El redentor (15 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Policíaco

—No vamos a encontrar ninguna pista técnica —le aseguró Harry.

Beate se dirigía hacia ellos con unos cuantos copos adheridos a la rubia melena. Llevaba entre los dedos una pequeña bolsa de plástico que contenía un casquillo.

—Error —se mofó Halvorsen, y sonrió triunfalmente a Harry.

—Nueve milímetros —explicó Beate con una mueca—. La munición más corriente que existe. Y es todo lo que tenemos.

—Olvida lo que tenéis o dejáis de tener —dijo Harry—. ¿Cuál es tu primera impresión? No pienses, habla.

Beate sonrió. Ya conocía a Harry. Primero, intuición; después, datos. Porque la intuición también puede ser un dato, toda la información que te proporciona el lugar de los hechos y que el cerebro no es capaz de explicar en primera instancia.

—No hay mucho que decir. En Egertorget se concentran los metros cuadrados más transitados de Oslo, de modo que el lugar de los hechos está contaminado, pese a que llegamos veinte minutos después del asesinato. Todo indica que el asesino es un profesional. El médico está examinando a la víctima en estos momentos, pero parece que ha recibido un único disparo. En plena frente. Muy profesional. Sí, esa es mi impresión.

—¿Es esa la forma de trabajar, basándose en una impresión, comisario?

Los tres se volvieron hacia la voz que resonó a sus espaldas. Era Gunnar Hagen. Llevaba una chaqueta de color verde militar y un gorro de lana negro. Apenas se advertía un atisbo de sonrisa en la comisura de los labios.

—Probamos todo aquello que pueda sernos útil, jefe —dijo Harry—. ¿Qué te trae por aquí?

—¿No es aquí donde se cuece todo?

—En cierto modo, sí.

—Supongo que Bjarne Møller prefería la oficina. Yo, personalmente, creo que un jefe debe estar en el campo de batalla. ¿Se produjo más de un disparo, Halvorsen?

Halvorsen se sobresaltó.

—No, al menos eso es lo que afirman los testigos con los que hemos hablado.Hagen movía los dedos dentro de los guantes.

—¿Alguna descripción?

—Un hombre. —Halvorsen miraba alternativamente al jefe de grupo y a Harry—. Es cuanto sabemos, de momento. La gente estaba oyendo cantar al grupo y todo ocurrió muy deprisa.

—Con tanta gente, alguien tuvo que ver al que disparó —resopló Hagen.

—Sería lo más lógico —admitió Halvorsen—. Pero ignoramos cuál era la posición exacta del asesino entre la muchedumbre.

—Comprendo. —Y, una vez más, esa sonrisa imperceptible.

—Estaba justo delante de la víctima —intervino Harry—. A unos dos metros de distancia, como mucho.

—Ah, ¿sí? —Hagen y los otros dos se volvieron hacia Harry.

—Nuestro asesino sabía que para matar a una persona con un arma de pequeño calibre hay que disparar a la cabeza —explicó Harry—. Solo ha disparado una vez, de modo que estaba seguro del resultado.
Ergo
, o bien se encontraba lo bastante cerca como para ver el agujero en la frente, o bien sabía que no podía fallar. Si examináis la ropa de la víctima, encontraréis los residuos del impacto que demuestran mi teoría. Dos metros, como mucho.

—Un metro y medio —matizó Beate—. En la mayoría de las pistolas, el casquillo sale disparado hacia la derecha, pero no muy lejos. Este lo hemos encontrado en la nieve, a ciento cuarenta y seis centímetros del cadáver. Y la víctima tenía hilos de lana chamuscados en la solapa del abrigo.

Harry observó a Beate. Lo que más apreciaba de ella no era su capacidad innata para diferenciar rostros humanos, sino su inteligencia, su celo, y esa idea estúpida que ambos compartían, la de que su trabajo era importante.

Hagen dio una patada a la nieve.

—Bien, Lønn. Pero, ¿quién demonios dispararía a un oficial del Ejército de Salvación?

—No era oficial —rebatió Halvorsen—. Solo un soldado raso. Los oficiales son fijos, los soldados son voluntarios o tienen un contrato de trabajo. —Abrió su bloc de notas—. Robert Karlsen. Veintinueve años. Soltero, sin hijos.

—Pero no sin enemigos, como es obvio —observó Hagen—. ¿Tú qué dices, Beate?

Beate no miró a Hagen sino a Harry cuando contestó.

—Que quizá no fuera contra esa persona en particular.

—¿Y eso? —sonrió Hagen—. ¿Contra quién iba entonces?

—Contra el Ejército de Salvación, tal vez.

—¿Qué te hace pensar eso?

Beate se encogió de hombros.

—Opiniones controvertidas —apuntó Halvorsen—. Homosexualidad. Sacerdotes femeninos. Aborto. Tal vez fuera un fanático…

—Teoría anotada —dijo Hagen—. Muéstrame el cadáver.

Beate y Halvorsen lanzaron una mirada inquisitiva a Harry, que hizo un gesto de asentimiento a Beate.

—Vaya —dijo Halvorsen cuando Hagen y Beate desaparecieron—. ¿Se va a meter a investigar ahora el jefe de grupo?

Harry se frotó el mentón mientras contemplaba la zona de las cintas policiales, donde los flashes de los fotógrafos de la prensa iluminaban la oscuridad invernal.

—Un profesional —repitió.

—¿Cómo?

—Según Beate, el autor es un profesional. Así que empecemos por ahí. ¿Qué es lo primero que hace un profesional después de cometer un asesinato?

—¿Huir?

—No necesariamente. Pero se deshace de todo lo que pueda implicarlo en el crimen.

—El arma homicida.

—Correcto. Yo comprobaría todas las alcantarillas, contenedores, cubos de basura y patios interiores en un radio de cinco manzanas alrededor de la plaza de Egertorget. Ahora. Si es necesario, pide gente del turno de guardia.

—De acuerdo.

—Y recoge todos los vídeos de las cámaras de vigilancia de las tiendas situadas en ese perímetro, todas las grabaciones que cubran el periodo anterior y posterior a las diecinueve horas.

—Le diré a Skarre que se ocupe de ello.

—Y otra cosa más. El periódico
Dagbladet
es uno de los organizadores de esos conciertos callejeros y suele cubrirlos. Comprueba si su fotógrafo ha sacado fotos del público.

—Por supuesto. No había pensado en eso.

—Y luego envíaselas a Beate para que les eche un vistazo. Y quiero a todos los investigadores en la sala de reuniones de la zona roja a las diez de mañana. ¿Haces tú la ronda?


Yes
.

—¿Dónde están Li y Li?

—Interrogando a unos testigos en la comisaría general. Hay un par de chicas que se encontraban muy cerca del tipo que disparó.

—De acuerdo. Dile a Ola que consiga una lista de familiares y amigos de la víctima. Empezaremos por comprobar si hay algún móvil aparente.

—¿No acabas de decir que se trata de un profesional?

—Tenemos que barajar varias hipótesis, Halvorsen. Y empezar a buscar donde divisemos algo de luz. Los familiares y amigos suelen ser fáciles de localizar. Y en ocho de cada diez asesinatos, el autor…

—… es alguien a quien la víctima conocía —remató Halvorsen con un suspiro.

Una voz que gritaba el nombre de Harry Hole los interrumpió. Se volvieron justo a tiempo de ver a los chicos de la prensa, que se abrían paso a la carrera a través de la ventisca.

—Bueno, ya empieza la función —dijo Harry—. Remítelos a Hagen. Yo me voy a la comisaría general.

Tras facturar la maleta en el mostrador de la línea aérea, se dirigió al control de seguridad. Se sentía entusiasmado. Había concluido el último trabajo. Estaba de tan buen humor que decidió realizar la prueba del billete. La vigilante de Securitas negó con la cabeza cuando sacó el sobre azul del bolsillo interior con la intención de enseñarle el billete.

—¿Teléfono móvil? —preguntó ella en noruego.


No
.

Dejó el sobre con el billete sobre la mesa que había entre el equipo de rayos X y el arco de seguridad. Al quitarse el abrigo de piel de camello, se dio cuenta de que aún llevaba el pañuelo anudado, así que se lo quitó y lo metió en un bolsillo. Colocó el abrigo en la bandeja que le ofrecía la vigilante y pasó bajo el arco de seguridad ante la atenta mirada de otros dos guardias. Contando a la vigilante de Securitas, que miraba fijamente la imagen del abrigo, y al que aguardaba al final de la cinta, había un total de cinco personas cuyo único trabajo consistía en impedir que él llevase algún objeto susceptible de usarse como arma a bordo del avión. Se puso el abrigo al otro lado del arco de seguridad y volvió para recoger el sobre del billete que estaba encima de la mesa. Nadie lo detuvo cuando pasó por delante de los guardias de Securitas. Así de fácil habría sido pasar una hoja de cuchillo dentro del sobre del billete. Llegó al enorme vestíbulo de salidas. Lo primero que le llamó la atención fue la vista a través de la gran ventana panorámica que se alzaba justo delante de él. Que no hubiese nadie. Que la nieve se extendiera como una cortina blanca en el paisaje.

Martine conducía inclinada hacia los limpiaparabrisas que apartaban la nieve.

—El ministro se ha mostrado positivo —dijo David Eckhoff, satisfecho—. Muy positivo.

—Eso lo sabías de antemano —contestó Martine—. Esa gente no viene a tomar sopa ni invita a la prensa si piensa decir que no a algo. Los elegirán.

—Sí —suspiró Eckhoff—. Los elegirán. —Miró por la ventana—. Rikard es un buen chico, ¿verdad?

—Te repites, papá.

—Solo necesita un poco de orientación, y puede convertirse en un hombre muy valioso para nosotros.

Martine giró hacia el garaje que había bajo el Cuartel General, pulsó el control remoto y la puerta de acero se abrió. Cuando entraron, los neumáticos de clavos chirriaron sobre el suelo de hormigón del garaje.

Bajo una de las lámparas del techo, junto al Volvo azul del comisionado, estaba Rikard con el mono y los guantes de trabajo. Pero ella no lo miró a él, sino al hombre alto y rubio que había a su lado y al que reconoció enseguida.

Aparcó junto al Volvo, pero se quedó sentada buscando algo en el bolso mientras su padre salía del coche. Dejó la puerta abierta y Martine pudo oír la voz del policía.

—¿Eckhoff? —Su voz resonó contra las paredes de hormigón desnudas.

—Correcto. ¿Puedo ayudarte, joven?

Martine reconoció el tono de voz que adoptó su padre. Un tono amable, pero autoritario, de comisionado.

—Me llamo Harry Hole, comisario del distrito policial de Oslo. Se trata de uno de vuestros empleados. Robert…

Martine notó la mirada del policía en cuanto bajó del coche.

—… Karlsen —continuó Hole, volviéndose otra vez hacia el comisionado.

—Un hermano —matizó David Eckhoff.

—¿Perdón?

—Nos gusta pensar en nuestros compañeros como si fueran miembros de la familia.

—Comprendo. En ese caso debo informar de que ha habido una muerte en la familia, Eckhoff.

Martine sintió que se le encogía el pecho. El policía aguardó un instante, como si quisiera darles tiempo para que procesaran la información, antes de proseguir:

—A Robert Karlsen le han pegado un tiro a las siete de la tarde en la plaza de Egertorget.

—¡Dios mío! —exclamó el padre—. ¿Cómo ha ocurrido?

—Solo sabemos que un desconocido que se había mezclado con la muchedumbre le disparó y luego desapareció.

El padre negaba con la cabeza, sin dar crédito a lo que acababa de oír.

—Pero… Pero ¿a las siete, dices? ¿Por qué…? ¿Por qué no me han informado antes?

—Porque el procedimiento habitual exige que se informe primero a la familia. Y, desgraciadamente, no hemos podido localizarla.

A juzgar por el tono del policía, paciente y ecuánime, Martine supo que estaba acostumbrado a que la gente reaccionara a la noticia de una muerte con aquel tipo de preguntas irrelevantes.

—Comprendo —dijo Eckhoff, que infló las mejillas antes de dejar escapar el aire por la boca—. Los padres de Robert ya no viven en Noruega. Pero al hermano, Jon, deberías haberle localizado.

—No está en su casa y tampoco contesta al móvil. Me dijeron que cabía la posibilidad de que se encontrara aquí, en el Cuartel General, trabajando hasta tarde. Pero aquí solo estaba este joven. —Señaló con la cabeza a Rikard, que parecía un gorila tristón de mirada vidriosa, con los grandes guantes de trabajo rematándole los brazos, que le colgaban fláccidos, y el bigote negruzco, perlado de sudor.

—¿Alguna idea sobre dónde puedo encontrar al hermano? —preguntó el policía.

Martine y el padre se miraron y negaron con la cabeza.

—¿Alguna idea sobre quién querría matar a Robert Karlsen?

Volvieron a negar con la cabeza.

—Bueno. Pues ya estáis enterados. Ahora tengo prisa, pero nos gustaría volver mañana con algunas preguntas.

—Por supuesto, comisario —dijo el comisionado mientras se levantaba—. Pero antes de irte, podrías darme más detalles sobre lo ocurrido.

—Consulta la página de noticias del teletexto. Tengo que irme.

Martine vio que a su padre le cambiaba el color de la cara. Se volvió hacia el policía y lo miró a los ojos.

—Lo siento —se disculpó este—. El tiempo es un factor muy importante en esta fase de la investigación.

—Podrías… Podrías ir a casa de mi hermana, Thea Nilsen. —Los tres se volvieron hacia Rikard. El muchacho tragó saliva—. Vive en un edificio propiedad del Ejército, en la calle Gøteborggata.

El policía hizo un gesto afirmativo. Antes de marchase, se volvió otra vez hacia Eckhoff.

—¿Por qué no viven los padres en Noruega?

—Es una historia muy larga. Fallaron.

—¿Fallaron?

—Perdieron la fe. Las personas que crecen en el seno del Ejército suelen tener dificultades cuando eligen otro camino.

Martine observó a su padre. Pero ni siquiera ella, su hija, pudo advertir la mentira en su rostro de granito. El policía les dio la espalda y ella notó cómo le brotaban las primeras lágrimas. Se extinguió el sonido de los pasos del comisario y entonces se oyó el carraspeo discreto de Rikard:

—He dejado los neumáticos de verano en el maletero.

Para cuando la megafonía del aeropuerto de Oslo anunció la noticia, él ya lo sabía.


Due to weather conditions, the airport has been temporarily closed
.

Sin dramatismos, se dijo a sí mismo. Como hacía una hora, cuando oyó el primer mensaje que anunciaba un retraso en el vuelo debido a la nieve.

Se dispusieron, pues, a esperar, mientras un manto mullido de nieve cubría los aviones allí fuera. Inconscientemente, empezó a buscar con la mirada a personas uniformadas. Supuso que en los aeropuertos iban uniformados. Y cuando la mujer vestida de azul que estaba detrás del mostrador de la puerta de salida 42 se llevó el micrófono a la boca, lo supo, lo vio en la expresión de su cara. Que el vuelo a Zagreb se había cancelado. La mujer lo lamentaba. Y añadió que saldría a las diez cuarenta del día siguiente. Los pasajeros dejaron escapar un lamento unísono, aunque moderado. La mujer siguió diciendo, con tono jovial, que la compañía aérea les pagaría el tren de vuelta a Oslo y una habitación en el hotel de SAS para los pasajeros de tránsito o para los que viajaban con billete de vuelta.

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