Fuego mágico (29 page)

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Authors: Ed Greenwood

—¡Elminster! —lo saludó Jhessail—. ¡Bien hallado!

—Sí... sí —dijo el anciano—, ya os he visto antes a todos vosotros. Es con Narm y Shandril con quienes quisiera hablar esta noche. —Y, volviéndose hacia ellos, que lo miraban atónitos, prosiguió—: Me temo que yo carezco de la elegancia y la paciencia cortesanas para andarme con chácharas lisonjeras y demás. Así que sencillamente os preguntaré, Narm y Shandril, ¿aceptaríais que compruebe vuestros poderes esta misma noche?

Shandril asintió con la cabeza mientras sentía que se le secaba la garganta. Narm preguntó en voz baja:

—¿Será peligroso?

Elminster lo miró, y dijo:

—Respirar es peligroso, muchacho. Caminar es peligroso. Hasta dormir puede ser peligroso. ¿Será más peligroso que todo eso? Un poco. ¿Más peligroso que adentrarse solo en Myth Drannor? No, ni con mucho.

Narm se sonrojó y sacudió la cabeza.

—Sería terrible, mago, tener que combatir contigo armados tan sólo de nuestra lengua —dijo sin más, y un suave murmullo de risas complacidas se elevó en torno a él.

Elminster soltó una carcajada:

—¿De modo que aceptas, pues?

Narm hizo un gesto afirmativo:

—Sí. ¿Dónde y cuándo?

—Eso lo sabréis sólo en el último momento —respondió Elminster—. Así es más seguro. —En torno a ellos, la charla se reanudó. Elminster acercó su cabeza hacia los dos jóvenes—. ¿Disfrutáis de la compañía de esta gente? —preguntó en voz baja. Ambos asintieron con la cabeza—. Bien, pues —dijo—, la mayoría de ellos asistirán a la prueba. —Y, tras dar unas ausentes palmaditas de despedida a Narm en el hombro, se volvió hacia la mesa—. Oh —dijo de pronto deteniéndose y volviéndose en la mitad de su paso—. Cada vez me hago más olvidadizo. Shandril, ¿qué sabes tú de tus padres?

Shandril casi se tambaleó de sorpresa y repentina tristeza.

—Yo... yo... nada —dijo, y se echó a llorar.

Narm y Elminster se miraron confundidos por un instante y, después, el sabio volvió a tocar tímidamente el hombro de Narm.

—Perdonadme, os ruego. No tenía ni idea de que le afectaría tanto. Consuélala, ¿quieres? Tú puedes hacerlo mejor que cualquier habitante de Faerun. —Y, con esta misteriosa observación, el mago se volvió murmurando para sí—: Eso explica muchas cosas.

Volvió a subirse a la mesa, con ayuda de una silla que había junto a ella, y desapareció.

Un guardia tocó a Torm en el hombro.

—Señor —dijo con una voz neutra—, es la hora.

Torm separó su cara de la ramera a la que había estado besando y miró hacia arriba suspirando.

—Gracias, Rold. —Una idea perversa le cruzó por la mente y esbozó una amplia sonrisa—. Ocupa mi lugar, ¿quieres? —Y, rodando fuera de la cama, se puso en pie y se arregló la vestimenta arqueándose con destreza para esquivar la enojada bofetada de la muchacha. Rold le sostenía solemnemente la espada y el cinturón.

—¿Yo, señor? Sería más de cuanto mi vida vale la pena.

—Sí —dijo Torm mientras salían juntos a toda prisa—. Creo que tienes derecho a ello —y, deteniéndose a medio paso, se quitó una de las cadenas de su cabeza y se la pasó al mostachudo veterano—. Dale esto, ¿quieres?, como regalo mío. Y le transmites también mis disculpas y le dices que intentaré verla tan pronto como pueda. Mi deber hacia el Valle de las Sombras es lo primero... y todo eso.

—Desde luego, señor —dijo Rold, y se volvió para tranquilizar a la desplantada compañera de Torm. La encontró malhumorada, sentada entre la revuelta ropa de cama, con lo peor del enfado ya superado, y puso en su mano la cadena de Torm.

—Tú no tienes la culpa —le dijo— de que lord Torm sea tan joven y mal criado que no te pueda dar una noche en que no sea llamado para cumplir con su deber. Te manda esto a modo de torpe disculpa y me envía para que te susurre palabras tranquilizadoras al oído. Dudo que sepa siquiera que somos parientes.

—Eso está claro —dijo Naera cogiendo la túnica que él le tendía sin palabras—. ¿Estás enfadado con él, tío?

Rold sacudió la cabeza:

—No, pequeña, no por mucho tiempo. Yo también he visto algo del camino que él anda. ¿Y tú? —Le abotonó y ajustó la ropa con tanta maña como lo habría hecho cualquier doncella de cámara y le dio unas cariñosas palmaditas en la espalda cuando terminó.

—No, dentro de uno o dos minutos. ¿Adónde tenía que ir con tanta prisa? —preguntó mirando la cadena que colgaba en sus manos.

—A patrullar, fuera, con lord Rathan. Elminster espera algún problema esta noche... Alguien que tratará de asaltar a nuestros invitados, sin duda.

Naera se volvió hacia él sorprendida:

—¿El joven muchacho y la chica? ¿Qué peligro pueden suponer ellos para nadie? No son de familia real ni nada parecido.

Rold se rió:

—¿Joven, dices, quien anda en amores con un hombre más joven que ella, un... Ah, ¿no lo sabías? Sí, el señor ha visto un invierno menos que tú... No me mires así, no; ¿era acaso más grande el monstruo por eso? —y se puso más serio—. La chica, como tú la has llamado, derrotó al Gran Señor del castillo de Zhentil, el malvado mago Manshoon. Lo hizo huir, sí, señora, ¡e iba montado en un dragón, además! Ella posee algún enorme poder.

Naera lo miró llena de asombro:

—¿Y necesitan a Torm para proteger a
eso
?

Rold asintió con la cabeza:

—¿Por qué crees que nunca te he regañado por perseguirlo como lo has venido haciendo? Es un tipo especial el que quieres cazar, a pesar de toda su imprudencia, su mala educación y sus maneras deshonestas. No quisiera yo estar frente a él en una pelea. —Y, deteniéndose junto a la puerta, miró hacia atrás diciendo—: Harías bien en recordar esto, pequeña, cuando lanzas bofetadas hacia él. Ven, baja; veremos qué ha quedado en la mesa. Debes de tener hambre después de lo que te ha tenido ocupada esta noche.

Naera le hizo una mueca de reproche, pero se levantó y lo siguió. Llevaba orgullosamente la cadena alrededor de su cuello cuando bajaban por las escaleras.

En sus alcobas, Torm había rasgado sus finas ropas y sus joyas y las había tirado sobre la cama como si se tratara de un montón de harapos y guijarros, y luego había brincado por la habitación hasta encontrar sus vestiduras grises de cuero y sus armas, y corrido como un lunático hacia la puerta donde casi se estrella contra Rathan. El clérigo estaba allí esperándolo pacientemente con los brazos cruzados, apoyado sobre el trozo de pared que había justo detrás de la puerta de Torm.

—Te acordaste, ¿no? —dijo el clérigo entre sonrisas—. Seguro que tuviste ayuda. Es por tu pequeña estatura, ya te lo he dicho... Con esa cabeza tan pequeña que llevas sobre los hombros, no hay sitio para un cerebro que pueda pensar, una vez que la has llenado de diabluras hasta salirse por los oídos y la boca...

Sus palabras se vieron cortadas por un travieso codazo en la barriga mientras corrían a toda prisa escaleras abajo. Casi sin aliento, el clérigo se apoyó en un pilar junto a la puerta, rezó mentalmente una oración a Tymora y atravesó la puerta sumergiéndose en la noche.

—Te acordaste, ¿no? —sonó una voz imitadora a su lado en medio de la oscuridad.

—Que Tymora me perdone —dijo Rathan Thentraver en voz alta mientras cogía de un tirón una pica de las sobresaltadas manos de un guardia y punzaba a tientas con ella entre las sombras. En seguida escuchó un gruñido. Satisfecho, devolvió la pica con un cabeceo de agradecimiento y dijo con voz amable—: Si has terminado de hacer el idiota por esta noche, tal vez podemos ponernos en marcha de una vez por todas. Puede que te interese saber, por cierto, que el guardia a quien diste la cadena es el tío de la dama con quien galanteabas. Muy bueno, chico, muy bueno.

—Oh, dioses —resonó el desolado lamento de Torm—, ¿por qué a mí?

—Siempre me lo he preguntado yo también. Por cierto, los dioses deben de poseer mucho más sentido del humor aún que nosotros —respondió Rathan mientras el uno apretaba su mano sobre el hombro del otro en mutua reconciliación y sacaban sus armas—. Ahora, vayamos a lo nuestro, ¿eh?

Tenían mucho vino y charlaron hasta bastante tarde. Por fin, sólo quedaban en el cenador Illistyl (la que había rescatado a Narm de los demonios hacía no tanto) y Sharantyr, que seguían conversando de pie. La guardabosques era una cabeza más alta que Illistyl.

—Deberíamos ir a dormir, si queremos estar en forma para la prueba de mañana —dijo con voz cansada Illistyl dejando su copa vacía sobre la mesa—. Tú los has visto a los dos en combate, ¿no? ¿Qué clase de magos voy a adiestrar?

Sharantyr sacudió la cabeza:

—Jamás los he visto luchar. No puedo ayudarte, me temo —y se encogió de hombros—. Creo que será mejor que emprendas la tarea, si te toca a ti, sin saber nada de ellos y alerta ante todos. ¿Qué dices tú?

Illistyl asintió:

—Tienes toda la razón —y se volvió hacia la puerta—. Buenas noches, hermana de armas. Debo irme a la cama antes de que me caiga sobre cualquier espacio de suelo desnudo.

—Buenas noches —respondió Sharantyr, y se besaron en la mejilla y se separaron.

La guardabosques descendió semitambaleante las escaleras, un poco mareada, y saludó a los guardias con la cabeza. Dejando su copa sobre una mesa en el vestíbulo, salió por las grandes puertas principales en busca de aire fresco con que aclararse la cabeza.

Uno de los guardias le preguntó:

—¿Deseáis una escolta? —y, mirando de reojo su vestido, la previno—: Hace frío.

—¿Sí? Oh, no, gracias —respondió ella—. Y es el frío lo que busco —añadió poniéndose el dorso de la mano en la frente en un gesto jocoso de desmayo. Ambos guardias se rieron y la saludaron.

—Que la Dama del Bosque y Tymora os protejan, señora —le desearon, y ella movió su cabeza en agradecimiento. Después continuó, pasando por delante de otros guardias y antorchas encendidas y dejando atrás los últimos ecos jaraneros, y se adentró en la fría y oscura noche.

Arriba, Selune flotaba bien alta, en un cielo nocturno estrellado, rastreando sus Lágrimas. Sharantyr se quedó un buen rato mirando la brillante luna y luego se encaminó hacia el río con paso rápido. No se trataba de coger un resfriado ahora quedándose parada demasiado tiempo... y, además, su vejiga quería aligerarse de tanto vino ahora que estaba fuera a la intemperie. La alta guardabosques miró sin miedo a su alrededor, a los oscuros árboles. éste era su verdadero hogar, aun cuando fuese una hora bastante tardía para volver a él. La sensación de mareo estaba abandonando su cabeza cuando salió a la carretera con el rocío del prado del castillo bañando sus botas. Dejó caer el dobladillo de su túnica de nuevo y se aproximó al puente.

—La mayoría de ellos estarán bebidos a estas alturas —gruñó aquel al que llamaban el Martillo de Bane—. Esta gente del valle son todos iguales. Demasiada comida y demasiada bebida de una vez, y ahora estarán todos tan flojos como gusanos en invierno hasta mañana por la noche, en que podrán hacerlo otra vez. Los que buscamos estarán dentro, podéis estar seguros, y bien custodiados. Pero, si actuamos con la suficiente rapidez para que no puedan despertar a ningún mago, no habrá muchos a quienes puedan llamar en su ayuda.

Laelar, el sacerdote guardaespaldas del Alto Imperceptor, se levantó en la oscuridad y continuó:

—Vosotros dos, lanzad un conjuro de silencio sobre esa piedra y traedla con nosotros mientras atravesamos el río. Quedaos abajo, junto a la orilla, hasta que el resto de nosotros haya tendido la cuerda, y después montad guardia abajo y haceos cargo de cualquiera que pase. Nosotros subiremos y haremos el trabajo. Si tiramos tres veces de la cuerda, subís tras nosotros. Si no, os quedáis donde estáis.

Todos asintieron con la cabeza y, por fin, el sacerdote de ensortijada cabellera dijo:

—Bien..., allá vamos. Lanzad vuestro conjuro.

Los guardias del puente saludaron a Sharantyr con educada curiosidad, pero la dejaron pasar sin mayores ceremonias. Mientras se adentraba en el bosque, ella echó una mirada hacia atrás y los vio mirarse el uno al otro encogiéndose de hombros, y sonrió con tristeza. Oh, por supuesto, ellos consideraban ya a todos los caballeros unos chiflados. Siguió caminando rápida pero silenciosamente y, tras pasar por delante del templo de Tymora, se adentró en el profundo bosque hasta que encontró un tocón donde pudo sentarse y descansar.

Al cabo de un rato, oyó unos ruidos inconfundibles y miró hacia arriba con el entrecejo fruncido. Había grandes criaturas a cierta distancia hacia su derecha; hombres, con toda seguridad. Mejor estarse quieta hasta que pudiera saber quiénes eran y qué hacían allí. Entonces, y de un modo muy repentino, se hizo un silencio absoluto. Desconcertada, Sharantyr se levantó y espió a través de los árboles bañados por la luna. Ocho hombres descendían con todo sigilo hacia el río Ashaba.

—Ya es hora de dejar de temblar aquí parados y hacer otra ronda en torno a la torre —dijo Torm—. Hasta alguien que estuviese tan loco como para atacar el valle sabría, antes que nada, que cualquier cosa o persona de valor está dentro de la torre. Si no se están deslizando a través de estos árboles, estarán por allí, al otro lado del río, en aquellos árboles.

—¿Eso es lo que crees? —gruñó Rathan—. Si son tan tontos como dices, ¿por qué no cabalgan directos hasta las verjas fingiendo ser amigos y entonces entablar la lucha? Les ahorraría mucho tiempo y mucho arrastrarse por ahí, ¿no crees? —Torm se rió—. De eso —puntualizó Rathan— puedes estar seguro. Puede que yo sea lo bastante temerario para complacer a Tymora, pero no soy lo bastante temerario para arrastrarme por ahí como haces tú —y estiró la cabeza hacia adelante—. Eh, mira, allá junto al viejo embarcadero... ¿No era un hombre eso que se movía?

Torm miró.

—Yo no veo nada —murmuró—. Agáchate, ¿quieres? No estarán mal avisados si ven a un gigante con una maza y el santo emblema de Tymora erigirse en medio de su camino. ¡Abajo! —Rathan se agachó a regañadientes primero sobre sus rodillas y, después, con el pecho contra la rociada hierba—. Ahora —continuó Torm—, mira desde el suelo y comprueba si Selune los ilumina desde atrás cuando estén por encima de ti. —Y, de pronto, cambió su tono de voz—. ¡Allí! ¿Es allí donde lo viste antes?

—Sí, y ahí hay otro. —El clérigo dio una vuelta en el suelo y se puso de rodillas. Sostuvo el disco de Tymora ante sí colgando de la cadena y canturreó en voz muy baja.

El disco de plata pareció chisporrotear por un momento y enseguida Rathan volvió la cabeza y dijo con sencillez:

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