Fuego mágico (35 page)

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Authors: Ed Greenwood

Ya había un leal agente del culto dentro de la guardia de la Torre... Culthar, se llamaba. él podría acabar con Shandril más tarde, cuando fuese el momento adecuado. Tratar de hacerse con ella ahora sería demasiado arriesgado. Malark no confiaba en sus secuaces ni para ensillar un caballo sin su supervisión, por no hablar de lo que haría falta para llevar a cabo dicha captura y fuga, considerando toda la magia y las armas que se levantarían contra ellos.

Por otra parte, cuanto más esperase el culto, más probable era que alguien más intentase apoderarse de aquella fuente de fuego mágico... Los zhentarim, sin duda alguna, y tal vez los sacerdotes de Bane.

Aunque quizá fuese aún mejor así. Con toda la confusión que se armaría si uno de esos enemigos hacía algún intento, Malark podría entonces arremeter y salir triunfante, para mayor gloria de sus seguidores.

De nuevo el archimago se vio bruscamente arrebatado de sus placenteras ensoñaciones cuando una rueda de su carreta dio contra un desnivel, botó y se hundió en un gran bache mientras otra rueda se alojaba enseguida en otro agujero más grande todavía. La carreta volvió a erguirse justo cuando las ruedas de atrás resbalaron de un modo alarmante hacia un lado sobre una alfombra de piedras rodantes. Sólo los dioses sabían cómo unos pequeños y gordos mercaderes se las arreglaban... ¡y aquélla era considerada una de las mejores carreteras del norte! Malark cuestionó la sabiduría de su propio plan por decimocuarta vez, mientras la carreta se detenía ante el puesto de guardia que le permitiría —a él, un mercader ambulante de filtros de amor, remedios medicinales y sustancias especiales para uso de distinguidos practicantes del arte— entrar en el Valle de las Sombras.

La clara luminosidad de la mañana hacía de la desnuda y agrietada roca de la Vieja Calavera, aunque sólo fuese por un rato, un lugar cálido y agradable, a pesar del susurrante viento que, con demasiada frecuencia, lo convertía en el puesto de guardia más frío e inhóspito del Valle de las Sombras. Los tres que estaban allí miraron hacia el sur, por encima de los verdes prados, y hacia la severa y desafiante Torre Torcida a su derecha.

—Que los dioses nos asistan si los Brujos Rojos de Thay oyen hablar de Shandril antes de que ella y Narm hayan sido bien adiestrados en las artes de la batalla y la magia —dijo Storm—. Sin mi hermana, la defensa de este pequeño valle recae en unos pocos caballeros y en Elminster. Y, a pesar de todo su arte, éste no es más que un anciano.

—Las cosas se pondrían ya lo bastante mal simplemente con los zhentarim, si Manshoon los levanta contra nosotros —respondió Sharantyr—. Echas mucho de menos a Sylune, ¿verdad? Debe de haber sido, sin duda, una persona muy especial. A menudo hablan de ella, y con añoranza, en la posada de allá abajo.

Florin sonrió:

—Era muy especial... y cayó mientras defendía el valle contra un dragón del culto, un peligro que tal vez pronto tengamos que volver a arrostrar, con Shandril aquí. En este mismo momento, el culto debe de andar en su busca... Y, tras la prueba, no tardarán en enterarse de que está aquí.

Storm sonrió, casi con tristeza:

—Elminster juega a un juego mucho más profundo que nosotros. Lo hizo delante de todo el mundo de un modo deliberado... Yo confío plenamente en él; y, sin embargo, confieso que sus acciones a menudo me inquietan. Todos tendremos que apechugar con las consecuencias.

—Tú crees que semejante exhibición pública fue improcedente, ¿no? —dijo Florin con una sonrisa—. Yo también... y, sin embargo, entonces pensé, y siento todavía, que Elminster era como un actor en las calles de Suzail. él actúa para un público más amplio que el que lo rodea, con la esperanza de atraer la atención de los que pasan... Tal vez un noble, o incluso un gobernante. Nuestro mago no es ningún loco, ni la edad le ha debilitado el cerebro, a menos que exista alguna debilidad que afecte al juicio dejando sin embargo a uno capaz de trabajar perfectamente su arte y desarrollar nuevas técnicas mágicas.

—Existe tal cosa —dijo Sharantyr con tono burlón—, pero afecta a los jóvenes también... Nos hace aventureros cuando podríamos estar a salvo en nuestra casa, en el campo o en el bosque, ocupados en honradas y monótonas tareas y adquiriendo respeto a medida que envejecemos.

—Bien dicho —señaló Storm—. Pero creo que Elminster se propone algo, aunque nosotros no lo veamos aún claro, al exhibir el poder de Shandril de forma tan espectacular.

—¿Con «nosotros» te refieres a los tres que estamos aquí? —preguntó Sharantyr—. ¿O también a los Arpistas? No me respondas, si prefieres no hablar de ellos.

Storm sacudió la cabeza:

—No he hablado oficialmente con otros de la hermandad, pero puedo decirte que la mayoría de los que presenciaron la prueba pensaron de un modo parecido. Es un acto de jovenzuelo temerario.

Florin hizo un gesto de asentimiento y volvió su pensativa mirada hacia la cima de la pequeña torre de piedras de Elminster, que asomaba justo sobre un cerro al pie de las colinas:

—Shandril es un peligro para él, más que para ningún otro en el valle, ya que ella echa los conjuros por tierra. Si alguna vez se volviera contra Elminster, o fuese inducida con engaños a suprimir su arte, el anciano mago podría ser destruido... y nuestra defensa ante los del castillo de Zhentil desaparecería. Y son sencillamente demasiados los que estarían dispuestos a llevar a cabo tales acciones.

—Es verdad —dijo Storm, con su pelo plateado agitándose con la brisa que se levantaba. Miró la torre donde sabían que se albergaba Shandril y, cuando se volvió para mirar de nuevo a los dos exploradores, sus ojos estaban sombríos—. Eso no debe ocurrir.

—Aquí ha muerto mucha gente, al parecer —dijo Shandril con el miedo asomando en su voz. La joven maga Illistyl le estaba enseñando la torre.

Illistyl se sentó en un cojín e indicó con la mano a Shandril que hiciera lo mismo. Shandril se hundió en su cojín mientras Illistyl respondía con calma:

—Mucha gente ha muerto, en efecto. Los de Zhentil han atacado dos veces el valle desde que los caballeros vinieron aquí. Casi la mitad de los campesinos con quienes yo crecí están muertos ahora. También lo están otros aventureros que vinieron al valle, más de los que podrían caber, apretados pecho con pecho, en esta habitación. Es la vida, en realidad; la gente muere, ya sabes.

»No todo son historias de taberna y recuerdos queridos. Conozco por lo menos a tres de los caballeros que duermen para siempre en las criptas, a diez niveles por debajo de nosotras. Es un precio que algunos de ellos, sin duda, jamás se habían propuesto pagar..., pero sí que lo pagaron, y la mayoría sin elección. Piensa en esto antes de convertirte en una aventurera.

»La vida que escoges podría muy bien llevarse a Narm de tu lado, o mutilar a uno de vosotros sin que el arte que manejáis sea capaz de curaros. Una vez que tienes el poder, sin embargo, ya no te queda elección. Te conviertes en enemigo y blanco de muchos, y has de ser en adelante o un aventurero o un cadáver.

—¿Cómo llegaste tú a ser un caballero? —preguntó Shandril con curiosidad—. Eres más joven que Florin y Jhessail, y tu arte es...

—¿Inferior? Sí, así es. Había un licántropo aquí en el valle unos cuantos años atrás..., no muchos, aunque a mí me parece como si hubiese pasado mucho tiempo. Los caballeros hicieron una investigación para tratar de detectar con su magia al hombre-fiera. éste resultó ser una mujer; la pobre Luney Lyrohar, una de las muchachas de Madre Tara.

»Descubrieron entonces que yo tenía poderes mentales, y Jhessail me puso a estudiar bajo su tutela. Yo había perdido a toda mi gente en las guerras, así que me vine a vivir a la torre. —Y, sonriendo, continuó—: Gran parte del tiempo, hasta ahora, lo he pasado educando a la hija de Jhessail y Merith; el resto, o la mayor parte de él, estudiando el arte. No le queda a una mucha elección, una vez que ha comenzado.

—Eso me temo. Sin embargo, yo elegí marcharme de la posada. Todo lo demás ha venido como continuación de aquello. Supongo que no tengo otra elección, ahora —dijo Shandril con una sonrisa—. Aunque no me arrepiento de ello, porque así he encontrado a Narm.

—Aférrate a eso —dijo Illistyl casi con furia—. No olvides que lo has sentido así. Nos esperan momentos duros, me temo. Tu poder, si llegara a manejarse con malas intenciones, sería una amenaza para todos los practicantes del arte de este mundo. Pocos hay tan estúpidos como para no darse cuenta de eso. Aquellos que tienen malas inclinaciones intentarán destruirte o utilizarte como arma contra otros.

»Antes de lo que crees habrás visto conjuradores hasta hartarte, y la magia es un oficio en el que, por más poderoso que uno llegue a ser, siempre hay alguien más poderoso aún. Aprende esto bien. Esta lección suele ser fatal si se ignora. También puede sucederte a ti, Shandril... Algo debe de haber dentro del arte que sea capaz de contrarrestar el fuego mágico; tal vez algo tan simple como un sortilegio conocido por la mayoría de los aprendices.

Shandril asintió muy seria:

—A veces pienso que no puedo hacerlo... y, sin embargo, es una sensación tan agradable, aun con el dolor... Cuando lo dejo salir, quiero decir. Luego veo a Jhessail también; lo feliz que es con Merith, y los dos son aventureros. Aunque a ella no la maten, Merith, como elfo que es, sabe que su mujer morirá cientos de inviernos antes que él. Pese a todo, se casaron y parecen felices. Puede ocurrir.

Illistyl asintió:

—Es bueno que veas eso. Es algo que exige mucho trabajo y paciencia, has de saber. Dime, ¿qué te parece Jhessail? Su carácter, quiero decir.

—Cálida, amable, aunque estricta y correcta... y comprensiva. Poco más puedo decir; apenas os conozco a ninguno de vosotros.

—Yo diría, de hecho, que has captado a Jhessail bastante bien. Pero aún hay más. Su control es tan grande que uno no aprecia lo que le hizo conquistar a Merith, lo que hay detrás de su calidez. Es apasionada, no sólo romántica sino espiritualmente, y con gran fuerza de voluntad.

»Jhessail era novia del clérigo Jelde cuando vine a la torre por primera vez. Hubo una gran pelea entre Jelde y Merith por Jhessail. ésta decidió que quería más a Merith y se marchó para ganárselo delante de toda la Corte élfica, sin reparar en la breve duración de su vida. Siempre busca longevidad por medio de su arte, pero nunca ha creído que sobrevivirá a lo que en él será todavía su juventud.

»Esta clase de control es necesaria para dominar todos los niveles del arte, excepto los más simples. Es el tipo de control que necesitarás para permanecer al lado de Narm y atravesar cuantos peligros puedan erigirse contra vosotros. Escucha y pon atención, Shandril, pues yo seré tu amiga durante más que unos pocos años, si puedo. —Y, sonriendo de pronto, concluyó—: Vaya, hoy parece que me ha dado por los largos discursos.

Shandril sacudió la cabeza:

—¡No, no, te estoy muy agradecida! Jamás tuve a nadie de mi edad, o más o menos, ya sabes, con quien poder hablar de cosas sin tener que medir o refrenar mis palabras. Incluso con Narm..., sobre todo con Narm.

Illistyl afirmó con la cabeza:

—Sí. Sobre todo con Narm —y miró a su alrededor—. Recuerda bien los lugares que te voy a enseñar ahora —añadió mientras se levantaban—. Un día puede que tú y Narm os alegréis de tener un sitio donde poder esconderos juntos. Un día bastante cercano... —terminó advirtiendo.

Shandril no tuvo más remedio que reconocerlo.

La noche había caído, oscura y profunda, antes de que Rozsarran Dathan se levantara de su mesa en la cantina de La Vieja Calavera y, con un mudo ademán de buenas noches a Jhaele, se tambaleara hacia la puerta.

Detrás de él, la rolliza posadera sacudió la cabeza lastimosamente mientras se acercaba a restregar la mesa donde dos de los guardias, compañeros de Rozsarran, sesteaban inconscientes en sus sillas entre ronquidos y todas las monedas que, junto con los dados, habían dejado caer de sus manos. A veces eran como niños, pensó ella levantando una manga de cuero de un pequeño charco de cerveza derramada y esquivando con destreza el instintivo tirón y puñetazo que su durmiente dueño lanzó con torpeza hacia ella. Buenos chicos, pero malos bebedores.

Fuera, en el fresco aire de la noche, Rozsarran llegó a la misma conclusión, aunque no con tanta claridad. Ajustándose el talabarte, empezó a caminar apresuradamente hacia la torre. Un cielo encapotado hacía la noche muy oscura, y un activo paseo podría quizás aligerar la pétrea pesadez de su cabeza antes de irse a la cama. «Mañana turno de tarde, ruego a Helm.» Dormir le vendría muy bien...

Una sombra silenciosa surgió de la noche. Llevaba en la mano un trozo de cuero anudado en torno a un puñado de monedas. Con gran habilidad, le quitó el yelmo al guardia con un rápido movimiento para dejar expuesta la parte trasera de su cabeza... y le dio el sueño que buscaba.

El guardia se desplomó sin emitir ni un sonido. Suld lo cogió de las axilas antes de que llegara al suelo y lo levantó. Arkuel lo cogió de los pies y se adentraron deprisa en el bosque.

Allí, Malark creó una oscuridad mágica y ordenó a Arkuel desencapuchar la lámpara. A la luz mortecina de ésta, el archimago del culto derramó un conjuro de sueño sobre el guardia y, después, lo estudió con atención.

—Desnudadlo —ordenó sin más.

Cuando tal hubieron hecho, Malark examinó el rostro y cabello del guardia y mandó a sus secuaces dar la vuelta al cuerpo en busca de marcas de nacimiento. Ninguna. Muy bien. Con lentitud y cuidado, lanzó otro conjuro. Su figura se retorció, disminuyó y volvió a crecer otra vez hasta que, por fin, un doble exacto de Rozsarran se erguía en el lugar donde hacía unos instantes estaba Malark. El camuflado archimago se vistió con rapidez, se aseguró de que sus amuletos continuaban sobre él y dijo con frialdad:

—Esperad aquí. Si no he regresado al amanecer, retiraos un poco hacia el interior del bosque y escondeos. Si no he vuelto de aquí a cuatro días, id e informad en Essembra, ya sabéis dónde. ¿Entendido?

—Sí, Gran Mago.

—Entendido, lord Malark.

—Está bien. ¡No quiero raterías, ni correrías nocturnas con rameras, ni jaleo ninguno! No pienso volver tarde. —Y se fue, ajustándose el talabarte.

¿Cómo se las arreglaban para levantar siquiera semejantes espadas, por no hablar de blandirías y sacudirlas, como si se tratase de varitas? Esta arma en concreto era tan pesada como un cadáver frío. Malark se abrió camino tanteando a través de su círculo de oscuridad mágica, salió del bosque y alcanzó la carretera.

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