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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Festín de cuervos (113 page)

—Os hemos preparado habitaciones a todos —le dijo a Alayne—, pero si quieres, esta noche puedes dormir conmigo. Mi cama es tan grande que caben cuatro personas.

—Será un honor, mi señora.

—Randa. Y tienes suerte de que esté tan cansada. Lo único que quiero es acurrucarme y dormir. Por lo general, las damas que comparten mi cama tienen que pagar un impuesto de almohada y contarme todas las cosas malas que han hecho.

—¿Y si no han hecho cosas malas?

—Huy, entonces tienen que confesarme todas las cosas malas que quieren hacer. Tú no, claro. Basta con mirarte esas mejillas rosadas y esos ojazos azules para ver lo virtuosa que eres. —Bostezó otra vez—. Espero que tengas los pies calientes. Detesto a las compañeras de cama con los pies fríos.

Cuando por fin llegaron al castillo de su padre, Lady Myranda también estaba adormilada, y Alayne soñaba con su cama.

«Será un lecho de plumas —se dijo—, blando, y caliente, con muchas pieles. Tendré sueños agradables, y cuando despierte habrá perros ladrando, mujeres chismorreando al lado del pozo, espadas resonando en el patio... Y luego, un banquete, con bailes y música.»

Tras el silencio mortal del Nido de Águilas, anhelaba oír el sonido de los gritos y las risas.

Pero cuando los jinetes estaban bajando de sus mulas, un guardia de Petyr salió de la fortaleza.

—El Lord Protector ha estado esperándoos, Lady Alayne —dijo.

—¿Ha vuelto ya? —se sobresaltó.

—Al anochecer. Lo encontraréis en la torre oeste.

Ya no faltaba demasiado para el amanecer, y casi todo el castillo dormía, pero no así Petyr Baelish. Cuando Alayne llegó, estaba sentado junto a la chimenea, bebiendo vino especiado caliente con tres hombres a los que ella no conocía. Todos se levantaron cuando entró, y Petyr le dedicó una sonrisa cálida.

—Hola, Alayne. Ven, dale un beso a tu padre.

Ella lo abrazó, obediente, y le dio un beso en la mejilla.

—Siento haberte interrumpido, padre. No me dijeron que estabas acompañado.

—Tú nunca interrumpes, cariño. Precisamente estaba hablando a estos buenos caballeros de la hija tan obediente que tengo.

—Obediente y hermosa —dijo un caballero elegante y joven, con una espesa melena rubia que le caía por debajo de los hombros.

—Cierto —dijo el segundo caballero, un hombre corpulento con abundante barba entrecana, la nariz protuberante llena de venitas rotas y unas manos nudosas del tamaño de jamones—. Eso se os olvidaba, mi señor.

—Yo haría lo mismo si fuera mi hija —señaló el último, bajo, enjuto, con sonrisa seca, nariz puntiaguda y pelo hirsuto anaranjado—. Sobre todo delante de unos patanes como nosotros.

Alayne se echó a reír.

—¿Sois unos patanes? —preguntó en tono de broma—. Vaya, y yo que os había tomado por tres galantes caballeros.

—Caballeros sí que son —dijo Petyr—. Su galantería está aún por demostrar, pero no perdamos la esperanza. Permite que te presente a Ser Byron, Ser Morgarth y Ser Shadrich. Señores, os presento a Lady Alayne, mi hija natural, lista como ninguna... Con la que necesito hablar a solas, así que, si tenéis la amabilidad de disculparnos...

Los tres caballeros hicieron una reverencia y se retiraron, aunque el alto del pelo rubio le besó la mano a Alayne antes de salir.

—¿Caballeros errantes? —preguntó la niña cuando cerraron la puerta.

—Caballeros hambrientos. Me pareció conveniente contar con unas cuantas espadas más. Corren tiempos cada vez más interesantes, cariño, y en tiempos interesantes, todas las espadas son pocas. La
Rey Pescadilla
ha vuelto a Puerto Gaviota, y menudas historias trae el viejo Oswell.

Sabía que no tenía que preguntar por aquellas historias. Si Petyr quería que las conociera, se las contaría.

—No te esperaba tan pronto —dijo—. Me alegro de que estés aquí.

—Cualquiera lo habría dicho por el beso que me has dado. —La atrajo hacia sí, le sostuvo el rostro entre las manos y le dio un largo beso en los labios—. ¿Ves? Este tipo de besos son los que dicen «Bienvenido a casa». A ver si lo haces mejor la próxima vez.

—Sí, padre. —Sintió que se sonrojaba, y prefirió no seguir hablando del beso.

—No te imaginas la mitad de lo que está pasando en Desembarco del Rey, cariño. Cersei va de estupidez en estupidez, ayudada por su consejo de ciegos, sordos e imbéciles. Siempre supe que llevaría el reino a la ruina y se autodestruiría, pero no imaginaba que fuera a darse tanta prisa. Es un desastre. Creía que contaría con cuatro o cinco años de tranquilidad para plantar unas cuantas semillas y esperar a que madurasen ciertas frutas, pero ahora... Menos mal que se me da bien medrar en el caos. La poca paz y orden que nos dejaron los cinco reyes no sobrevivirán mucho tiempo a las tres reinas.

—¿Tres reinas? —No comprendía nada.

Petyr tampoco le dio explicaciones; sólo volvió a sonreír.

—Le he traído un regalo a mi pequeña —dijo.

—¿Es un vestido? —Alayne estaba tan sorprendida como encantada.

Había oído que las modistas de Puerto Gaviota eran excelentes, y estaba tan cansada de la ropa monótona...

—Algo mejor. Prueba otra vez.

—¿Joyas?

—No hay joyas que puedan competir con los ojos de mi hija.

—¿Limones? ¿Has conseguido limones?

Le había prometido pastelillos de limón a Robalito, y para prepararlos hacían falta limones.

Petyr Baelish la cogió de la mano y se la sentó en el regazo.

—Te he traído un contrato de matrimonio.

—Matrimonio... —Sintió un nudo en la garganta. No quería volver a casarse, todavía no, tal vez nunca—. Es que no... No puedo casarme. Padre, ya... —Miró hacia la puerta para asegurarse de que estaba cerrada, y susurró—: Ya estoy casada. Lo sabes muy bien.

Meñique le puso un dedo en los labios para acallarla.

—El enano se casó con la hija de Ned Stark, no con la mía. Pero tampoco importa. Esto es sólo un compromiso. El matrimonio tendrá que esperar hasta que Cersei esté acabada y Sansa enviude. Lo único que tienes que hacer es conocer al muchacho y ganarte su aprobación. Lady Waynwood no lo obligará a casarse contra su voluntad; en eso se ha mostrado inamovible.

—¿Lady Waynwood? —Arianne casi no se lo podía creer—. ¿Por qué va a casar a uno de sus hijos con una...? ¿Con una...?

—¿... bastarda? Para empezar, no nos olvidemos de que eres la bastarda del Lord Protector. Los Waynwood son una familia antigua y orgullosa, pero no tan rica como se podría pensar, como descubrí cuando empecé a comprar sus pagarés. Lady Anya no vendería nunca a uno de sus hijos. En cambio, a un pupilo... El joven Harry sólo es un primo, y la dote que le he ofrecido a la señora es aún mayor que la que acaba de recaudar Lyonel Corbray. Tenía que serlo para que se arriesgara a sufrir la ira de Yohn Bronce. Esto dará al traste con sus planes. Eres la prometida de Harrold Hardyng, cariño, siempre que consigas ganarte su juvenil corazón... Cosa que a ti no te costará mucho.

—¿Harry
el Heredero
? —Alayne trató de recordar qué le había dicho Myranda de él mientras bajaban la montaña—. Acaban de armarlo caballero. Tiene una hija bastarda con una aldeana.

—Y otro bastardo en camino con otra mujer. Sí, es cierto, Harry es muy seductor cuando quiere. Pelo rubio y suave, ojos azul oscuro, hoyuelos cuando sonríe... Y, por lo que dicen, es muy galante. —Petyr le dedicó una sonrisita burlona—. Bastarda o no, cariño, cuando se anuncie este compromiso serás la envidia de toda doncella noble del Valle, y también de unas cuantas de las tierras de los ríos y del Dominio.

—¿Por qué? —Alayne no entendía nada—. ¿Por qué Ser Harrold? ¿Cómo puede ser el heredero de Lady Waynwood? ¿No tiene hijos de su propia sangre?

—Tres —asintió Petyr. A Alayne le llegó el olor del vino en su aliento, el olor del clavo y la nuez moscada—. Y también hijas, y nietos.

—¿No tienen prioridad sobre Harry? No lo entiendo.

—Ahora lo entenderás. Escucha. —Petyr le cogió la mano y le acarició con suavidad la palma—. Empecemos por Lord Jasper Arryn, el padre de Jon Arryn. Engendró tres vástagos: dos hijos y una hija. Jon era el mayor, así que le correspondieron el Nido de Águilas y el título. Su hermana Alys se casó con Ser Elys Waynwood, tío de la actual Lady Waynwood. —Hizo un gesto burlón—. Alys y Elys, qué bonito, ¿no? El hijo pequeño de Lord Jasper, Ser Ronnel Arryn, se casó con una Belmore, pero sólo tocó la campana un par de veces antes de morir de un mal del vientre. Su hijo Elbert nacía en una cama justo mientras el pobre Ronnel agonizaba en otra. ¿Estás prestando atención, cariño?

—Sí. Estaban Jon, Alys y Ronnel, pero Ronnel murió.

—Bien. Sigamos. Jon Arryn se casó tres veces, pero sus dos primeras esposas no le dieron hijos, así que durante muchos años, su sobrino Elbert fue su heredero. Mientras, Elys sembraba como un buen chico los campos de Alys, que paria una vez al año. Le dio nueve hijos: ocho niñas y un precioso niñito, otro Jasper, después de lo cual murió agotada. El pequeño Jasper, sin la menor consideración hacia los esfuerzos realizados para engendrarlo, consiguió que lo matara un caballo de una coz en la cabeza, cuando tenía tres años. Poco después, las viruelas se llevaron a dos de sus hermanas, con lo que quedaron seis. La mayor se casó con Ser Denys Arryn, un primo lejano de los señores del Nido de Águilas. Hay varias ramas de la Casa Arryn dispersas por el Valle, todas tan orgullosas como indigentes, excepto los Arryn de Puerto Gaviota, que tuvieron suficiente sentido común, esa escasa cualidad, para casarse con comerciantes. Son ricos, pero no precisamente distinguidos, así que nadie habla de ellos. Ser Denys nació de una de las ramas pobres y orgullosas. Pero también era un justador de gran fama, atractivo, galante, todo cortesía. Y tenía el aura mágica de los Arryn, lo que lo hacía ideal para la hija mayor de los Waynwood. Sus hijos llevarían el nombre de Arryn; serían los siguientes herederos del Valle en caso de que le sucediera algo a Elbert. Lo que le sucedió a Elbert fue el Rey Loco Aerys. ¿Conoces la historia?

La conocía.

—El Rey Loco lo asesinó.

—Así fue. Y poco después, Ser Denys dejó a su embarazada esposa Waynwood para ir a la guerra. Murió durante la batalla de las Campanas, de exceso de galantería y herida de hacha. Cuando se lo dijeron a su señora esposa, ella murió del dolor, y su hijo recién nacido no tardó en seguirla. No importaba. Durante la guerra, Jon Arryn se había buscado una esposa joven, y había motivos para suponer que era fértil. Estoy seguro de que albergó grandes esperanzas, pero tú y yo sabemos que lo único que le dio Lysa fueron bebés muertos, abortos y al pobre Robalito.

»Lo que nos lleva a las cinco hijas restantes de Elys y Alys. La mayor tenía cicatrices espantosas, se las dejaron las viruelas que mataron a sus hermanas, así que se hizo septa. A otra la sedujo un mercenario. Ser Elys la repudió, y cuando murió su bastardo siendo aún un bebé, se unió a las hermanas silenciosas. La tercera se casó con el Señor de Los Senos, pero resultó que era estéril. La cuarta iba de camino hacia las tierras de los ríos para contraer matrimonio con un Bracken cuando la secuestraron los Hombres Quemados. Eso nos deja sólo a la más pequeña, que se casó con un caballero hacendado juramentado a los Waynwood, le dio un hijo al que puso por nombre Harrold, y falleció. —Le giró la mano y le dio un beso en la muñeca—. Así que dime, cariño... ¿por qué es Harry
el Heredero
?

—No es el heredero de Lady Waynwood —contestó Alayne, con los ojos abiertos como platos—. Es el heredero de Robert. Si Robert muriera...

Petyr arqueó una ceja.

—Cuando Robert muera. Nuestro pobre y valeroso Robalito es un niño tan enfermizo que sólo es cuestión de tiempo. Cuando muera Robert, Harry
el Heredero
se convertirá en Lord Harrold, Defensor del Valle y señor del Nido de Águilas. Los banderizos de Jon Arryn nunca me aceptarán a mí, y nuestro tembloroso Robert tampoco se ganaría su afecto, pero sí que se lo ganará su Joven Halcón... Y cuando se congreguen para celebrar su boda, y tú aparezcas con tu melena castaño rojiza, con una capa de doncella blanca y gris con el blasón del lobo huargo en la espalda... no habrá caballero en el Valle que no ponga su espada a tus pies para reconquistar lo que te corresponde por derecho de nacimiento. Así que esos son los regalos que te traigo, mi querida Sansa: Harry, el Nido de Águilas e Invernalia. Bien valen otro beso, ¿no crees?

BRIENNE (8)

«Esto es una pesadilla», pensó.

Pero si estaba soñando, ¿por qué le dolía tanto?

Ya había escampado, pero el mundo entero estaba húmedo. Sentía la capa tan pesada como la cota de malla. La cuerda que le ataba las muñecas también estaba empapada, con lo que todavía le apretaba más. Moviera las manos como las moviera, no se podía soltar. No sabía quién la había atado ni por qué. Trató de preguntárselo a las sombras, pero no le respondieron. Tal vez no la oyeran. Tal vez no fueran reales. Bajo las prendas de lana mojada y la armadura oxidada, sentía la piel acalorada y febril. Tal vez todo aquello no fuera más que un delirio provocado por la fiebre.

Iba a caballo, aunque no recordaba haber montado. Estaba tendida boca abajo, cruzada sobre los cuartos traseros del animal, como un saco de avena. Le habían atado las muñecas y los tobillos. El aire era húmedo; una capa de niebla cubría el mundo. La cabeza le retumbaba con cada paso. Oía las voces, pero lo único que veía era la tierra, bajo los cascos del caballo. Tenía algo roto. Sentía la cara hinchada, tenía la mejilla pegajosa de sangre, y cada movimiento, cada sacudida, le clavaba un puñal de dolor en el brazo. Oía a Podrick llamarla como si estuviera muy lejos.

—¿Ser? —repetía sin cesar—. ¿Ser? ¿Mi señora? ¿Ser? ¿Mi señora?

Su voz era tenue; le costaba oírla. Por último, sólo hubo silencio.

Soñó que estaba en Harrenhal, otra vez en el foso del oso. En aquella ocasión se enfrentaba a Mordedor, enorme, calvo, blanco como un gusano, con llagas supurantes en las mejillas. Se acercó a ella desnudo, acariciándose el miembro y rechinando los dientes. Brienne huyó de él.

—¡Mi espada! —pidió—. ¡
Guardajuramentos
, por favor!

Los espectadores no respondieron. Allí estaba Renly, con Dick
el Ágil
y Catelyn Stark. Shagwell, Pyg y Timeon miraban también, y los cadáveres que colgaban de los árboles con las mejillas hundidas, la lengua hinchada, las cuencas de los ojos vacías. Brienne lanzó un aullido de terror al verlos, y Mordedor la agarró por un brazo y le arrancó un trozo de cara de un mordisco.

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