En El Hotel Bertram (15 page)

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Authors: Agatha Christie

«Sí que eres todo un personaje», se dijo el Abuelo. «Me pregunto dónde te encontraron y cuánto te pagan. Seguro que es un buen fajo, y seguramente lo vales». Contempló a Henry inclinándose atentamente sobre una señora mayor. Se preguntó qué pensaría Henry, si es que pensaba algo, sobre su personaje. El Abuelo suponía que encajaba bastante bien en el ambiente del hotel Bertram’s. Bien podía pasar por algún próspero hacendado o con un par del reino con aspecto de apostador. El inspector conocía a dos pares que tenían precisamente ese aspecto. Podía dar el pego, aunque suponía que no había engañado a Henry. «Sí, eres todo un personaje.»

Le sirvieron el té y los muffins. Le dio un buen bocado a uno de los panecillos y la mantequilla le corrió por la barbilla. Se limpió con una servilleta. Tomó dos tazas de té con mucho azúcar. Después, se echó un poco hacia adelante y le dirigió la palabra a la señora que ocupaba la mesa vecina.

—Perdón, pero ¿no es usted miss Jane Marple?

Miss Marple desvió la mirada de las agujas para observar al inspector jefe Davy.

—Sí. Soy miss Marple.

—Espero que no le moleste mi atrevimiento. Soy oficial de policía.

—Vaya. Espero que no haya ocurrido aquí nada grave.

El Abuelo se apresuró a tranquilizarla con su tono más amable.

—Por favor, no se preocupe usted. No es nada de lo que usted piensa. No se ha producido ningún robo ni nada parecido. Sólo un pequeño problema con un clérigo desmemoriado, nada más. Creo que es amigo de usted. El padre Pennyfather.

—Ah, el padre Pennyfather. Estuvo aquí precisamente el otro día. Sí, le conozco desde hace muchos años. Como usted dice, es muy desmemoriado. —Hizo una pausa para después añadir con un tono interesado—: ¿Qué ha hecho ahora?

—Bueno, digamos que se ha perdido.

—Vaya. ¿Dónde tendría que estar?

—De vuelta en la vicaría, pero el caso es que no está.

—Me dijo que asistiría a un congreso en Lucerna. Algo relacionado con los papiros del mar Muerto, si no me equivoco. Es un gran erudito en temas hebreos y arameos.

—Sí. Tiene usted toda la razón. Allí era, bueno, allí era dónde supuestamente debía ir.

—¿Quiere decir que no se presentó?

—Efectivamente, no apareció por Lucerna.

—Vaya. Supongo que se equivocaría de fecha.

—Es muy probable, por no decir exacto.

—Mucho me temo que no es la primera vez que le pasa algo así. Recuerdo que una vez quedé en ir a tomar el té con el padre en Chadminster. Cuando llegué no estaba en la casa. El ama de llaves me comentó lo desmemoriado que era.

—¿Por casualidad no le dijo nada mientras estuvo aquí que pudiera darnos alguna pista? —preguntó el Abuelo, con un tono relajado como si no le diera ninguna importancia—. Ya sabe a lo que me refiero. ¿Su encuentro con algún viejo amigo o algún plan que hubiera preparado, aparte del viaje a Lucerna?

—No, no. Sólo mencionó el congreso de Lucerna. Creo que dijo que era el día 19. ¿Es correcto?

—Sí, esa es la fecha en que tuvo lugar el congreso.

—No hice mucho caso de la fecha. Quiero decir que —aquí, como la mayoría de las señoras mayores, miss Marple se lió un poco— dijo el 19 y quizá dijera el 19, pero al mismo tiempo quizá quería decir el 19, cuando en realidad era el 20. Quiero decir, que quizá creyó que el 20 era el 19, o quizá que el 19 era el 20.

—Bueno —dijo el Abuelo, un tanto mareado con aquel galimatías de fechas.

—Me parece que me he explicado mal, pero quiero decir que las personas como el padre Pennyfather, cuando dicen que irán a alguna parte el jueves, uno debe estar preparado a descubrir que no se refieren al jueves, sino en realidad al miércoles o al viernes. Por lo general, se enteran a tiempo pero a veces no tienen tanta suerte. En aquel momento supuse que debía haber pasado algo así.

El Abuelo pareció un tanto intrigado.

—Miss Marple, habla usted como si ya supiera que el padre Pennyfather no había viajado a Lucerna.

—Sabía que no estuvo en Lucerna el jueves. Estuvo aquí todo el día, o la mayor parte del día. Por eso dije que él podía haberme dicho el jueves cuando en realidad se refería al viernes. Desde luego, el jueves se marchó de aquí con la bolsa de viaje.

—Así es.

—Entonces, di por hecho que se dirigía al aeropuerto. Por eso me sorprendió tanto cuando lo volví a ver aquí.

—Perdón, ¿cómo ha dicho? ¿Qué ha querido decir con que lo volvió a ver aquí?

—Que estaba aquí, en el hotel.

—Un momento, vamos a poner las cosas claras —le rogó el Abuelo, procurando mantener el tono amable e informal y no dar la impresión de que era algo importante—. Dice usted que vio a ese viejo idio... que vio al padre, quiero decir, salir con la bolsa de viaje como si fuera al aeropuerto, a última hora de la tarde. ¿Es correcto?

—Sí. Eran alrededor de las seis y media, o las siete menos cuarto.

—Pero usted dice que regresó.

—Quizá perdió el avión. Eso lo explicaría.

—¿Cuándo regresó?

—Eso no lo sé. No le vi regresar.

—Vaya —exclamó el Abuelo, un tanto sorprendido—. Creía haberle oído decir que le había visto.

—Claro que le vi, pero más tarde. Quería decir que no le vi en el momento de regresar al hotel.

—¿Usted le vio más tarde?

—Deje que haga memoria. Serían las 3 de la mañana. No podía dormir profundamente. Algo me despertó. Algún ruido. Hay tantos ruidos extraños en Londres. Miré mi reloj, eran las 3.10. Por algún motivo, no recuerdo cuál, me sentía inquieta. Quizá las pisadas delante de la puerta. Cuando vives en el campo, oír pasos en medio de la noche te pone nerviosa. Así que abrí la puerta y asomé la cabeza. Vi al padre Pennyfather salir de la habitación, era la inmediatamente vecina a la mía. Vestía un abrigo y se marchó por las escaleras.

—¿Salió de la habitación vestido con el abrigo y bajó las escaleras a las 3 de la mañana?

—Sí, y admito que me pareció un tanto extraño.

El Abuelo la miró durante unos segundos sin saber qué decir.

—Miss Marple —preguntó finalmente—, ¿por qué no se lo dijo a nadie?

—Nadie me lo preguntó —respondió la anciana sencillamente.

Capítulo XV

El Abuelo inspiró con fuerza.

—Sí, claro. Supongo que nadie se lo preguntaría. Es así de sencillo.

Volvió a guardar silencio.

—Usted cree que algo le ha ocurrido, ¿verdad? —preguntó miss Marple.

—Ha pasado más de una semana. No sufrió un ataque ni se desplomó en medio de la calle. No está ingresado en un hospital como consecuencia de un accidente. Por lo tanto, ¿dónde está? Los periódicos han informado de su desaparición, pero hasta el momento no se ha presentado nadie para decirnos nada.

—Quizá no han leído la noticia. Yo no, por lo menos.

—Parece, en realidad parece —el Abuelo seguía en voz alta su razonamiento— como si se tratara de algo premeditado. Marcharse del hotel de esa manera en medio de la noche. Usted está segura al respecto, ¿verdad? —preguntó con voz incisiva—. ¿No lo habrá soñado?

—Estoy completamente segura —afirmó miss Marple con un tono que no dejaba dudas.

El Abuelo se levantó.

—Creo que iré a ver a la camarera.

El inspector encontró a Rose Sheldon en el segundo piso y observó complacido que parecía una persona muy agradable.

—Lamento tener que molestarla en su trabajo. Sé que habló con nuestro sargento. Pero se trata de ese caballero ausente, el padre Pennyfather.

—Ah, sí, señor, un caballero muy amable. Se aloja aquí muy a menudo.

—Un hombre desmemoriado.

Rose Sheldon permitió que una discreta sonrisa asomara en su rostro de expresión respetuosa.

—Permítame un segundo. —El abuelo hizo ver que consultaba unas notas—. ¿La última vez que vio al padre Pennyfather fue... ?

—El jueves por la mañana, señor. El jueves 19. Me comentó que aquella noche no la pasaría en el hotel y, posiblemente, tampoco la siguiente. Creo recordar que se marchaba a Ginebra, o por lo menos a una ciudad suiza. Me dio dos camisas para que las llevara a la lavandería y le dije que las tendría lavadas y planchadas para la mañana del día siguiente.

—¿Esa fue la última vez que le vio?

—Sí, señor. Verá, yo no trabajo por las tardes. Vuelvo a las seis. A esa hora seguramente ya se habría marchado o, por lo menos, estaría en el vestíbulo, no en su habitación. Dejó dos maletas.

—Eso es —asintió el Abuelo. Habían revisado el contenido de las maletas sin encontrar nada que les diera una pista—. ¿Le llamó usted a la mañana siguiente?

—¿Llamarle? No, señor, si se había marchado de viaje.

—¿Cuál era la rutina? ¿Le servía primero un té? ¿El desayuno?

—Un té. Siempre desayunaba en el vestíbulo.

—Por consiguiente, ¿usted no entró en su habitación al día siguiente?

—Claro que entré, señor —exclamó Rose, sorprendida—. Entré en su habitación como de costumbre. Primero recogí las camisas para enviarlas a la lavandería, y después quité el polvo y le di un repaso a la habitación. Lo hacemos todos los días.

—¿Había usado la cama?

La joven le miró con los ojos muy abiertos.

—¿La cama, señor? No.

—¿Las mantas estaban arrugadas o desarregladas?

Rose meneó la cabeza.

—¿Qué me dice del baño?

—Había una toalla de manos húmeda, señor, que supongo había sido usada la noche anterior. Quizá se lavó las manos antes de marcharse.

—¿No había nada que pudiera indicar que hubiera vuelto a la habitación, quizá ya muy tarde, después de medianoche?

La camarera le observó con una expresión de asombro. El Abuelo abrió la boca, pero la cerró inmediatamente. Rose no sabía absolutamente nada del regreso del padre, o de lo contrario era una actriz consumada.

—¿Qué hicieron con sus prendas? ¿Estaban guardadas en las maletas?

—No, señor, estaban colgadas en el armario. Verá, señor, tenía la habitación reservada para varios días.

—¿Quién las guardó en las maletas?

—Miss Gorringe ordenó que lo hiciéramos, señor. Debíamos preparar la habitación para una señora que llegaba al día siguiente.

Un relato preciso y coherente. Pero si la anciana no se equivocaba al declarar que había visto al padre Pennyfather salir de su habitación a las 3 de la mañana, entonces tenía que haber regresado al hotel en algún momento. Nadie le había visto entrar. Por algún motivo, ¿había evitado que le vieran? No había dejado ningún rastro en la habitación. Ni siquiera se había tendido en la cama. ¿Era posible que miss Marple lo hubiera soñado? A su edad era algo más que probable. Se le ocurrió una idea.

—¿Qué se hizo de la bolsa de viaje?

—¿Cómo dice, señor?

—Una bolsa de viaje pequeña, azul oscuro, una bolsa de la B.O.A.C o de la B.E.A. Usted tuvo que verla.

—Ah, esa bolsa, sí, señor. Se la llevó con él cuando se fue de viaje al extranjero.

—Pero es que no viajó al extranjero. Después de todo, nunca llegó a Suiza. Por lo tanto, tuvo que dejarla aquí o, si no lo hizo, regresó y la dejó en la habitación con el resto del equipaje.

—Sí, sí, eso creo, no estoy muy segura, creo que la dejó.

«No te dijeron cómo debías responder a esta pregunta, ¿verdad?» pensó el Abuelo en el acto.

Rose Sheldon se había mostrado tranquila y segura hasta ese momento, pero la pregunta había minado su confianza. No sabía la respuesta correcta. Tendría que haberla sabido.

El canónigo se había llevado la bolsa de viaje al aeropuerto, y se había marchado cuando le informaron que se había equivocado de día. Si hubiera regresado al Bertram’s, la bolsa habría vuelto con él. Sin embargo, miss Marple no había hecho ninguna mención de la bolsa cuando describió al padre en el momento de salir de la habitación y bajar las escaleras.

Por lo tanto, era lógico suponer que la había dejado en la habitación, pero no la habían guardado en el cuarto de equipajes junto con las maletas. ¿Por qué no? ¿Porque se suponía que había marchado a Suiza?

El inspector Davy le dio las gracias a Rose con un tono alegre y volvió al vestíbulo.

¡El padre Pennyfather! El clérigo se había convertido en un enigma. Había hablado muchísimo de su viaje a Suiza, había liado las cosas de tal manera que había acabado por no ir allí, había regresado al hotel con tanto secretismo que nadie le había visto y se había vuelto a marchar en plena madrugada. ¿Para ir adonde? ¿Para hacer qué?

¿Podía la mala memoria justificar todo esto?

En caso contrario, ¿en qué andaba metido el padre Pennyfather? Y, aún más importante, ¿dónde estaba?

Desde el último peldaño de la escalera, el Abuelo observó la concurrencia en el vestíbulo, y se preguntó si todos eran lo que aparentaban ser. ¡Había llegado a este extremo! Personas ancianas, personas de mediana edad (nadie era muy joven), gente agradable chapada a la antigua, casi todos de buena posición, todos muy respetables. Militares, abogados, clérigos, un matrimonio norteamericano cerca de la puerta, una familia francesa junto a la chimenea. Nadie llamaba la atención, nadie parecía estar fuera de lugar, la mayoría disfrutaba del tradicional té a la inglesa. ¿De verdad podía haber algo malo en un lugar en el que se servía el té como en tiempos de los abuelos?

El caballero francés le hizo un comentario a su esposa, que describía muy bien el ambiente.


Le five-o'-clock tea. C'est bien Anglais ça, n'est ce pas?
—Miró a su alrededor complacido.

«Le five-o'-clock tea» pensó Davy mientras cruzaba la puerta giratoria. «Ese tipo no sabe que «
le five-o'-clock tea
» está más muerto que Tutankamon.»

En el exterior, estaban cargando varios enormes baúles y maletas en un taxi. Al parecer, el señor y la señora Elmer Cabot iban camino del hotel Vendôme, París.

Junto al bordillo, la señora de Elmer Cabot manifestaba sus opiniones a su marido.

—Los Pendlebury tenían toda la razón sobre este lugar, Elmer. Es la más pura y vieja Inglaterra. Tan maravillosamente eduardiano. Tengo la sensación de que Eduardo VII podría entrar en cualquier momento y sentarse a tomar el té. Estoy dispuesta a regresar el año que viene, te lo juro.

—Si tenemos un milloncito de dólares para malgastar —replicó el marido con un tono seco.

—Venga, Elmer, tampoco nos ha costado tan caro.

Terminada la carga, el portero ayudó a entrar a la pareja en el taxi, murmurando «Gracias, señor» cuando Mr. Cabot hizo el gesto esperado. El taxi arrancó. El portero volvió su atención al inspector Davy.

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