El rebaño ciego (11 page)

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Authors: John Brunner

Tags: #Ciencia ficción

—Pero Carl dice que todo lo que hacen es para despertar a la gente y hacerles darse cuenta del peligro en que estamos.

¡Oh, al infierno con Carl! Pero Pete se guardó eso para sí mismo, sabiendo lo que Jeannie sentía por él: su hermano menor, diecinueve años, a punto de cumplir los veinte, el más brillante de una familia de cinco hijos, que había abandonado la universidad después de un año quejándose de lo mala de la enseñanza, y que en estos momentos estaba trabajando también en la factoría de Bamberley.

—Mira, que vivan como quieran, a mí no me importa —gruñó—. Pero mi trabajo es detener a todo aquel que rompa o asalte o interfiera con la forma en que otra gente quiere vivir.

—Bien, Carl ha estado varias veces en el wat, y según él… ¡Oh, no vamos a discutir por eso! —Consultó su receta—. Bien, dice que ahora tenemos que esperar diez minutos. Vamos a la sala de estar y sentémonos… —Su rostro se ensombreció ligeramente—. ¿Sabes una cosa, querido?

—¿Qué?

—Me gustaría tener una de esas cocinas instantáneas. A microondas. Entonces no importaría la hora a la que volvieras, la cena podría estar lista en un momento.

Sonó el teléfono.

—Quédate sentado, yo iré —dijo ella. El le lanzó una sonrisa y obedeció. Pero, incluso antes de que hubiera tenido tiempo de ponerse cómodo, ella lo llamó casi a gritos.

—¡Pete! ¡Pete! ¡Toma tu impermeable y tus botas!

—¿Qué? ¿Qué infiernos ocurre?

—¡Ha habido una avalancha! ¡Ha sepultado todas esas nuevas construcciones al otro lado de la ciudad!

NO MÁS GRANDE QUE LA MANO DE UN HOMBRE

…publicado hoy como un informe especial de las Naciones Unidas. El pretendido aumento del índice de inteligencia en los países llamados subdesarrollados es atribuido por los científicos que han llevado a término una investigación de tres años a la mejora de la dieta y de la sanidad, mientras que el aún no confirmado declive de las naciones avanzadas es atribuido al aumento de la polución. Al pedírsele que comentara este informe, poco antes de marchar a Hollywood, donde se le espera esta noche para inaugurar su retrospectiva anual, Prexy dijo, cito, Bien, si son tan listos, ¿por qué no son un poco más hábiles? Fin de la cita. En una conferencia de prensa en Tegucigalpa, la desaparición de Leonard Ross, representante de Auxilio Mundial, y del doctor Isaiah Williams, el médico británico del que tampoco se tienen noticias, ha sido atribuida oficialmente al terrorismo. Las tropas están rastreando el área intensivamente, pero hasta ahora no han informado de ningún éxito. Como consecuencia de la dimisión por sorpresa del antiguo presidente de la Fundación «Salvemos el Mediterráneo», el dottore Giovanni Crespinoto, el gobierno italiano ha negado categóricamente sus acusaciones de que enormes sumas donadas por corporaciones y particulares de cuarenta y ocho países con la esperanza de salvar el mar en peligro habían sido desviadas a otros fines. Informes procedentes de Roma, sin embargo…

MEMENTO LAURAE

Nunca en su vida se había sentido Philip Mason tan miserable. Paseaba incansablemente arriba y abajo por su apartamento, pegándoles a los niños, diciéndole a Denise que lo dejara solo por el amor de Dios, cuando realmente lo que deseaba decir todo el rato era que la quería desesperadamente y que siempre seguiría queriéndola.

Pero las consecuencias de la Nochevieja…

Cuando se sentía deprimido en su anterior hogar, las cosas eran más fáciles de soportar: una casa, muy alejada del centro de la ciudad —al otro lado del río—, con su propio jardín. Allá podía ocultarse y sentirse miserable en la intimidad. Pero los incendios en el río habían sido terribles el año pasado; más de una vez se había visto imposibilitado de ir al trabajo porque el puente estaba cerrado, y la mitad del tiempo el humo hacía imposible utilizar el jardín o ni siquiera abrir las ventanas.

Así que se trasladaron a este bloque de apartamentos con aire acondicionado. Mejor para ir a la oficina. Y, por supuesto, para ir al hospital, donde el estrabismo de Josie estaba siendo corregido, y los músculos demasiado cortos de la pierna de Harold estaban siendo estirados.

¡No podía explicárselo! ¡No se atrevía! ¡Y sin embargo, tenía que hacerlo!

Pero al menos tenía unos pocos minutos para sí mismo. Los chicos estaban dormidos, tras necesitar mucho tiempo para calmarse de su desastroso enfrentamiento con Antón Chalmers: agresivo, arrogante, insoportable, odioso, violento… pero, por supuesto, absolutamente sano. «La supervivencia de los más aptos y toda esa porquería»… citando al insufrible de su padre.

Y Denise había bajado al apartamento de los Henlowe en el segundo piso. Así era como pasaban las cosas en aquel edificio. Cada cual parecía saber cómo sacar el mejor partido de los demás en estos días. Pero era mejor quedarse un poco al margen. Las cosas iban poniéndose tan mal como lo que contaban los libros de historia de la época de la Prohibición, cuando las bandas de negros luchaban en las calles por el derecho de distribuirse el khat africano, y las bandas de blancos se volaban sus casas unos a otros por el derecho de comerciar con la hierba mejicana.

De modo que dentro de media hora volvería, tras cumplir con sus deberes sociales, y mostraría lo que había obtenido, y diría:

—Querido, no te preocupes, pase lo que pase, todo se arreglará al final, así que deja de darle vueltas y relájate, ¿quieres?

Dennie, te amo terriblemente, y si vuelves a mostrarte dulce y amable y comprensiva una vez más esta noche, creo que voy a gritar.

Estaba ante el teléfono. Discó el número con dedos temblorosos, y al poco rato una mujer respondió.

—El doctor Clayford, por favor —dijo—. Es urgente.

—El doctor Clayford estará en su consulta el lunes, como de costumbre —respondió la mujer.

—Aquí Philip Mason, director de zona de…

—¡Oh, señor Mason! —Bruscamente cordial. Clayford era uno de los médicos a los que Philip enviaba los clientes de Angel City para el examen previo a la formalización de un seguro de vida; se suponía que el doctor debía mostrarse cooperativo—. Un segundo, veré si mi marido está libre.

—Gracias. —Nervioso, sacó un cigarrillo. Fumaba casi el doble desde su viaje a Los Angeles. Había intentado cortarlo; en vez de ello, iba ya por los dos paquetes diarios.

—¿Sí? —Una voz ceñuda. Se sobresaltó.

—¡Ah, doctor! —Uno no le decía «doc» a Clayford, lo máximo que permitía era que le llamaran por su nombre de pila. Pertenecía a una vieja familia chapada a la antigua de médicos generalistas, que a los sesenta años aún llevaba los trajes oscuros y las camisas blancas que señalaban a los jóvenes responsables con «un gran futuro ante ellos» en sus tiempos universitarios. Hablar con él era un poco hablar con un sacerdote; uno notaba una sensación de distanciamiento, una barrera intangible. Pero precisamente ahora había que franquearla.

—Mire, necesito su consejo y… esto… su ayuda.

—¿Bien?

Philip tragó saliva dificultosamente.

—Se trata de esto. Poco antes de Navidad fui llamado a Los Angeles, a las oficinas centrales de mi compañía, y debido a que a mi mujer no le gustan los aviones… ya sabe usted, la polución… fui conduciendo, y pasé la noche en Las Vegas. Y allí… bien… tuve una aventura con una chica. Algo absolutamente imprevisto. El momento y la oportunidad, ya sabe.

—¿Y?

—Y… Bien, no estuve seguro hasta hace unos pocos días, pero ahora no creo que haya ninguna duda. Ella me transmitió… esto… la gonorrea.

Manchas de color flotando en torno a él, como murciélagos burlones.

—Entiendo —Clayford no mostró la menor simpatía—. Bien, deberá acudir usted a la clínica de la calle Market, entonces. Creo que abren los sábados por la mañana.

Philip ya la había visto, en una zona deprimida y deprimente: avergonzada de sus funciones, perseguida por las personas honradas, siempre llena de gente joven pretendiendo un desafío rebelde.

—Pero seguramente, doctor…

—Señor Mason, éste es mi consejo profesional, y es definitivo.

—¡Pero mi esposa!

—¿Ha tenido usted relaciones con ella desde su escapada?

—Bien, en Nochevieja… —empezó Philip, con la cabeza llena de todo tipo de razones: no pude negarme, es el día del año, es algo simbólico y hemos hecho de ello una tradición desde la primera vez que nos encontramos…

—Entonces tendrá que llevarla con usted —dijo Clayford, y colgó sin dar siquiera las buenas noches.

¡El bastardo! ¡El sucio arrogante pretencioso…!

Oh, ¿para qué preocuparse?

Colgó el teléfono, pensando en todas las soluciones que había preparado: una mentira piadosa, digamos una hepatitis, que todo el mundo sabía era endémica en California, cualquier cosa que necesitara una pequeña cura con antibióticos…

¡Dios mío! ¡Todo lo que tengo es la segunda enfermedad infecciosa más común después del sarampión! Eso al menos es lo que dicen constantemente los periódicos.

Distraerse. Con cualquier cosa. Conectar la televisión. Quizá el doctor de la clínica sea más colaborador y aún sea capaz de arreglar las cosas. Si tan solo tuviera que confesar el acostarme con Laura, las cosas aún podrían arreglarse. Denise no me abandonaría por eso. ¡Pero decirle que había pillado la gonorrea gracias a una desconocida devoradora de hombres…!

Transistorizado, el sonido llegó antes que la imagen, y sus oídos resonaron de pronto con el sentido de lo que estaban diciendo. Era el resumen de las noticias del día. Tuvo la sensación de que la tierra se abría bajo sus pies y se lo tragaba, a kilómetros de profundidad.

—… nos llegan aún noticias de la extensión del desastre de la avalancha de esta noche sobre Towerhill. Llegó la imagen. Coches de la policía. Proyectores. Helicópteros. Coches de bomberos. Ambulancias. Bulldozers. Quitanieves.

—El Apennine Lodge, que se hallaba precisamente aquí, ha quedado totalmente sepultado —decía una voz con tonos trágicos. Una informe masa de nieve con hombres cavando—. Otros hoteles y refugios cercanos han sido arrastrados ladera abajo, algunos a lo largo de medio kilómetro. Los daños materiales superarán seguramente los quince millones de dólares, y muy bien podrían alcanzar los cincuenta millones…

—¡Phil, estoy de vuelta! —llamó Denise, que acababa de abrir las complejas cerraduras de la puerta de entrada—. Mira lo que me han dado Jed y Berryl…

—¡Ha habido una avalancha en Towerhill! —gritó.

—¿Qué? —Entró en la sala de estar, una mujer esbelta de formas delicadas, andar gracioso, con una peluca castaño oscuro que reproducía exactamente los rizos del cabello que tenía antes y ocultaba completamente las señales de su tiña. A veces Philip pensaba que era la mujer más hermosa que nunca hubiera visto.

—Oh, Dios —dijo ella con voz muy débil. En la pantalla un cuerpo era extraído de la sucia nieve—. ¡Ahí era donde estaban Bill y Tania! —Se sentó automáticamente en el brazo de su sillón.

Él aferró su brazo con dedos engarfiados y habló con terror, desesperación y náuseas.

—Dicen que los daños materiales se calculan en quince millones, quizá cincuenta. ¿Y sabes dónde estaban asegurados? ¡Con nosotros!

Ella le miró, sobresaltada.

—¡Phil, piensa en los daños materiales cuando estés en la oficina! Deberías llamar, enterarte si Bill y Tania están bien, y también Anton. ¡Son las personas lo que debería preocuparte ahora, no el dinero!

—Me preocupo por las personas. Por ti y por mí.

—Phil…

—No había terminado de reasegurar este lugar. Tenía tantas cosas nuevas que atender. Y ninguno de mis empleados ha pasado el invierno sin ponerse enfermo. Sólo tenía reasegurado la mitad del riesgo.

Empezó a comprender, y el horror se apoderó de ella.

—Estoy acabado —dijo Philip—. Dios, desearía estar muerto.

ANTICIPO DE NOTICIAS

—¿Auxilio Mundial? El señor Thorne, por favor —dijo el experto del Departamento de Estado para Asuntos Centroamericanos; y luego—: Buenos días, Gerry… aquí Dirk. Hola, ¿cómo va tu ojo?… Estupendo… ¿Yo? Estoy bien. Un poco de mononucleosis, eso es todo. Bien, te llamo porque he pensado que te gustaría ser de los primeros en conocer que encontraron a tu chico Ross. Arrojado por la corriente a una de las rocas que bordean el río que atraviesa San Pablo… No, ninguna señal del doctor inglés todavía… Bien, dicen que tenía el cráneo destrozado. Puede haber sido con las rocas del río, pero están practicándole la autopsia para confirmarlo… Sí, con suerte. Les hemos dejado hacer durante demasiado tiempo a esos asquerosos tupas. Finalmente tenemos una excusa para golpear duro. Te mantendré al corriente.

LO QUE IMPORTA

Los guardias armados que patrullaban las oficinas centrales de la Angel City Interstate Mutual durante el período de diez días de vacaciones navideñas se quedaron sorprendidos al descubrir a uno de los principales ejecutivos de la empresa haciéndoles compañía.

Pero no sorprendidos de que el hombre en cuestión fuera el doctor Thomas Grey. Estaban acostumbrados a sus excentricidades.

—¡Está loco! —decía la gente, y se sentía feliz suponiendo que debido a que se mostraba tan dedicado a su profesión ni siquiera se había casado, por lo que necesariamente tenía que ser un chiflado.

De hecho, eso era extremadamente injusto con respecto a él. Podía contarse probablemente entre los más racionales hombres vivos.

«Al director del Christian Science Monitor. Muy señor mío…»

Su forma de escribir a máquina era como siempre impecable, la envidia de las secretarias profesionales. Estaba sentado en el absoluto silencio del cuarto piso, rodeado por las inertes masas de metal de los ordenadores.

«Uno se siente desanimado descubriendo que un periódico con la reputación internacional de ustedes se hace eco de aquellos que no dudo en llamar alarmistas… gente que aparentemente querría que regresáramos al estado salvaje sin ni siquiera el privilegio de los hombres de las cavernas de cubrirse con pieles.»

Miró a su alrededor para confirmar que no parpadeaba ninguna luz que indicara un mal funcionamiento, y aprovechó la oportunidad para rascarse. Tenía una ligera pero engorrosa dermatitis debido a las enzimas del jabón en polvo.

«Admito que alteramos el orden de las cosas con nuestra forma de vivir. Pero lo mismo puede decirse de cualquier otro organismo. ¿Cuántos de aquellos que exigen que sean gastadas grandes sumas para preservar los arrecifes de coral de las estrellas de mar se dan cuenta de que los arrecifes son en sí mismos el resultado del impacto de especies vivientes en la ecología del planeta? La hierba ha revolucionado completamente el «equilibrio de la naturaleza»; lo mismo puede decirse de la evolución de los árboles. Cada planta, cada animal, cada pez —uno podría decir con toda seguridad cada humilde microorganismo también— tiene una influencia apreciable en el mundo.»

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