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Authors: Jack London

Tags: #ciencia ficción

El Talón de Hierro (33 page)

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Curiosa serie de literatura de un género aparte, encaminada a difundir entre los trabajadores ideas falsas sobre la naturaleza de las clases ociosas.
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Los hombres de ese tiempo eran esclavos de ciertas fórmulas, siéndonos difícil comprender la abyección de esta servidumbre. Había en las palabras una magia más fuerte que la de los escamoteadores. Tan confundidos estaban los espíritus que una simple palabra tenía el poder de neutralizar las conclusiones de toda una vida de pensamientos y de investigaciones afanosas. La palabra Utopista pertenecía a esta clase: bastaba pronunciarla para condenar los planes mejor concebidos sobre mejoramiento o regeneración económica. Poblaciones enteras eran afectadas por una especie de locura ante el simple enunciado de ciertas expresiones, como «un honrado dólar» o «un jarro lleno de bazofia» , cuya invención era considerada como un rasgo de ingenio.
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Nombre dado primero a los detectives privados, luego a los guardianes de Bancos y a los demás sirvientes armados del capitalismo que se convirtieron después en mercenarios organizados de la Oligarquía.
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Los remedios patentados eran estafas patentadas, pero el pueblo se dejaba engañar como por los encantos y las indulgencias de la Edad Media. La única diferencia es que los remedios patentados eran más dañinos y costaban más caros.
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Más o menos hasta 1912, la gran masa del pueblo conservó la ilusión de que gobernaba al país por medio de votos. En realidad, estaba gobernado por lo que se llamaban máquinas políticas. Al comienzo, los patrones o empresarios de esos mecanismos arrancaban fuertes sumas a los capitalistas para influir en la legislatura. Pero los grandes capitalistas no tardaron en comprender que seria para ellos más económico poseer esos mecanismos y asalariar, a su vez, a los patrones.
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Robert Hunter, en un libro titulado Pobreza y publicado en 1906, indicaba que en ese año había en los Estados Unidos diez millones de individuos viviendo en el pauperismo.
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Según el censo de 1900 (el último cuyas cifras hayan sido publicadas), el número de niños que trabajaban era de 1.752.187.
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La tendencia de este pensamiento está mostrada en la siguiente definición, extraída de la obra titulada «Diccionario Mundial de un Cínico» (The Cynic’s World Book), publicado en 1906 y escrito por un tal Ambrosio Bierce, misántropo probado y notorio: «Grape shot (shrapnell), argumento que el porvenir prepara como respuesta a las demandas del socialismo norteamericano» .
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Los esclavos africanos y los criminales eran atados a una bola o a una barra de hierro que arrastraban consigo. Sólo después del advenimiento de la Fraternidad del Hombre semejantes prácticas cayeron en desuso.
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Antes de Everhard, hubo hombres que presintieron esta sombra, aunque fueron, como él, incapaces de precisar su naturaleza. He aquí lo que decía John O. Calhoun: «Un poder superior al del mismo pueblo ha surgido en el gobierno. Es un haz de intereses numerosos, diversos y poderosos, combinados en una masa única y mantenidos por la fuerza de cohesión del enorme excedente que existe en los Bancos». Y el gran humanista Abraham Lincoln declaraba pocos días antes de su asesinato: «Preveo en un porvenir próximo una crisis que me enerva y me hace temblar por la seguridad de mi patria… Se han entronizado las corporaciones; a ello seguirá una era de corrupción en alto grado, y el poder capitalista del país se esforzará por prolongar su reinado, apoyándose en los prejuicios del pueblo, hasta que la riqueza esté acumulada en algunas manos y la República sea destruida» .
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Este libro, Economía y Educación, fue publicado en el curso del año. Quedan tres ejemplares, dos en Ardis y uno en Asgard. Trataba minuciosamente de uno de los factores de conservación del orden establecido, a saber: el sesgo capitalista tomado por las universidades y las escuelas ordinarias. Era un acto de acusación lógica y aplastante contra todo un sistema de educación que no desarrollaba en el espíritu de los estudiantes más que ideas favorables al régimen, con exclusión de toda idea adversa o subversiva. El libro causó sensación y fue pronto suprimido por la oligarquía.
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No existe indicio alguno que nos permita conocer el nombre de la organización representada por estas iniciales.
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Es un poema de Oscar Wilde, uno de los maestros del lenguaje del siglo XIX.
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Una gran compañía podía vender perdiendo más tiempo que una pequeña. Era un medio empleado frecuentemente en la competencia.
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En este tiempo se intentaron innumerables esfuerzos para organizar a la clase decadente de los granjeros en un partido político, creado para destruir los trusts y cartels por medio de severas medidas legislativas. Finalmente, fracasaron todos esos esfuerzos.
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El primer gran trust que logró éxito, cerca de una generación antes que los demás.
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Quiebra o bancarrota, institución especial que permitía al industrial que no había tenido éxito no pagar sus deudas y que tenía por efecto suavizar las condiciones demasiado salvajes de esta lucha a zarpazos y a dentelladas.
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Everhard estaba en lo cierto, aunque se equivocó sobre la fecha de presentación del proyecto, que no fue el 30 de julio, sino el 30 de junio. Poseemos en Ardid el Diario de Sesiones del Congreso en donde se hace mención de esta ley en las siguientes fechas: 30 de junio, 9, 15, 16 y 17 de diciembre de 1902 y 7 y 14 de enero de 1903. La ignorancia manifestada en esta cena por hombres de negocios no tenía nada de excepcional, pues muy poca gente conocía la existencia de esta ley. En julio de 1903 un revolucionario, E. Unterman, publicó en Girard, Kansas, un folleto tratando esta ley sobre la milicia. Se vendió algo entre los obreros, pero ya la separación de clases era tan pronunciada, que muchas gentes de la clase media no oyeron hablar jamás de este folleto y continuaron ignorando la ley.
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Everhard muestra claramente aquí la causa de todas las disensiones del trabajo en aquel tiempo. En el reparto del producto común, el capital y el trabajo, cada uno de su parte, querían tener lo más posible, con lo que la querella era insoluble. Mientras existió el sistema de producción capitalista, trabajo y capital continuaron pleiteando sobre el reparto. La cosa nos parece hoy ridícula, pero no hay que olvidar que estamos con un adelanto de siete siglos cobre los que entonces vivían.
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Pocos años antes de esta época, Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, hizo en público la siguiente declaración: «Es necesaria una reciprocidad más liberal y más generalizada en la compra y venta de mercaderías, de modo que podamos disponer de una manera satisfactoria en el extranjero del excedente de producción de los Estados Unidos» . Naturalmente, el excedente de producción de que hablaba era el beneficio de los capitalistas excedidos en su poder de consumo. Para esta misma época decía el senador Mark Hanna: «La producción en riqueza en los Estados Unidos es anualmente superior en un tercio a su consumo» . Otro senador, Chauncey Depew, declaraba: «El pueblo americano produce anualmente dos mil millones de riqueza más que la que consume» .
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Karl Marx, el gran héroe intelectual del socialismo, era un judío alemán del siglo XIX contemporáneo de John Stuart Mill. Nos cuesta trabajo creer hoy que, después de la enunciación de los descubrimientos económicos de Marx, se hayan sucedido varias generaciones en las cuales fue escarnecido por pensadores y sabios estimados en el mundo entero. A raíz de sus descubrimientos, fue desterrado de su país natal y murió en el exilio, en Inglaterra.
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A nuestro entender, es la primera vez que ese término fue empleado para designar a la Oligarquía.
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Esta división de Everhard concuerda con la de Lucien Sanial, una de las autoridades de la época en materia de estadística. De acuerdo con el censo de los Estados Unidos de 1900, el número de individuos repartidos en esas tres clases, según sus profesiones, era el que sigue: clase de los plutócratas, 250.251; clase media, 8.429.846; clase del proletariado, 20.398.137.
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Standard Oil y Rockefeller. Véase la nota al pie de la página 121.
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Hasta 1907 se consideraba al país como dominado por once grupos, pero su número se redujo por el amalgamiento de los cinco grupos de vías férreas en un cartel de todos los ferrocarriles. Los cinco grupos reunidos al mismo tiempo que sus aliados financieros y políticos eran los siguientes: 1º James J. Hill, con su dirección del Noroeste; 2º el grupo de ferrocarriles de Pensilvania, con Schiff como director financiero, y de fuertes Bancos dé Filadelfia y de Nueva York; 3º Harriman, con Frick como abogado consejero y Odell como teniente político, dirigiendo las líneas de transporte del Central Continental y de la costa del Pacifico Sudoeste y Sud; 4º los intereses ferroviarios de la familia Gould, y 5º Morse. Reíd y Leeds, conocidos bajo el nombre de Rock-Island Crowd. Esos poderosos oligarcas, surgidos del conflicto de rivalidades, debían seguir inevitablemente la vía que desemboca en la combinación.
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Lobby, institución privada que tenía por finalidad intimidad y corromper a los legisladores que estaban considerados como representantes de los intereses del pueblo.
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Unos diez años antes de este discurso de Everhard, la Cámara de comercio de Nueva York publicó un informe del que copiamos las siguientes líneas: «Los ferrocarriles gobiernan absolutamente a las legislaturas de la mayoría de los Estados de la Unión; hacen y deshacen a su antojo senadores, diputados y gobernadores, y son los verdaderos dictadores de la política gubernamental de los Estados Unidos».
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Rockefeller comenzó como miembro del proletariado, y a fuerza de ahorro y de astucia, logró organizar el primer trust perfecto, el conocido bajo el nombre de Standard Oil. No podemos menos de citar una página notable de la historia de ese tiempo que nos muestra cómo la Standard Oil, puesta en la necesidad de volver a colocar sus fondos excedentes, aplastó a los pequeños capitalistas y precipitó el derrumbe del sistema capitalista. Un escritor liberal de esta época, David Graham Phillips, publicó en el Saturday Evening Post del 4 de octubre de 1902 el artículo que a continuación se transcribe. Es el único ejemplar de este, periódico que haya llegado hasta nosotros, pero por su forma y contenido debemos concluir que era una de las publicaciones populares de gran tirada: "Hace más o menos diez años, una autoridad competente calculaba la renta de Rockefeller en treinta millones de dólares. Había alcanzado el limite de las inversiones provechosas en la industria del petróleo. En adelante, enormes sumas en especies, más de dos millones de dólares por mes, se volcaban solamente en la caja de John Davidson Rockefeller. El problema de la recolocación se tornaba muy serio. Se convirtió en una pesadilla. La renta del petróleo crecía, se hinchaba siempre, y el número de inversiones seguras era limitado, más limitado aún que en la hora presente. No fue precisamente la avidez de nuevas ganancias lo que impulsó a los Rockefeller hacia otras ramas de negocios distintos al petróleo. Fueron arrastrados a la fuerza por ese flujo de riquezas que el imán de su monopolio atraía irresistiblemente. Tuvieron que organizar un personal especial para hacer investigaciones y buscar nuevas inversiones. Se dice que el jefe de ese personal recibe un salario anual de 125.000 dólares.

«La primera excursión o incursión notable de los Rockefeller se ejerció en el dominio de los ferrocarriles. En 1905 gobernaban la quinta parte de la longitud de las vías férreas del país. ¿Cuánto poseen hoy o qué dirigen como propietarios principales? Son poderosos en todos los ferrocarriles de Nueva York, Norte, Este y Oeste, salvo en uno; en el que no tienen más que una parte de algunos millones. Están en la mayoría de las líneas que irradian de Chicago y dominan en varias redes que se extienden hasta el Pacifico. En sus votos se cifra el poder del señor Morgan en este momento —hay que confesar que aquéllos tienen más necesidad de su cerebro que éstos de sus votos—y la combinación de los dos constituye en una amplia medida la comunidad de intereses». «Pero los ferrocarriles solos no bastaban para absorber tan rápidamente esas enormes olas de oro. Los 2.500.000 dólares mensuales de J. D. Rockefeller no tardaron en llegar a cuatro, a cinco, a seis, hasta llegar a 75 millones de dólares por año. Loa petróleos se volvían todo beneficio y las reinversiones de las rentas dejaban ya su interés de varios millones…».

Los Rockefeller entraron en el gas y en la electricidad en cuanto esas industrias estuvieron suficientemente desarrolladas como para constituir una inversión segura. Y ahora una gran parte del pueblo estadounidense, cualquiera sea la clase de iluminación que emplee, debe comenzar por enriquecer a los Rockefeller en cuanto se pone el sol. Luego se lanzaron a las hipotecas de granjas. Se cuenta que hace algunos años, cuando la prosperidad permitió a los granjeros pagar sus hipotecas, J. D. Rockefeller quedó afectado casi hasta las lágrimas: eran ocho millones de dólares que creía seguramente colocados y a buen interés por unos cuantos años, y que ahora se amontonaban en el umbral de su casa, reclamando a gritos un empleo nuevo. Esta inesperada agravación de sus constantes cuidados por encontrar inversiones para los hijos, los nietos y los bisnietos de su petróleo eran demasiado para que lo soportase con serenidad un hombre torturado por malas digestiones… «Los Rockefeller se dedicaron a las minas —hierro y carbón, cobre y plomo—, luego a otras compañías industriales, a los tranvías, a las obligaciones nacionales, del Estado o municipales; a las grandes líneas marítimas, barcos de vapor y telégrafos; a los bienes raíces y a los rascacielos, y a las casas de departamentos, hoteles y edificios para oficinas; a los seguros de vida y a los Bancos. Pronto no hubo un solo campo de la industria en el que sus millones no estuviesen maniobrando…».

El Banco Rockefeller —el National City Bank—es, sin disputa, el más importante de los Estados Unidos. Y en el mundo sólo lo sobrepasan el Banco de Inglaterra y el Banco de Francia. Los depósitos superan los cien millones de dólares por día, y el Banco domina el mercado de valores de subasta de Wall Street lo mismo que la bolsa de los fondos públicos. Pero ese establecimiento no es el único: constituye el primer eslabón de una cadena de Bancos y de consorcios en la ciudad de Nueva York, además de Bancos muy fuerte e influyentes en todos los grandes centros monetarios del país. John D. Rockefeller posee acciones de la Standard Oil por valor de cuatro o cinco millones de dólares fuera del mercado. Tiene cien millones de dólares en el Trust del acero y casi otro tanto en una sola red de los ferrocarriles del Oeste, la mitad en otro y así sucesivamente, hasta que el espíritu se cansa de catalogar sus riquezas. Su renta se elevaba el año pasado a cien millones de dólares, más o menos —es dudoso que la renta de todos los Rothschild, tomados en conjunto, alcancen una suma superior—, y esta renta continúa progresando a saltos.
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