado pequeño, y el lugar en que se esconde es una mierda de enorme.

—Hay otra posibilidad —dijo ella—. Perséfone.

Perséfone. ¿Cómo demonios pudo él olvidar que había un décimo planeta? Pero aún así…

—Perséfone es un gigante de gas, ¿no es cierto?

—No estoy segura, pero creo que sí. Fue detectado por su masa, por su influencia en las órbitas de los cometas. Pero la atmósfera debe estar congelada. Quizá pudo flotar hasta que quemó un agujero a través de las capas congeladas, luego aterrizar —ella se inclinó hacia la mesa. Sus ojos eran intensos, y profundamente marrones—. Roy, tiene que haber conseguido metales en alguna parte. Construyó alguna clase de generador de gravedad, ¿cierto? Y debe haber hecho varios experimentos hasta conseguirlo. Metal. Mucho metal.

—¿De la cabeza de un cometa, tal vez?

—No lo creo.

Truesdale agitó su cabeza.

—No pudo minar Perséfone. Un planeta tan grande debe ser un gigante de gas, con un núcleo fundido. Se calienta a sí mismo, y tiene una atmósfera gaseosa. No puede haber aterrizado allí. La presión sería…, bueno, joviana.

—¡Una luna, entonces! ¡Tal vez Perséfone tenga una luna!

—¿Y porqué no? ¿Por qué no debería cualquier gigante de gas tener una docena de lunas?

—Debe haber pasado esos dos meses descansando, asegurándose de que podría vivir allí. Una vez localizado Perséfone, debe haberlo estudiado con sus telescopios. Cuando estuvo seguro de que tenía lunas, entonces debe haber soltado la sección de impulsor Pak. De otro modo hubiera vuelto a casa en la nave.

—Eso suena lógico. Debe haber estado criando la raíz del árbol de la vida… Ya no debe estar allí.

—Habrá dejado rastros. Estamos hablando de una luna ahora. Debe haber quedado una cicatriz en donde aterrizó con el impulsor de fusión, y grandes agujeros donde cavó por minerales, y edificios que tuvo que abandonar, y calor residual. Él pudo haber disimulado sus rastros visibles pero no el calor, no en una pequeña luna muy lejos más allá de Plutón. El calor debe haber ido al ambiente, y arruinado los efectos de los superfluidos, y vaporizado parte de los hielos.

—Tendremos pruebas, entonces —dijo Truesdale—. Holografías. En el peor de los casos, tendremos holos de las cicatrices que dejó en la luna de Perséfone. No será sólo una teoría a medio cocinar.

—Y en el mejor de los casos… —ella sonrió—, enfrentaremos al monstruo Brennan cara a cara.

—¡Vamos por él!

—De acuerdo.

Alice levantó su brandy. Chocaron sus copas cuidadosamente y bebieron.

El miedo a caer lo despertó a medias, y las familiares sensaciones de una resaca hicieron el resto. Se sentó en una cama rosa como una nube: la cama de Alice. Habían venido aquí la última noche, tal vez para celebrar o para sellar un trato, tal vez sólo porque se gustaban mutuamente.

Sin dolor de cabeza. El buen brandy deja resaca, pero no dolor de cabeza. Había sido una de las mejores noches. Alice no estaba allí. ¿Fue a trabajar? No, podía oírla en la cocina.

Entró descalzo. Ella estaba desnuda, friendo panqueques.

—¿En verdad quisimos decir lo que dijimos? —preguntó él.

—Ahora vas a saborear la cocina del Cinturón —dijo ella.

Le alcanzó un plato con una pila de panqueques, y como él lo sujetó mal rebotaron y flotaron, justo como en los avisos. Se las arregló para atraparlos, pero la pila quedó torcida.

Sabían a panqueques: no buenos panqueques, pero panqueques al fin. Tal vez debía incluirse la desnudez de la cocinera para que fuera cocina Espacial. Echó jarabe de arce de imitación, e hizo una nota mental: enviar a Alice algunas botellas de jarabe de arce, si ella se quedaba en el Cinturón, si él volvía vivo a la Tierra.

Preguntó de nuevo:

—¿Realmente quisimos decir lo que dijimos?

Ella le alcanzó una taza y una jarra de café terrestre de marca.

—Averigüemos acerca de Perséfone primero. Luego podremos decidir.

—Puedo hacer eso por mí mismo, en el hotel —sugirió Truesdale—. Hacerte llegar la información como tú hiciste ayer conmigo. Ahorrarte algo de trabajo.

—Buena idea. Entonces puedo ocuparme de Vinnie.

—Me estaba preguntando si una flota de Dorados me permitiría hacer lo que intento.

Ella se sentó en su falda… liviana como una pluma, pero mucha mujer, tanta como un hombre puede necesitar. Lo miró a los ojos.

—¿Qué preferirías?

Él pensó en eso.

—Iré si tus superiores me lo permiten. Pero te lo diré de frente: si puedo poner a los Dorados en el rastro de Vandervecken, habré probado que no puede manipularme. Por lo que respecta a Vandervecken, es todo lo que me importa.

—Yo… Bien, supongo que es justo.

Dejaron juntos el departamento. El hogar de Alice era parte de lo que parecía el muro de un risco: habitaciones cavadas en la pared de la cicatriz de una profunda mina de hidratos, que ahora era la ciudad de Anderson. Tomaron un tubotrén a Waring, y se separaron allí.

P
ERSÉFONE
: descubierto por análisis matemático de las perturbaciones en las órbitas de ciertos cometas conocidos, 1972. Primer avistaje en 1984. Perséfone es retrógrado, en una órbita inclinada sesenta y un grados respecto a la eclíptica. Su masa es algo menor que la de Saturno.

Posiblemente la primera visita de exploración a Perséfone fue la de Alan Jacob Mion, en 2094. El reclamo de Mion ha sido puesto en duda por la falta de evidencias fotográficas (sus películas fueron dañadas por la radiación, al igual que el mismo Mion; había quitado las protecciones de su nave para ahorrar combustible). Mion informó que Perséfone tiene una luna.

Una exploración más formal de Perséfone fue lanzada en 2170. Se informó que no tiene lunas, y sí una atmósfera típica de los mundos gigantes de gas, rica en compuestos de hidrógeno. La atmósfera del planeta sería utilizable para minería de gas, si el planeta fuera tan accesible como Júpiter. No ha habido expediciones posteriores.

Maldición, pensó Truesdale. Sin lunas.

Se preguntó si Brennan pudo haber minado el gas de Perséfone. ¿Con qué, con las manos? ¿Y para qué? No pudo haber acumulado metales de ese modo… y de todos modos no importaba: no hubieran quedado cicatrices en las nubes.

Localizó el informe de la expedición de 2170 y lo leyó. Con más dificultad encontró una entrevista condensada entre Alan Jacob Mion y un reportero de Noticias Espectro. Era un jactancioso individuo, el tipo de sujeto que se tomaría un año para orbitar el décimo planeta sólo para poder decir que fue el primero. No era un observador cuidadoso. Tal vez su «luna» había sido la cabeza de un cometa cruzando cerca de Perséfone en una lenta parábola. Usó su terminal de información para enviar el material a los cuarteles de policía.

Alice volvió a las 18:00.

—Vinnie no se convenció —dijo ella llanamente.

—No la culpo. Sin lunas. Toda nuestra hermosa lógica, y ni una mierda de luna.

Se había pasado el día como turista en una ciudad que no había sido diseñada para turistas. Waring era una ciudad de trabajo.

—Ella no hubiera hecho caso, aún si hubiera habido una luna. Me dijo… Bien, no estoy segura de que no tenga razón.

La rigidez de Alice no era una cuestión de gravedad. No se dejó caer en la cama. Su postura era recta, su cabeza en alto. Pero en sus ojos y en su voz….

—En primer lugar, todo esto es hipotético, dijo. Lo que es cierto. En segundo lugar, aunque fuera cierto, ¿qué conseguiríamos mandando una pobre y desvalida flota de Dorados? En tercer lugar, este asunto del Arrebatador ha sido adecuadamente explicado como casos de Mirada Lejana.

—No entendí eso último.

—La Mirada Lejana. Autohipnosis. Un Espacial pasa demasiado tiempo mirando al infinito. A veces se encuentra en una órbita alrededor de su punto de destino sin poder recordar nada después de su partida. De hecho, Vinnie me mostró el informe de Norma Stier. ¿La recuerdas? Desaparecida en 2230…

—Cierto.

—Ella se mantuvo en su curso durante esos cuatro meses que se supone que estuvo perdida. Las películas de su nave lo muestran.

—Pero los sobornos… El Arrebatador soborna a la gente que secuestra.

—Tenemos evidencia de un par de sobornos, pero también pueden explicarse de otro modo. La gente podría usar la historia del Arrebatador para esconder los beneficios de un vuelo de contrabando… o cosas peores —sonrió—. O Vandervecken alteró las películas de la nave de Norma Stier. Yo misma creo en el Arrebatador…

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