Fragmentos de una enseñanza desconocida (5 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

Este era otro de los giros inesperados que G. daba a sus explicaciones. Además de su sentido ordinario, sus palabras siempre contenían otro sentido totalmente diferente. Pero yo entreveía ya que para descifrar este sentido oculto, era necesario comenzar por captar el sentido usual y sencillo. Las palabras de G., tomadas en la forma más simple del mundo, estaban siempre llenas de sentido, pero tenían también otras significaciones. La significación más amplia y más profunda permanecía velada durante mucho tiempo.

Ha quedado grabada en mi memoria otra conversación. Le preguntaba a G. lo que debería hacer un hombre para asimilar su enseñanza.

—¿Lo que debe
hacer?
exclamó como si esta pregunta lo sorprendiera. Es incapaz de
hacer
nada. Ante todo, él debe
comprender
ciertas cosas. Tiene miles de ideas falsas y de concepciones falsas, sobre todo acerca de si mismo, y si algún día quiere adquirir algo nuevo, debe comenzar por liberarse por lo menos de algunas de ellas. De otra manera lo nuevo sería construido sobre una base falsa y el resultado sería aun peor.

—¿Cómo puede un hombre liberarse de las ideas falsas? pregunté. Dependemos de las formas de nuestra percepción. Las ideas falsas se producen debido a las formas de nuestra percepción."

G. negó con la cabeza, y dijo:

—Nuevamente habla usted de otra cosa. Usted habla de errores que provienen de las percepciones, pero no se trata de esto. Dentro de los límites de las percepciones dadas, se puede errar en mayor o menor grado. Como ya lo he dicho, la suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede
hacer.
Toda la gente piensa que puede hacer, toda la gente quiere hacer, y su primera pregunta se refiere siempre a qué es lo que tiene que hacer. Pero a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo primero que hay que comprender.
Todo sucede.
Todo lo que sobreviene en la vida de un hombre, todo lo que se hace a través de él, todo lo que viene de él
—todo esto sucede.
Y sucede exactamente como la lluvia cae porque la temperatura se ha modificado en las regiones superiores de la atmósfera, sucede como la nieve se derrite bajo los rayos del sol, como el polvo se levanta con el viento.

"El hombre es una máquina. Todo lo que hace, todas sus acciones, todas sus palabras, sus pensamientos, sentimientos, convicciones, opiniones y hábitos son el resultado de influencias exteriores, de impresiones exteriores. Por sí mismo un hombre no puede producir un solo pensamiento, una sola acción. Todo lo que dice, hace, piensa, siente, todo esto sucede. El hombre no puede descubrir nada, no puede inventar nada. Todo sucede.

"Para establecer este hecho, para comprenderlo, para convencerse de su verdad, es necesario liberarse de miles de ilusiones sobre el hombre, sobre su ser creador, sobre su capacidad de organizar conscientemente su propia vida, etc., etc. Nada de esto existe. Todo sucede: los movimientos populares, las guerras, las revoluciones, los cambios de gobierno, todo esto sucede. Y sucede exactamente de la misma manera que todo sucede en la vida del hombre como individuo. El hombre nace, vive, muere, construye casas, escribe libros, no como él lo quiere, sino como esto sucede. Todo sucede, el hombre no ama, no odia, no desea —todo esto sucede.

"Pero ningún hombre le creerá jamás si usted le dice que él no puede hacer nada. Nada se le puede decir a la gente que le sea más desagradable ni más ofensivo. Es particularmente desagradable y ofensivo porque es la verdad y porque nadie quiere conocer la verdad.

"Si usted lo comprende, nos será más fácil hablar. Pero una cosa es captar con el intelecto que el hombre no puede hacer nada, y otra es sentirlo «con toda su masa», estar realmente convencido que es así, y no olvidarlo jamás.

"Esta cuestión de
hacer
(G. recalcó cada vez esta palabra) hace surgir además otra cuestión. A la gente le parece siempre que los otros nunca hacen nada como debiera ser, que los demás hacen todo al revés. Invariablemente cada uno piensa que podría hacerlo mejor. Ninguno comprende, ni siente la necesidad de comprender que lo que actualmente se hace de cierta manera —y sobre todo lo que ya
ha sido hecho—
no puede ni podía haber sido hecho de otra manera. ¿Ha notado usted cómo hablan todos de la guerra? Cada uno tiene su propio plan y su propia teoría. Cada uno opina que no se hace nada como debería hacerse. Sin embargo, en realidad, todo se hace de la única manera posible.

Si tan sólo una cosa pudiera hacerse diferentemente,
todo
podría llegar a ser diferente. Y entonces quizá no hubiera habido guerra.

"Trate de comprender lo que digo: todo depende de todo, todo está relacionado, no hay nada separado. Por lo tanto, todos los acontecimientos siguen el único camino que pueden tomar. Si la gente pudiera cambiar, todo podría cambiar. Pero son lo que son y por lo tanto las cosas también son lo que son."

Esto era muy difícil de tragar.

—¿No hay nada, absolutamente nada, que pueda hacerse?

pregunté.

—Absolutamente nada.

—¿Y
nadie
puede hacer nada?

—Eso ya es otro asunto. Para
hacer
hay que
ser.
Y ante todo hay que comprender lo que esto significa:
ser.
Si continuamos estas conversaciones, usted verá que nos servimos de un lenguaje especial y que para ser capaz de hablar entre nosotros, hay que aprender este lenguaje. No vale la pena hablar en la lengua ordinaria porque en esta lengua es imposible comprenderse. Esto le sorprende. Pero así es. Para llegar a comprender es necesario aprender otro lenguaje. En el lenguaje que habla la gente, no puede comprenderse. Usted verá más tarde por qué esto es así.

"Luego uno debe aprender a decir la verdad. Esto también le parece extraño; usted no se da cuenta que hay que aprender a decir la verdad. Le parece que bastaría desearlo o decidir hacerlo. Y yo le digo a usted que es relativamente raro que la gente diga una mentira en forma deliberada. En la mayoría de los casos creen que dicen la verdad. Y sin embargo mienten todo el tiempo, tanto cuando quieren mentir como cuando quieren decir la verdad. Mienten continuamente, se mienten a sí mismos y mienten a los demás. Como consecuencia, nadie comprende a los otros ni se comprende a sí mismo. Piénselo, ¿podría haber tantas discordias, tantos malentendidos profundos, y tanto odio hacia el punto de vista o hacia la opinión de otro, si la gente fuera capaz de comprenderse? Pero no pueden comprenderse porque no pueden dejar de mentir. Decir la verdad es la cosa más difícil del mundo; habrá que estudiar mucho y durante largo tiempo, para un día poder decir la verdad. El deseo por sí solo, no basta.
Para decir la verdad, hay que llegar a ser capaz de conocer lo que es verdad y lo que es mentira, ante todo en sí mismo. Pero esto es lo que nadie quiere saber."

* * *

Las conversaciones con G. y el giro imprevisto que le daba a cada idea me interesaban cada día más; pero tenía que irme a San Petersburgo.

Recuerdo mí última conversación con él. Le había agradecido su consideración para conmigo, y sus explicaciones que, como ya lo había visto, habían cambiado muchas cosas para mí.

—Sin embargo, le dije, lo más importante son los
hechos.
Si pudiera ver hechos reales, auténticos, de naturaleza nueva y desconocida, solo ellos me convencerían de que estoy en el buen camino."

Seguía pensando todavía en los "milagros".


Habrá hechos,
me dijo G. Se lo prometo. Pero no se puede comenzar por allí."

En aquel entonces, no comprendí que quería decir, sólo lo comprendí mas tarde, cuando G., manteniendo su palabra, me puso realmente delante de "hechos". Pero esto no debía producirse sino un año y medio más tarde, en agosto de 1916.

De nuestras últimas conversaciones en Moscú, guardo todavía el recuerdo de ciertas palabras pronunciadas por G., las cuales sólo más tarde llegaron a ser inteligibles para mí. Me habló de un hombre que una vez había conocido estando con él y de sus relaciones con ciertas personas.

—Es un hombre débil, me dijo. Las personas se sirven de el, inconscientemente por supuesto. Y esto es así, porque él las
considera.
Si no las considerase, todo seria distinto, y ellas mismas serían distintas."

Me pareció extraño que un hombre no tuviera que considerar al prójimo.

—¿Que quiere usted decir con esta palabra:
considerar?
le pregunté. A la vez, lo comprendo y no lo comprendo. Esa palabra tiene significaciones muy diferentes.

—Es todo lo contrario, dijo G. Esa palabra no tiene sino una significación. Trate de pensar en ello."

Algún tiempo después, comprendí lo que G. llamaba
consideración.
Y me di cuenta del lugar enorme que ocupa en nuestra vida y de todo lo que proviene de ella. G. llamaba "consideración" a la actitud que crea una esclavitud interior, una dependencia interior. Después tuvimos muchas ocasiones de volver a hablar sobre ello.

* * *

Recuerdo otra conversación sobre la guerra. Estábamos sentados en el café Philipov, en la Tverskaya. Estaba atestado de gente muy bulliciosa. La especulación y la guerra creaban una atmósfera febril y desagradable. Incluso yo había rehusado concurrir a este café. Pero G. había insistido, y como siempre ocurría con él, yo había cedido. Ya para entonces había comprendido que algunas veces, deliberadamente, él creaba situaciones que harían más difícil la conversación, como si me quisiera pedir un esfuerzo adicional y un acto de sumisión a condiciones penosas e incómodas
en aras de hablar con él.

Pero esta vez el resultado no fue muy brillante; el ruido era tal que no llegué a oír las cosas más interesantes. Al comienzo comprendí sus palabras. Pero el hilo se me escapaba poco a poco. Después de haber hecho varias tentativas por seguir lo que estaba diciendo, de lo cual sólo me llegaban palabras aisladas, finalmente dejé de escuchar y simplemente me puse a observar
cómo hablaba.

La conversación había comenzado con mi pregunta:

—¿Pueden detenerse la guerras?"

Y G. había contestado:

—Sí, es posible."

Sin embargo, debido a nuestras conversaciones anteriores, yo creí estar seguro de que respondería:
"No, es imposible".

—Pero todo está en la pregunta: ¿cómo?— continuó. Hay que saber mucho para comprenderlo. ¿Qué es una guerra?
La guerra es un resultado de influencias planetarias.
En alguna parte, allá arriba, dos o tres planetas se han acercado demasiado, y resulta una tensión. ¿Ha notado cómo se tensa usted cuando un hombre lo roza en una vereda estrecha? Entre los planetas se produce la misma tensión. Para ellos quizá esto no dura sino uno o dos segundos. Pero aquí, sobre la tierra, la gente comienza a matarse y continúa la matanza durante años. En todo este tiempo les parece que se odian los unos a los otros; o quizá que es su deber destrozarse por algún propósito sublime; o bien que deben defender algo o a alguien y que es muy noble hacerlo: o cualquier cosa por el estilo. Son incapaces de darse cuenta hasta qué punto son simples peones sobre un tablero de ajedrez. Se atribuyen importancia; se creen libres de ir y venir a su antojo; piensan que pueden decidir el hacer esto o aquello. Pero en realidad, todos sus movimientos, todas sus acciones, son el resultado de influencias planetarias. Por sí mismos no tienen ninguna importancia. Quien tiene el papel importante es la luna. Pero hablaremos de la luna más adelante. Basta comprender que ni el emperador Guillermo, ni los generales, ni los ministros, ni los parlamentos, tienen significación alguna, ni hacen nada. En una gran escala, todo lo que sucede está regido desde el exterior, sea por combinaciones accidentales de influencias, sea por leyes cósmicas generales."

Esto es lo que oí. Sólo mucho más tarde comprendí que en aquel entonces él había querido explicarme cómo las influencias accidentales pueden ser desviadas o transformadas en algo relativamente inofensivo. Había aquí una idea realmente interesante, que se refería a la significación esotérica de los "sacrificios". Pero en todo caso, esta idea actualmente sólo tiene valor histórico y psicológico. Lo más importante —que había dicho de manera casual, en tal forma que yo no le presté atención en el momento mismo y no me acordé sino más tarde, tratando de reconstruir la conversación— era lo que se refería a la diferencia de los tiempos para los planetas y para el hombre.

Pero, aun cuando lo recordé, por mucho tiempo no llegué a comprender la significación plena de esta idea. Más tarde se me presentó como algo fundamental.

Más o menos por esta misma época tuvimos una conversación sobre el
sol,
los
planetas
y la luna. Aunque me impresionó vivamente, he olvidado cómo comenzó. Pero me acuerdo que habiendo dibujado G. un pequeño diagrama, trataba de explicarme lo que él llamaba la "correlación de las fuerzas en los diferentes mundos". Esto se refería a lo que había dicho anteriormente de las influencias que actúan sobre la humanidad. La idea, a
grosso modo,
era la siguiente: la humanidad, o más exactamente,
la vida orgánica sobre la tierra,
está sometida a influencias simultáneas, provenientes de fuentes variadas y de mundos diversos: influencias de los planetas, influencias de la luna, influencias del sol, influencias de las estrellas. Ellas actúan todas al mismo tiempo, pero con el predominio de una u otra según el momento. Para el hombre existe cierta posibilidad de
elegir influencias;
dicho de otra manera, pasar de una influencia a otra.

—El explicar
cómo,
requeriría un desarrollo demasiado largo, dijo G. En otra ocasión hablaremos de esto. Por el momento quisiera que comprendiera lo siguiente: es imposible liberarse de una influencia sin someterse a otra. Toda la dificultad, todo el trabajo sobre sí, consiste en elegir la influencia a la que usted se quiere someter, y en caer realmente bajo esta influencia. Con este fin, es indispensable que usted sepa prever la influencia que le será más provechosa."

Lo que me había interesado en esta conversación era que G. había hablado de los planetas y de la luna como de
seres vivientes,
que tienen una edad definida, un período de vida igualmente definido y posibilidades de desarrollo y de transición a otros planos de ser. De sus palabras resultaba que la luna no era un "planeta muerto", como se admite generalmente, sino por el contrario era un "planeta en estado naciente", un planeta en su primerísimo estado de desarrollo, que no había alcanzado aún el
"grado de inteligencia
que posee la tierra", para usar sus propios términos.

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