Authors: Ed Greenwood
—¡Haz que vengan todos los sacerdotes mayores! Si Laelar informa positivamente sobre la muchacha, mejor que mejor. Pero, si informa que no la ha cogido, haced que se olvide del asunto y que vuelva aquí de inmediato. ¡Olvidaremos a esa doncella y su fuego mágico mientras tengamos una oportunidad en el castillo de Zhentil con ese traidor de Fzoul! ¡Marchad, rápidos! —y giró la gran maza sobre su cabeza como si no pesara nada para luego hacerla caer sobre el altar de piedra con un impacto que hizo temblar hasta al mismísimo Asiento de Bane. Kuldus abandonó la sala con la máxima urgencia mientras la risa del Alto Imperceptor resonaba en sus oídos.
La clara luz del amanecer formaba una diamantina red sobre la cama al pasar a través de las ventanas emplomadas. Narm se despertó al sentirla sobre su cara e, instintivamente, estiró la mano en busca de su daga hasta que, de pronto, recordó dónde estaban... y dónde se encontraba él exactamente en ese momento: en el dormitorio de Shandril. Pero... —estiró el brazo hacia el costado— ¿dónde estaba ella?
Se incorporó de un golpe, lo que hizo que la cabeza le palpitara, y miró alrededor. Los tapices eran hermosos, y hasta las abovedadas esquinas del techo eran impresionantes, pero no eran Shandril. Volvió la cara y, tras pasear la mirada por un alto armario en arco y un espejo de metal pulido más alto que él, miró hacia la puerta... que en ese momento se abrió. Shandril se asomó y sonrió.
—Ah, por fin te has despertado —dijo complacida—. No estarás enfermo, espero...
Narm se cogió la cabeza por un momento, consideró el continuo punzamiento que había dentro de ella y dijo:
—No precisamente, mi señora. ¿Hay almuerzo en la sala? Y... ¿hay un orinal por aquí?
Shandril se rió:
—Qué romántico, debo decir, mi señor. El almuerzo es un festín a lo grande que dura hasta que el sol está en lo alto. El orinal está ahí debajo si lo necesitas, pero, detrás de esa puerta hay un retrete que todas las señoras tienen en sus alcobas... Luego echas agua con el jarro cuando terminas, o con la bomba de mano. ¿No había uno en tu habitación?
—No —dijo Narm desapareciendo tras la pequeña puerta para investigar—. Nada parecido. Sólo tiene una cama y una cómoda, un armario ropero y una ventana pequeña.
—Eso —dijo Jhessail desde la entrada— es porque Mourngrym y Shaerl se figuraron que pasaríais mucho más tiempo aquí.
—¿Ah, sí? —preguntó Shandril elevando las cejas—. ¿Y qué les hizo pensar eso?
—Supongo —dijo Jhessail con aire inocente— que alguien se lo debe de haber dicho —y soltó una carcajada al ver reaparecer a Narm apresuradamente para buscar la manilla de la puerta y tirar de ella tras de sí mientras desaparecía de nuevo. Las carcajadas estallaron a dúo cuando oyeron la amortiguada queja desde dentro.
—¡Esto está bastante oscuro!
—Sí, como una caverna —dijo Jhessail con tono alentador—. Te acostumbrarás a ello... o puedes encender la lámpara de noche. Acuérdate de sacarla cuando salgas, sin embargo, o el cuarto será una chimenea la próxima vez que quieras usarlo. —Y, volviéndose hacia Shandril, preguntó—: ¿Tenéis algún plan para hoy?
Shandril sacudió la cabeza:
—No. ¿Por qué lo preguntas?
Jhessail se levantó y caminó pensativamente hasta el espejo.
—Bien, es costumbre ir a ver el valle, el primer día de estadía, y cazar o cabalgar por el campo después del mediodía; por la noche, juegos y charla... Pero me gustaría aconsejaros una alternativa mucho menos interesante, si me permitís —Narm, la lámpara, ¿recuerdas?—, al menos hasta después de la prueba de esta noche.
—Continúa —dijo Shandril mientras le alcanzaba la bata a Narm.
—Si no os importa —sugirió Jhessail—, Illistyl y yo traeremos vuestras comidas. Vosotros os quedáis aquí en esta habitación hasta esta noche. Alguno de los caballeros vendrá a visitaros, o podéis pasar todo el día solos los dos si queréis...
La puerta del reservado se abrió de par en par y Narm emergió de él con una sonrisa de oreja a oreja.
—No tengo nada que oponer a esa sugerencia.
—Tampoco yo —convino Shandril—. Pero ¿por qué?
Jhessail estudió por unos instantes las ricas alfombras que cubrían el suelo y, después, levantó la cabeza y los miró con expresión seria:
—Ocho hombres intentaron entrar en la torre anoche utilizando magia. Fueron enviados por el Alto Imperceptor de Bane y venían en tu busca, Shandril. Deseaban capturarte por tu poder para manejar el fuego mágico. Todos fueron muertos, o al menos lo están ahora. Y habrían logrado su propósito de no ser por Torm y Rathan, que se hallaban fuera de patrulla extraordinaria ordenada por Mourngrym, y Sharantyr, que salió a dar un paseo, desarmada, para airear su cabeza.
Poco a poco, el rostro de Shandril se había vuelto blanco y la expresión de Narm cada vez más enojada a medida que ella hablaba.
—¿Quieres decir —explotó— que va a haber enemigos persiguiendo a Shandril durante el resto de su vida? ¡Eso no lo permitiré! Yo...
—¿Y cómo vas a impedir que os encuentren? —preguntó Jhessail tranquilamente.
Narm se quedó mirándola:
—Yo... ¡dominaré lo bastante el arte para destruirlos o hacerlos huir de miedo ante tal destino!
Jhessail asintió con la cabeza:
—Muy bien. Eso es todo cuanto puedes hacer. Una vez que se hagan a la idea de que tú eres poderoso, como todos la tienen de Elminster o de Simbul de Aglarond, os dejarán en paz... a menos que tengan asuntos contigo, o con tu tumba, como dice el refrán. Pero, todos aquellos que ahora os ven como fáciles presas poseedoras de un poder del que ellos desean apoderarse, retrocederán en cuanto tú puedas mostrar a Faerun que no eres alguien a quien puedan tomar a la ligera. —Y, con una súbita sonrisa, añadió—: Pero ese día todavía no ha llegado, de modo que permaneced en esta habitación hoy, ¿de acuerdo?
Shandril hizo una débil sonrisa de asentimiento; tras un largo momento, Narm asintió también.
Jhessail se levantó.
—¡Muy bien! —dijo, y dio una sonora palmada.
La puerta se abrió de par en par y entró Illistyl llevando una bandeja de plata tapada que despedía vapor por las orillas. Con gran destreza, colocó el pie bajo cierto relieve, en un lado de la cama, tiró de él hacia fuera para descubrir un par de patas plegables y un tejido de lona sujeto a ellas y colocó la bandeja sobre la mesa recién dispuesta. Shandril se quedó mirando con una expresión de manifiesto placer ante el diseño de aquella mesita de cama, mientras que Narm fijó sus ojos en Jhessail con una dura mirada.
—Lo teníais planeado de antemano, ¿no es así? —dijo con tono acusador—. No nos habríais dejado elección.
Jhessail sacudió la cabeza:
—No... Si hubieseis rehusado, Illistyl y yo habríamos compartido este almuerzo. Lo juro por la sagrada Mystra —y sonrió de repente—. Elminster te dirá pronto —bromeó— que nunca fuerces algo por la magia si puedes engatusar a un hombre para que lo haga por ti. Pero quiero que sepas, por favor, que no os obligaremos jamás a actuar como nosotros deseemos. Todavía podéis cambiar de parecer; sólo decidnos lo que decidís, para que podamos disponer de la mejor manera posible vuestra protección.
Entonces se levantó, besó cariñosamente a los dos en la frente y dijo:
—Por cierto que un día entero juntos y en la cama... no es como para desaprovecharlo. —Y, yendo hacia la puerta, donde ya la esperaba Illistyl, añadió con un tono suave y cálido—: Pasadlo bien hasta esta noche. Entonces vendremos a buscaros. No os preocupéis por la prueba; vosotros sois vosotros, y el asunto consiste simplemente en saber qué sois, no en cambiaros. También Illistyl y yo fuimos sometidas a prueba por Elminster cuando yo vine al valle y cuando ella alcanzó sus poderes. Hay un guardia ahí fuera; llamad si me necesitáis —y salió despacio.
Antes de que cerrara la puerta, se coló entre sus piernas un silencioso gato gris que le hizo un guiño con ojos de Illistyl y se deslizó debajo de la cama sin ser visto.
La puerta se cerró y ellos se quedaron solos.
—¿Y bien, mi señor? —dijo Shandril a Narm con un tono de desafío.
él sonrió abiertamente y le alcanzó la bandeja.
—Almuerzo primero —anunció, y destapó los huevos con especias revueltos con tomate y cebolla troceados, pan frito, rodajas de morcilla negra tan anchas como una mano y humeantes tazones de sopa de cebolla—. ¡Santa Mystra! —exclamó asombrado—. ¡Me han dado mucho menos que esto para cenar en algunas posadas!
—Mourngrym me dijo anoche —respondió Shandril cogiendo la sopa— que en un valle próspero, mientras uno puede, no existe mejor regla para una vida feliz que ésta: «Ante todo, come bien».
—Estoy completamente de acuerdo con eso —murmuró Narm—. éste es un bonito lugar, desde luego... al menos, lo que hemos visto hasta ahora.
—Sí, lo es —respondió Shandril sintiendo un repentino ataque de hambre.
Comieron en silencioso compañerismo durante un rato. Totalmente inadvertido, un largo y estrecho ciempiés se deslizó por una minúscula grieta del marco de la ventana y, con gran cautela, descendió hasta el suelo. Una vez allí, se agitó y se desdibujó y, de pronto, ya no era un ciempiés sino una rata lustrosa. ésta echó a correr por las alfombras y se metió debajo de la cama... y se quedó helada cuando vio a aquel gato de enormes ojos mirándola fijamente desde muy cerca. Los dos se miraron durante un instante y, entonces, la rata se agitó y se convirtió en un gato agazapado justo un poquito más grande que Illistyl, y ambos se sentaron y volvieron a mirarse.
Arriba, Narm retiró su plato vacío con un suspiro de satisfacción y miró amorosamente a Shandril durante un largo rato.
—Bien, querida mía —dijo muy despacio—, todavía sabemos muy poco el uno del otro. ¿Nos contamos nuestras vidas?
Shandril lo miró con ojos pensativos y asintió:
—Sí, siempre que estés dispuesto a creerme cuando te diga que no sé nada de mi procedencia.
—¿Ah, no? ¿Por eso te afectó tanto cuando Elminster te preguntó anoche?
—Sí, yo... nunca he sabido quiénes fueron mis padres. Todo lo que mi memoria puede recordar es que he vivido en La Luna Creciente. Gorstag, el posadero, tú lo viste aquella noche: era el hombre que pidió a la compañía que respetara la paz e impidió que uno de ellos lanzara un cuchillo al viejo Ghondarrath, era como un padre para mí. Allí hasta donde alcanza mi memoria, él fue siempre el dueño de la posada, y nunca había visto el resto del Valle Profundo. Ni lo he visto todavía. Yo quería... conocer la aventura; así que me escapé con la Compañía de la Lanza Luminosa, que estaba allí la misma noche que tú... y, en realidad, eso es todo cuanto tengo que contar.
—¿Cómo fuiste a parar a Myth Drannor? (Debajo de la cama, los dos gatos estiraban la oreja sin dejar de mantener los ojos clavados el uno en el otro.)
—No lo sé... por uno u otro tipo de magia. Leí una palabra escrita en un hueso, y me vi trans... ¿cómo lo llamáis?
—Teletransportada —dijo Narm con impaciencia—. Como hizo Elminster para conseguir las pócimas curativas para Lanseril.
Shandril asintió con la cabeza:
—Me vi teletransportada a un oscuro lugar donde había otra puerta de traslación y una gárgola que me perseguía. Así terminé apareciendo en Myth Drannor. Estuve vagando por entre sus ruinas durante largo rato, hasta que fui capturada por esa maga, Symgharyl Maruel. Fue entonces cuando me viste.
(Interés creciente bajo la cama. Ambos gatos miraron hacia arriba con atención.)
—Si creciste tan sólo en la posada, ¿cómo sabes tanto de la vida y de Faerun? —preguntó Narm lleno de curiosidad.
—La verdad es que sé bastante poco —dijo Shandril con una risita avergonzada—. Cuanto sé, lo he aprendido de las historias que viajeros de tierras lejanas y ancianos veteranos del valle cuentan por las noches en la cantina. Tú oíste al menos una de ellas, creo. Magníficas historias, aquéllas, también...
—¿Podría Gorstag ser tu padre? (Tenso interés bajo la cama.)
Shandril se quedó mirándolo con la cara paralizada al borde de la risa, y luego dijo:
—No, creo que no, aunque ahora ya no estoy tan segura como antes de que lo dijeses. No nos parecemos nada, ni en la cara ni en la forma de hablar, y él siempre me pareció demasiado viejo..., pero podría ser, ¿quién sabe? —Y se sentó un momento en silencio—. Creo que me gustaría que Gorstag fuese mi padre —dijo despacio. Dejó pasar otro lapso, y añadió—: Pero no creo que lo sea.
—¿Por qué no viste nunca el Valle Profundo? ¿Acaso Gorstag te tenía encerrada?
—¡No! Simplemente... es que siempre había trabajo. El cocinero me prohibía hacer algunas cosas... y las muchachas mayores y camareras me prohibían otras. Gorstag decía que fuera de la posada y de los bosques que hay justo detrás de ella estaba el ancho mundo, y que éste no era sitio para una joven muchacha sola; ni siquiera lo era Luna Alta. Yo no era amiga de nadie en especial, excepto de él, y no era lo bastante grande ni fuerte para coger y transportar tanto como las chicas mayores, por lo que nunca me enviaban a hacer recados. Y así pasaron los días —concluyó encogiéndose de hombros.
—¿Qué hacías tú en la posada? —preguntó Narm.
—Oh, un poco de todo. Cortar la comida, lavar los platos y limpiar la cocina, sobre todo, y también ir a buscar agua, limpiar las mesas y suelos de la cantina, vaciar los orinales, encender las velas y lámparas de las habitaciones, limpiar éstas y lavar las ropas de cama. Hay muchas pequeñas tareas que hacer en una posada, además; cosas que rara vez se hacen como repintar el letrero o dar una capa a las chimeneas, y yo ayudaba también en ellas. Pero, más que nada, era la cocina.
—¿Y te estuvieron haciendo trabajar como una esclava todos estos años? —explotó Narm indignado—. ¿Para qué? ¡No llevabas ni una moneda contigo cuando te uniste a la compañía! ¿Ni siquiera te pagaban?
Shandril lo miró algo asustada.
—Yo... no, ni una sola moneda —dijo—, pero...
Narm se levantó furioso y se paseó por la habitación.
—¡Te trataban muy poco mejor que a un esclavo!
—No... Bueno, me alimentaban y también me daban ropa y...
—¡También se alimenta a un bufón... y a una mula! ¡Por todos los dioses: te trataban de un modo miserable!
Shandril lo miraba aturdida mientras él rabiaba, pero de pronto reaccionó:
—¡Basta! ¡Tú no estabas allí y no puedes apreciar cuánto había de bueno en ello! Oh, sí, un día me harté por completo de la rutina y me fui... y dejé allí a mis únicos amigos: Gorstag, y también Lureene, y a veces me arrepiento de haberlo hecho... Y odiaba a Korvan, pero... pero... —Su rostro se desencajó un poco mientras se volvía de espaldas.