Authors: Ed Greenwood
—Es la hora. Despierta, lanzadora de fuego. Elminster espera.
Shandril tembló entre sueños y se agarró a Narm más estrechamente.
—Oh, Narm —murmuró—. Cómo quema...
Las dos magas intercambiaron miradas y Jhessail apoyó con cuidado una mano sobre el hombro de Shandril. Entonces, un hormigueo penetró por las puntas de sus dedos.
—Todavía contiene más poder —susurró Jhessail—, y éste ya no puede ser de la Balhiir después de tanto tiempo y de todo lo que ha arrojado. Es como Elminster sospechaba. —Y se volvió a inclinar sobre el oído de Shandril—. ¡Despierta, Shandril! Te estamos esperando.
Los ojos de la muchacha parpadearon.
—Narm —dijo Shandril en un soñoliento murmullo que gradualmente cobraba fuerza—, Narm, nos están llamado ah... ohh. ¿Dónde...? —Shandril levantó la cabeza y miró a su alrededor. A la suave luz de la lámpara que Illistyl acababa de encender, vio a las dos damas del arte de pie al lado de ella. Involuntariamente, se puso tensa como para lanzar el fuego mágico que llevaba dentro, pero al instante se relajó—. Oh, lady Jhessail, lady Illistyl, perdonadme. No os reconocía.
Sacudió la cabeza como para aclarársela y se volvió hacia Narm:
—Arriba, cariño; levántate.
—¿Eh? Oh, dioses, ¿ya es la hora?
—Sí —dijo con suavidad Jhessail—. Elminster os espera.
—Oh, ¡los dioses escupan...! —masculló Narm frotándose los ojos y echando a un lado la manta. Enseguida volvió a ponérsela encima—. Oh... ¿y mis ropas?
Shandril estalló en una débil e incontrolada risa y le acercó su túnica.
Illistyl sonrió:
—Jhessail y yo esperaremos en el vestíbulo. Venid en cuanto estéis preparados.
Fuera, en el vestíbulo, la maga dijo a Jhessail:
—No se lo digas a nadie todavía, Jhess, pero Simbul entró por la ventana y estuvo escuchando al mismo tiempo que yo.
Ambas se miraron levantando las cejas.
—¿Y qué es lo que oísteis, aparte del tema amoroso? —preguntó Jhessail torciendo sus labios en una risa contenida.
—La vida de Narm Tamaraith, entera, cruda y sin adornos. Su madre, al menos, podría haber sido muy bien una Arpista —respondió Illistyl en referencia al misterioso grupo de bardos y guerreros que servían a la causa del bien en los reinos.
Jhessail asintió con la cabeza:
—¿Eso es lo que él cree?
Illistyl hizo un gesto de negación.
—Ni se le ha ocurrido la idea —dijo—. Fue la descripción.
En ese momento, la puerta se abrió y los dos invitados del valle, presurosamente vestidos, salieron de la alcoba. Narm miró a las dos damas con curiosidad.
—Con todo mi respeto —dijo—, ¿hay algún acceso secreto a esta habitación? Quiero decir... esa cómoda...
—Nosotros, los que manejamos el arte, tenemos nuestros secretos —dijo Illistyl con resolución—. Yo la arrastraré.
—Oh —dijo Narm sorprendido—. Ya veo. Eh... lo siento.
Descendieron las escaleras, saludaron a los guardias y salieron al aire de la noche. éste era cálido y tranquilo, y Selune brillaba con esplendor por encima de sus cabezas. Merith y Lanseril esperaban con mulas.
—Bien hallados —dijo el elfo en voz baja.
—¿Adónde nos dirigimos? —preguntó tranquila Shandril mientras él ponía una rodilla en el suelo para ayudarla a subir a la silla.
—A la Colina de los Arpistas —respondió Merith, y emprendieron la marcha.
El Valle de las Sombras se extendía oscuro en torno a ellos. Mirando a su alrededor, Narm pudo distinguir los vigilantes guardias en la cima de la torre y la Vieja Calavera Tor a sus espaldas y también sobre el puente y en la encrucijada, delante de ellos. Los guardias observaron en silencio mientras la pequeña partida se alejó cabalgando por el valle y se adentró entre los árboles.
Estaba muy oscuro y las mulas aminoraron el paso hasta una tranquila andadura por el estrecho sendero forestal. Alguien saludó a Merith en voz baja. Al pasar, Shandril vio a un hombre ceñudo vestido de cuero negro y con una espada en la mano.
—Un Arpista —suplicó Jhessail—. Habrá otros por ahí.
El bosque cambiaba a medida que avanzaban. Los árboles se hicieron más grandes y añosos, y el bosque cada vez más tupido. La oscuridad del follaje, que ahora tapaba por completo la luna, se hacía más intensa y, de alguna manera, más silenciosa. Pasaron por delante de tres guardias más y, por fin, llegaron a una pronunciada pendiente que conducía hasta un espacio abierto. Torm y Rathan esperaban allí, y más allá había otros. El ladrón y el clérigo los saludaron con silenciosas sonrisas y palmaditas de aliento y se hicieron cargo de sus mulas.
Merith se llevó a Narm a un lado y, ofreciéndole una capa, le dijo:
—Quítate tus ropas y déjalas aquí. Y cúbrete con esto.
En otro lugar de la desnuda cima de la colina, Jhessail estaba haciendo lo mismo con Shandril:
—Las botas también... El suelo está blando.
—¿Será... peligroso? —preguntó Narm a Merith.
El elfo se encogió de hombros:
—Sí, pero no más que pasar la noche de cualquier otra manera, si es la muerte lo que temes. Vamos.
Elminster esperaba de pie bajo la luz de la luna en el centro de la cima de la colina. Florin y Storm lo acompañaban. Cuando Shandril y Narm fueron llevados ante él, Elminster se rascó la nariz y dijo:
—Siento sacaros de la cama para todo este misterio y ceremonia, pero es necesario. Necesito conocer vuestros poderes con seguridad. Bueno..., cuanto antes empecemos, antes acabaremos.
Los caballeros dieron un abrazo a Narm y Shandril y luego los dejaron solos con el anciano mago en la cima de la colina. éste sacó de entre sus hábitos un libro pequeño y muy manoseado y se lo entregó a Shandril.
—Primero —dijo—, ¿puedes leer esto?
El libro era muy viejo, pero, sobre sus arrugadas y oscurecidas páginas, había inscripciones que brillaban tan claras y luminosas como si acabaran de ser escritas. Shandril las miró con curiosidad, pero no reconocía nada. Delante de sus propios ojos, las inscripciones comenzaron a culebrear y deslizarse sobre la página como si estuviesen vivas. Ella sacudió la cabeza y le devolvió el libro.
—No —dijo frotándose los ojos.
Elminster movió la cabeza en señal de asentimiento, abrió el libro en otra página y se lo entregó a Narm.
—¿Y tú? Sólo esta página, mira... arriba de todo; dime las palabras en voz alta a medida que las vayas reconociendo.
Narm asintió con la cabeza y miró.
—«Siendo a la vez un medio eficaz y correcto para la creación de...» —comenzó.
Elminster lo hizo detenerse con un gesto de su mano, volvió a coger el libro y seleccionó otra página. Narm se quedó mirándola más tiempo esta vez, con el entrecejo fruncido por la concentración.
—Yo... yo... «Un medio para confundir», creo que dice aquí —dijo por fin Narm—, pero ni siquiera puedo estar seguro de eso; ni tampoco hay en toda esta página una palabra que me resulte más clara.
—Basta, está bien —dijo Elminster, y luego se volvió hacia Shandril—. ¿Cómo te sientes ahora?
Shandril lo miró detenidamente, y dijo:
—Bien de cabeza y cuerpo; o, al menos, no siento nada mal. Pero tengo una sensación dentro de mí..., una agitación profunda..., un hormigueo...
Elminster hizo un gesto de asentimiento, como si eso no lo sorprendiera, y miró a Narm.
—¿Tienes algún conjuro o sortilegio en tu cabeza?
—No... —respondió Narm—. Yo apenas tuve tiempo de estudiar, desde... —su voz se perdió bajo la amplia sonrisa de Elminster.
—Sí, muy bien —dijo éste, y de sus ropas sacó un rollo de pergamino, le echó una ojeada y se lo pasó a Narm—. Lee esto —ordenó—, y lánzaselo... a tu señora. No es más que un sortilegio ligero; no puedes hacerle daño —y dio unos pasos atrás para observar.
Narm echó una mirada en torno a aquella desnuda cima iluminada por la luna, sintiendo los vigilantes ojos que sabía se ocultaban en los árboles. Tomó una lenta y profunda bocanada de aire y lanzó el conjuro con tanto cuidado como lo había hecho con el primero que jamás hiciera en su vida. Se volvió hacia Shandril, que esperaba de pie ante él, y dirigió el arte hacia ella.
En torno a ella se encendió una luz que, al cabo de un momento, se desvaneció. Elminster se acercó de nuevo, mirando a Shandril. Con un cabeceo de entendimiento ante el fuego que veía en sus ojos, sacó otro rollo y se lo dio a Narm:
—Haz lo mismo que antes. No le hará daño tampoco.
Narm lanzó otro conjuro ligero que, de nuevo, fue absorbido. Los ojos de Shandril brillaron con más intensidad. Elminster pasó un tercer rollo a Narm y éste lanzó luz. El cuerpo de Shandril la absorbió. El anciano mago se acercó a la joven y, con un gesto, indicó a Narm que se apartara; pero no la tocó. Entonces dijo a Shandril:
—¿Ves esa roca que hay ahí? Hazla pedazos con tu fuego mágico, por favor.
Shandril lo miró un poco temblorosa y con el fuego brillando en sus ojos, y dijo con sencillez:
—Sí.
Una vez más sintió el fuego hervir y retorcerse dentro de sí, fluyendo por sus venas con un desquiciante hormigueo. Dirigió su voluntad hacia la roca y apuntó con su brazo hasta que sintió un silencioso trueno dentro de él.
De su mano brotó el fuego mágico en un largo chorro. La roca se vio envuelta en llamas anaranjadas que fueron volviéndose blancas a medida que cobraban intensidad. Los tres podían sentir el calor en sus caras y, de pronto, hubo un tremendo crujido y la piedra se separó en pedazos. Una pequeña lluvia de piedrecillas se desperdigó sobre la ladera de la colina mientras las llamas se extinguían. A continuación se hizo el silencio durante largos momentos.
Elminster se volvió hacia Narm.
—Aléjate más, ahora —le advirtió—. Sitúate por allí, debajo de aquel árbol.
El mago lanzó un conjuro luminoso por su cuenta, que también fue absorbido. Después lanzó otros dos más. Entonces, creó un muro de fuerza a un lado y señaló con la cabeza hacia él. Shandril levantó sus manos y arrojó fuego.
Las llamas se agarraron al muro y ardieron con rabia, convirtiéndose en un infierno cegador cuando Shandril proyectó toda su voluntad contra la barrera. Cuando por fin ella cedió y su última llama se encogió hasta desaparecer, el muro seguía en pie todavía.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Elminster.
Shandril se encogió de hombros:
—Un poco asustada, pero no estoy herida ni siento nada extraño. —Y estiró los brazos con fuerza, haciendo saltar llamas de sus palmas que, tras un breve e intenso fogonazo, se extinguieron. Entonces añadió—: Todavía tengo más.
El sabio asintió con la cabeza y dijo:
—Voy a levantar un muro de fuego allí, ante ti. Cuando te haga una señal con la cabeza, arrodíllate ante él y atraviésalo con tu fuego mágico. Lánzalo con una inclinación hacia arriba para no dañar el bosque. Una ligera inclinación nada más, no lo olvides. Lánzalo sólo durante unos segundos y luego cesa.
Shandril sonrió y, con las llamas danzando en sus ojos, dijo:
—Como desees..., un lanzamiento corto pero continuado.
El fuego mágico rugió a través del muro de llamas como si éste no hubiese estado allí y siguió adelante arrastrando las llamas del mago consigo. Cuando terminó la embestida y el torrente de fuego se elevó por el aire enroscándose con el murmullo de un viento arremolinado, el muro de llamas había desaparecido. El fuego se fue disolviendo hasta desaparecer en el cielo estrellado como si nunca hubiera existido. Shandril estuvo contemplando de rodillas la belleza de las llamas que se alejaban en la noche por encima de ella y, después, se puso en pie con un suspiro.
—¿Estás bien? —le preguntó Elminster con gran atención. Shandril afirmó con la cabeza y el mago añadió—: Bien, pues. —Y, elevando sus manos, lanzó con toda tranquilidad un rayo contra ella.
éste retumbó y dio en el blanco, y Shandril se dobló. Narm no pudo contener un grito, pero ella volvió a erguirse y el rayo había desaparecido. Su olor, sin embargo, flotaba en torno a Shandril cuando ella se volvió, sangrando un poquito del labio que se había mordido, y lanzó una sonrisa tranquilizadora a Narm.
—¿Cómo estás ahora? —preguntó Elminster.
—Estoy bien —dijo ella—. Me siento un poco cansada, pero no enferma ni extraña.
—Bien —dijo el viejo mago en voz baja—. Te arrojaré otro rayo. Recógelo y retenlo tanto tiempo como puedas. Si comienza a herirte o sientes que está tratando de estallar y no puedes detenerlo, lo dejas volar hacia el cielo o hacia la roca a la que has disparado antes. No lo sueltes hasta entonces, para que yo pueda medir aproximadamente tu capacidad. Tenemos aquí a mano medios para curar. No temas.
Shandril asintió con la cabeza y permaneció a la espera con las manos en sus costados. Cuando el rayo del mago la alcanzó, ella se echó atrás pero enseguida se quedó quieta mientras Elminster lanzaba sobre ella rayo tras rayo. El aire de la colina crepitaba y temblaba sobre los rostros de aquellos que contemplaban la escena. Narm se estremecía y retorcía sus manos bajo la túnica que llevaba, pero no podía apartar su mirada.
Los delicados dedos del mago derramaban más y más energía hacia la señora de Narm, y ésta permanecía silenciosa e inmóvil. Por fin inclinó su cuerpo con un sollozo y, abriendo por completo sus brazos mientras daba unos pocos pasos para recobrar su posición, se convirtió de pronto en una columna de llamas arremolinadas.
—¡Madre Mystra! —imploró Narm con una voz ronca llena de horror.
Merith puso al instante sus manos sobre él para impedir que corriera hacia su amada... y hacia una muerte ardiente. Narm gritó el nombre de Shandril y trató de arrancarse de las manos de Merith. Arrastró al silencioso elfo tras de sí hasta que llegó Florin a oponer su fuerza contra la del joven. Narm se debatió en vano por librarse del férreo asimiento de ambos. Por encima de ellos, sobre la cima de la colina, una columna de llama viva se contorsionaba en el lugar donde hacía un momento se erguía Shandril.
De pronto, las llamas salieron disparadas de ella contra la roca ladera abajo. Hubo un gran resplandor y todos los presentes se agacharon cuando una lluvia de pequeños fragmentos de piedra al rojo cayó en torno a ellos a través del follaje. Jhessail confeccionó con presteza un muro de fuerza a partir de un rollo que tenía preparado y Lanseril apagó los brotes de fuego.
Una humeante cicatriz en la tierra fue todo lo que quedó donde antes estaba la roca. En la cima, una columna de fuego se elevaba rugiendo hacia las trémulas estrellas. Elminster observaba con calma con un fragmento de piedra enfriándose en sus manos.