Historia de España en el Siglo XX [I-Del 98 a la proclamación de la República] (45 page)

Marruecos, en fin, planteó una peculiar relación entre la clase política dirigente y los militares. La primera hacía constantes apelaciones a que los segundos evitaran los enfrentamientos con los indígenas, pero cuando éstos tenían lugar los mandos acababan extralimitándose en sus ofensivas y multiplicando la incomprensión entre unos y otros. Así le sucedió a Maura con el general Marina en 1909. A veces los políticos eran excepcional-mente sinceros con los militares: Canalejas le dijo a un general que «nosotros no podemos sostener la situación económica crítica impuesta a la Nación por los gastos militares en África». Normalmente, sin embargo, el Ejército se encontraba con críticas a su actuación después de que no habían contado con los medios que consideraban imprescindibles. Eso les llevaba a tener muy escaso respeto a las instituciones parlamentarias. «Me abstengo de calificar a estos señores diputados», telegrafió el comandante de Melilla en 1913a sus superiores. En ellos apuntaba ya una actitud populista y anti-liberal que habría de tener importantes repercusiones cuando la situación se hizo más tensa.

De todo lo dicho se deduce hasta qué punto Marruecos jugó un papel decisivo en la vida pública española, la gravedad de los conflictos que, derivados de esta cuestión, ya estaban latentes desde una fecha temprana y la eventualidad de que un incidente ocasional, impuesto por las circunstancias, pudiera concluir de manera trágica. Refiriéndose al pasado —la guerra del 98— y al presente colonial español en Marruecos un militar que habría de desempeñar un papel político decisivo, el general Primo de Rivera, escribió al conde de Romanones: «España, en este caso, se asemeja a un viudo a quien la esposa hubiera dado muchos disgustos y, a poco de perderla y costear, arruinándose, los gastos del entierro, decidiera casarse de nuevo con otra menos rica y de peor carácter». Lo más ridículo sería, además, que, como en el caso de España, «el nuevo enlace fuera impuesto por los futuros amantes de la nueva esposa», es decir, Francia y Gran Bretaña. La única solución viable era el abandono, que Primo de Rivera fue casi el único en proponer entre los dirigentes políticos y militares de la época. Con el paso del tiempo, desde las alturas del poder, habría de hacer exactamente lo contrario.

Annual y sus consecuencias

M
encionada la actitud de la opinión pública española ante Marruecos, así como de las condiciones que allí tuvo la guerra, podemos volver a la narración cronológica. Conviene, ante todo, recordar la parquedad de los medios con que contaban los españoles. Con el paso del tiempo España empezó a utilizar tropas indígenas —los llamados «regulares»— para penetrar en la zona pero éstas tuvieron una utilidad muy distinta de la que pudieron llegar a alcanzar en el Ejército francés. Así como en Francia había un «partido colonial», dispuesto a exigir a todo trance la ocupación de Marruecos, y un ejército formado por indígenas de otras zonas —senegaleses, por ejemplo—, en España no hubo ni lo uno ni lo otro, porque esas unidades estuvieron formadas por personas procedentes de las mismas regiones que tenían que ocupar, lo que las privaba de eficacia y posibilitaba la traición.

En realidad, las fronteras del protectorado español no sufrieron modificaciones importantes hasta 1919, pero durante la Primera Guerra Mundial se produjo una evolución significativa que debe ser reseñada aquí. En la zona oriental El Raisuni desempeñaba una autoridad efectiva que, aun siendo ilegal, estaba muy por encima de la del sultán. Aquí se produjo, además, la primera aparición de un fenómeno que habría de tener considerable importancia en el futuro de la acción española en Marruecos. Hubo una discrepancia sustancial respecto de la política a llevar a cabo entre los mandos españoles pues Fernández Silvestre, un impetuoso oficial, se hizo defensor de una acción bélica inmediata, incluso en contra de los altos comisarios que llevaban la responsabilidad de la acción española en este momento. Pero la guerra mundial y la habitual propensión española a evitar una confrontación con los indígenas, que podía tener repercusión en la política interna, tuvieron como consecuencia que se mantuviera una política de contemporización. A lo largo de ella en la zona occidental se impuso la política que el conde de Romanones denominó «de medias tintas», que tuvo su mejor representante en el alto comisario Gómez Jordana, para quien fue siempre preciso llevar a cabo tan sólo las «acciones indispensables» en el terreno militar y sustituirlas, en la medida de lo posible, por la llamada «acción política», que incluía comprar a los notables indígenas avanzando con lentitud y empleando pocas tropas.

En la zona oriental, pese a las apariencias, le habría de salir a la colonización española un enemigo mucho más peligroso que El Raisuni. Este venía a ser una especie de mixto entre señor feudal y bandido mientras que Abd-el Krim, por su biografía y formación, fue un precursor de los futuros líderes de la independencia colonial. Hijo de un notable rifeño que temía sobre todo la labor colonizadora de los franceses, él mismo fue profesor en una escuela para indígenas, cadí de Melilla y redactor del periódico El Telegrama del Rif, en donde polemizó con el otro periódico de Marruecos, publicado en Tánger y sometido a la influencia francesa. La guerra mundial supuso para él un cambio muy importante. La llegada de un emisario turco que trabajaba para los alemanes no dejó de conmover al Rif. La familia de Abd-el Krim parece, entonces, que no se conformó con dar muestras de galofobia, sino que realizó manifestaciones en el sentido de no tolerar que las tropas españolas siguieran avanzando. En 1915 Abd-el Krim fue encarcelado por las autoridades; trató de escapar y en la huida sufrió un accidente que lo dejó parcialmente cojo. En 1917 fue liberado y restablecido en su situación previa. Enfrentado finalmente con los españoles, a los que reprochó indecisión, en 1919 se incorporó a su tribu, Beni Urriaguel, en donde pronto se convirtió en líder indisputado, mientras que su hermano, que estudiaba ingeniería en la Residencia de Estudiantes, hacía lo propio también. El conocimiento de los españoles de Abd-el Krim era grande y también de los recursos que podía emplear para conseguir la victoria; de ahí su pronto uso de la propaganda, una vez que obtuvo sus primeras éxitos. Así se explican las expectativas que creó en medios revolucionarios, incluida la Internacional comunista.

Como había sido habitual hasta entonces, la nueva intervención española en el norte de África obedeció no tanto a una iniciativa propia cuanto a una acción refleja ante la actitud de otros. El final de la Primera Guerra Mundial tuvo como consecuencia una nueva extensión territorial de la influencia francesa en Marruecos que acabó provocando la española.

Como sabemos, durante la guerra mundial la situación había permanecido aparentemente calmada en el protectorado. El pacto español con El Raisuni incluso había permitido repatriar tropas y disminuir los presupuestos militares. En 1918 el conde de Romanones estableció dos cargos, el de alto comisario y comandante en jefe, mediante los cuales quería distinguir entre la acción militar y la civil. De hecho, sin embargo, no estuvo nunca nada claro cuáles eran las competencias de cada uno de estos dos cargos y, además, Romanones no llegó a nombrar un alto comisario civil. Encontró, sin embargo, un militar que durante bastante tiempo pareció óptimo para tan importante cargo, el general Berenguer. Inteligente y capaz, prudente, meticuloso y experto en cuestiones marroquíes, Berenguer supo dirigir perfectamente la penetración española en la zona occidental del protectorado. Su estrategia consistió en emplear unos procedimientos semejantes a los usados por el general Lyautey en la zona francesa y a los ya iniciados por Gómez Jordana en la española: se trataba de «avanzar poco a poco, arañando con prudencia, pero resueltamente, el terreno adversario» por el procedimiento de pactar la sumisión y emplear ocasionalmente la fuerza. De esta manera conseguía lo que era el ideal de los políticos españoles de la época, es decir, que «la transición del estado de rebeldía al de sumisión fuera prácticamente imperceptible». Berenguer utilizó ampliamente las tropas indígenas y también las unidades de élite, como por ejemplo la Legión, creada también de acuerdo con el modelo francés y que tenía la ventaja de evitar el impacto sobre la opinión pública del número de bajas españolas. Gracias a estos procedimientos, en octubre de 1920 fue tomada la ciudad de Xauen y la situación de El Raisuni se había hecho ya tan complicada que era previsible su próxima rendición a las tropas españolas.

Berenguer llevaba personalmente las operaciones en la zona occidental, pero el general Fernández Silvestre era el responsable de la comandancia de Melilla. Simpático, arrojado y poco prudente, Silvestre carecía de la flexibilidad y de la prudencia de su superior jerárquico, con el que mantenía unas relaciones peculiares. Era muy típico de él que denominara al Estado Mayor «estorbo mayor» y que la Comandancia de Melilla fuera regida por una mezcla de campechanía y desorganización que acabó resultando suicida. Pero, además, Silvestre actuó con autonomía real respecto de Berenguer. Lo favorecía la distancia y las comunicaciones exclusivamente marítimas entre las dos zonas, pero sobre todo el hecho de que Silvestre fuera dos años mayor que Berenguer y anterior en el escalafón. El mismo ministro de la Guerra era consciente de que en esa situación Berenguer no estaba en condiciones de ejercer un verdadero mando sobre su subordinado pero, a fin de cuentas, no había operaciones previstas en torno a Melilla. El propio Berenguer era consciente de que la popularidad de Silvestre y «los motivos de delicadeza» derivados de su puesto en el escalafón le obligaban a tener una actitud peculiar respecto de su subordinado.

El avance de Silvestre comenzó en enero de 1920 y no pareció encontrar dificultades iniciales. Entrado el verano de 1921, Silvestre parecía haber obtenido grandes éxitos con muy poco riesgo: había duplicado la zona controlada por los españoles en torno a Melilla y daba la sensación de comportarse de una manera semejante a como lo hacía Berenguer en la zona occidental. «Debemos premiar la disciplina de Silvestre, que ha contenido los deseos de avanzar», escribió el ministro de la Guerra. Sin embargo, las victorias militares de Abd-el Krim fueron, ante todo, consecuencia de la imprudente actuación de Silvestre. Su deseo era conseguir «una gran victoria» que atemorizara a los rifeños y los sometiera definitivamente. En última instancia quería llegar a Alhucemas que, desde hacía tiempo, era considerada como posición clave para el control del norte de Marruecos. A pesar de que Abdel Krim había amenazado con declarar la guerra en el caso de que atravesara el río Amekran, no tuvo inconveniente en hacerlo cuando recibió noticias, que luego se demostraron falsas, de acuerdo con las cuales había tribus dispuestas a colaborar con él. El primer signo de cambio en la situación militar fue la caída de las posiciones de Monte Abarran y Sidi Dris, que produjeron ya bastantes muertos pero que, sobre todo, tuvieron una repercusión psicológica formidable sobre los indígenas. Las tribus más recientemente sometidas se volvieron contra los españoles y también lo hicieron las tropas indígenas que formaban parte, en proporción de uno a cinco, del Ejército español: se dijo que las «mías», nombre que recibían las compañías de los regulares, se habían convertido en «suyas». Silvestre agravó la situación, ya de por sí complicada, por el procedimiento de no informar a su superior de cuanto venía sucediendo. El 17 de julio de 1921 fueron atacados los puestos españoles de Annual e Igueriben. Lo que sucedió a continuación fue, en palabras del informe Picasso, «una precipitada fuga». Silvestre empezó entonces a inundar de telegramas angustiosos a sus superiores y, como correspondía a su carácter cambiante, se hundió en la apatía después de haber navegado en el entusiasmo, lo peor que le podía suceder a un mando en tales circunstancias. Como consecuencia de ello las tropas abandonaron sus posiciones y se encaminaron rápidamente a Melilla; sólo algunos puestos optaron por la resistencia. Fue ésta la que impidió la caída de la ciudad pero también el hecho de que los rífenos, obtenido el triunfo, se dedicaron al botín o a la recolección. Resulta cuanto menos dudoso, además, que hubieran podido expugnar una posición fortificada. El ejército de Silvestre había perdido a su jefe y a 10.000 hombres frente a unas fuerzas no regulares que mantenían en armas tan sólo un contingente estable de unos 500 hombres.

Pabón ha escrito que el de Annual, como cualquier pánico, «excedió lo imaginable y constituyó para todos una sorpresa sin razonable explicación». Desastres como el de Annual los sufrieron otras potencias coloniales, aunque quizá con menor gravedad y menor impacto en la opinión pública. Tenía cierta razón Berenguer cuando afirmaba que lo sucedido no era previsible y que a nadie se le podía acusar de no disponer de suficientes tropas cuando, en realidad, lo que había sucedido era que las que Silvestre tenía se negaron a combatir. Sin embargo, lo ocurrido descubría las numerosas imprudencias cometidas por Silvestre, a las que había que añadir los habituales inconvenientes del Ejército español en África. Los 25.000 hombres de los que disponía el comandante de Melilla habían sido distribuidos entre nada menos que 144 puestos a lo largo de 130 kilómetros con una parte de ellos dedicados, además, a tareas puramente burocráticas. A esta dispersión de recursos había que sumar las dificultades habituales creadas por la orografía (Igueriben debía hacer la aguada nada menos que a cuatro kilómetros) y las conocidas deficiencias del Ejército español en cuanto a aprovisionamientos tanto en munición como en material sanitario e incluso uniformes de verano.

Después del desastre militar el restablecimiento de un frente estable no fue una empresa demasiado complicada. Los prontos refuerzos llegados desde la Península permitieron que, en octubre de 1921, se hubiera recuperado ya la línea de 1909 en la Comandancia de Melilla. A comienzos de 1923 la situación en la zona occidental era aproximadamente la misma que antes de producirse el desastre, aunque ahora el número de soldados empleados era, por una elemental prudencia, mucho mayor. Lo que en la práctica se había hecho imposible con los sucesos de la zona oriental era que, como resultaba previsible en 1921, El Raisuni cayera en manos de los españoles. El sucesor de Berenguer, general Burguete, volvió a pactar con él, insuflándole indirectamente de esta manera una posibilidad de supervivencia de la que carecía no hacía tanto tiempo. La impopularidad de la empresa marroquí y el deseo de los gobiernos de evitarse cualquier tipo de conflicto sustituyeron la táctica flexible y prudente de Berenguer, tendente a someter al adversario mediante una dosificada utilización de la fuerza, por un deseo de conseguir un protectorado exclusivamente civil al que los indígenas no estaban dispuestos y, menos aún, en un momento en que parecían haber triunfado. Para ellos, tanto este intento de llegar a un acuerdo con El Raisuni como el posterior de lograr el rescate de los prisioneros conseguidos en Annual mediante la entrega de dinero, fueron un aliciente y, así, Abd-el Krim llegó a pretender crear una república del Rif cuando, en realidad, presidía una confederación de tribus.

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