—¿La chiquilla de Gawen? —preguntó Ser Forley, desconcertado—. Pero si es...
—La esposa del Joven Lobo —terminó Jaime—, y el doble de peligrosa que Edmure si se nos llegara a escapar.
—Como ordenéis, mi señor. Estará vigilada.
Jaime tuvo que pasar junto a los Westerling cuando su columna retrocedió para regresar a Aguasdulces. Lord Gawen le dedicó un gesto serio, pero Lady Sybell lo miró con ojos como esquirlas de hielo. Jeyne ni siquiera lo vio. La viuda cabalgaba con la vista baja, envuelta en una capa con la capucha puesta. Bajo los pesados pliegues, llevaba ropa de buena calidad, pero rota.
«Se la ha desgarrado ella misma en señal de duelo —comprendió Jaime—. Seguro que a su madre no le ha hecho gracia.»
Se preguntó si Cersei se rasgaría la túnica si alguna vez le llegaba la noticia de su muerte.
No volvió directamente al castillo, sino que cruzó el Piedra Caída una vez más para ir a ver a Edwyn Frey y negociar con él la entrega de los prisioneros de su bisabuelo. El ejército de los Frey había empezado a dispersarse pocas horas después de la rendición de Aguasdulces, cuando los banderizos y jinetes libres de Lord Walder levantaron campamento para volver a sus hogares. Los Frey que quedaban también estaban recogiendo, pero Edwyn se encontraba con su tío bastardo en el pabellón de este.
Los dos estaban inclinados sobre un mapa y discutían acaloradamente, pero se interrumpieron cuando entró Jaime.
—Lord Comandante —saludó Ríos con cortesía gélida.
—Tenéis las manos manchadas con la sangre de mi padre, ser —le espetó Edwyn.
—¿Y eso por qué? —preguntó Jaime, sorprendido.
—Vos fuisteis quien lo mandó a casa, ¿no?
«Alguien tenía que hacerlo.»
—¿Le ha sucedido algo a Ser Ryman?
—Lo han ahorcado junto con toda su partida —dijo Walder Ríos—. Los capturaron los bandidos, dos leguas al sur de Buenmercado.
—¿Dondarrion?
—O Thoros, o esa tal Corazón de Piedra.
Jaime frunció el ceño. Ryman Frey había sido un imbécil, un cobarde y un borracho, y nadie iba a echarlo de menos; desde luego, los Frey no. A juzgar por los ojos secos de Edwyn, ni sus propios hijos iban a llorar su pérdida.
«Aun así... Estos bandidos se están volviendo cada vez más osados, hasta el punto de atreverse a ahorcar al heredero de Lord Walder a menos de un día de viaje de Los Gemelos.»
—¿Cuántos hombres iban con Ser Ryman? —preguntó.
—Tres caballeros y una docena de soldados —replicó Ríos—. Es casi como si supieran que volvía a Los Gemelos con una escolta reducida.
—Seguro que mi hermano tuvo algo que ver con esto. —Edwyn frunció los labios—. Permitió escapar a los bandidos después de que mataran a Merrett y a Petyr, ya tenemos el porqué. Tras la muerte de mi padre, soy el único que se interpone entre Walder
el Negro
y Los Gemelos.
—No tienes pruebas —dijo Walder Ríos.
—No las necesito. Conozco a mi hermano.
—Tu hermano está en Varamar —insistió Ríos—. ¿Cómo podía saber que Ser Ryman iba a Los Gemelos?
—Alguien se lo diría —replicó Edwyn en tono amargo—. Seguro que tiene espías en nuestro campamento.
«Igual que los tienes tú en Varamar.»
Jaime conocía la enemistad que existía entre Edwyn y Walder
el Negro
, pero le importaba una mierda cuál de los dos sucediera a su bisabuelo como señor del Cruce.
—Perdonad que me entrometa en este momento de dolor —dijo con tono seco—. Tenemos que tratar otros asuntos. Cuando volváis a Los Gemelos, tened la amabilidad de informar a Lord Walder de que el rey Tommen quiere a todos los prisioneros que tomasteis durante la Boda Roja.
—Esos prisioneros son valiosos, ser —protestó Ser Walder.
—Si no valieran nada, Su Alteza no los querría.
Frey y Ríos intercambiaron una mirada.
—Mi señor abuelo esperará una recompensa a cambio de ellos —señaló Edwyn.
«Y la tendrá, en cuanto me crezca una mano nueva», pensó Jaime.
—Todos tenemos esperanzas —dijo con tono afable—. Decidme, ¿se encuentra Ser Raynald Westerling entre los prisioneros?
—¿El caballero de las conchas? —Edwyn soltó una risita burlona—. Ese está dando de comer a los peces en el fondo del Forca Verde.
—Estaba en el patio cuando salieron nuestros hombres para acabar con el huargo —dijo Walder Ríos—. Whalen le exigió la espada, y la entregó sin resistencia, pero cuando los ballesteros empezaron a asaetear al lobo, le arrebató el hacha a Whalen y liberó al monstruo de la red que le habían echado por encima. Al parecer tenía una saeta en el hombro y otra en las tripas, pero aun así consiguió llegar al adarve y tirarse al río.
—Dejó un rastro de sangre en las escaleras —aportó Edwyn.
—¿Llegasteis a encontrar el cadáver? —preguntó Jaime.
—Encontramos un millar de cadáveres. Después de unos días en el río, todos se parecían mucho.
—Tengo entendido que lo mismo les pasa a los ahorcados —replicó Jaime antes de salir.
A la mañana siguiente no quedaba gran cosa del campamento de los Frey aparte de moscas, estiércol de caballo y el cadalso de Ser Ryman, abandonado junto al Piedra Caída. Su primo quiso saber qué debían hacer con él, así como con el equipo de asalto que había construido: arietes, galápagos, torres y trabuquetes. Daven proponía arrastrarlo todo hasta Árbol de los Cuervos, donde le podrían dar buen uso. Jaime le dijo que le prendiera fuego, empezando por el patíbulo.
—Tengo intención de encargarme de Lord Tytos personalmente. Para eso no hacen falta torres de asalto.
Daven le sonrió a través de la barba poblada.
—¿Un combate singular, primo? No parece muy justo. Tytos es un anciano canoso.
«Un anciano canoso con dos manos.»
Aquella noche, Ser Ilyn y él lucharon durante tres horas. Fue uno de sus mejores combates. Si hubieran ido en serio, Payne sólo lo habría matado dos veces. Lo más habitual era una docena de muertes; algunas noches le iba peor aún.
—Si sigo así, dentro de un año posiblemente sea tan bueno como Peck —declaró Jaime, y Ser Ilyn dejó escapar el sonido chasqueante que indicaba que lo encontraba divertido—. Venga, vamos a beber unas copas del excelente tinto de Hoster Tully.
El vino se había transformado en parte de su ritual nocturno. Ser Ilyn era un compañero ideal para beber. Nunca interrumpía, nunca estaba en desacuerdo, nunca se quejaba, nunca pedía favores, y nunca contaba historias largas y aburridas. Lo único que hacía era beber y escuchar.
—Debería cortarles la lengua a todos mis amigos —comentó Jaime mientras llenaba las copas—. Y también a mis parientes. Una Cersei silenciosa, qué maravilla. Aunque echaría de menos su lengua cuando la besara. —Bebió. El vino era rojo oscuro, dulce y espeso. Le calentó el pecho al pasar—. No recuerdo cuándo fue la primera vez que nos besamos. Todo era tan inocente al principio... Hasta que dejó de serlo. —Apuró el vino y dejó la copa a un lado—. Tyrion me comentó que la mayoría de las putas se niegan a besar. «Te follarán hasta que se te salten los ojos, pero no sentirás sus labios en los tuyos», me dijo. ¿Creéis que mi hermana besa a Kettleblack?
Ser Ilyn no respondió.
—No estaría bien que matara a mi propio Hermano Juramentado. Lo que debería hacer es caparlo y enviarlo al Muro. Fue lo que hicieron con Lucamore
el Lujurioso
. A Ser Osmund no le hará gracia que lo capen, claro. Y hay que tener en cuenta a sus tres hermanos. Los hermanos pueden ser peligrosos. Aegon
el Indigno
ejecutó a Ser Terrence Toyne por acostarse con su amante, pero luego, los hermanos de Toyne hicieron lo posible por matarlo. Lo posible no fue suficiente gracias al Caballero Dragón, pero por falta de ganas no quedó. Está escrito en el Libro Blanco. Todo está en el Libro Blanco, excepto qué hacer con Cersei.
Ser Ilyn se pasó un dedo por el cuello.
—No —respondió Jaime—. Tommen ya ha perdido a un hermano y al hombre al que creía su padre. Si matara a su madre, me odiaría... Y su dulce esposa encontraría la manera de que ese odio redundara en beneficio de Altojardín.
Ser Ilyn esbozó una sonrisa que a Jaime no le gustó nada.
«Una sonrisa desagradable. Un alma desagradable.»
—Habláis demasiado —le dijo.
Al día siguiente, Ser Dermot de La Selva volvió al castillo con las manos vacías.
—Lobos —respondió cuando le preguntó qué había encontrado—. Lobos a cientos. —Se habían llevado a dos de sus centinelas. Los lobos salieron de la oscuridad y los destrozaron—. Hombres armados, protegidos con cotas de malla y petos de cuero endurecido, y las malditas bestias no les tenían miedo. Antes de morir, Jate dijo que la jefa de la manada era una loba de tamaño monstruoso. Por la descripción, casi parecía una loba huargo. También se metieron entre los caballos. Los muy hijos de puta mataron a mi bayo favorito.
—Un círculo de hogueras en torno al campamento los habría disuadido —replicó Jaime, aunque no estaba tan seguro.
¿Sería posible que la loba huargo de Ser Dermot fuera la misma que atacó a Joffrey cerca de la encrucijada?
Con lobos o sin ellos, al día siguiente, Ser Dermot eligió caballos descansados y a más hombres para reanudar la búsqueda de Brynden Tully. Aquella misma tarde, los señores del Tridente fueron a ver a Jaime y le pidieron permiso para volver a sus tierras. Se lo concedió. Lord Piper quería saber también si había noticias de su hijo Marq.
—Se pagará el rescate de todos los prisioneros —le prometió Jaime.
Cuando salieron los señores de los ríos, Lord Karyl Vance se quedó rezagado.
—Tenéis que ir a Árbol de los Cuervos, Lord Jaime —le dijo—. Mientras tenga a Jonos ante sus puertas, Tytos no se rendirá, pero sé que doblará la rodilla ante vos.
Jaime le agradeció el consejo.
El siguiente en partir fue el Jabalí. Quería cumplir su promesa de volver a Darry para luchar contra los bandidos.
—Hemos atravesado medio reino a caballo, y ¿para qué? ¿Para que pudierais hacer que Edmure Tully se meara en los calzones? Nadie compondrá canciones que hablen de eso. Necesito una pelea. Quiero al Perro, Jaime. Y si no, a ese señor marqueño.
—La cabeza del Perro es toda vuestra si se la podéis cortar —replicó Jaime—, pero a Beric Dondarrion hay que capturarlo vivo: quiero llevarlo a Desembarco del Rey. Si no lo ven morir mil personas, no se quedará muerto.
El Jabalí gruñó objeciones, pero al final accedió. Al día siguiente partió con su escudero y sus soldados, acompañado por Jon Bettley,
el Lampiño
, que había decidido que cazar bandidos era mejor que volver con su esposa, cuya fealdad era legendaria. Se decía que tenía toda la barba que le faltaba a él.
Jaime aún tenía que encargarse del asunto de la guarnición. Todos y cada uno de ellos juraron que no sabían nada de los planes de Ser Brynden ni de adónde podía haber ido.
—Mienten —insistía Emmon Frey; pero Jaime no pensaba lo mismo.
—Si un hombre no comparte sus planes con nadie, nadie lo podrá traicionar —señaló. Lady Genna sugirió que interrogaran a unos cuantos; él se negó—. Le di a Edmure mi palabra de que, si se rendía, su guarnición no sufriría daño alguno.
—Qué caballeroso por tu parte —replicó su tía—, pero aquí lo que hace falta es fuerza, no caballerosidad.
«Pregúntale a Edmure lo caballeroso que soy —pensó Jaime—. Pregúntale por la catapulta.»
Tenía la sensación de que los maestres no lo confundirían con el príncipe Aemon,
el Caballero Dragón
, cuando escribieran la historia. Aun así, estaba satisfecho. La guerra estaba prácticamente ganada. Rocadragón había caído; Bastión de Tormentas no tardaría en caer también, y Stannis podía quedarse con el Muro si quería. Los norteños le tendrían tan poco cariño como los señores de la tormenta. Si Roose Bolton no acababa con él, el invierno se encargaría.
Y él había cumplido su misión allí, en Aguasdulces, sin necesidad de alzarse en armas contra los Tully ni contra los Stark. Cuando hubiera dado con el Pez Negro, podría regresar a su sitio, en Desembarco del Rey.
«Debo estar con mi rey. Con mi hijo. —¿Querría saberlo Tommen? La verdad podría costarle el trono—. ¿Qué prefieres tener, chico? ¿Un padre o una silla? —Le habría gustado conocer la respuesta. «Le encanta estampar su sello en papeles.» Tal vez ni siquiera lo creería. Cersei podía decirle que era mentira—. Mi querida hermana, la manipuladora. —Tenía que buscar la manera de arrancar a Tommen de sus garras antes de que lo transformara en otro Joffrey. Y ya puestos, tenía que buscarle al muchacho un nuevo Consejo Privado—. Si consigo apartar a Cersei, tal vez Kevan acceda a ser la Mano de Tommen.» Y si no, en fin, había otros hombres adecuados en los Siete Reinos. Forley Prester sería una buena elección, y también Roland Crakehall. Si hacía falta que no fuera occidental para tranquilizar a los Tyrell, siempre quedaba Mathis Rowan... O incluso Petyr Baelish. Meñique era tan afable como astuto, pero no era noble y no contaba con espadas propias, de modo que no supondría una amenaza para los grandes señores. «La Mano perfecta.»
La guarnición de los Tully partió a la mañana siguiente, con todos los hombres despojados de armas y armaduras. Se les entregaron provisiones para tres días y ropa, pero antes tuvieron que jurar que no volverían a alzarse en armas contra Lord Emmon ni contra la Casa Lannister.
—Si tienes suerte, uno de cada diez será fiel al juramento —dijo Lady Genna.
—Bien. Prefiero enfrentarme a nueve hombres que a diez. El décimo podría ser el que me matara.
—Los otros nueve te matarán igual.
—Más vale eso que morir en la cama.
«O en el retrete.»
Dos hombres optaron por no partir junto con los demás: Ser Desmond Grell, el viejo maestro de armas de Lord Hoster, prefirió vestir el negro. Lo mismo decidió Ser Robin Ryger, capitán de los guardias de Aguasdulces.
—Este castillo es mi hogar desde hace cuarenta años —dijo Grell—. Decís que soy libre de marcharme, pero ¿adónde? Soy demasiado viejo y estoy demasiado gordo para hacerme caballero errante. Y en el Muro siempre andan faltos de hombres.
—Como queráis —respondió Ser Jaime, aunque era una verdadera molestia. Les permitió conservar armas y armaduras, y asignó a una docena de los hombres de Gregor Clegane para que los escoltaran hasta Poza de la Doncella. Puso al mando a Rafford, el que llamaban el Dulce—. Aseguraos de que los prisioneros llegan sanos y salvos a Poza de la Doncella —le dijo—, o lo que le hizo Ser Gregor a la Cabra os parecerá una fiesta en comparación con lo que os haré yo.