Authors: Ed Greenwood
Los enviados esperaban en sus salas para huéspedes y los mercaderes se alejaron de nuevo del patio delantero, pues el señor y la señora, y todos cuantos había dentro de la esfera, descansaban aquel día y aquella noche. En una ocasión, en las horas oscuras de la noche, Elminster utilizó un conjuro transmisor para enviar un mensaje a cierto tirano observador de cierta fría ciudad de piedra, un mensaje que dejó al tirano negro e hirviendo de rabia. Pero cierto es que el mago tenía quinientos años de atrevimiento en reserva. Luego se sentó murmurando consigo mismo en una tienda que él y Florin (ambos inmunes a los efectos cegadores de la esfera) habían construido para proteger los ojos de sus compañeros contra su torbellino de colores.
—Elminster —preguntó Shandril con vacilación—, ¿puedo preguntarte algo?
—Sí —respondió Elminster apremiante mientras abanicaba con la mano su escudilla de estofado para enfriarlo—. Pregunta, por favor.
—¿Por qué mi fuego mágico fue rechazado por un muro de fuerza mágico que creaste cuando me estabas poniendo a prueba y, sin embargo, esta esfera, un sortilegio mucho más poderoso, según me ha dicho Jhessail, puede ser destruida por un simple chorrito de fuego mágico?
Elminster se quedó mirándola pensativo:
—Como sucede con muchas cosas relativas a tu fuego mágico, joven dama, no lo sé. Podría contarte vagas teorías sobre la naturaleza antimágica del muro y la naturaleza multinivel y por tanto menos estable de la esfera, que concentra sus energías más en la prevención del ataque desde fuera que desde dentro. Sin embargo, estas palabras serían sólo eso: vagas teorías. —Elminster se movió incómodo—. La verdad es que no lo sé, ni tampoco lo sabe ningún mago que puedas encontrar en Faerun, al menos en tanto no salga a la luz ninguna nueva sabiduría oculta durante los siglos ni se te siga sometiendo a más pruebas. A mí no me interesa seguir haciéndote pruebas, porque este tipo de pruebas resulta peligroso para el que las realiza. No siento grandes deseos de asegurarle a tu cadáver, o al de Narm, que ya he averiguado los límites exactos de vuestros poderes.
—Gracias por eso —dijo Narm sin más.
—Muchos son los magos que no vacilarían un momento, muchacho —le dijo Elminster con amabilidad—. La búsqueda de unos límites para la magia lo es todo, para la mayoría. Algunos a quienes nada preocupan la gloria ni la fuerza guerrera se deleitan en aprender lo que nadie ha aprendido jamás. ésos no vacilarían. Considera esto, tú que quieres ser un maestro en el arte, y gobiérnate a ti mismo de acuerdo con ello.
»No quiero tener que escuchar jamás que has convertido a tu compañera en un arma contra magos rivales, o que has quemado sus poderes por intentar intensificarlos o ganarlos para ti. Sí, sí..., ya sé que la sola idea te repugna. Pero, paso a paso, el camino hacia tales cosas es más fácil de lo que crees; y lo muerto muerto está, y el deseo no hace regresar al pasado. Pero, ya basta. No te sientas herido o enojado por mis palabras; antes bien, siéntate y medita sobre ellas y crece en sabiduría. —Elminster esbozó de pronto una amplia sonrisa—. Hoy me siento con ganas de regalar sabiduría... Venid todos y tomad un poco, hasta que no me quede nada.
—Te estoy oyendo —dijo con tono irónico Mourngrym desde el gran lecho en el que él y Shaerl yacían plácidamente abrazados—. Deduzco que ése es un estado de ánimo que a menudo te asalta.
Elminster le lanzó una mirada.
Jhessail se rió por lo bajo.
—Admítelo, maestro —le dijo—. A menudo tu sabiduría se agota.
—Sí —respondió el viejo mago mirándolos a todos con una ceja levantada—. Desde luego, parece que es algo que escasea realmente en esta compañía.
Torm había perdido momentáneamente la vista a causa de una imprudente mirada a la deslumbrante esfera giratoria.
—¿Por qué nos acurrucamos aquí como... como...?
—¿Como ciegos? —intervino Rathan en su ayuda.
Torm le lanzó una mirada asesina. Hubo risotadas. Elminster hizo un gesto de resignación y cogió uno de sus libros de magia sin replicar. Jhessail dirigió a Torm una mirada compasiva.
—Escucha, pequeño cerebro de serpiente —dijo ésta con cariño—, ¿cómo podrías haber combatido a Manshoon, digo yo, sin la luz de tus ojos para guiarte?
—Oh, sí, pero ya estoy mejor ahora —dijo el ladrón—. ¿Por qué hemos de estar sentados en una jaula como ésta? ¡El tiempo se va! ¡Los ejércitos avanzan y los magos urden sus tretas! Los dioses nunca duermen, y los orcos...
—Harán lo que hacen siempre, sí, y derramarán la sangre de otros y engendrarán más orcos entre sangría y sangría..., ya conocemos los dichos. Si existe en tu mente cosa alguna parecida a la paciencia, búscala bien aunque sea en algún rincón oscuro y poco visitado. Intenta darle caza y, una vez que la hayas apresado, no dejes que se te escape —dijo Jhessail fijando sus oscuros ojos en él—. Utiliza el seso, hombre, o yo te enseñaré a hacerlo.
—Eso podría ser divertido —dijo Torm dirigiéndose hacia la tienda que había por encima de él.
—Yo no lo haría, Torm —dijo con calma Merith desde donde yacía—. Sencillamente, no lo haría. No es aconsejable.
—No hizo caso de amenazas, severas advertencias ni palabras siniestras —canturreó alegremente Torm—, sino que se precipitó y cogió la corona para sí.
—Si es la coronación lo que estás buscando —gruñó Rathan levantando su maza e inclinándose hacia delante—, yo puedo hacerte un buen servicio.
—Vaya, querido —dijo Torm imitando el tono de voz de una dama de la corte de Cormyr (Shaerl frunció el entrecejo y, sin poder contenerse, su severa expresión dio paso a una explosiva risotada)—. No conocía las profundidades de tu cariño. ¡Mi campeón! (Gritito de excitación, suspiro de deleite.) ¡Mi bravo guerrero! ¡Mi...
—¿... portador de ensueños? —gruñó Rathan echando la capa corta de Torm por encima de la cabeza de su dueño y sujetándola con firmeza en torno a ella para sofocar sus gritos—. Ahora, a callar —añadió mientras el ladrón se debatía—, o haré rebotar mi maza sobre este pedazo de alcornoque que tengo aquí hasta que se caiga —dijo, dando unas palmaditas en la cabeza embozada de Torm.
—Bien, ahora a dormir, todos vosotros —dijo Elminster—. Narm y Shandril inician un largo viaje por la mañana —y el globo luminoso que colgaba cerca de su hombro se oscureció. Los cansados caballeros se intercambiaron algunas bromas más y el sueño llegó rápidamente.
Mucho más tarde, Shandril se despertó, con un sudor frío, de un sueño en que era perseguida a través de los semidesmoronados túneles de una ciudad en ruinas por un negro demonio alado que la arrinconaba y la alcanzaba, con la cara sonriente y cruel de Symgharyl Maruel. Respiró temblorosamente y se levantó sobresaltada. Florin estaba sentado junto a la bruma azul de la pipa del sabio. Se inclinó sobre ella con un gesto de preocupación en su atractivo rostro curtido y le puso una mano tranquilizadora en el brazo. Ella sonrió agradecida y estrechó su brazo mientras volvía a acostarse al lado de Narm, que dormía plácidamente. Florin le enjugó con suavidad el sudor de la frente y la mandíbula, y ella volvió a sonreír... y debió haberse deslizado de nuevo en el sueño sin darse cuenta, porque, cuando volvió a ser consciente de cuanto la rodeaba, la mañana había llegado.
Jhessail se reía con Merith mientras bebía té caliente con menta. La luz del sol brillaba cálidamente sobre todos ellos, porque la tienda y la esfera habían desaparecido y los caballeros, vestidos con diferentes atuendos, se sentaban sobre sus lechos o divanes, o se paseaban por alrededor.
Los claros sonidos de un cuerno ascendieron desde alguna parte procedentes de un músico anónimo que, sin que pudieran verlo, entonaba una melodía en aquella encantadora mañana. Shandril echó una mirada a su alrededor, a las viejas paredes de piedra de la habitación y dijo en voz alta para sí misma:
—Voy a echar esto de menos.
—Sí —asintió Narm apareciendo de repente a su lado. Shandril se volvió hacia él con grata sorpresa. él sonrió de oreja a oreja—. Parecías dispuesta a dormir eternamente —le dijo abrazándola.
Shandril lo envolvió también entre sus brazos.
—¡Ya eres mío!
—S... sí —consiguió decir Narm desde donde había quedado atrapado.
—No por mucho tiempo, si lo rompes como si fuera una taza de barro —dijo con tono burlón Torm—. Son más útiles, ¿sabes?, cuando están enteros... con espalda y brazos para llevar cosas y todo...
Shandril estalló en risas.
—¡Eres absolutamente cómico!
—Así es como consigo pasar cada día —le dijo Torm muy serio. No fue hasta mucho más tarde cuando ella se dio cuenta de que había dicho la cruda verdad.
—Bien —dijo por fin Florin—. Aquí nos separamos, y señaló con la cabeza hacia la antigua columna de piedra que había delante de ellos—. Allá está la Piedra Erguida. —La piedra se elevaba alerta y desafiante de entre los arbustos y dominaba los campos hasta el Valle de la Llovizna, por detrás, y hacia el Valle de la Batalla, en dirección sur. Florin señaló con el dedo—. Siguiendo aquel camino encontraréis Essembra. Tomad habitaciones en La Puerta Verde. Una vez tuvo una puerta que hablaba, pero nos encaprichamos con ella y nos la llevamos con nosotros a la torre. Entre unas y otras cosas —sonrió—, hemos olvidado enseñárosla en medio de toda la excitación.
El caballo blanco que montaba Shandril resopló y agitó la cabeza.
—Tranquilo, Escudo —le dijo Florin—. Apenas acabas de empezar.
Ante sus palabras, Shandril sintió un repentino nudo en su garganta. Entonces se dio la vuelta en su silla para mirar atrás. Más allá de las mulas de carga, más allá de los arqueros que cabalgaban alertas detrás de ellos con sus armas listas para disparar, cabalgaban los caballeros con el siempre refunfuñón Elminster. Los iba a echar de menos a todos. Entonces sintió la mano de Narm que agarraba con fuerza la suya. Shandril intentó detener sus repentinas lágrimas.
—Nada de lloriqueos —ordenó Rathan con tono gruñón—. Todos esos sollozos le roban a una ocasión su grandeza.
—Sí —asintió Lanseril—. Pronto estarás demasiado ocupada en permanecer fuera de peligro para llorar. Así que ve acostumbrándote y procura mantener secos los ojos. Recordad que Mourngrym sirve su mejor vino en Hierbaverde. Algún año os iremos a buscar.
Narm asintió con la cabeza. Shandril se hallaba demasiado ocupada secándose las lágrimas que no querían cesar. Sus hombros se estremecieron en silencio.
—Marchaos ya —dijo con aspereza Torm por encima del hombro—, o nos pasaremos todo el día llorando y despidiéndonos.
Rathan asintió e instó a su caballo bayo hacia adelante para estrechar las manos de Narm y Shandril.
—Que Tymora os acompañe y os guarde —dijo con fervor—. Pensad en nosotros cuando estéis abatidos o sintáis frío; puede que eso os caliente y os fortalezca.
Torm miró a su amigo.
—¿Y toda esa altisonante palabrería de bardo? —dijo con asombro—. No habrás estaba bebiendo, ¿verdad?
—Vete por ahí, lengua viperina, al charco más cercano y cáete a él desde tu silla —dijo Rathan con suavidad—, y bebe toda el agua sucia que quieras.
—Haya paz entre los dos —los reprendió Jhessail—. Narm y Shandril deben estar bien lejos de aquí antes de que el sol esté en lo alto, si quieren llegar a Essembra de aquí a dos noches —y se volvió hacia la joven pareja—. Tened cuidado en el camino. La Corte élfica no es el lugar más seguro de Faerun estos días.
—Tampoco dejéis que el miedo o la piedad detengan vuestra mano —aconsejó Florin con gravedad—. Si os amenazan en el camino, dejad volar el fuego mágico antes de que os pongan las manos encima. Una espada que embiste a menudo no se puede ya detener a tiempo ni con el fuego mágico ni con arte ninguno.
—Ah, sí... y una última cosa —dijo Elminster—. Sé algo acerca de falsas apariencias. Esto os hará parecer a ambos bastante más viejos, y un poquito diferentes de aspecto, salvo entre vosotros mismos. El efecto se acabará aproximadamente en un día, o podéis interrumpirlo en cualquier momento diciendo la palabra
gultho
cada uno por separado... No, no la repitáis ahora, o arruinaréis el sortilegio. Déjame ver... —Se dobló las mangas y, sentándose sobre su plácido burro, conjuró su magia sobre Narm y Shandril mientras los caballeros retrocedían en sus monturas y formaban un respetuoso círculo en torno a ellos.
Cuando el mago terminó, los caballeros se acercaron en sus monturas para mirarlos de cerca. Narm y Shandril se miraron entre sí y no pudieron ver la menor diferencia en su aspecto, tal como había anunciado Elminster, pero estaba claro que eran distintos a los ojos de los demás.
—Marchad ahora —dijo Elminster con suavidad—, u os verán. Nosotros cabalgaremos un rato en dirección norte, hacia las Colinas Lejanas, con vuestros dobles, para confundir a quienes os busquen; pero, aquellos que os persiguen no son tan débiles de mente. Partid ya, y hacedlo con rapidez. Nuestro amor y nuestro recuerdo va con vosotros —sus claros ojos azules se encontraron cariñosa y firmemente con los de los dos jóvenes mientras éstos hacían girar muy despacio sus monturas y luego, con un amplio saludo, se alejaban al galope.
Mirando hacia atrás con lágrimas en los ojos, mientras cabalgaban como el rayo hacia el sur, Shandril y Narm vieron a los caballeros montados en sus sillas, siguiéndolos con los ojos. Florin elevó entonces algo que brilló con destellos plateados sobre sus labios mientras ellos remontaban la primera colina y, cuando ya la pendiente del camino ocultó a los caballeros, las claras notas del cuerno de guerra de su líder de batalla sonó dándoles la despedida. Estaba tocando el Saludo a los Guerreros Victoriosos. Shandril lo había oído tocar a los bardos en la taberna, ¡pero jamás había soñado que algún día lo tocarían para ella!
—¿Los volveremos a ver algún día? —preguntó con tristeza Narm mientras aminoraban el paso.
—Sí —dijo Shandril con ojos y voz de acero—, sea lo que sea lo que se cruce en nuestro camino —y se apartó el pelo de los ojos—. Es hora de que aprendamos a cuidar de nosotros mismos. Si con este fuego mágico debo matar a todo aquel, hombre o mujer, que lo esté buscando con fervor, así será. Me temo que no puedo reírme ante los demonios y los dracoliches, los magos y los hombres armados con espadas de la forma que lo hace Torm. Me producen miedo y enojo. De modo que les responderé con mi arma. Espero que tú no resultes herido... Me temo que nos esperan muchas batallas.