Fuego mágico (32 page)

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Authors: Ed Greenwood

Narm la miró en perplejo silencio. Abrió la boca para hablar, sin saber muy bien qué decir, pero Shandril se volvió de nuevo hacia él y le dijo con voz fría y clara:

—Yo era feliz en La Luna Creciente, y no creo que Gorstag me hiciera ningún mal. Ni tampoco tienes derecho a juzgarlo. Pero no quiero pelearme contigo.

Narm la miró.

—Yo jamás me pelearía contigo, querida mía, por nada del mundo —dijo, y apartó la mirada. Shandril vio entonces que estaba pálido y que le temblaban las manos. De pronto se sintió avergonzada y se volvió con brusquedad hacia un lado sintiendo un calor creciente en su cara. Luego se levantó de golpe y se dirigió hacia la puerta. (Debajo de la cama, dos gatos silenciosos, que habían presenciado todo, se miraron y casi sonrieron.)

Cuando ella se volvió, Narm estaba observándola, y la mirada de sus ojos hizo que los últimos residuos de su cólera se disolvieran hasta convertirse en pena. Shandril echó a correr hacia él.

—Oh, Narm —dijo con desolación, y él la envolvió con sus brazos.

—Lo siento, Shandril —susurró él con su cabeza contra la suya—. No quería hacerte daño, ni manchar el buen nombre de Gorstag. Yo... he perdido la calma...

—No, perdóname a mí —respondió ella—. Debería haberte dejado gritar en lugar de reprenderte, y no habría habido pelea.

—No, la culpa es mía. Perdona...

—¡Repugnante! —se oyó la alegre voz de Torm detrás de ellos—. ¡Todo ese lloriquear y perdonarse el uno al otro por toda la habitación... y sin siquiera estar aún casados!

El caballero no les dio tiempo de responder; mientras avanzaba a zancadas para recoger la bandeja de comida de la mesa, siguió diciendo:

—Vaya bazofia, ¿no? ¡Y las raciones tan pequeñas, además! Qué, ¿ya os habéis contado vuestras vidas? ¿No hay algún episodio jugoso para contarle al viejo y aburrido Torm? ¿Os habéis jurado amor eterno? ¿Habéis cambiado de opinión? ¿Habéis decidido lo que queréis hacer después? ¿Eh?

—Ah, hermosa mañana, Torm —respondió Narm con prudencia, haciendo caso omiso de todas las preguntas—. ¿Qué tal estás?

—¡Mejor que nunca! ¿Y vosotros dos?

—Esas miradas impúdicas te hacen parecer enfermo —dijo Shandril molesta—. He oído que anoche impediste mi captura, o algo peor. Te doy las gracias.

—Oh, no fue nada —dijo Torm haciendo ondear la bandeja en el aire, con tazones y todo, con una sola mano—. Yo...

—Conque nada, ¿eh? —intervino severamente Jhessail desde la puerta—. Tres sortilegios curativos que os aplicaron y un río de gemidos y quejidos, y no fue nada. La próxima vez haríamos mejor en ahorrarnos la magia, así apreciarías más tu locura. —Y, cogiéndolo con viveza del brazo, dijo—: Y ahora vamos, salgamos de aquí... ¿Qué te parecería a ti que alguien irrumpiera en tu habitación cuando estás a solas con tu amor?

—Pues, eso dependería mucho de quién fuese... —comenzó Torm, pero Jhessail lo estaba empujando ya fuera de la habitación.

—Mis excusas a los dos —dijo mientras salía—. Acaba de estar con su futura mujer, Naera, y está un poco exaltado.

Torm la miró con gesto desconcertado.

—¿Futura mujer? —dijo—. Pe-pe-pero... —y su voz se perdió al alejarse de la puerta.

—Bien hallado, Torm —dijo Narm mientras la puerta se cerraba.

él y Shandril se miraron y rompieron a reír. (Debajo de la cama, ambos gatos pusieron gestos doloridos ante las agudas risotadas de Shandril.) Cuando éstas amainaron, los dos se abrazaron de nuevo y se sentaron en cómodo silencio durante un rato.

—¿En qué crees que consistirá esa prueba, cariño? —preguntó Shandril.

—No lo sé. Supongo que tu fuego mágico será puesto a prueba, pero no puedo imaginarme cómo —contestó Narm y, frunciendo el entrecejo, cambió de tema—. Pero, se me está ocurriendo ahora que... ese Gorstag debe de saber quiénes son tus padres... y, por la forma como te lo preguntó, Elminster podría muy bien saberlo también.

Shandril asintió con la cabeza.

—Sí. Yo quiero saberlo, pero he vivido tantos inviernos hasta ahora sin saberlo que... prefiero conocerte mejor a ti, Narm... Ni siquiera conozco tu segundo nombre, por no hablar ya de tus padres.

—Oh, no te lo he dicho... Tamaraith, mi señora. Lo siento. No había reparado en que apenas te he dicho nada de mí.

Shandril se rió:

—No hemos tenido demasiado tiempo para charlar, ¿o sí? Puede que me lo hayas dicho y se me haya olvidado con todo este tumulto. Todo ha sido tan confuso... Si esto es la aventura, ¡me sorprende que alguien pueda sobrevivir mucho tiempo!

(Los dos gatos intercambiaron miradas divertidas. El que era Illistyl apuntó al otro con una pata, luego extendió ambas zarpas interrogativamente y echó su cabeza a un lado con gesto suspicaz. El otro asintió y trazó una señal en el polvo con una pata; vio que Illistyl la había reconocido —su cabeza felina asentía satisfecha— y la borró enseguida. Los dos gatos se sentaron a sus anchas el uno junto al otro.)

—Bien dicho —aprobó Narm—. Yo no tengo la pasión por el constante ajetreo y peligro que tiene Torm, ¡de eso estoy seguro! ¿Crees que algún día podremos relajarnos y hacer lo que nos parezca?

—Me gustaría intentarlo —dijo Shandril con dulzura fijando sus ojos en los de Narm.

éste asintió y volvió a cogerla entre sus brazos con gesto serio y determinado.

—A mí también me gustaría, sí —fue todo lo que dijo. (Bajo la cama, el gato desconocido sacudió la cabeza, cerró los ojos y bostezó en silencio.)

Cuando sus labios se separaron otra vez, al cabo de un rato, Shandril apartó un poco de sí a Narm y dijo:

—Bien, ahora cuéntame la historia de tu vida. ¿Quién es este hombre con el que me voy a casar? Un aspirante a mago, sí, pero ¿por qué? ¿Y por qué me quieres? (Dos pares de ojos se pusieron en blanco debajo de la cama.)

Narm miró a su prometida, abrió la boca y la volvió a cerrar.

—Ah... —empezó por fin—, yo... ¡dioses, no sé por qué te quiero! Podría decirte cosas que amo en ti, y lo que siento, pero el porqué...; tal vez sea la voluntad de los dioses. ¿Te conformas con esa respuesta? Por pobre que sea, es sincera; y no es vil adulación, lo juro. —Dio unos pasos, inquieto, y por fin dijo volviéndose al llegar junto a la ventana—: Te prometo que te amaré y, a medida que vaya conociendo los porqués, te los iré diciendo. ¿Qué te parece?

—Mi señor —le contestó Shandril con un brillo en los ojos—, me honra que seas tan sincero conmigo. Sólo ruego que siempre seamos así el uno para el otro. Lo apruebo, sí... Ahora, ¡continúa con tu historia! (Bajo la cama, dos gatos estallaron en silenciosas risas.)

Narm soltó una risilla de satisfacción y asintió con la cabeza.

—Sí, iré al grano. Escucha, pues: nací hace unos veintidós inviernos en la lejana ciudad de Luna de Plata, en el norte. Pero no recuerdo nada de ello; todavía no tenía un invierno cuando mis padres viajaron a Triboar, y de allí a Aguas Profundas, y...

—¿Tú has visto la famosa Aguas Profundas? —preguntó Shandril maravillada—. ¿Es tal como cuentan... todo actividad, y oro y cosas bonitas de todo Faerun en las calles?

Narm se encogió de hombros.

—Puede que sea así, pero no podría decírtelo. Sólo estuve allí una semana, y aún no había cumplido un año cuando mis padres se marcharon de nuevo. Nos movíamos constantemente por la Costa Norte de la Espada, a causa del trabajo de mi padre. Mi padre era Hargun Tamaraith, también llamado «el Alto»; un comerciante. Creo que había sido guardabosques antes de que cayera enfermo. Comerciaba con armas y artículos de herrería. Mi madre se llamaba Fythuera; Fyth, para mí y para mi padre, y jamás conocí su apellido. Llevaban casados desde mucho tiempo antes de nacer yo. Ella tocaba el arpa y comerciaba en compañía de mi padre. No sé si alguna vez habrá sido aventurera... Eran buenas personas.

Se quedó mirando a la nada por un momento y Shandril puso su mano en la de él. Su cara estaba triste, pero era melancolía más que aflicción.

—Ambos están muertos, naturalmente —añadió con voz calma—. Muertos en un duelo mágico en la Puerta de Baldur, cuando yo tenía once años... Ardieron en llamas cuando el transbordador en el que iban fue alcanzado por una bola de fuego lanzada al mago Algarzel Medio Manto por el archimago calishita Kluennh Tzarr. Algarzel desapareció volando de allí; el barco no pudo. Todos cuantos iban a bordo perecieron, sin que nadie formara parte de la disputa. A Algarzel lo mataron más tarde; o tal vez se trasladó a algún otro plano, dijeron algunos en la ciudad. Fuera como fuese, ya nunca más se lo vio.

»Kluennh Tzarr regresó triunfante a su ciudadela. Dicen que tiene dragones a su servicio y también muchos esclavos. Un día, si alguien no lo hace primero, yo acabaré con él. —Su tono frío y apagado heló a Shandril mientras él paseaba lentamente por la habitación balanceando sus brazos y con la mirada perdida. (Debajo de la cama, los gatos cabecearon aprobadoramente.)

»Para derrotar a un archimago, necesitaba magia... o, al menos, necesitaba conocer sus métodos. Entonces no sabía que no es posible separar ambas cosas. Así que intenté convertirme en aprendiz —y se rió, ante el recuerdo, con un toque de amargura.

»Imagínatelo, querida: un muchacho andrajoso y poco más que analfabeto, solo y sin la menor fortuna para poder comprar el tiempo o la dedicación de un mago, en la Puerta de Baldur, donde hay una docena de muchachos sin hogar en cada calle, en los muelles, atosigando a cada mago que pasa. Sólo la voluntad de Mystra me libró de terminar convertido en un sapo... o hecho cenizas... De otro modo no me lo explico.

»Un día, después de dos años de búsqueda, un mago me aceptó. Era un mago de carácter pomposo y desabrido... Marimmar, mi maestro. Su orgullo lo debilitaba. Nunca se esforzaba por fortalecer su arte allí donde carecía de conjuros o técnica, en aquellos puntos donde no podía, o no quería, ver que era débil. Pero yo aprendí mucho de él, tal vez más de lo que habría aprendido con un mago afable y capaz. Tenía bastante mal humor, sí, y poca paciencia... y probablemente era el hombre más perezoso que he encontrado jamás; por eso necesitaba a un aprendiz que hiciera toda la tarea pesada —añadió Narm con una súbita sonrisa. Shandril le respondió tristemente con otra.

»Marimmar rehuía todo conflicto. Así que nunca combatía con otros magos para ganar sus conjuros... y por supuesto estaba muy orgulloso de que ningún mago lo hubiera desafiado jamás. Los que tenían verdadero poder lo veían como a un pobre o ignorante fanfarrón, sin secreto alguno que valiera la pena perseguir. Y los de inferior poder siempre temían que pudiera sacarse algo inesperado de la manga..., tan seguro y confiado lo veían. Su confianza lo mató, al final. Y casi me lleva a mí consigo.

»él veía en el abandono de la Corte élfica y de Myth Drannor por parte de los elfos su gran oportunidad de convertirse en un gran mago apoderándose de toda la magia que, según pensaba él, y, al parecer, la mayoría de los magos, yace en torno a sus ruinas. Yo dudo que haya mucha que encontrar, con esa facilidad. Todo cuanto pudiera haber habido, habrá sido recogido ya por los sacerdotes de Bane, o quienesquiera que fuesen en realidad los que convocaron allí a todos los demonios.

»Los demonios mataron a Marimmar, y casi me matan a mí también. Los caballeros Lanseril e Illistyl me salvaron... Ellos son tan amables, Shandril, que casi no puedo creerlo después de tanto héroe vanidoso que he visto contonearse por las calles de la ciudad... Y aquí estoy. Regresé a Myth Drannor porque... porque no sabía adónde ir, en realidad, y porque no podía dormir por miedo a los demonios hasta que me hubiese encontrado de nuevo con ellos. Pero, por algún milagro de Mystra, o por el capricho de Tymora o alguna otra divinidad, no me mataron... y te vi a ti. El resto ya lo conoces. —Y, volviendo pensativamente sus ojos hacia ella, añadió—: Perdóname, si he estado hablando demasiado tiempo, querida mía, o si he hablado con desconsideración de quienes ahora están muertos. No era mi intención ofenderte ni molestarte. He respondido a lo que me has preguntado, y con esto he terminado.

Shandril sacudió la cabeza.

—No estoy molesta, sino muy aliviada. Tenía que saberlo, Narm —y, levantándose, volvió a tenderse en la cama—. Y ahora, mi señor, si eres tan amable de arrastrar esa cómoda hasta la puerta, nos acostaremos —dijo con una picara sonrisa—. Aún falta mucho para la prueba, y yo debo dormir primero. ¿Me ayudarás a dormir?

Narm asintió lentamente:

—Sí, con mucho gusto.

Uno de los gatos volvió a poner los ojos en blanco y se transformó en rata, y corrió como un rayo hasta la pared antes de que Illistyl tuviera siquiera tiempo de estirarse. Luego se retorció y disminuyó de tamaño hasta convertirse de nuevo en un ciempiés, y trepó al alféizar mientras Narm arrastraba todavía la cómoda hacia la puerta, en medio de esforzados gruñidos, y Shandril colgaba su túnica de un saliente en uno de los postes del toldo. Illistyl vio aparecer repentinamente un cuervo fuera de la ventana y alejarse volando en silencio. Entonces, se enroscó y se dispuso a echar una siesta. Escuchar conversaciones a escondidas era una cosa, pero había ciertos límites...

Narm terminó con la cómoda, se enderezó despacio y vio a Shandril a través del espejo. En dos brincos estaba en la cama. Pocas delicias goza, dicen, aquel que se retrasa.

11
Conjuros por tierra

La alta magia es extraña, salvaje y espléndida de por sí, tanto si los conjuros de uno cambian los reinos como si no. Un mago que, gracias a la suerte, al trabajo, a su habilidad o a la Gran Dama Mystra, llega a adquirir cierta fuerza en el arte es como un bebedor sediento en una bodega de vino: ya no puede abandonarla. Y ¿quién puede culpar a alguien así? No a todos les es dado sentir el beso de semejante poder.

Alustriel, Alta Dama de Luna de Plata

Una Canción de Arpista

Año de las Estrellas que se Apagan

Jhessail se deslizó silenciosamente dentro de la habitación. Illistyl se enderezaba tras arrastrar la cómoda hacia un lado y ambas intercambiaron una sonrisa.

—¿Mereció la pena escuchar? —preguntó Jhessail en voz baja, e Illistyl asintió con la cabeza.

—Te lo contaré más tarde —respondió la joven maga susurrando mientras se acercaban a la cama.

Narm y Shandril dormían el uno en los brazos del otro entre las retorcidas cubiertas. Las mágicas artífices cubrieron a la joven pareja con una de las mantas de pelo antes de que Jhessail se inclinase sobre la cabeza de Shandril y dijese:

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