Read El tercer lado de los ojos Online
Authors: Giorgio Faletti
Solo al terminar, Maureen se volvió. Como un efecto gráfico en un ordenador, vio que la expresión de circunstancia se borraba del rostro de Christopher Marsalis y se convertía de golpe en estupor. Lo siguió con la mirada mientras se levantaba sin hablar e iba a mirar por la ventana. Maureen, por enésima vez, se asombró de cuántas connotaciones diferentes podía tener el silencio, como si la ausencia de palabras tuviera más posibilidades de expresión que las palabras mismas. La voz del alcalde de Nueva York llegó desde un rincón de la habitación pero sonaba deshilachada por un largo viaje en el tiempo y en el recuerdo.
—Es verdad. Sucedió hace muchos años. Gerald era un niño. En ese momento mi mujer todavía vivía, aunque ya había empezado a entrar y salir de los hospitales. Yo era mucho más joven que ahora y a causa de su enfermedad hacía más de un año que no tenía relaciones con ella. Había una criada muy guapa que trabajaba en casa, y yo...
Hizo la pausa que Maureen esperaba. El instante de incertidumbre antes de una confesión, por pequeña o grande que sea.
—Sucedió en la cocina. Fue algo instintivo y no volvió a repetirse. Gerald debió de habernos visto sin que nos diéramos cuenta. Cuando me mostró el dibujo estaba muy orgulloso y él no sabía lo que habíamos hecho. Solo se sentía orgulloso de su pequeña obra de arte. Yo tuve miedo de que pudiera mostrarle el dibujo a algún extraño, y lo rompí. Después le hice jurar que no hablaría de ello con nadie, y para hacerle entender que había hecho algo mal le encerré en el cuarto trastero. Era solo un niño, pero creo que nunca me lo perdonó.
Maureen volvió a ver la puerta que se cerraba sobre una cara roja de rabia. Imaginó a un niño en la oscuridad de aquel cuartucho, solo con las mentiras de la oscuridad, que transforma en monstruos de la fantasía la realidad visible y las formas inequívocas de la luz.
Jordan Marsalis acudió en ayuda de su hermano y se interpuso entre ella y el momento de debilidad de Christopher.
—Señorita Martini, como ya ha dicho antes, usted es policía, con todo lo que ello significa. También yo lo he sido, así que los dos sabemos de qué estamos hablando. Admitirá usted que en esta situación hay elementos poco normales, de difícil clasificación. Para ser más explícitos: si dijéramos algo así en un tribunal, cada uno de nosotros se vería obligado a asistir a dos sesiones de análisis por semana. Sin embargo, no me queda otra elección que tener en cuenta lo que nos ha dicho. ¿Hay algo más que usted...?
Maureen se dio cuenta de que trataba de encontrar una definición verosímil para un concepto que a ella misma también le costaba expresar en palabras.
—¿Me está usted preguntando si he visto algo más?
—Exacto.
La palabra pareció abrirse paso desde la garganta hasta los dientes de Jordan.
Maureen, con la misma sensación de liberación que había mostrado el alcalde hacía un instante, salió de la soledad en que la había dejado su experiencia y contó las imágenes que llevaba grabadas en el cerebro. La mujer acostada bajo ella, la cara teñida de azul, la figura amenazadora de un hombre envuelto en la sombra de la escalera, que empuñaba una pistola y cuyo rostro no había logrado ver.
Estaba tan concentrada en su relato que no podía ver el efecto de sus palabras en los hombres con quienes compartía su angustia. La historia terminó en un silencio que dejó en la habitación una gran sensación de vacío. A Maureen no le habría sorprendido si de repente los objetos empezaran a flotar en el aire.
El alcalde fue el primero en hablar, y su voz fue el diapasón que rompía el cristal.
—Es una locura.
Maureen sabía que el comentario no iba dirigido hacia ella. Solo reflejaba el absurdo de una situación que lo obligaba, a pesar suyo, a dejar de lado la incredulidad. No había ninguna explicación, pero aunque la hubiera habido no habría cambiado nada de aquel indefinible testimonio que acababan de escuchar.
Jordan parecía menos conmocionado. Se sentó en la silla situada frente a ella y se apoyó con calma contra el respaldo.
—Creo que es el momento de idear una línea de acción. Tenemos dos víctimas. Las circunstancias de esas muertes nos hacen pensar que los asesinatos están relacionados entre sí por algún elemento que no conseguimos definir. Lo único que hemos logrado encontrar que vincule a Gerald Marsalis y a Chandelle Stuart es que ambos estudiaron en el Vassar College de Poughkeepsie.
Cogió unas fotos en color que estaban sobre una mesa y las empujó hacia Maureen.
—Este
college
.
Maureen tendió un brazo y acercó la foto hacia sí. Cogió una en la mano y...
«... estoy en un sendero que corta en dos un gran prado verde y al caminar me cruzo con unos chavales que me miran sin saludarme y a quienes tampoco saludo y ante mí hay una gran construcción austera llena de ventanales y levanto el brazo para mirar la hora y de golpe acelero el paso y echo a correr hacia la entrada y...
»... estoy en una habitación y mi campo visual es limitado como si las imágenes me llegaran a través de agujeros y además de mí en la habitación hay otras dos personas, un hombre y una mujer vestidos de oscuro que llevan máscaras de plástico que representan a dos personajes de Snoopy. Una es Lucy y la otra es Snoopy. El corazón me late con fuerza y vuelvo la cabeza siguiendo la dirección de la mirada de los otros dos...
»... y veo la espalda de un hombre inclinado sobre la mesa donde se entrevé un cuerpo tendido, parece un niño, y de golpe el hombre levanta el brazo hacia lo alto y en la mano derecha empuña un cuchillo completamente rojo de sangre y hay más sangre que gotea de sus manos y le mancha las mangas de la chaqueta y aunque no le oigo sé que el hombre de espaldas con la cabeza vuelta hacia el techo está gritando y yo...
»... estoy todavía con el hombre y la mujer vestidos de oscuro que llevan las máscaras de Lucy y Snoopy pero estamos en otra parte y el hombre se apoya en la pared y se levanta la máscara y muestra una cara joven y morena de chico mojada de lágrimas y poco después la esconde entre las manos y resbala contra la pared hasta sentarse en el suelo y ella...»
Maureen fue absorbida como por un remolino hacia el lugar donde se hallaba antes; se encontró arrodillada en el suelo. Vio ante sus ojos un trozo del suelo de madera en medio de dos zapatillas de deporte. Se dio cuenta de que los fuertes brazos que la sostenían eran los de Jordan Marsalis.
Aunque la voz era la de Jordan, parecía venir de muy lejos.
—¿Sucede algo, señorita?
Maureen oyó otra voz muy lejana. Finalmente se dio cuenta de que era la suya.
—Un asesinato. Ha habido un asesinato.
—¿De qué habla? ¿Qué asesinato?
No llegó a oír esta última pregunta. Su cuerpo se volvió muy pesado y se desmayó; aquella pausa era como una balsa de salvamento lanzada por una mano piadosa, antes de que llegara la helada certeza del terror.
Cuando Maureen volvió en sí, lo primero de lo que se dio cuenta fue que estaba tendida en el suelo y que una mano sostenía su cabeza. Poco después, notó la sensación de arena en los ojos que le causaba la luz. Volvió a cerrarlos con una mueca de fastidio.
—Las gafas.
Alargó una mano y sintió bajo la palma la superficie pulida del suelo de madera. Las buscó a tientas a su lado; probablemente se le habían caído cuando se desmayó. Percibió un movimiento a sus espaldas, notó que las patillas se deslizaban delicadamente detrás de sus orejas y luego sintió el bienvenido alivio de las gafas oscuras. Abrió los ojos y se alegró de que los dos hombres no se los vieran, porque estaban brillantes a causa de las lágrimas. Trató de recobrar la respiración normal y calmar los latidos de su corazón.
La voz de Jordan le llegó de lejos, tras romper esa aura que trataba de reconstruir a su alrededor.
—¿Está usted bien?
—Sí —respondió Maureen.
«No», pensó.
«Nada está bien. Si este es el precio que debo pagar por ver prefiero volver a la oscuridad y a las imágenes de mis pesadillas, no a las de otro.»
—¿Desea beber algo?
Maureen negó con la cabeza. Las imágenes de lo que había visto desaparecían de sus ojos como las partes de un rompecabezas que se desmonta pieza a pieza. Solo la angustia permanecía en el estómago como una hoja de hielo y acero. Trató de sentarse y se encontró ante la cara de Jordan. Sintió el olor de su aliento. Olía a hombre bueno y sano y solo en el fondo se notaba un ligero aroma a tabaco. Sin duda había sido él quien la sujetó y la recostó con cuidado en el suelo para que no cayera.
—Ayúdeme a ponerme en pie, por favor.
Jordan pasó las manos bajo sus axilas y con delicadeza pero aparentemente sin esfuerzo la sostuvo mientras se levantaba. La guió para que volviera a sentarse en la silla donde estaba cuando...
—¿Se siente bien? —preguntó Jordan.
—Sí, gracias. Ya pasó.
—¿Qué ha sucedido?
Maureen se pasó una mano por la frente. A pesar de lo que les había contado a los dos hombres hacía un momento, no podía evitar una sensación de vergüenza por ese nuevo...
«este nuevo.... ¿qué?»
Al fin Maureen decidió definirlo como «episodio». Ni siquiera en su interior quería emplear la palabra «ataque».
—He visto algo.
Christopher Marsalis salió del rincón de la habitación en que se había refugiado para aliviar su inesperada desazón. Se sentó en la silla situada frente a ella, del otro lado del escritorio.
—¿Qué?
Maureen señaló las fotos esparcidas por la mesa.
—He visto el Vassar College. Pero no tal como es ahora, sino como era hace mucho tiempo.
—¿Y cómo puede saberlo?
Maureen indicó con un dedo los árboles junto al sendero que llevaba a la gran construcción del fondo.
—Estos árboles eran más pequeños cuando los he visto.
—Continúe.
Una breve vacilación. Después, las palabras que se agolpaban para salir.
—Estaba allí y corría por un sendero hacia el edificio que se ve en la foto. Luego, de pronto estaba en otro lugar. Con Lucy y Snoopy.
Todavía bajo la impresión de lo que había presenciado en su mente, Maureen no vio el sobresalto de Christopher Marsalis ni la mirada de espanto que lanzó a su hermano. Los dos hablaron casi al unísono.
—¿Lucy y Snoopy?
Maureen no notó el ansia de sus voces, solo la sorpresa. Se apresuró a explicar en detalle lo que había visto.
—No estoy loca. Lo que quiero decir es que estaba con dos personas que llevaban máscaras que representaban a Lucy y a Snoopy. También yo llevaba una máscara...
Jordan se sentó ante ella y le cogió las manos.
—Maureen, disculpe si la interrumpo...
Ese contacto sin malicia la reconfortó. La tranquilizó oír que la llamaba por su nombre.
Era familiar, era protector, era... humano.
Lo que experimentaba ella, en cambio, no lo era en absoluto. Y no estaba segura de hallarse en condiciones de enfrentarse a ello. Tenía terror a que su mente la traicionara y resbalara en ese abismo del cual quizá jamás lograría volver. Aquello ante lo que se encontraba no estaba hecho de simples visitas a ese lugar donde nacían las formas ficticias de los sueños o las pesadillas. Era internarse en un agujero negro lleno de imágenes procedentes del peor lugar que podía existir: la realidad.
Los ojos azules de Jordan lograron superar también la pantalla polarizada de las gafas.
—Hay algo que no le he dicho. Y creo que lo que ha sucedido ahora disipará cualquier resto de perplejidad. ¿Conoce usted Snoopy?
—¿Y quién no?
—Bien. El que mató a Gerald y a Chandelle dejó los cuerpos en una posición que recuerda a dos de sus personajes. Mi sobrino tenía una manta pegada a una oreja y un dedo en la boca, como Linus. Chandelle Stuart estaba apoyada en un piano, como Lucy cuando escucha tocar al pequeño Schroeder. Y el asesino nos ha dejado un indicio de que la próxima víctima será justamente Snoopy.
La voz de Jordan era tranquila y despertaba confianza; Maureen lo admiró por cómo conseguía disimular la impaciencia ante la velocidad con que sin duda creía que pasaba el tiempo.
—Usted ha mencionado un asesinato —prosiguió Jordan.
—Sí. En la habitación donde estábamos había una persona de pie delante de una mesa. Sobre ella estaba tendido un cuerpo pequeño, de un niño o una niña, quizá. No logré verlo bien porque el hombre estaba de espaldas y me tapaba la vista. Después levantó los brazos y en la mano derecha tenía un cuchillo ensangrentado.
—¿Y luego?
—Luego de golpe me encontré en otro lugar. Estaban otra vez los dos con las máscaras, y la persona que llevaba la de Snoopy se la quitó y lloraba.
—¿Y le ha visto usted la cara?
—Sí.
—¿Sabría reconocerlo?
—Creo que sí.
—Dios santo.
Jordan se levantó de golpe y de pronto empezaron a agolparse palabras por los hilos del teléfono y corriente eléctrica por los cables de alta tensión. Con el dedo índice apuntó hacia su hermano, que se había quedado mirándolos en silencio.
—Christopher, llama pronto al rector Hoogan. Dile que tenemos que entrar urgentemente en la base de datos del Vassar y que nos dé la contraseña de acceso.
Christopher se puso de inmediato al teléfono. Con una frase Jordan borró la expresión interrogativa de Maureen y compartió con ella su esperanza.
—Lo único que tenemos que podría ser probable es que también ese Snoopy fuera uno de los alumnos del Vassar. Si es así, a través de los archivos del
college
podremos intentar identificarlo y ponerle bajo protección, si todavía estamos a tiempo.
La voz agitada de Christopher Marsalis, que hablaba por teléfono, subió de tono y superó la de Maureen y la de Jordan.
—Travis, te digo que es cuestión de vida o muerte. Me importa un comino la privacidad. Dentro de un cuarto de hora te hago llegar todas las órdenes que quieras, pero ahora dame lo que te he pedido. Y dámelo ya.
Esperó unos instantes y enseguida volvió al ataque. El acaloramiento de la conversación hizo que le salieran unas leves manchas rojas en las mejillas.
—Le ha dado a Hoogan mi dirección de correo electrónico privada. En unos instantes nos enviará el archivo con la contraseña para entrar.
—Muy bien. Maureen, ¿cómo te llevas con el ordenador? —preguntó Jordan.
La situación en que se hallaban contribuyó a facilitar el trato entre ambos. Eran dos desconocidos, pero sobre todo eran dos policías.