El reino de las sombras (18 page)

Read El reino de las sombras Online

Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

No parecía avergonzado por semejante confesión.

—Como es lógico, al convertirte al culto de Atón lograste preservar tu fortuna —dije.

El sonrió.

—No veo que tenga ningún sentido destruir mi vida y el trabajo de mis ancestros solo para demostrar mis puntos de vista, en particular si se tiene en cuenta que no estoy de acuerdo con esos puntos de vista. Fue un modo de convertir esos esfuerzos en algo nuevo, algo más generoso. Quería explorar las nuevas posibilidades. ¿Crees que obré mal?

—No. Creo que hiciste lo que debías.

—Entonces, ¿quieres decir que no hice lo correcto?

—Desconfío de las palabras «correcto» e «incorrecto». Las utilizamos con demasiada facilidad para emitir juicios acerca de cosas que no estamos capacitados para juzgar. Y no puedo decir que las cosas que he visto aquí, en Ajtatón, sean correctas. La gente es como es: avariciosa, ambiciosa, vanidosa, negligente. Eso nunca cambia.

Asintió.

—Tienes razón. Las cosas son difíciles. Todo se complica en cuanto pasas de los ideales a la realidad del caos humano. Hay mucha gente aquí que alberga serias dudas respecto a lo que ha estado ocurriendo últimamente. Son testigos de cómo el idealismo se ha transformado en fanatismo. Siguen presentes las mismas viejas luchas por el poder personal. Pero para retomar la cuestión Amón, es como si también ellos estuviesen presentes aquí, falsos conversos, esperando tal vez una oportunidad, esperando el momento de echar abajo el nuevo régimen.

Bebí un poco más de vino. Y, de repente, un nombre vino a mi mente.

—¿Y Horemheb?

Najt se puso en pie.

—Es una posibilidad que hay que tener en cuenta.

—He conocido a algunos jóvenes guardias que parecen completamente hechizados por él.

—No me sorprende. Parece haber surgido de la nada; se ha labrado una brillante carrera, se ha casado con la hermana loca de la reina, y ahora está despejando el terreno para ascender en el escalafón militar reuniendo a todas las fuerzas.

—¿Quién es esa hermana loca?

—Mutnodjmet. Desempeña el papel de princesa, pero siempre la han mantenido lejos de la corte. Algo le ocurrió siendo niña, o al menos eso dicen, y desde entonces ha sufrido negras depresiones e histeria.

—¿Y él se casó con ella?

Najt asintió.

—Debe de sentir auténtica ansia de poder. No puedo imaginar que se tratase de una unión basada en necesidades del corazón.

—¿Y vendrá aquí?

—Supongo que en un par de días. Y también Ay.

—¿Quién es Ay?

—Un cortesano que rara vez aparece en público. Por lo que yo sé, sus títulos no van más allá de maestro de caballos. Pero es el tío del rey y, por lo visto, el rey tiene muy en cuenta sus opiniones.

—O sea que los chacales están al acecho.

20

La primera luz de la mañana que llegaba a través de la cortina inmóvil y el sonido de la gente moviéndose y hablando al otro lado, no ayudó mucho a apaciguar la profunda sensación de inquietud que me invadió al despertar tras una horrible pesadilla. Necesitaba hacer algo, ponerme en marcha. Así pues, me vestí rápido y me lavé la cara y las manos con agua para acercar un poco más a mi ser la realidad de un nuevo día. Me arreglé el pelo. Sentía en la boca un sabor amargo parecido al de la leche agria. Tenía que enjuagármela. Tenía hambre. Necesitaba orinar.

—¿Has dormido bien? —me preguntó Najt, que me esperaba junto a Jety.

—Bien. Exceptuando algunos extraños sueños.

—Y ¿qué sueño no es extraño? Esa es su esencia. ¿Deberíamos consultar a un Compendio de Sombras e interpretarlo?

Negué con la cabeza. Él sonrió.

—¿Cuáles son tus planes a partir de ahora? —preguntó.

—Dado el grado de impopularidad del que gozo en la ciudad a estas alturas, la historia de mi supuesta muerte solo me protegerá durante un tiempo, y habida cuenta de que los días pasan muy rápido, he decidido pedir audiencia con Ajnatón. Creo que es el momento de ponerle al corriente. Por otra parte, no podría llevar a cabo mi trabajo si tuviese que ir de un sitio para otro disfrazado.

Najt sacudió la cabeza mientras reflexionaba.

—Hoy habrá una ceremonia pública para honrar a Meryra. Va a ser nombrado sumo sacerdote de Atón. Es posible que Ajnatón esté demasiado ocupado para recibirte.

—¿Sumo sacerdote? Creía que Ajnatón era el sumo sacerdote; es más, creía que era el único sacerdote de Atón. Pensaba que en él se concentraba todo.

—Sí. Es muy interesante que haya tenido la necesidad de nombrar a un ayudante justo ahora. La obediencia de Meryra es total. También es totalmente despiadado. Es más, es el principal oponente de Ramose, quien desde hace un tiempo está proponiendo un enfoque más conservador respecto al gobierno del Gran Estado. Meryra apoyará a Ajnatón contra Ramose. Ahora la religión es una cuestión política.

Jety había estado escuchando con un gesto de profunda ansiedad.

—Y si logras entrar, ¿qué vas a decirle a Ajnatón? No estamos cerca, precisamente, de resolver el misterio.

—Voy a contarle la verdad.

—Sí, pero no puedes entrar allí y limitarte a decir: «Ah, por cierto, tu leal jefe de policía, Mahu, quien ejerce casi tanto poder como tú mismo, quiere arrancarme la piel para hacerse unas alforjas». Además, si Mahu descubre que le has acusado vendrá a por mí. Me matará.

—Bueno, ya ha intentado hacerlo.

—No, señor, ha intentado matarte a ti. Él me matará y después acabará con mi familia. Y ni siquiera sabemos si él es el responsable.

Estaba en lo cierto.

—Jety, no soy tan estúpido para presentarme en la corte de Ajnatón sin prueba alguna y lanzando acusaciones sin relación aparente con el misterio del que me ocupo, algo que no haría sino alertar a todo el mundo de que queremos librarnos del trabajo. Lo que tenemos que hacer es entregarle un informe que detalle nuestros progresos para que tenga la impresión de que avanzamos, aunque en realidad no vayamos a ninguna parte. Tras conseguir más tiempo y recuperar parcialmente mi autoridad, necesitaremos su permiso para interrogar a la reina madre y a las princesas.

—¿Tiy? ¿Qué quieres saber de ella?

—Tengo que llegar al meollo de esa extraña familia. Quiero descubrir qué sabe.

—Se dice que es una mujer infame. Dicen que tiene dientes de oro y que su aliento huele a fruta podrida.

—Da igual, ella es la cuñada de la mujer desaparecida, lo que le otorga, digámoslo así, un punto de vista particular sobre todo esto. Y nosotros podemos mantener la respiración el tiempo que sea necesario.

Najt sonrió.

—Tu amigo está en lo cierto, es una bruja infame. Transmítele mi más sincero afecto.

Las calles estaban abarrotadas de funcionarios camino del trabajo. Se podían comprar pastelitos de miel en carromatos y quioscos, también pan de diferentes tipos y cerveza. La mayoría de la gente comía y bebía mientras caminaba, también ellos muy ocupados, como nosotros, para perder tiempo sentándose a desayunar. Jety compró pan de miel con higos, que estaba delicioso, y cerveza, y lo devoramos todo con el ansia de dos perros hambrientos en la esquina de una calle por la que solo pasaban obreros. Nadie se fijó en nosotros, preocupados como estaban ante la perspectiva de otro largo día de duro trabajo bajo un sol abrasador.

La comida siempre me ha puesto de buen humor. Es mi debilidad. Me gustaría haber sitio ese tipo de hombre que puede sobrevivir varios días y varias noches sin dar bocado, sin hacer otra cosa que pensar en la verdad y la belleza. Pero no soy de esos. Me gusta comer, tan bien y con tanta frecuencia como sea posible. Incluso tras un funeral, voy directo al banquete. Tanefert cocina bien, pero yo, he de decirlo, cocino mejor. Cocino como si estuviese resolviendo un misterio: busco condimentos inusuales y evalúo las misteriosas complejidades de un sabor para descubrir de dónde procede, lo que en ocasiones me lleva a experimentar curiosas sorpresas. Me enorgullezco de saber encontrar en el mercado los puestos que venden los mejores alimentos, las verduras más frescas y la mejor miel. Mi plato favorito es la pierna de gacela marinada en vino tinto con higos. Ojalá hubiese podido prepararla en ese momento. Mi antigua vida, en la que cocinaba la gacela mientras las niñas preparaban las judías, Tanefert hablaba con mi madre mientras bebían vino y mi padre echaba una cabezadita o jugaba con las niñas, parecía algo propio de un mundo perdido.

Mientras comíamos, el dolor de la ausencia se clavó en lo más profundo de mi ser. Para quitármelo de la cabeza, pregunté a Jety cómo y dónde podríamos encontrar a Ajnatón.

—Depende —respondió—. Algunas mañanas sigue el movimiento del sol desde el Palacio Septentrional por la vía Real, antes de que salga la gente. Reza en el Templo de Atón, habitualmente en el Pequeño Templo. Después recibe a los ministros y toma decisiones políticas, lleva a cabo audiencias y escucha peticiones…

—¿De qué tipo de personas?

—De todo tipo. Sirvientes civiles, gobernadores provinciales, representantes de consejos judiciales, comandantes militares… Todo el mundo, desde los visires del norte a los del sur.

—¿Y después?

—Después puede repartir collares de honor desde la Ventana de las Comparecencias. De hecho, no mucha gente lo sabe, pero hay dos ventanas: la principal, sobre el río, que es la que utiliza para las principales audiencias, y una más pequeña, menos conocida, dentro del Gran Palacio, donde se encuentra con dignatarios, embajadores extranjeros y enviados.

—Extraordinario. ¿Y si no sigue el movimiento del sol?

—Bueno, por lo general es lo que hace, pero si no es así, entonces nadie sabe dónde está. Hay palacios y residencias por toda la ciudad, y dado que nadie lo sabe se desplaza de uno a otro por seguridad. Pero probablemente acuda al Palacio Septentrional; es el que está rodeado por los muros más altos, y casi nadie de la administración acude nunca allí. Dicen que dispone de un lago artificial para pescar y que hay pájaros, y también que tiene un parque santuario para todos los animales del reino. Dicen que pasa allí su tiempo libre, entre criaturas vivas, en el centro del mundo.

Jety me dedicó una rápida mirada para comprobar mi reacción.

—La gente siempre anda diciendo cosas —dije y sonreí vagamente. Todavía no podíamos confiar el uno en el otro hasta el punto de no temer caer en la herejía.

Nos apresuramos entre la multitud hasta un lugar en el que un pasaje lateral se abría a la vía Real, y escogimos un puesto privilegiado de observación para apostarnos.

—¿A qué hora suele salir?

—Siempre a la misma hora, a menos que sea un día de festival. En ese caso disfruta del sol en privado, y luego se pone en marcha, a la octava o a la novena hora. Entonces la luz está en su punto justo. Después de sus audiencias, a la duodécima hora, Ra estará justo encima de la cabeza; en ese momento se traslada desde la corte a la Gran Casa. La ceremonia para Meryra tendrá lugar probablemente entre esas horas.

—Así pues, si esperamos aquí, y él está de humor, ¿lo veremos pasar?

Jety asintió.

—Hay que tener en cuenta un detalle inusual: la reina está ausente. Ella conducía su propio carro. A veces les acompañaban las princesas en sus pequeños carros. A la gente, por lo visto, les encantaba. La familia, me refiero. Quizá hoy el rey no aparezca.

En cualquier caso, decidimos esperar. Ra fue elevándose a la velocidad habitual en el cielo montado en su carro cegador, demasiado despacio para mi gusto. Pasé aquel frustrante rato observando cómo la gente iba de un lado para otro ocupada en sus asuntos cotidianos; a ratos, soñaba con comida. Finalmente, en lo alto de la vía Real, se oyó cierto estruendo, una explosión de actividad. Todo aquel que caminaba por la calle fue apartado rápidamente por los guardias, que hacían sonar con potencia sus trompetas, despejando el camino; a pesar de que la mayoría había optado ya por apartarse. De hecho, y como si una mano mágica los hubiese conjurado, empezaron a aparecer montones de personas por las calles laterales, apelotonándose y haciéndose espacio a empujones para estar lo más cerca posible. Lanzaban exclamaciones, gritaban con entusiasmo, extendían los brazos implorando hacia el carro, ya a la vista, protegido por soldados a pie que corrían delante y detrás del mismo. Cuando el propio Ajnatón pasó vestido de un color blanco puro, con la corona puesta, en lo alto de su carro, hierático e impasible a pesar de la fuerte música, los gritos aumentaron hasta mezclarse con la frenética marea de manos suplicantes. Parecía, en todos los sentidos, el rey del mundo. Pero al verlo de ese modo lo recordé tal como lo había visto en privado: un hombre acosado por el dolor.

La seguridad desplegada para el desfile resultaba sorprendente. Arqueros libios, nubios y sirios portaban largos arcos, con las flechas apuntando hacia los tejados o hacia la multitud de adoradores. Soldados de pecho descubierto vestían faldas militares y portaban escudos y hachas, todas ellas pulidas y centelleantes. Al girar para enfilar el Gran Palacio, falanges de guardas formaron una cerca impenetrable entre Ajnatón y la gente. El séquito se perdió rápidamente bajo las torres y desapareció en el interior del palacio; los guardias armados se organizaron rápidamente para proteger la entrada. Resultó impresionante; se ordenaron con precisión en una demostración de fuerza perfectamente ejecutada; no había gestos innecesarios o fortuitos. Y en cuanto el rey pasó, las puertas se cerraron con fuerza y el silencio volvió a imponerse. Pero lo que Jety había dicho era cierto: la gente se percató de la ausencia de la reina. Miradas significativas, comentarios susurrados al oído del compañero, miradas interrogativas o asentimientos a modo de respuesta.

Al menos lo habíamos encontrado. Me abrí paso entre el gentío; Jety me seguía intentando mantener mi ritmo. Caminamos a lo largo del perímetro del muro de palacio. No parecía tener otras entradas, pero al volver la esquina encontramos una puerta pequeña, una entrada de servicio, con un ventanuco en el muro, a un lado. El portero apenas cabía en el marco al otro lado de la ventana, parecía una caja a punto de reventar.

—Déjanos pasar.

El portero volvió la cabeza lentamente, tan sólido, endurecido e implacable como una roca, para analizarme.

—Es importante. Aquí está mi autorización.

Apoyé el papiro contra los barrotes de la ventana. Me hizo un gesto para que se lo pasara, lo cual hice, y él leyó muy despacio, respirando pesadamente, señalando con el dedo mientras leía con irritante lentitud.

Other books

Ritual Sins by Anne Stuart
Dead End by Leigh Russell
Moron by Todd Millar
Bling It On! by Jill Santopolo
The Marine's Queen by Susan Kelley
Jingle Bell Rock by Winstead Jones, Linda
Dark Times in the City by Gene Kerrigan
The DIY Pantry by Kresha Faber