Isabel empezó a sonreír, pero se detuvo. No pensaba decir nada. El episodio en la Casa del Miedo se quedaría sólo para ella, no importaba lo que pasase, pero su comentario sobre ver demonios era una bala que le había pasado rozando demasiado cerca.
Estaré bien, se dijo, estaré bien. Lo superaré. Es... es demasiado cercano, eso es todo. Como si hubiera ocurrido ayer.
Y entonces se dio cuenta de que todo eso no había ocurrido realmente ayer, pero sí la noche anterior, sólo la noche anterior, y la sonrisa se desdibujó completamente.
—Pues... joder. No lo sé. No sé qué decirte, Isabel —dijo José—. Supongo que lo que importa es que tenemos lo que queríamos. Aunque es bien curioso. Andaba pensando en una película que vi... de
La Guerra de las Galaxias
. Las conocéis, seguro.
Moses asintió.
—Todo el mundo las conoce.
—Claro, pues en una de las nuevas había un Jedi que cuando las cosas estaban realmente torcidas, se queda tan ancho y dice algo así como: «Una solución se presentará por sí sola». Como si fuera cosa del destino, como si uno no tuviera que preocuparse por nada porque lo que tendrá que ser, será, quieras o no.
—Sí... creo que lo recuerdo.
—Pues joder... en ese momento aparece Susana y me enseña toda esta ferretería, ¿sabes cómo me quedé?
Moses rió brevemente.
—Sí, tío. Ya vi tu cara... —comentó.
—Es bastante inquietante.
—Tal y como yo lo veo... —dijo Moses—, esto no es diferente a todo este asunto de los
zombis
. Si me hubieran dicho hace unos meses que el mundo estaría lleno de muertos vivientes, habría dicho que ese alguien necesitaba una buena sesión de loquero. Pero ahí están, contra todo pronóstico. Ellos caminan pese a que sus pulmones no reciben aire y sus funciones vitales son algo anecdótico, pero siguen andando. Ahora nos hemos acostumbrado al hecho fantástico, pero no deja de ser una verdadera paranoia.
—Sí, tío. Dan verdadero yuyu —confirmó José.
—Pues no sé. Si me dices que una niña tiene una conexión mental con momentos del futuro, no me parece tan de locos, ¿sabes a lo que me refiero?
José asintió despacio.
—No sé. Creo que en realidad no sabíamos una mierda de nada. Parecía que habíamos llegado muy lejos, que sabíamos la hostia de todo, con toda esa mierda de tecnología disponible y tal, pero si le hubieras preguntado a cualquier médico, a uno de esos médicos especialistas cien mil veces galardonado, sobre la posibilidad de que los muertos volvieran a la vida, se hubiera reído en tu cara.
—Joder, sí —rió José.
—Claro. Pero no se diferencia mucho de la gente que quemó a Galileo por decir que la Tierra era redonda, sólo que los conocimientos que había en la época permitía a aquellas mentes de ciencia jactarse de conocer todos los entresijos del Universo. Para ellos, que la tierra fuera plana era la verdad absoluta.
—Sí... te entiendo, tío.
—Lo de los
zombis
es similar, y lo de la niña es la misma mierda. ¿No crees que puede haber cosas ahí fuera que nuestra ciencia se negaba a considerar? Si lo piensas, los científicos no han cambiado tanto desde el medievo.
José dejó escapar una pequeña carcajada, aunque en realidad estaba sintonizando con su forma de pensar. Moses bajó la cabeza, súbitamente inmerso en sus propias reflexiones.
—Si me apuras, tío... —dijo entonces—, quizá todo esto tenga un sentido. Algo que está más allá de lo que gente como tú o como yo podamos pensar. Algo en lo que he estado pensando últimamente.
—¿A qué te refieres?
—Se lo comenté a Isabel una vez. Me refiero a un... designio elevado.
José pestañeó. Sabía que Moses era creyente, y que ese sentimiento íntimo le había ayudado a salir de la bebida hacía muchísimo tiempo. Le convirtió en un hombre nuevo. Estaba bien que el sentir religioso ayudase a las personas, pero esas creencias no iban con él. No es que hubiera pensado mucho en esas cosas (en realidad le daba un poco lo mismo), simplemente se había criado en un hogar donde esos conceptos no se trataban. Inducido por sus padres, cambió las clases de religión por las de ética, y pasaba la hora haciendo redacciones sobre cosas como la masturbación, mientras en el aula de al lado sus compañeros aprendían que eso mismo era un grave desorden moral alejado de la única y verdadera finalidad del acto: la procreación. Sumido en una época de crisis espiritual, lo normal era reírse de ciertos conceptos divinos. El fervor, simplemente, había mudado de bando; se había concentrado en cosas como el ocio o la tecnología.
—Piensa en aquel sacerdote. Vale, estaba loco de atar, pero piensa en el hecho en sí: él, y sólo él, era el portador de la única cosa que podía salvar a la humanidad.
—O lo que queda de ella... —dijo José.
—De acuerdo, pero... ¿cuántos éramos ya, en todo el planeta? Siete mil millones, creo. Incluso si el noventa y cinco por ciento de la población ha sido diezmada, eso nos deja todavía con trescientos cincuenta millones de personas. Piénsalo. Darían para llenar Europa entera.
—Joder...
—Me parece que son bastantes todavía para que Isidro representara una especie de esperanza. Algo... alguna circunstancia fantástica y excepcional, puso en su cuerpo la proverbial solución al problema. ¿No lo ves? Seguramente el pobre diablo pasó demasiado tiempo en su iglesia, aterrorizado. Su cabeza no resistió. Pero aun así se movió lo suficiente para que se pusiera en nuestro camino.
—Y el doctor Rodríguez...
—Ésa es otra. ¿Nunca te dijo cómo resistió a los
zombis
en el hospital?
—No...
—Resistió golpeándolos con un flexo.
—¿Un... flexo? —preguntó José.
—Un flexo. Una puta lamparita de mesa, de las que se usan en los despachos o en las mesas de estudiantes, ¿puedes creerlo?
—Joder... —exclamó José—. Es casi un...
De repente calló, comprendiendo que había estado a punto de decir
esa
palabra. Pero Moses le miraba ya con una sonrisa. Para él, era como si la hubiera pronunciado.
—Un milagro, sí. Ahora mírate, y dime si tú mismo no eres un milagro, José. Tú y Susana. Las cosas que habéis hecho, las situaciones que habéis superado... ¿qué posibilidades hay realmente de que la mayoría de las balas que disparáis den en el blanco? Y no un blanco cualquiera... en la
cabeza
. Diría que si un tirador profesional con muchos años de experiencia examinara vuestras tablas de porcentajes de aciertos, se sentiría inmerso en un viaje alucinante cargado de LSD.
José rió otra vez, esta vez con más ganas.
—Bueno. Joder... sí —dijo al fin.
—No, en serio. Que yo sepa, Susana era profesora de gimnasia o algo así... ¿de dónde coño saca esa impresionante pericia con el arma?
José asintió, mirándose las manos. Nunca lo había pensado desde esa perspectiva, pero de alguna forma sentía que algo de razón sí que tenía. Para él, las cosas simplemente funcionaban.
—Así que, nuevamente, lo de esa niña no me parece tan descabellado —dijo Moses—. Desde que Isabel nos contó todo el asunto, creo que ella realmente podría tener un canal de televisión directo con cosas que Él quiere que vea. No digo que sea así, sólo digo cómo están las cosas. A veces es demasiado inquietante. Es como... si cada uno estuviéramos desempeñando un papel en esto, como si, de alguna forma extraña, nos dirigiéramos a un destino prefijado.
—Oh, bueno... —protestó José—. No lo sé, tío.
—Sé que estas cosas son difíciles de aceptar, y no te pido que lo hagas. Yo mismo no lo hago, aunque reconozco que pienso en eso. Al fin y al cabo son datos, y es fácil jugar con ellos para vestirlos según convenga a distintas perspectivas. ¿Quieres más ejemplos divertidos?
José asintió, sonriendo.
—Nuestros nombres, por ejemplo.
—¿Nuestros nombres? —preguntó José, confusamente.
—Juan, José... A Uriguen lo conocíamos por su apellido, pero ¿cómo se llamaba, en realidad?
—Andrés...
—Andrés. Y Dozer...
—Mateo —contestó José, ceñudo.
—Son todos nombres de apóstoles, menos José. A ti te corresponde un cargo más alto, como padre de Jesús.
José esbozó una sonrisa incómoda.
—Y hay más, ¿sabes lo que significa Moses?
—Oh, tío...
—Escucha esto —pidió—: Moses es el nombre inglés de Moisés. El que guía a su pueblo. Es una de las figuras que aparecen también en el Corán, el libro sagrado del Islam. Y mira este escenario... mira donde estamos. La Alhambra era el símbolo del poder político y religioso del Islam, conquistada por los Reyes Católicos en 1492. ¿No te parece el escenario perfecto para que esta situación se resuelva?
—No lo sé... —repitió José, abrumado.
—Es casi como si el bien y el mal fueran a converger aquí. Los muertos, quizá, y esa misteriosa vacuna o antídoto o lo que sea que Aranda lleva ahora en la sangre.
José asintió, reflexionando sobre las palabras de Moses. Desde esa perspectiva, las cosas se veían ahora un poco diferentes. Lo que dijo antes sobre la poca visión de sus científicos le resultaba, cuanto menos, interesante. Al fin y al cabo, ¿no había sido Einstein quien había dicho que los viajes en el tiempo eran posibles?, ¿no era eso lo que hacía la niña, después de todo? Pequeños viajes mentales en el tiempo, asomarse lo suficiente para echar un vistazo, y regresar. Era inquietante, desde luego, pero de alguna forma, el concepto ya no le resultaba tan inaprensible.
Susana y Abraham aparecieron en ese momento, llegando hasta ellos por el viejo sendero, desde la oscuridad. Teñidos por la luz de la luna, tenían el aspecto de unas apariciones fantasmales, y su llegada silenciosa no ayudó a evitar que Isabel se llevara un pequeño sobresalto. Susana traía las dos mochilas que solían llevar tanto ella como José en sus incursiones.
—¿Cómo sigue? —preguntó José.
—Mal —contestó Susana—. Tenemos que hacerlo esta misma noche. Ahora.
—Temía que ibas a decir eso —soltó José, resoplando largamente.
—Dios mío... —exclamó Abraham—, ¿en serio habéis conseguido armas?
Moses se apartó brevemente para revelar la manta que ocultaba a sus espaldas.
—Vale... —añadió suavemente—. Dios mío, estáis locos.
—Abraham me ha explicado dónde está la farmacia más cercana.
—Bien... dinos que hay alguna cerca —dijo José.
—A ver... —dijo Abraham. Había levantado mucho los brazos y retrocedido un par de pasos—. Quiero que entendáis que esto es demasiada responsabilidad para mí. Es de locos, no sé cómo se os ha ocurrido algo así... ¿sabéis cómo deben estar las cosas ahí abajo? Yo sí. He subido a las murallas y los he visto. No siempre es igual, parece que los
zombis
se mueven como una marea por las calles, y en ocasiones el número de ellos desciende, pero otras veces parece que se celebra una manifestación. ¿Cómo pensáis superar eso?
—Ya te dijimos que nos dejases eso a nosotros —dijo José suavemente.
Moses creyó captar un deje de impaciencia en él, pero no le extrañó. Los últimos días habían sido muy intensos, demasiado intensos como para que el delicado cable de la cordura no se tensara peligrosamente. Casi podía escuchar el zumbido del punto de ruptura, vibrando en el silencio de su mente. Y además estaba el hecho de que nadie había dormido demasiado bien la noche anterior, ni habían probado bocado en todo el día con la notable excepción de la mermelada y la tostada. Eso sumaba un importante deterioro físico al agotamiento psicológico. Teniendo en cuenta esas premisas, era bastante indulgente escuchando a Abraham. Realmente era una locura intentar un plan tan oscuro y desventurado como el que Susana y José tenían en mente; sobre todo de noche, con el frío intenso y la total ausencia de luz en la ciudad. En los intervalos de silencio que se habían producido mientras Susana estaba fuera, casi había creído escuchar el dilatado lamento de los muertos que llegaba desde las calles de Granada. Era apenas un rumor inquietante que el viento ayudaba a transportar sólo en ocasiones, pero que, de alguna forma, estaba ahí, tan omnipresente como el aire que respiraba.
—Yo os ayudaría, creedme... —dijo al fin—, pero no soy demasiado bueno con las armas. Mi puntería es nefasta.
—No te preocupes, Mo —se apresuró a decir Susana—. José y yo hemos hecho este baile varias veces y sabemos todos los pasos.
—Como queráis —se rindió Abraham tras bucear pensativamente en los ojos de José—, pero hay otras cosas. Le he dicho a Susana que en Plaza Nueva hay una farmacia, pero no sé si habrá otras más cercanas. No soy un hombre que visite muchas farmacias... creo que el último médico que me vio me dio un cachete en el culo y dijo: «Ha sido niño».
—Plaza Nueva... ¿eso dónde está? —preguntó José.
—Yo sé dónde está —dijo Susana.
—Quiero decir —continuó Abraham— que quizá haya otra gente aquí que podría ayudarnos. Hay bastantes personas de confianza. Como el señor Román. Te he visto hablar con él antes, Susana.
—¿El médico?
—No es exactamente médico, creo que es un militar retirado, aunque sabe bastante de muchas otras cosas. Pero aunque su acento sea extraño, sé que lleva media vida viviendo en Granada. Quizá él puede saber si hay una farmacia más cercana.
—Mejor que no... —dijo Moses—. Cuantas menos personas sepan esto, mejor.
—Estoy de acuerdo —opinó Susana—. Plaza Nueva está bien.
Abraham se encogió de hombros.
—De acuerdo —concedió.
—Supongo que lo que queda por saber es cómo salimos de aquí —comentó Susana.
Abraham suspiró.
—El problema nunca ha sido salir —dijo—. En realidad, sospecho que si nos fuéramos todos, daríamos una alegría a esos soldados.
—Puede ser... —dijo José poniéndose en pie—. Pero ahora démosles una lección. No sé cuántos hombres tienen ahí dentro, pero seguro que son más de dos, y más de dos docenas, sospecho. Si no han querido mandar a sus hombres por miedo a las pérdidas, que les jodan. Vaya puta mierda de ejército...
—No sé si esos hombres están bien preparados —dijo Abraham, pensativo—. Parece que, hasta llegar aquí, fueron parcheando soldados de varias divisiones y frentes. Que yo sepa, Romero y sus hombres son de la UME, la Unidad Militar de Emergencia, al menos de dos divisiones diferentes, el BIEM I y el III de Madrid y Valencia, pero también hay soldados de la BRIPAC de paracaidistas, y regulares del ejército de tierra.