El viajero (125 page)

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Authors: Gary Jennings

Tags: #Aventuras, Historica

del modo más estricto —: Que nadie entre en estas habitaciones hasta que yo regrese. Me fui, casi corriendo, a visitar al ministro de la Guerra, el artista maestro Zhao, y por fortuna lo encontré en aquella hora temprana del día no ocupado todavía ni en la guerra ni en el arte. Empecé diciendo que me había enterado del accidente que había costado la vida de su señora y que lo lamentaba.

—¿Por qué? —preguntó lánguidamente —. ¿Formabais vos parte de su establo de sementales?

—No. Estoy simplemente observando las buenas costumbres.

—Os lo agradezco. Es más de lo que ella hizo en vida. Pero me imagino que no habéis venido a visitarme sólo por esto.

—No —dije de nuevo —. Y si vos preferís la franqueza, también la prefiero yo. ¿Sabéis que doña Zhao no murió accidentalmente? ¿Que el accidente fue obra del primer ministro Achmad?

—Debo agradecérselo. Es más de lo que nunca ha hecho por mí. ¿Tenéis alguna idea de los motivos que le impulsaron tan repentinamente a poner orden en mi pequeña familia?

—No lo hizo por esto, maestro Zhao. Sólo actuó en interés propio —A continuación conté cómo Achmad había utilizado el yin oficial de doña Zhao para eliminar a Mar-Yanah, y los varios acontecimientos que precedieron y siguieron al hecho. No mencioné

a Mafio Polo, pero concluí diciendo —: Achmad ha amenazado también con hacer públicas ciertas pinturas que vos ejecutasteis. Pensé que esto podría disgustaros.

—Sería algo embarazoso, desde luego —murmuró, todavía con languidez, pero una mirada penetrante me demostró que sabía a qué pinturas me refería, y que también serían embarazosas para la familia Polo —. Entiendo que desearíais interrumpir la carrera de destrucción que ha emprendido de modo repentino y precipitado el jingxiang Achmad.

—Sí, y creo que sabéis cómo. Se me ocurrió que si él pudo utilizar la firma de otro para objetivos encubiertos, también podría yo. Y resulta que también yo tengo en mis manos el yin de otro cortesano.

Le entregué la piedra, y no tuve que decirle a quién pertenecía, porque él pudo leer el

nombre inscrito en ella:

—Bao Neihe. El impostor ex ministro de Razas Menores. —Me miró y sonrió —. ¿Estáis proponiendo lo que creo que proponéis?

—El ministro Bao está muerto. Nadie sabe realmente por qué se insinuó en esta corte, o si alguna vez utilizó realmente ese cargo para subvertir al kanato. Pero si de repente se descubriera una carta o comunicado con su firma referente a alguna intención nefasta, por ejemplo, una conspiración para difamar de algún modo al kan o favorecer al primer ministro, bueno, en este caso Bao no estaría en condiciones de negar nada, y Achmad podría tener dificultades para refutar la acusación.

Zhao exclamó encantado:

—¡Por mis antepasados, Polo, estáis demostrando vos mismo ciertos talentos ministeriales!

—Un talento que no poseo es la capacidad de escribir en caracteres han. Vos sí. Podía haber pedido el favor a otros, pero supuse que vos no seríais amigo del árabe Achmad.

—Bueno, si lo que decís es cierto, él me quitó un peso de encima. Pero todavía estoy soportando otros pesos que me impuso. Tenéis razón: colaboraría alegremente en deponer a ese hijo de tortuga. Sin embargo os habéis olvidado un detalle. Estáis proponiendo una conspiración auténtica. Si fracasa, vos y yo tendremos cita rápida con el acariciador. Si triunfa es peor, porque vos y yo estaremos para siempre en manos el uno del otro.

—Maestro Zhao, mi único deseo es vengarme del árabe. Si puedo hacerle daño, por poco que sea, no me importará perder la cabeza, mañana o dentro de unos años. Por el simple hecho de proponeros esta acción me he puesto ya en vuestras manos. No puedo ofreceros otra garantía de mi buena fe.

—Es suficiente —dijo con decisión mientras se levantaba de su mesa de trabajo —. En todo caso se trata de una broma tan extraordinaria que no podría negar mi colaboración. Venid. —Me condujo a la habitación contigua y con un gesto quitó el paño que cubría el enorme mapa de mesa —. Vamos a ver. El ministro Bao era un yi de Yunnan, provincia que en aquel entonces estaba asediada… —Nos quedamos de pie mirando Yunnan que ahora estaba punteada con las banderas de Bayan —. Supongamos que el ministro Bao estuviera tratando de ayudar a su provincia nativa… y que el ministro Achmad confiara en destronar al kan Kubilai… Necesitamos algo para enlazar estas dos ambiciones… un tercer componente… ¡Ya lo tengo! ¡Kaidu!

—Pero el ilkan Kaidu gobierna muy lejos de aquí, al noroeste —dije con ciertas dudas señalando la provincia de Xinjiang —. ¿No queda a demasiada distancia para participar en la conspiración?

—Por favor, Polo —me reprendió, pero de muy buen humor —. Al cometer el pecado de la mentira estoy incurriendo en la ira de mis venerados antepasados y vos ponéis en peligro vuestra alma inmortal. ¿Queréis ir al infierno sólo por una débil y pusilánime mentira? ¿No tenéis sentido del arte? ¿No os atraen las grandes concepciones?

¡Intentemos colar una mentira retumbante y cometamos un pecado que escandalice a todos los dioses!

—Por lo menos debería ser una mentira plausible.

—Kubilai está dispuesto a creérselo todo de su bárbaro primo Kaidu. Le inspira repulsión. Y sabe que Kaidu es temerario y que su voracidad le puede impulsar a participar en los planes más absurdos.

—Esto es muy cierto.

—La cosa está hecha. Voy a confeccionar una misiva en la que el ministro Bao discuta privadamente con el jingxiang Achmad su mutua, secreta y culpable conspiración con el ilkan Kaidu. Éstos son los rasgos principales del cuadro. Dejad los detalles de su

composición a un artista maestro.

—Con mucho gusto —dije —. Dios sabe que pintáis cuadros convincentes.

—Vamos a ver. ¿Cómo conseguisteis apoderaros de este documento tan volátil?

—Fui uno de los últimos que vieron vivo al ministro Bao. Debí descubrirlo mientras le registraba. Igual que descubrí su yin.

—Vos no encontrasteis ningún yin. Olvidadlo completamente.

—Muy bien.

—Sólo encontrasteis en su poder un papel viejo y arrugado. Yo lo convertiré en una carta que Bao escribió aquí en Kanbalik a Achmad, pero que no pudo llegar a entregarle porque se vio obligado a huir. Y fue lo bastante tonto para llevársela consigo. Sí. La arrugaré y la ensuciaré un poco. ¿Cuándo queréis tenerla?

—Debía haberla entregado al kan cuando llegué a Shangdu.

—No os preocupéis. Era imposible que reconocierais su importancia. Acabáis de encontrarla ahora mientras deshacíais vuestro equipaje. Entregadla a Kubilai diciéndole con toda ingenuidad: « ¡Ah, por cierto, excelencia…!» Esta misma informalidad aumentará su verosimilitud. Pero cuanto antes mejor. Permitid que ponga manos a la obra.

Se sentó de nuevo ante su mesa y empezó activamente a sacar papeles, pinceles y bloques de tinta roja y negra y otros accesorios de su arte, mientras decía:

—Acudisteis al hombre perfecto para vuestra conspiración, Polo, aunque me apostaría mucho dinero a que ni siquiera sabéis por qué. Sin duda para vos dos páginas cualesquiera de caracteres han son iguales, e ignoráis que ningún escriba puede imitar la escritura de otro. Ahora debo esforzarme en recordar la escritura de Bao y practicarla hasta que pueda imitarla con fluidez. Pero no tardaré mucho en conseguirlo. Idos y dejadme trabajar. Os entregaré el papel tan pronto como pueda. Mientras me dirigía hacia la puerta añadió en una voz que combinaba la alegría con la lástima:

—¿Sabéis otra cosa? Éste puede ser el esfuerzo que corone toda mi carrera, la obra maestra de mi entera vida. —Y mientras yo salía dijo todavía con bastante satisfacción —:

¿Por qué no concebisteis una obra que pudiese firmar con mi nombre, Zhao Mengfu?

Maldito seáis, Marco Polo.

4

—Si todo va bien —dije a Ali —, pronto echarán al árabe al acariciador. Y si lo deseas, pediré permiso para que estés presente y ayudes al acariciador a imponer a Achmad la Muerte de un Millar.

—Me gustaría ayudar a matarlo —murmuró Ali —. ¿Pero ayudar al odioso acariciador?

Habéis dicho que fue él quien se encargó de destrozar a Mar-Yanah.

—Es cierto, y Dios sabe que es un personaje terriblemente odioso. Pero en este caso estaba cumpliendo las órdenes del árabe.

Había regresado yo a mis aposentos y vi que se habían cumplido mis previsiones y que las doncellas habían servido a Ali Babar licor en cantidad suficiente para adormecer su sensibilidad. De este modo, si bien en varias ocasiones mientras le explicaba todas las circunstancias que rodearon la muerte de Mar-Yanah se quedó boquiabierto de horror, o se puso a gemir de dolor y a gritar de pena, conseguí que no se golpeara el rostro ni gritara exageradamente como hace la mayoría de musulmanes que considera ésta la única forma correcta de duelo. Como es lógico no entré en detalles describiéndole en qué estado encontré los últimos restos de Mar-Yanah, ni sus últimos minutos de vida.

—Sí —dijo Ali, tras un largo y pensativo silencio —. Si conseguís el permiso, Marco, me

gustaría presenciar la ejecución del árabe. Sin Mar-Yanah no me queda ningún deseo que satisfacer ni ningún proyecto que realizar. Si se me concede este deseo, quedaré

satisfecho.

—Lo procuraré, si todo sale bien. Tú quédate aquí y pide a Alá que todo salga bien. Mientras decía esto bajé de mi asiento y me puse de rodillas sobre el suelo para recoger y separar el montón de recuerdos. Mientras recogía los diversos objetos, el kamal de Arpad, el paquete de cartas de zhipai, etcétera, tuve la curiosa sensación de que había desaparecido algo. Me detuve y me pregunté qué podía ser. No eché de menos el yin del ministro Bao, porque me lo había llevado conmigo. Pero faltaba algo que tenía que estar allí cuando vacié primero mis alforjas. De repente lo recordé.

—Ali —le pregunté —. ¿Has cogido algo de aquí mientras yo estaba fuera?

—No, nada —dijo, como si ni siquiera hubiese visto los objetos que cubrían el suelo, lo cual era lógico en su estado de aturdimiento y preocupación. Lo pregunté a las dos doncellas mongoles, quienes negaron haber tocado nada. Fui a buscar a Huisheng que estaba en el dormitorio guardando cuidadosamente sus escasas pertenencias en armarios y cajones. Esto me hizo sonreír: significaba que tenía intención de quedarse y no por breve tiempo. La cogí de la mano, la llevé a la habitación principal e hice gestos de interrogación. Sin duda me entendió porque contestó moviendo negativamente su linda cabeza.

O sea que sólo Mafio podía haberlo cogido. Lo que faltaba era el pequeño frasco de barro ante el cual había exclamado: «¿No es esto un recuerdo del hakim charlatán, Mimdad?

Eso era. Era el filtro de amor que el hakim me había entregado en el Techo del Mundo, la poderosa poción supuestamente utilizada por el antiguo poeta Maynun y su poetisa Laila para intensificar sus actos de amor. Mafio sabía exactamente de qué se trataba, y sabía que era algo impredecible y peligroso, porque me había oído quejarme a Mimdad después de mi horrible experiencia con el brebaje, y había visto que no mostré mucho entusiasmo cuando el hakim me dio una segunda dosis para que me la llevara. Ahora me había robado aquel frasco. ¿Para qué podía quererlo?

De repente me llegaron como un fogonazo otras palabras que había pronunciado aquella mañana: «Si es necesario estoy dispuesto a demostrar mi amor…» Y cuando yo me mofé de él diciéndole: « ¡Vete y haz delirar de amor al árabe!», él contestó: «Esto puedo nacerlo.»

«Dio le varda! ¡Tengo que apresurarme a encontrarle y detenerle!», pensé. Dios sabe que tenía muchas razones para sentirme desilusionado y disgustado con Mafio Polo, y para que no me importara un bagatín lo que pudiera sucederle; sin embargo… era sangre de mi sangre. Y cualquier acto de autosacrificio que pudiera llevar a cabo ahora para compadecerse de sí mismo o glorificarse era fútil e innecesario, porque yo había preparado ya una trampa para el maldito árabe Achmad. Me incorporé, pues, de un salto, obligando de nuevo a Huisheng a mirarme con cierta sorpresa. Pero sólo llegué

hasta la puerta porque allí estaba el maestro Zhao sonriendo y feliz:

—Está hecho —dijo —. Y cuando lo enseñéis a Kubilai, vuestra venganza quedará

cumplida.

Miró detrás mío, vio a los demás en la habitación y tiró de mi manga para que lo siguiera al corredor donde no pudieran oírme. Se sacó de algún escondrijo de su ropa un papel doblado, arrugado y manchado que realmente parecía haber sufrido un duro viaje desde Kanbalik a Yunnan ida y vuelta. Lo abrí y vi unos dibujos que me parecieron, como todos los documentos han, un jardín por donde se hubiese paseado repetidamente una bandada de pollitos.

—¿Qué dice?

—Todo lo necesario. No perdamos tiempo con una traducción. He corrido para hacerlo y también vos debéis correr. El kan se está dirigiendo ahora a la Sala de Justicia, donde debe inaugurar las sesiones del Cheng. Se han acumulado muchas cuestiones legales que esperan su juicio. Él se interesa concienzudamente por estos temas, hasta el punto de haber aplazado la ceremonia de rendición de los Song. Pero si no le cogéis antes de que se reúna el Cheng quedará ocupado con este trabajo y luego con las negociaciones con la emperatriz Song. Pueden pasar días antes de que volváis a verlo, y mientras tanto Achmad puede haber trabajado activamente en detrimento vuestro. Id rápidamente.

—En el momento en que haga esto no estoy poniendo solamente el destino de Achmad en vuestras manos, sino también el mío, maestro Zhao, y de modo irrevocable.

—Y también el mío queda en las vuestras. Id, pues.

Allí fui, después de pasar corriendo por mi habitación para recoger las demás cosas que debía entregar al gran kan. Y le alcancé precisamente cuando él y los jueces menores y la Lengua estaban tomando asiento sobre el estrado del Cheng. Me indicó amablemente que me acercara al estrado y cuando le entregué los objetos que había traído dijo:

—No corría prisa alguna que devolvieras estas cosas, Marco.

—Las había guardado ya más tiempo del debido, excelencia. Aquí está la placa paizi de marfil, y vuestra credencial en papel amarillo, y un papel que llevaba consigo el ex ministro Bao en el momento de su captura, y esta nota mía con la lista de los ingenieros que colocaron con tanta eficacia las bolas de huoyao. Apunté sus nombres con letras romanas, excelencia, y quizá queráis escucharlos mientras los leo. Confío que podré

pronunciarlos correctamente, y que podréis comprenderlos, porque quizá deseáis recompensar a estos hombres con alguna demostración de…

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