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Authors: Jack London

Tags: #ciencia ficción

El Talón de Hierro (36 page)

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El refugio de Benton Harbour era una catacumba cuya entrada estaba hábilmente disimulada en un pozo. Ha sido conservada en buen estado; los visitantes pueden hoy recorrer el laberinto de corredores hasta llegar a la sala de reuniones en donde sin duda tuvo lugar la escena descrita por Avis Everhard. Más lejos se encuentran las celdas en donde eran encerrados los prisioneros y la cámara de muerte en donde se realizaban las ejecuciones; más lejos aún, está el cementerio, conjunto de largas y tortuosas galerías cavadas en la roca viva. A ambos lados se encuentran los nichos en donde descansan los revolucionarios enterrados hace tantos años por sus camaradas.
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En aquel tiempo la poligamia era practicada todavía en Turquía.
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No es jactancia de parte de Avis Everhard. La flor del mundo artístico y literario se componía de revolucionarios. Con excepción de un pequeño número de músicos y de cantores y de algunos oligarcas, todos los grandes creadores de la época, todos aquellos cuyos nombres han llegado hasta nosotros, pertenecían a la Revolución.
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En esa época la crema y la manteca todavía se extraían de la leche de vaca por procedimientos groseros. Aún no se había comenzado a preparar los alimentos en los laboratorios.
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En los documentos literarios que datan de aquella época, siempre se habla de los poemas de Rudolph Mendenhall. Sus camaradas le habían puesto el mote de «La Llama». Era indudablemente un gran genio; sin embargo, aparte de algunos fragmentos fantásticos y atormentados de sus poesías, no nos ha llegado nada de sus obras. Fue ejecutado por el Talón de Hierro en 1928.
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El caso de este joven no era extraordinario. Muchos hijos de la oligarquía, moral o novelescamente, consagraron su vida al ideal revolucionario, sea porque fuesen impulsados por un sentimiento de honradez, sea porque su imaginación se había prendado del aspecto glorioso de la Revolución. Anteriormente, muchos hijos de la nobleza rusa hablan desempeñado un papel semejante en la revolución prolongada de su patria.
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Los Mercenarios desempeñaban un papel importante en lo: últimos días del Talón de Hierro. Determinaban el equilibrio de: poder en los conflictos entre los oligarcas y las castas obreras arrojando el peso de sus fuerzas en uno de los platillos, según el juego de las intrigas y de las conspiraciones.
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De la inconsistencia e incoherencia morales del capitalismo, los oligarcas surgieron con una ética nueva, coherente y definida, tajante y rígida como el acero, al mismo tiempo la más absurda y la menos científica que la más poderosa que hubiese tenido jamás una clase de tiranos. Los oligarcas tenían fe en su moral, aunque ésta estuviese desmentida por la biología y la evolución; gracias a esta fe han podido contener durante tres siglos la ola potente del progreso humano. Ejemplo profundo, terrible y desconcertante para el moralista metafísico y que debe inspirar muchas dudas y exámenes de conciencia.
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Ardis fue terminada en 1942 y Asgard en 1994. La construcción de esta última ciudad duró cincuenta y dos años y empleó un ejército permanente de medio millón de siervos. En ciertos períodos su número superó el millón, sin contar los centenares de millares de trabajadores privilegiados y los artistas.
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Entre los revolucionarios se encontraban muchos cirujanos que habían adquirido una habilidad maravillosa para la cirugía. Según la expresión de Avis Everhard, podían transformar literalmente a un hombre en otro. Para ellos, la eliminación de cicatrices y deformidades no era más que un juego de niños. Cambiabas las facciones con tal minucia microscópica que no subsistía la menor huella de su trabajo. La nariz era uno de los órganos favoritos de sus operaciones. El injerto de piel y la trasplantación de cabellos se contaban entre sus artículos más corrientes. Lograban cambios de expresión con una habilidad que lindaba con la hechicería: Modificaban radicalmente los ojos y las cejas, los labios, la boca y las orejas. Por medio de hábiles operaciones en la lengua, en la garganta, en la laringe y en las fosas nasales podían transformar la pronunciación y la manera de hablar. Esta época de desesperación suscitaba remedios desesperados, y los médicos revolucionarios se colocaban a la altura de las necesidades de su tiempo. Entre otros prodigios, podían acrecer la talla de un adulto en cuatro o cinco pulgadas o disminuirla en una o dos. Su arte se ha perdido hoy. Ya no tenemos necesidad de él.
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Chicago era el pandemonio industrial del siglo XX. John Burns, gran jefe obrerista inglés, que fue un momento miembro del Gabinete, es el protagonista de una curiosa anécdota. Visitaba los Estados Unidos cuando un periodista le preguntó en Chicago qué pensaba de esta ciudad: «¿Chicago? —respondió—. Es una edición de bolsillo del infierno». Poco después, cuando se embarcaba de regreso a Inglaterra, otro reportero lo abordó para preguntarle si había modificado su opinión sobre Chicago. «¡Oh, si —respondió John Burns—. Mi opinión actual es que el infierno es una edición de bolsillo de Chicago!»
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Era el nombre de un tren considerado como el más veloz del mundo en esa época.
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En esta época la población estaba tan espaciadamente distribuida, que la superabundancia de animales salvajes se convertía con frecuencia en una plaga. En California se estableció la costumbre de hacer batidas de conejos. En un día determinado, se reunían todos los campesinos de una región y barrían la comarca en líneas convergentes, empujando a los conejos por veintenas de miles hacia un cercado preparado de antemano, en donde hombres y chicos los mataban a garrotazos.
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Los historiadores se han preguntado muchas veces si el «ghetto» del sur fue incendiado accidental o voluntariamente por los Mercenarios; hoy está definitivamente aclarado que los Mercenarios le prendieron fuego, de acuerdo con las órdenes de sus jefes.
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Gran número resistieron una semana, y uno de ellos se mantuvo durante once días. Cada edificio tuvo que ser tomado por asalto, como un fuerte. Los Mercenarios se vieron obligados a atacar piso por piso. Fue una lucha sangrienta. Ni se pedía ni sé concedía tregua. En este tipo de combates, los revolucionarios tenían la ventaja de estar arriba. Fueron aniquilados, pero a costa de severas pérdidas. El orgulloso proletariado de Chicago se mostró a la altura de su antigua fama. Tantos como fueron sus muertos, tantos fueron los enemigos que mató.
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Los anales de este intermedio de desesperación están escritos con sangre. La venganza era el motivo dominante; los miembros de las organizaciones terroristas no se cuidaban casi de sus vidas y no esperaban nada del porvenir. Los Danitas —nombre tomado de los ángeles vengadores de la mitología de los mormones— nacieron en las montañas del Great West y se extendieron por toda la costa del Pacífico, desde Panamá hasta Alaska. Las Walkyrias era una organización de mujeres, y la más terrible de todas. Ninguna era admitida allí si no había tenido parientes próximos asesinados por la Oligarquía. Estas Walkyrias torturaban a sus prisioneros hasta que los mataban. Otra famosa organización femenina fue la de las Viudas de Guerra. Los Berserkers (guerreros invulnerables de la mitología escandinava) formaban un grupo gemelo del de las Walkyrias: estaba constituido por hombres que no concedían ningún valor a sus vidas. Fueron éstos los que destruyeron completamente la ciudad de los Mercenarios llamada Bellona, con su población de más de cien mil almas. Los Bedlamitas y los Helldamitas eran asociaciones gemelas de esclavos. Una nueva secta religiosa que, por lo demás, no prosperó mucho tiempo, se llamaba Ira de Dios. Estos grupos de gentes tan tremendamente serias, adoptaban los nombres más fantásticos, entre los cuales éstos: Corazones sangrantes, Hijos del alba, Estrellas matutinas, los flamencos, Triples triángulos, Las tres barras, los Vengadoras, los Apaches y los Erebusitas.
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Aquí termina el manuscrito de Avis Everhard. Se detiene bruscamente en medio de una frase. Avis debió haber sido informada de la llegada de los Mercenarios puesto que tuvo tiempo de poner en seguro su manuscrito antes de su huida o de su captura. Es lamentable que no haya sobrevivido para terminarlo, pues de no haber sido así, ciertamente nos habría aclarado el misterio que desde hace setecientos años rodea la ejecución de Ernesto Everhard.
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