Fragmentos de una enseñanza desconocida (8 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

Mientras me hablaba, atravesó mi mente el pensamiento de que quizás el diseño y los colores de las alfombras correspondían con la música, y que eran su expresión por medio de la línea y el color; que las alfombras bien podían ser los registros de esta música, las partituras que permitirían la reproducción de melodías. Para mí no había nada de extraño en esta idea ya que a menudo llegaba a "ver" la música bajo la forma de diseños coloreados y complejos.

Por ciertas conversaciones fortuitas con G. me pude formar una idea de su vida.

Había pasado su infancia en la frontera del Asia Menor, en condiciones de existencia extrañas, arcaicas, casi bíblicas. Innumerables rebaños de carneros. Andanzas de lugar en lugar... Encuentros con pueblos extraordinarios... Su imaginación había sido particularmente impresionada por los Yesidas, los "Adoradores del Diablo", sus costumbres incomprensibles y su dependencia extraña con respecto a leyes desconocidas. Me contó por ejemplo haber observado de niño que los muchachos Yesidas eran incapaces de salir de un círculo trazado alrededor de ellos en el suelo.

Sus primeros años habían transcurrido en una atmósfera de cuento de hadas, de leyendas y de tradiciones. Alrededor de él lo "milagroso" había sido un hecho real. Predicciones que había escuchado y a las cuales los que lo rodeaban daban una fe plena, se habían realizado y le habían abierto los ojos sobre muchas otras cosas.

Desde su más tierna edad, el concierto de todas estas influencias había creado en él una inclinación hacia lo misterioso, lo incomprensible y lo mágico.

Me dijo haber viajado mucho por el Oriente cuando era todavía muy joven.

¿Qué había de cierto en estos relatos? Jamás pude precisarlo. Pero seguramente, a lo largo de sus viajes, había entrado en contacto con mil fenómenos que evocaron para él la existencia de un cierto conocimiento, de ciertos poderes, de ciertas posibilidades del hombre y había conocido personalmente gente que poseía el don de la clarividencia y otros poderes milagrosos. Poco a poco, me dijo, sus salidas de la casa natal y sus viajes comenzaron a seguir una dirección definida. Salió en busca del conocimiento y de las personas que lo poseían. Después de grandes dificultades descubrió al fin las fuentes de este conocimiento en compañía de varios camaradas que partieron también en busca de lo "milagroso".

En todas las historias que él contaba sobre sí mismo había muchos elementos contradictorios y poco creíbles. Pero ya me había dado cuenta de que no podía esperar de él nada ordinario. Él no se dejaba reducir a ninguna de nuestras medidas.

Con él no se podía estar seguro de nada. Hoy podía decir una cosa y mañana otra totalmente diferente, sin que en un sentido nunca se le pudiera acusar de contradicción; había que comprender y que descubrir el lazo que unía el todo.

Hablaba muy poco y siempre de una manera evasiva acerca de las escuelas mismas y de los lugares donde había encontrado el conocimiento que indudablemente poseía. Mencionó monasterios tibetanos, el Chitral, el Monte Athos, escuelas sufíes en Persia, en Bokhara, y en el Turquestán Oriental; también citaba derviches de diferentes órdenes que había conocido pero sin dar jamás datos precisos.

Comenzó a tomar forma un grupo permanente. Un día que estábamos con G., le pregunté: "¿Por qué se mantiene el conocimiento tan cuidadosamente en secreto? Si el antiguo conocimiento ha sido preservado y, en general, si existe un conocimiento distinto de nuestra ciencia y de nuestra filosofía, que aun llega a sobrepasarlas ¿por qué no se conviene en propiedad común? ¿Por qué sus poseedores se niegan a dejarlo entrar en la circulación general de la vida, en aras de una lucha más feliz o más decisiva contra la mentira, el mal y la ignorancia?"

Creo que esta pregunta debe surgir en toda mente que encuentre por primera vez las ideas del esoterismo.

—Hay dos respuestas, me dijo él. Primeramente, este conocimiento no se mantiene secreto; luego por su propia naturaleza le está prohibido llegar a ser jamás propiedad común. Primero examinaremos este segundo punto. Le probaré que el
conocimiento
—acentuó esta palabra— es mucho más accesible de lo que generalmente se cree para aquellos que son capaces de asimilarlo; y todo el problema estriba en que la gente o no lo quiere o no lo puede recibir.

"Pero ante todo, es necesario comprender que el conocimiento no puede pertenecer a todos, ni aun puede pertenecer a muchos. Así es la ley. Usted no la comprende porque no se da cuenta de que como toda cosa en el mundo, el conocimiento es
material.
Es material —esto significa que posee todas las características de la materialidad. Ahora bien, una de las primeras características de la materialidad implica una limitación de la materia, quiero decir que la cantidad de materia, en un lugar dado y en condiciones dadas, es siempre limitada. La misma arena del desierto y el agua del mar existen en una cantidad invariable y estrictamente medida. Por consiguiente, decir que el conocimiento es material es decir que hay una cantidad definida en un lugar y en un tiempo dado. Por tanto se puede afirmar que durante el curso de un cierto período, digamos un siglo, la humanidad dispone de una cantidad definida de conocimiento. Pero sabemos, por una observación elemental de la vida misma, que la
materia del conocimiento
posee cualidades enteramente diferentes según que ésta sea absorbida en pequeña o gran cantidad. Tomada en gran cantidad en un lugar dado —por un hombre, por ejemplo, o por un grupo pequeño de hombres— produce resultados muy buenos; tomada en pequeña cantidad por cada uno de los individuos que componen una gran masa de hombres, no da ningún resultado, salvo algunas veces resultados negativos, contrarios a los que se esperan. Entonces, si una cantidad definida de conocimiento llega a distribuirse entre millones de hombres, cada individuo recibirá muy poco y esta pequeña dosis de conocimiento no podrá cambiar nada ni en su vida ni en su comprensión de las cosas. Cualquiera que sea el número de aquellos que absorbiesen esta pequeña dosis, el efecto sobre su vida será nulo salvo quizá que ésta se haga aún más difícil.

"Pero si por el contrario un pequeño número pudiera concentrar grandes cantidades de conocimiento, entonces éste dará resultados muy grandes. Desde este punto de vista es mucho más ventajoso que el conocimiento sea preservado por un pequeño número y no difundido entre las masas.

"Si para dorar objetos, tomamos una cierta cantidad de oro, debemos conocer el número exacto de objetos que esta nos permitirá dorar. Si tratamos de dorar un gran número, se dorarán desigualmente, por partes, y se verán mucho peor que si no tuvieran ningún oro; de hecho, habremos derrochado nuestro oro.

"La distribución del conocimiento se basa sobre un principio rigurosamente análogo. Si hubiera que dar el conocimiento a todo el mundo nadie recibiría nada. Si está reservado a un pequeño número, cada uno recibirá, no solamente para guardar lo que reciba sino para incrementarlo.

"A primera vista, esta teoría parece muy injusta porque la situación de aquellos a quienes, en alguna forma, se les niega el conocimiento para que otros puedan recibir algo más, parece muy triste, inmerecida y más cruel de lo que debería ser. Sin embargo, la realidad es totalmente diferente; en la distribución del conocimiento no hay ni sombra de injusticia.

"Es un hecho que la gran mayoría de la gente ignora el deseo de conocer; rehúsa su cuota de conocimiento y descuidan aun tomar en la distribución general la porción que les está destinada para las necesidades de su vida. Esto se hace particularmente evidente en períodos de locura colectiva, de guerras y de revoluciones, cuando los hombres parecen perder súbitamente hasta ese pequeño grano de sentido común que tenían de ordinario, y convertidos en perfectos autómatas, se entregan a matanzas gigantescas, como si ya no tuvieran instinto de conservación. Es así como grandes cantidades de conocimiento, de cierta manera permanecen sin reclamar, y pueden ser distribuidas a los que saben apreciar su valor.

"No hay nada de injusto en todo esto, porque aquellos que reciben el conocimiento no toman algo que pertenece a otros, no privan a nadie de nada; toman solamente lo que los otros han rechazado como inútil y que, en todo caso, se perdería si no fuera tomado.

"La acumulación del conocimiento por los unos depende del rechazo del conocimiento por los otros.

"En la vida de la humanidad hay períodos que coinciden generalmente con el comienzo de la declinación de las civilizaciones, cuando las masas pierden irremediablemente la razón y se ponen a destruir todo lo que ha sido creado en siglos y milenios de cultura. Tales períodos de locura, a menudo concordantes con cataclismos geológicos, con perturbaciones climáticas y otros fenómenos de carácter planetario, liberan gran cantidad de esta materia del conocimiento. Se hace entonces necesario un trabajo de recuperación sin el cual ésta se perdería. Es así como el trabajo de recolectar la materia esparcida del conocimiento coincide frecuentemente con la declinación y la ruina de las civilizaciones.

"Este aspecto de la cuestión es claro. Las masas no se preocupan del conocimiento, no lo quieren, y sus jefes políticos, en su propio interés, no trabajan sino para reforzar la aversión y el temor que ellas tienen a todo lo que es nuevo y desconocido. El estado de esclavitud de la humanidad está basado en este temor. Es hasta difícil imaginar todo el horror de esto. Pero la gente no comprende el valor de lo que pierde de esta manera. Y para captar la causa de tal estado, basta con observar cómo vive la gente, lo que constituye sus razones para vivir, el objeto de sus pasiones o de sus aspiraciones, en qué piensan, de qué hablan, a qué sirven y qué adoran. Vean a dónde va el dinero de la sociedad culta de nuestra época; dejando de lado la guerra, consideren aquello por lo que se paga los más altos precios, a dónde van las muchedumbres más densas. Si se reflexiona un instante acerca de este despilfarro, entonces se hace claro que la humanidad, tal cual es ahora, con los intereses de los cuales vive, no puede esperar otra cosa que lo que tiene. Pero, como ya lo he dicho, nada de esto se puede cambiar. ¡Imagínese que no haya disponible sino media libra de conocimiento por año para toda la humanidad! Si este conocimiento se difunde entre las masas, cada uno recibirá tan poco que seguirá siendo el mismo tonto de antes. Pero, por el hecho de que tan sólo algunos hombres desean este conocimiento, aquellos que lo piden podrán recibir, por así decirlo, un grano de él, y adquirir la posibilidad de llegar a ser más inteligentes. No todos podrían llegar a ser inteligentes aunque lo desearan. Y si llegaran a ser inteligentes, esto no serviría de nada, pues existe un equilibrio general que no puede ser trastocado.

"He aquí un aspecto. El otro, como ya lo he dicho, se refiere al hecho de que nadie oculta nada; no hay el menor misterio. Pero la adquisición o la transmisión del verdadero conocimiento exige una gran labor y grandes esfuerzos, tanto de parte del que recibe como del que da. Y aquellos que poseen este conocimiento hacen todo lo que pueden para transmitirlo y comunicarlo al mayor número posible de hombres, para facilitarles su acercamiento y tornarlos capaces de prepararse para recibir la verdad. Pero el conocimiento no puede ser impuesto por la fuerza a aquellos que no lo quieren, y como acabamos de ver, el examen imparcial de la vida del hombre medio, de sus intereses, de lo que llena sus días, demostrará al instante que es imposible acusar a los hombres poseedores del conocimiento de que lo ocultan, de que no quieren transmitirlo o de que no desean enseñar a los otros lo que ellos mismos saben.

"Quien desee el conocimiento debe hacer por sí mismo los primeros esfuerzos para encontrar la fuente, para aproximarse a ella, ayudándose con las indicaciones dadas a todos, pero que la gente, por regla general, no desea ver ni reconocer. El conocimiento no puede llegar gratuitamente a los hombres, sin esfuerzos de su parte. Ellos comprenden esto muy bien cuando sólo se trata de conocimientos ordinarios, pero en el caso del
gran conocimiento,
si es que admiten la posibilidad de su existencia, consideran que es posible esperar algo diferente. Todo el mundo sabe muy bien, por ejemplo, que un hombre tendrá que trabajar intensamente durante varios años si quiere aprender el chino; nadie ignora que para poder captar los principios de la medicina son indispensables cinco años de estudios, y quizás el doble para el estudio de la música o la pintura. Sin embargo, algunas teorías afirman que el conocimiento puede llegarle a la gente sin esfuerzos de su parte, que puede ser adquirido
aun en el sueño.
El mero hecho de la existencia de tales teorías constituye una explicación adicional del hecho de que el conocimiento no puede llegar a la gente. Sin embargo, no es menos esencial comprender que los esfuerzos
independientes
de un hombre por alcanzar lo que fuese en esta dirección, por sí mismos, no pueden dar ningún resultado. Un hombre no puede alcanzar el conocimiento sino con la ayuda de aquellos que lo poseen. Esto debe ser comprendido desde el comienzo mismo.
Hay que aprender de los que saben."

En una de las reuniones siguientes, en respuesta a una pregunta sobre la inmortalidad, G. desarrolló algunas de las ideas que había dado antes sobre la reencarnación y la vida futura.

Al comienzo de la reunión, alguien había preguntado:

—¿Se puede decir que el hombre posee la inmortalidad?

—La inmortalidad, dijo G., es una de esas cualidades que el hombre se atribuye sin tener una comprensión suficiente de lo que quiere decir. Otras cualidades de este género son la «individualidad», en el sentido de una unidad interior, el «Yo permanente e inmutable», la «conciencia» y la «voluntad». Todas estas cualidades
pueden
pertenecer al hombre —puso acento sobre la palabra "pueden" —pero por cierto que esto no significa que le pertenecen ya
efectivamente
o que pueden pertenecer a cualquiera.

"Para comprender
qué es
el hombre hoy en día, es decir al nivel actual de su desarrollo, es indispensable poder representarse hasta un cierto punto lo que puede ser, es decir lo que puede alcanzar. Porque es sólo en la medida en que un hombre llega a comprender la secuencia correcta de su posible desarrollo como puede dejar de atribuirse lo que todavía no posee, y que no podrá alcanzar, quizás, sino tras grandes esfuerzos y grandes labores.

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